Capítulo 39. La recta final
Esta noche se definiría todo: el gran ganador de Danger Zone 1997, el destino de los hermanos Lynx y el futuro de Bellamy O'Neill.
Las emociones se desbordaban. Entre nerviosismo, emoción y adrenalina, el corazón de Bellamy retumbaba con más fuerza que nunca. Pero, a diferencia de aquellas ocasiones en las que su ritmo cardíaco se aceleraba y lo hundía en el pánico, esta vez era diferente. Era como el motor de un coche encendido, estremeciendo todo su cuerpo, a la espera de ese acelerón definitivo que lo empujaría al límite para darlo todo.
En esta ocasión, no había ni un atisbo de miedo en Bellamy, y lo demostró cuando llegó a Danger Zone, estacionando su llamativo Corvette carmesí entre el público expectante en la pista de terracería. Estaba más abarrotado que de costumbre; las apuestas corrían, la música retumbaba y el alcohol se agotaba rápidamente. Al verlo llegar, algunos espectadores lo animaron con vítores, mientras otros golpeaban la carrocería. Muchos lo repudiaban desde que se había revelado su verdadera identidad. Se comerían sus palabras y desaires.
Se bajó del automóvil para encontrarse con el resto del equipo. Mientras atravesaba la multitud, sentía las miradas clavadas en él. Ya no llevaba el casco; ya no había necesidad de ser el «As misterioso». Por primera vez, correría siendo él mismo: Bellamy O'Neill.
Vislumbró a su equipo esperando a unos metros de distancia de la muchedumbre, planificando en susurros los últimos detalles de su estrategia. Bellamy había sido el último en llegar porque también estaba llevando a cabo su parte. Ahora solo cruzaba los dedos para que todo saliera como lo había ideado en su cabeza.
—Al fin, novato —lo recibió Thomas al verlo. Sin embargo, ya no usaba aquel tono duro con él. Mucho había cambiado entre ellos. Entre todos.
—¿Todo listo? —preguntó Charlie.
—Todo listo —afirmó Bellamy, esbozando una sonrisa confiada—. ¿Y ustedes?
—Estoy lista, pero siento que los nervios me están comiendo viva —musitó Leah, abrazándose a sí misma—. Lo cual no debería pasar, porque yo soy la capitana del equipo y, si estoy así de ansiosa, entonces...
—Leah —la interrumpió Bellamy, colocando una mano sobre su hombro—. Solo confía en el plan. Confía en nosotros, ¿de acuerdo?
La chica de cabello anaranjado abrió la boca sorprendida, pero luego sonrió. Parte de su temor parecía haberse desvanecido.
—En serio, ¿estás seguro de que no te golpeaste demasiado fuerte la cabeza en el accidente? —bromeó—. El Bellamy O'Neill que fui a reclutar hace unos meses en la florería de su tía jamás habría dicho algo así.
—No, te habría llamado «idiota» e «infantil» —añadió Thomas—. A lo que yo le habría respondido: «mimado».
Los tres rieron ante el recuerdo. Era increíble pensar que en tan solo unos meses tanto había cambiado tanto. Probablemente habían sido los meses más intensos en la vida de Bellamy, y eso venía de alguien que había sido piloto de Fórmula 3. Ni siquiera se había detenido a pensar en ello, ni en su padre. Ya no los veía como problemas. Era como respirar aire fresco.
Charlie los observaba con una sonrisa casi tierna, como si todos ellos fueran sus hermanos menores. Revolvió el cabello de Leah y Bellamy sin cuidado alguno, logrando solo alborotarlo.
—¡Oye! —se quejó Leah.
—Estoy orgulloso de ustedes —dijo Charlie—. Cuando empecé a entrenarlos, parecían un camión sin frenos a punto de chocar y explotar. Pero ahora...
—Vaya forma de darnos ánimos —acotó Thomas en un murmullo.
Charlie rio y también revolvió el cabello del chico de gafas.
—Pero ahora tienen todo para arrebatarle la victoria a los idiotas de 1968 —completó—. Así que pruébense a ustedes mismos. Demuestren que son los verdaderos merecedores de ese premio.
Asintieron al unísono, y Bellamy estaba a punto de sugerir que repasaran el plan una última vez cuando fue interrumpido por el sonido de un claxon muy familiar. Se dio la vuelta y vio la camioneta de la florería abriéndose paso, con su tía Eva al volante. A través de la ventana abierta, ella sacó la mano para saludarlo desde la distancia.
Extrañado, Bellamy se acercó y se recargó en la puerta.
—¿Qué haces aquí? —preguntó.
—Es la final, ¿no? —replicó Eva, sosteniendo su teléfono mientras buscaba algo en él—. Pensé en venir a apoyarte. Este no es mi tipo de escenario, pero cambiar de aires de vez en cuando no está mal.
Bellamy le sonrió con sincera gratitud. Tal vez había perdido muchas cosas en Altamira, pero lo primero que había ganado fue una familia. Eva le abrió las puertas y lo apoyó, incluso cuando al inicio él había sido un patán que solo merecía un golpe en la cabeza.
—Gracias, tía. Por todo —dijo, siendo esa la primera vez que la llamaba así.
Eva lo miró conmovida, algo poco común en ella.
—Vaya, aunque me encantaría ponerme a llorar porque acabas de llamarme «tía» por primera vez, hay algo que prometí hacer —dijo, llevándose el teléfono al oído—. Ya puedes hablar con él, Liam.
Le ofreció el dispositivo. Bellamy se sobresaltó un poco al escuchar el nombre de su padre. ¿Por qué querría hablar con él? Dudaba si quería contestar, temeroso de que le dijera algo que le bajara los ánimos.
«Te prometiste dejar de huir», pensó. Su papá ya no era el monstruo invencible de antes. Ya no tenía por qué acobardarse.
Se enderezó y tomó el teléfono con firmeza, respondiendo sin vacilar:
—Hola, papá.
—Bellamy —dijo su padre. Sonaba sorprendido; de seguro pensó que no le tomaría la llamada—. ¿Estás en Danger Zone?
—Sí.
—Ya veo. —Su papá exhaló—. Maldita sea, me habría... me habría gustado ir a verte, pero no encontré un vuelo, hay un tráfico espantoso y no hay manera de que llegue a tiempo, aunque...
—Espera —lo interrumpió, frunciendo el ceño—. ¿Estás en la carretera ahora mismo? ¿De verdad querías... verme correr?
Su padre se quedó en silencio hasta que dejó escapar una risa desalmada.
—¿Es tan difícil de creer?
—Muy —afirmó.
—Escucha, Bellamy, yo... yo lo lamento —dijo en voz baja, obligando a Bellamy a presionar más el teléfono contra su oído para poder escucharlo—. Lamento haberte impuesto tanta presión, no haberte escuchado, no haber notado cómo te estabas desmoronando.
Sintió un nudo en la garganta. Nunca pensó que escucharía a su padre disculpándose, tan arrepentido. No era un mal hombre; Liam O'Neill lo había criado casi por su cuenta, le había dado lo que pudo con lo que tuvo, y solo quería lo mejor para él, aunque sus ideas respecto a qué era lo mejor fueran diferentes.
—Papá, está bien —aseguró. No quería pelear con él ni guardarle resentimientos.
—Tenías razón. Durante mucho tiempo viví a través de ti, y no es justo —continuó su papá y, tras exhalar una vez más, levantó la voz, hablando con más confianza—. No quiero que te arrepientas de nada, Bellamy. No voy a permitirlo, así que corre esa carrera y gana, ¿entendido?
Una carcajada escapó de sus labios. Sonaba igual que antes, cuando su padre lo tomaba por los hombros antes de cada competencia y le decía con certeza que la victoria sería suya. Era como un pequeño viaje al pasado, un recuerdo que atesoraba.
—Ganaré, papá —aseguró.
—Te esperaré en la línea de meta —añadió su papá. Era otra cosa que siempre le decía en cada carrera, aunque esta vez solo fuera de manera simbólica.
—Como siempre —replicó.
Terminó la llamada y le devolvió el teléfono a su tía, quien había presenciado la conversación con una sonrisa melosa en los labios. Bellamy la miró con incredulidad.
—¿Qué? —inquirió.
—No te tenía por alguien tan cursi, sobrinito —respondió, mofándose.
—Eso no fue cursi... —murmuró, desviando la mirada con vergüenza.
Su tía solo pudo reírse. Había cosas que simplemente nunca cambiarían, y esta era una de ellas.
—En fin, suerte en la carrera —dijo Eva, señalándolo con un dedo índice—. No te mates en la pista. No sabría dónde encontrar a alguien que cuide tan bien de las camelias como tú.
Bellamy asintió.
—No pienso dejarlas en manos de nadie más —replicó.
Se despidió de su tía por el momento y regresó con el equipo. Aprovecharon los últimos minutos que les quedaban para repasar rápidamente su plan. Era arriesgado: una mezcla de las observaciones de Thomas sobre sus rivales, de los viejos trucos de Charlie, y una pizca de osadía por parte de Bellamy componían una receta para el triunfo... o el fracaso.
No, no iba a pensar así. Confiaba en su equipo y en sus habilidades. La gloria, esta vez, sí estaba al alcance de las puntas de sus dedos. Lo sentía.
—¿Todos claros? —preguntó Charlie.
—No cabe duda —respondió Thomas mientras Bellamy y Leah asentían al unísono.
—Entonces, es hora —dijo Charlie—. Ya saben qué hacer.
Leah soltó una exhalación y agitó las manos, tratando de librarse del nerviosismo.
—¡Muy bien, equipo! —exclamó, rodeando los cuellos de Bellamy y Thomas en un incómodo abrazo—. ¡Déjenlo todo en la pista!
Bellamy intercambió una sonrisa con Thomas y luego abrazaron a Leah de regreso. Este era el momento. Su momento.
—¡Damas y caballeros, bienvenidos a la final de Danger Zone 1997! —La voz del presentador resonó en las bocinas, reemplazando la música.
El público estalló en rugidos y gritos de emoción. Los tres se despidieron de Charlie y se aproximaron a la tarima donde estaba el presentador. El equipo 1968 ya estaba ahí, con Thorne al frente y su séquito respaldándolo como si fueran guardias personales. Ni siquiera parecían un equipo.
—Le cederé el micrófono a nuestra maravillosa Natasha Strein, quien tiene algunas palabras para nuestros competidores —anunció el presentador, acercándose a la orilla de la tarima para ofrecerle su mano a la dueña y ayudarla a subir.
Entre aplausos, ella aceptó la ayuda y subió, deslumbrando a todos con su apariencia. Llevaba un ceñido vestido carmesí que brillaba bajo los faros de los coches, y una boa de plumas blancas alrededor del cuello, como si estuviera en la alfombra roja de una premiación. No quedaba duda de que era una diva.
—¡Me complace ver a tanta gente esta noche! —dijo ella al tomar el micrófono. Esta vez no llevaba sus gafas oscuras, dejando ver sus ojos cafés en todo su esplendor—. Me imagino que nuestros equipos deben estar nerviosos.
—Ni un poco, Nat. Esto será pan comido —respondió Thorne en voz alta para hacerse oír. Algunos idiotas en el público estallaron en risas.
—Siempre he admirado tu confianza, Thorne, pero me parecería injusto subestimar a tu competencia de este año —dijo Natasha, volviéndose hacia el equipo Hundred—. Fueron un añadido sorpresa y sigo teniendo altas expectativas, ¿saben?
—Romperemos tus expectativas —aseguró Bellamy, dedicándole una sonrisa con un toque malicioso—. Ya lo verás.
Natasha encontró su expresión excitante, y también sonrió con sus labios rojos.
—¡En ese caso, equipos, no nos decepcionen! —exclamó—. Y nunca olviden que el valor de Danger Zone no radica solamente en cruzar la línea de meta, sino en el talento del piloto que demuestra merecerlo. —Los miró con seriedad—. Demuéstrenme que merecen estar aquí.
Bellamy sintió que el mensaje iba dirigido a él y a su equipo. No le temía a Natasha ni a sus altas expectativas, y mucho menos a los nada honorables rivales junto a él. Vio de reojo a Thorne, quien aprovechó para acercarse y decir, con sarcasmo:
—Que gane el mejor. —Le dio una brusca palmada en el hombro.
Bellamy quiso reírse ante su confianza, ganada a base de trucos sucios e inmorales.
—En ese caso, tú no ganarás —dijo, provocativo.
El público cercano emitió sonidos de sorpresa, e incluso algunas personas alentaron una pelea, pero Bellamy los ignoró, manteniendo su atención en Thorne y captando una leve tensión en su cuerpo, una molestia palpable.
—Ya veremos —replicó el As de 1968, alejándose sin más.
—¡Competidores, a sus puestos! —anunció el presentador.
Se desearon suerte una última vez y cada quien se dirigió a su coche. Los Tanques serían los primeros en competir, y Bellamy decidió quedarse cerca para presenciar la arrancada antes de ir a su puesto.
Leah ya estaba en posición, al igual que el Tanque de 1968. Una mujer vestida con un mono a cuadros se posicionó entre ambos coches, levantando una bandera con el mismo patrón sobre su cabeza.
—¡En sus marcas! —exclamó el presentador, mientras los motores se encendían.
La bandera bajó un poco.
—¡¿Listos?! —Los motores rugieron.
La bandera cayó al suelo.
—¡Fuera!
Ambos coches salieron disparados. El Tanque de 1968 ganó algo de ventaja, dejando a Leah atrás por varios segundos. Bellamy observó con ansiedad cómo su compañera de equipo luchaba por rebasar a su rival en los derrapes de la terracería. Sin embargo, debido al terreno irregular, era difícil mantener el control total sobre el automóvil.
1968 era un equipo casi veterano en Danger Zone y, aunque tenían más práctica y experiencia, eso significaba que sus viejos trucos ya eran conocidos. El Tanque de 1968 tenía la manía de tomar siempre las curvas por dentro para reducir tiempo, pero eso dejaba mucho espacio abierto para su rival. Thomas había notado este patrón al analizar varias grabaciones de carreras pasadas, y propuso una estrategia:
—Hazle creer que no puedes rebasarlo, pero quédate siempre cerca. Durante la última curva, cuando piense que no lo adelantarás, lo rebasas por fuera. Tendrás que ser muy ágil para no derrapar y salirte de la pista.
Y eso era exactamente lo que Leah estaba haciendo. Llegaron a la última curva, la más cerrada de todas. El As de 1968 giró tan cerca del límite que resultaba impresionante el control que tenía sobre su coche, pero, tal como predijo Thomas, estaba demasiado confiado y no vio venir que su competidora lo rebasaría. Leah aceleró a fondo y, aunque con algo de dificultad, logró superar a su oponente y ganar unos milisegundos de ventaja. Salieron de la curva, y ella tomó la delantera.
—¡El Tanque de Hundred llega primero a su línea de meta! —anunció el presentador—. ¡El Evasor acaba de salir disparado!
Bellamy sonrió y aplaudió, celebrando entre el público. Se dirigió rápidamente a su coche, consciente de que en cuestión de minutos sería su turno. Bajó las ventanas para poder oír al presentador narrar la etapa de los Evasores.
—¡El Evasor de Hundred lleva un poco de ventaja, pero el de 1968 le está comiendo el tiempo!
Narró mientras Thomas entraba primero al edificio de estacionamiento, evadiendo columnas y subiendo al segundo piso a través de las rampas espirales. Llevaban la ventaja hasta que Thomas tuvo que dar un volantazo al no esquivar a tiempo, y el Evasor de 1968 se adelantó.
—¡Parece que el equipo Hundred está en problemas!
Bellamy bufó. Esto era parte del plan. Thomas también había analizado esto y descubrió que, en el último piso del edificio, había una bajada mucho más cercana que la ruta usual.
—Dejaré que me adelante y usaré esa rampa para bajar antes. Ganaré una buena ventaja —había explicado Thomas al trazar la estrategia.
Bellamy llegó al punto de salida de su etapa. Thorne ya estaba ahí, mirándolo desde su coche, con una sonrisa maliciosa, seguro de que ganaría. Bellamy no se molestó en seguirle el juego y volvió a concentrarse en la carrera.
—¡El Evasor de Hundred acaba de tomar un atajo inesperado y ha ganado la ventaja! —anunció el presentador—. ¡Ambos Evasores se dirigen a sus líneas de meta!
Bellamy encendió su teléfono y marcó un número, dejando el dispositivo en el asiento del pasajero con la llamada activa.
—Estoy por comenzar —dijo.
Plantó la mirada en el espejo retrovisor, atento. El coche de Thomas se acercaba cada vez más, hasta que...
—¡Ahora! —exclamó Bellamy mientras movía la palanca de cambios y pisaba el acelerador a fondo.
Salió quemando los neumáticos y dejando una estela de polvo detrás de sí. Llevaban una ventaja considerable que tendrían que mantener. Este era el trabajo de Bellamy, y no fallaría.
—¡Ambos As han abandonado las líneas de salida! —anunció el presentador.
Bellamy vio el coche de Thorne a unos metros de distancia, rebasando a los demás automóviles, ansioso por alcanzarlo, incapaz de soportar la idea de ir perdiendo. Bellamy regresó su atención al frente, concentrándose en esquivar, en seguir el camino marcado y no cometer errores.
—No hay margen de error —le había advertido Thomas—. De ti depende esta victoria, Bellamy.
Ya lo sabía, y no pensaba dejarse vencer por la presión; al contrario, la usaría a su favor.
Con las manos sudando por la adrenalina bombeando en sus venas, cambió de marcha a segunda y luego a tercera, forzando el motor del Corvette al máximo. Continuó rebasando a los coches civiles en su camino, agradeciendo que no había tanto tráfico esa noche. Tomó una curva cerrada con algo de descuido, perdiendo un poco de ventaja.
—Mierda —masculló al ver que el coche de Thorne estaba cada vez más cerca.
No obstante, siguió acelerando. Solo un poco más. Tenía que mantener esta ventaja por un momento más. Sentía cómo el sudor se acumulaba en su frente, cómo la carrocería del Corvette temblaba bajo él. Jos ya lo había advertido: el coche era funcional, pero no estaba en condiciones óptimas; si lo forzaba demasiado, el motor podría colapsar.
Pasó a cuarta velocidad. Aprovecharía todo lo que el coche pudiera darle.
Thorne era excelente, y la manera en que acortaba la distancia entre ambos habría asustado a cualquiera. Bellamy y su equipo sabían que no podrían ganar con el Corvette en ese estado, no con pura fe.
Una vez pasada otra curva, Bellamy puso en marcha la última y más arriesgada parte del plan. Aceleró tanto como pudo, rebasando por poco a los otros automóviles. Se metió a una avenida menos concurrida, la última antes de reincorporarse a la calle principal y llegar a la meta. Aprovechó este momento; el único que tenía.
Se colocó en el carril de Thorne, obstaculizándole el paso.
Thorne trató de esquivarlo, pero Bellamy se mantuvo firme. Avanzaron hasta que Bellamy, viendo un callejón a la derecha, se aferró con fuerza al volante.
—Depende de ti —dijo y pisó el freno mientras daba un fuerte volantazo, girando su coche y dejándolo atravesado en toda la calle.
Thorne tuvo que frenar de golpe, apenas evitando el choque que habría destrozado ambos automóviles.
—¡Ahora, Connor! —gritó Bellamy, tomando el teléfono entre sus manos.
Del callejón a la derecha salió el Corvette negro de Connor, dirigiéndose hacia la avenida principal para alcanzar la línea de meta.
Bellamy lo observó con asombro, ignorando cómo Thorne tocaba el claxon y sacaba la cabeza por la ventana para maldecirlo. Esta era la última fase de su plan, la más arriesgada y disparatada. Sabían que no podrían ganarle al equipo de 1968 si no corrían como ellos, así que sacaron su propio as bajo la manga.
—Ahí entrarás tú. Correrás el último tramo mientras yo detengo a Thorne —explicó Bellamy hace unas horas—. ¿Crees poder hacerlo con un coche frágil y con una sola mano?
Connor le sonrió, su confianza del pasado irradiando en su rostro.
—¿Con quién crees que estás hablando?
Y ahí estaba, el talento de Connor brillando en todo su esplendor. Bellamy le dio la ventaja suficiente y finalmente se movió del camino de Thorne, consciente de que el azabache no disfrutaría de esto sin un poco de competencia.
—¿Te veo en la línea de llegada? —preguntó Bellamy al teléfono, acelerando para mantener el ritmo de sus dos rivales.
—Solo si crees poder alcanzarme —respondió Connor.
Lo veía a lo lejos, más impresionado que nunca, admirando cómo incluso con una sola mano y en un coche destartalado, Connor era un as en la pista, un verdadero lince inalcanzable. Podía oír al público alabándolos con entusiasmo, percatándose de lo que estaba ocurriendo y confirmando sus sospechas cuando el presentador gritó:
—¡¿El As de los Lynx acaba de unirse a la carrera?! ¡Nunca antes habíamos visto algo igual!
Bellamy iba en la última posición, viendo cómo Thorne luchaba por alcanzar a Connor, pero no había manera, no con la habilidad con la que Connor conducía en ese momento. Días atrás, Connor le había dicho que no era libre en ningún sentido, pero qué equivocado estaba. Frente a sus ojos, Bellamy lo veía siendo más libre que nunca, siendo él mismo.
Ahí estaba el Connor Lynx que conoció, al que envidió por su libertad... y del que se enamoró.
—¡Connor Lynx atraviesa la línea de meta!
Thorne llegó menos de diez segundos después, y Bellamy, casi un minuto más tarde. Aun así, trató de llegar lo más pronto posible, atravesando la meta y escuchando la confusión del presentador:
—La victoria se la lleva el equipo Lynx... ¿O Hundred?
Bellamy detuvo el coche con un derrape y se bajó con premura, escuchando cómo el público coreaba los nombres de Connor, Lynx y también Hundred. Estaba feliz, no pudo reprimir la sonrisa que brotó de él, pero más que nada quería alcanzar a Connor, quería ver esa expresión de confianza, esos ojos llenos de vida.
«Por favor...», rogó en su interior.
—¡Bellamy! —exclamó una voz aguda en su oído. Luego sintió un peso caer sobre sus hombros y espalda—. ¡Ganamos!
Leah y el resto del equipo aparecieron detrás de él; incluso Jos y Mickey se habían unido a la celebración. Bellamy se volvió hacia ellos, sonriendo, casi lagrimeando. Sí, habían ganado, la victoria era suya.
—Lo logramos —dijo con voz temblorosa.
—¡Son unos malditos tramposos! —gritó Thorne, empujando a todos fuera de su camino para acercarse al presentador y a Natasha, quienes todavía estaban en la tarima—. ¡Esto no está permitido!
Se acercaron. Ya sabían que esto ocurriría. Ahora solo faltaba defender su victoria y...
—Tampoco lo es manipular los coches de los rivales, ¿no es así, Thorne? —dijo Connor en voz alta, con tono burlón. Los murmullos del público se hicieron presentes—. Además, Natasha, ¿este desenlace no te pareció más divertido?
Natasha le sonrió y respondió al micrófono:
—Ha sido la mejor carrera en años.
Thorne profirió maldiciones e intentó lanzarse hacia la tarima para reclamarle a Natasha, pero fue detenido por el presentador y el chofer de ella, quienes lo retuvieron junto a su equipo y lo sacaron del lugar entre gritos.
Bellamy cerró los ojos y soltó un suspiro de alivio. Al abrirlos, se encontró con la mirada de Connor. Por fin podía verlo, apreciar el brillo lleno de vitalidad en él. Se acercó, dejándose llevar por su cuerpo, que tomó el control por completo.
—Felicidades por...
Connor cerró toda la distancia entre ambos, lo tomó por las mejillas... y lo besó en los labios.
Bellamy se quedó paralizado, incrédulo de sentir los labios de Connor contra los suyos después de tanto tiempo. Lo procesó tan rápido como pudo y lo rodeó con sus brazos para besarlo de vuelta, regocijándose en esa cálida sensación, en la nostalgia del aroma a cuero de su chaqueta, en el distante sabor a hierbabuena de su boca, en su agitada respiración.
Separaron sus labios, pero mantuvieron sus frentes unidas. Connor deslizó su mano hacia su nuca y lo miró a los ojos.
—Gracias, Bellamy —susurró, con lágrimas en los ojos.
A Bellamy se le formó un nudo en la garganta al oírlo pronunciar su verdadero nombre por primera vez, sin odio ni rencor, sino con pura adoración.
—Gracias a ti por confiar en mí —replicó, limpiándole las lágrimas con el pulgar.
Connor sonrió.
—Sabía que eras mi amuleto de la suerte.
Bellamy le devolvió la sonrisa y volvió a besarlo, con las ovaciones del público a sus espaldas y el festejo de sus compañeros resonando como un eco distante. Todo quedó en segundo plano para enfocarse en lo que tenía frente a él, en quien tenía frente a él. Esto era lo que le faltaba, lo que quería, y por fin era suyo.
—¡Hundred y Lynx, los ganadores de Danger Zone 1997!
Ay, no saben cuánto me gustó escribir este capítulo, sentí mucha satisfacción dándole un desenlace justo a mis niños 🤧
En fin, nos vemos en el epílogo... 👀
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