Trece



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Después de un día agotador, Daren regresó a Lozenets. Era ya muy noche, pasadas las ocho y media, y a esa hora la zona residencial lucía poco concurrida, con unos escasos cinco autos recorriendo las calzadas cada tanto. Estacionó en el parqueadero de su casa, pero antes de entrar se mostró dubitativo. Fue un turno muy largo y merecía varias horas de descanso, mas su mente estaba atormentada por la controvertida charla con Crowe sobre Azariel. Caminó letárgicamente hacia el parque a unas pocas calles de ahí.

Las estrellas titilaban en el cielo, las pocas que se veían por la iluminación de la ciudad. La luna llena estaba también en el firmamento. Daren sonrió con sorna. Hace varios siglos se creía que ese astro era regente de los hombres lobo. Parcialmente cierto. Ella tenía una magnética influencia sobre la convergencia de los licanos. Los jóvenes se transformaban cada noche como esa de forma involuntaria, y su raciocinio se nublaba; con el tiempo y un arduo entrenamiento lograban controlar a sus bestias interiores para dejarlas salir a conveniencia. Pasados los cien años, la transformación para un licano era un juego de niños.

Sus botas militares pisaron el pasto a su paso y un par de ramitas, cuyo crujido era el único sonido que podía percibir. A esa hora los jóvenes estarían en las discotecas o en alguna de las apartadas calles embriagándose. Él mismo lo hizo cuando joven, pero con los ochenta descubrió que tenía más responsabilidades sobre su espalda de las que era plenamente consciente.

Suspiró.

El viento frío de la noche le trajo un suave perfume que flotaba en el aire y que se dispersaba entre los árboles. Con la nariz aspiró el aroma en una profunda inhalación, tomó tanto como podía e inconscientemente se deleitó con ello. Azariel. Casi gimió su nombre al reconocerlo, pero en medio de su letargo, ese perfume tan característico vino impregnado de sangre, su sangre.

Debía estar cerca y herido. Sus piernas se movieron sin su consentimiento y lo llevaron por el camino de piedra hasta la rivera del pequeño río. Empezó a escuchar quejidos y suaves alaridos. Sus sentidos se pusieron alerta. Al recorrer un par de metros más allá, el aroma de Azariel y el de su sangre se volvieron más fuertes, penetrantes y por un momento su bestia interior deseo saborearlo. Agitando la cabeza apartó esos turbios pensamientos.

Caminó en silencio para no llamar la atención de la rareza, pero él ya sabía de su presencia; su aroma lo delató de la misma forma que a él el suyo.

—Márchate —dijo Azariel con la voz rasposa, pesada.

Daren se relamió los labios y rodeó el pino alto y grueso tras el cual se ocultaba Azariel. Se paró frente a él, pero la lamentable imagen que lo recibió lo dejó mudo.

Azariel tenía sangre fresca por todo el pecho, la cual salía por su torso lacerado; su rostro lucía algunas magulladuras en los pómulos, y una cortada sobre la ceja izquierda. Apoyado contra el roble, sus piernas lánguidas se estiraban frente a él; sus pies descalzos estaban igual de lastimados que el resto de su lamentable cuerpo, con cortadas en las plantas y líquido rojo escurriéndose entre sus dedos.

—Vete —volvió a decir, esta vez con mucha más dificultad.

—¿Qué demonios te sucedió? —bramó.

Azariel rodó los ojos enseñándole su quemeimportismo.

—Maldita sea, estás desangrándote.

Daren se arrodilló frente a él y examinó las heridas con la mirada. La ropa destrozada que llevaba sólo servía para cubrir unas pocas laceraciones, todas las demás estaban a la vista, bañadas en sangre. Intentó acercar su mano al torso del muchacho, pero al querer tocar su carne, Azariel le dio un manotazo.

—No me toques. Vete, estaré bien.

—¿Seguiremos jugando como dos niños o me permitirás revisar tu cuerpo?

Azariel frunció los labios, pero se dejó hacer.

Daren pasó sus dedos por su piel, acariciando de cerca las heridas y sintiendo en lo profundo el metal insertado en su carne. Presionó en ciertas partes que a Azariel le sacaron un hondo siseo. Entonces Daren lo hizo darse vuelta y en su espalda encontró la camisa hecha jirones, revelando las barras de acero que sobresalían. Debía dolerle, o tal vez estaba ya adormecido por la pérdida de sangre que el dolor se volvió irrelevante.

—Necesito sacar esto.

—No, dolerá..., mucho.

El licano lo ignoró y tomó entre sus dedos todo cuanto pudo de la barra, la empuñadura no llegaba ni a la mitad de su palma, lo que le dificultaría sacarla de un solo tirón. Lo intentó, pero el chillido de Azariel lo hizo detenerse.

—Pa-para, por favor —le suplicó.

—Si no saco ese metal de tu cuerpo, podrías morir.

—Déjalo. No tiene sentido.

Ignorándolo, Daren tiró una vez más, mas el fierro casi no logró salir. Azariel jadeó y apretó sus puños hasta que sus nudillos se volvieron blancos y cuando el dolor se volvió incontenible, sus manos se aferraron a los brazos del hombre lobo.

—Abrázame —le ordenó de forma casi brusca.

Azariel tembló y se preguntó si su estado letárgico le provocaba semejantes alucinaciones. Esas palabras le dejaron una gran interrogante rondándole la mente: «¿Lo dices en serio?». Pero antes de poder lanzar la pregunta, Daren lo abrazó. Azariel se congeló.

—Quédate quieto. Voy a quietarte esto.

Él pasó sus temblorosas manos alrededor de la cintura estrecha; su respiración se volvió lenta y pausada, al igual que los bombeos de su corazón. No sabía si ello se debía a su mala salud o al abrazo de Daren. Quería creer que era por la falta de sangre.

—Duele —murmuró la rareza con su rostro oculto contra el cuello del lycan.

Daren se lo imaginaba, aunque nunca estuvo en situación semejante, y entonces se le olvidó que a quien abrazaba era la criatura más peligrosa sobre la tierra; se le olvidó el repudio que sentía por él. Se veía tan frágil, tan perdido y solo, tan asustado y dolorido. Su diestra empuñó el fierro y de un jalón lo sacó.

Azariel gritó, pero aquel sonido lo acalló contra el hombro ajeno, mientras tanto, sus uñas se clavaron en la espalda de Daren y dejó una línea fina enrojecida. La barra de metal cayó y Azariel sintió que la vida se le iba en ello; sin embargo, aún faltaban tres o cuatro, no lo sabía con certeza.

—Daren, no, te lo suplico.

Pero Kostov lo ignoró y empezó a sacar la otra barra, una que estaba cerca de la cintura del muchacho. Le advirtió:

—Te dolerá. Y por esta vez te permitiré arañarme, la siguiente vez, te la cobraré.

Azariel consiguió sonreír a pesar de las lágrimas que silenciosamente salían de sus ojos. Apoyó su frente contra el hombro ajeno y tomó una respiración profunda, casi contuvo el aliento cuando el segundo metal abandonó su cuerpo; entonces, sintió la imperiosa necesidad de morderlo, y lo hizo. Sus dientes se clavaron sobre el hombro de Daren a medida que su dolor pasaba. Escuchó desde ahí al hombre gruñir.

—Nunca te permití morderme —gruñó, pero Azariel divisó un atisbo de sonrisa en esos labios.

—Te lo compensaré.

Aunque no sabía cómo lo haría.

—Tendrás que cumplirme un deseo —le dijo Daren—, y te perdonaré.

Entonces retiró el otro fierro. Azariel ni siquiera notó que Daren lo estuvo distrayendo, y esta vez el dolor fue menor y sólo tuvo que arañar la espalda del licano para aguantar.

—Mmgh, maldición. ¿Cuántos faltan?

—Creo que uno, si es que no hay otro muy profundo en tu cuerpo.

—... ¿Por qué estás ayudándome? —preguntó casualmente, recorriendo con las yemas de sus dedos los arañazos.

—... Porque alguien me dijo que eras especial y lo equivocado que estaba yo.

Sacó entonces la última y al soltarla, Daren vio su mano ensangrentada. El aroma a hierro era intenso y lo embriagó.

—Ya está.

Pero Azariel no le contestó. El cuerpo de la rareza se desvaneció y su peso cayó contra Daren.

—¿Azariel? ¡Azariel! —llamó, pero no tuvo respuesta—. Maldita sea.

Recostó a Azariel sobre el pasto salpicado y se quitó la chaqueta para cubrirlo con ella. No sería lo más prudente entrar a su casa, a plena vista de sus vecinos chismosos, con un muchacho desmayado y terriblemente herido. Tampoco podía dejar las barras de hierro ahí tiradas, mucho menos con la cantidad de sangre que tenían; así que las colocó encima del regazo ajeno y lo tomó en brazos.

—Me debes una muy grande —le gruñó.



****



La puerta de su casa se abrió y dio paso a los miembros de su escuadrón, seguidos por Crowe y Eira cuya palidez sobrepasaba su mera naturaleza. Daren los recibió en la sala y los guio hasta su recámara en el segundo piso.

—Azariel —gimoteó Eira al verlo.

Su cuerpo desnudo, cubierto por una sábana blanca con leves manchas de sangre, lucía magullado, con moretones por todas partes y una deshidratación latente.

—Lo encontré cerca del río —les dijo—, le saqué los fierros del cuerpo, pero se desmayó y no he podido hacer que reaccione.

—Es por el dolor y la falta de alimento —mencionó Crowe.

—Ese es el problema. ¿Cuál es su alimento?

Eira se mordió los labios con nerviosismo.

¿Qué sucedería cuando el rudo guardián se entere de que Azariel consume la sangre de las tres especies?

Pero el rostro serio de Crowe le dio la respuesta:

—Nos ocuparemos de eso. Por favor, salgan de la habitación.

—¿Crees que no puedo oler las bolsas de sangre que llevas en esa maleta? —refunfuñó Daren.

—Entonces respóndete a ti mismo.

De la maleta negra que llevaba sacó varias pintas de sangre de las diferentes especies. Dos de hombre lobo, dos de vampiro, una de humano. Daren torció el gesto y en su interior se formó una marea de emociones, algunas que se peleaban con su moral y su conciencia.

Crowe sacó una jeringa y varios tubos para conectarlos a sus brazos, gasas y alcohol. Él parecía demasiado preparado para algo como eso, incluso Eira, que estaba ya mezclando una de las bolsas de sangre con las otras. El silencio era trémulo, apenas sobrepuesto por el chocar de instrumentos y respiraciones agitadas.

—No es un híbrido común, ¿cierto? —lanzó Ciaran, preocupado.

—Eso debió intuirlo Daren hace tiempo. No, Azariel es todo menos un inmortal común.

El aroma de la sangre de vampiro les causó cierta repulsión a los licanos, aunque en el pasado, ello era el platillo principal a consumir, pero con las guerras y el cambio genético presente, ahora les parecía repulsiva. Sin embargo, había rumores de algunas comunidades muy alejadas de licanos que aún cazaban vampiros.

Con la aguja penetraron la piel del Jade Blanco y la sangre mezclada empezó a entrar en él.

—Si Azariel es la criatura más peligrosa, ¿cómo diablos terminó así? —quiso saber Daren.

—Porque hay alguien más peligroso que Azariel y su nombre es Viktoria Ivanov —le respondió Eira.

—Ella es la única que puede controlar a Azariel a su antojo.

—¿Por qué?, o mejor, ¿para qué? —replicó Daren.

Crowe calló, pero en su mutismo estaba la respuesta que Daren tanto buscaba. Lo sabía.

—Ella busca hacerse de Sofía, ¿no es cierto?

Eira asintió vagamente.

—No debes hacer preguntas, Daren, créeme; vivirás más si mantienes tu curiosidad a raya.

Aunque era una advertencia, Daren no le dio importancia, pues su insistente curiosidad no moriría simplemente por así desearlo. Estúpidamente, seguiría buscando respuestas y si ellos no se las daban, y si buscar los rastros que dejaron de sus pecados era en vano, solo le quedaba averiguarlo por boca de Azariel. Igual de difícil, pero implementaría los métodos necesarios para obtener la verdad.

—¿Lo castigan así muy a menudo? —le preguntó Leire a Eira.

—A veces, pero nunca lo vi tan herido. Viktoria debió estar furiosa.

Crowe carraspeó y era señal de que Eira debía cerrar la boca.

—Ella lo estará buscando, ¿no es cierto?

—Seguramente, pero no podemos dejar que lo encuentre hasta que haya sanado. Si lo halla y Azariel está débil, ella podría aprovecharse de su condición. Cuando despierte lo llevaremos a otro lugar.

—¿A dónde? —le preguntó Daren, imperiosamente curioso.

—No lo sé aún.

—Puede quedarse aquí.

Crowe largó una retumbante carcajada.

—¿Quieres tener al conejillo de indias cerca de ti? —preguntó con mofa—. Descuida, podemos llevarlo a algún hotel o a las afueras.

—Y sería muy sencillo para Viktoria encontrarlo. Aquí, mi olor puede cubrir su rastro de los híbridos que lo reconocen.

—¿Cómo sabes que los híbridos son los únicos que pueden olerlo?

—Porque lo conocí cuando tenía híbridos a mi alrededor y por él se alejaron.

—Crowe, te prometo que tu amigo estará bien aquí. Daren no le hará daño —habló Leire, acercándose al vampiro.

—Me cuesta creerlo, pero confiaré en tu palabra.

Ella sonrió.

—Intuyo que Viktoria intentará rastrearlo, no sé cómo, ya que no puede percibirlo, pero lo hará —empezó diciendo Daren—, y prometo protegerlo de quien quiera lastimarlo.

Eira confió en él porque en su mirada no había maldad, solo la curiosidad de un niño y la palabra de un soldado. Viéndolo con más detenimiento, ella se dio cuenta lo preocupado que estaba Daren, con los músculos tensionados y dando pequeños pasos por la habitación, mientras de vez en cuando se pasaba las manos por el cabello, siempre con sus ojos fijos en el cuerpo decaído de Azariel. Le importaba mucho.

—Tendría que recuperarse en al menos una semana y media hasta que el veneno en su cuerpo desaparezca, y deberá recibir más sangre —indicó Crowe—; si te es difícil obtenerla, llámame.

—Lo haré.

—¿Ustedes estarán bien?

—Sí, Ciaran. Viktoria seguramente intuirá que conocemos el paradero de Azariel, pero no se atreverá a hacernos daño.

Y Eira sabía que sus palabras no eran del todo ciertas. Sí, Viktoria no los dañaría mientras tuvieran cerca de Joseph, pero él estaba muy lejos de Sofía en esos momentos; si bien no se atrevería a castigarlos como hacía con Azariel, sí podía ser endemoniadamente insistente y empujarlos a la locura. Sucedió en el pasado. Y ella estaría enervada al saber que, por el escape, sus planes se verían retrasados y desquitaría su ira con el primer incauto.

Se marcharon poco después; Crowe y Eira prometieron ir a visitarlo de vez en cuando para llevarle algo de ropa. La casa se quedó sola, pero Daren se sintió agobiado. Al entrar de nuevo a la recámara y ver a Azariel blanco cual papel, su corazón dio un brinco. En otro tiempo, no muy lejano, a él le hubiese gustado dejarlo tan herido como lo tenía ahora; sin embargo, no comprendía porqué al verlo así no había regocijo dentro de él, sino un escozor que le incomodaba. Tal vez se debía a las palabras de Crowe.

Azariel es especial.

Pero esas tres palabras eran insuficientes. Entonces recordó aquellos viejos papeles que encontró en el antiguo aquelarre. Todos esos pensamientos y memorias, sus sentimientos y las inseguridades que los rondaban. Azariel no solo era especial por su ilegal genética, sino que era frágil en su interior, demasiado, aunque recubierto por esa capa de rareza y arrogancia, nadie lo creería. Sin embargo, ahí estaba esa criatura de cristal, en su cama, pendiendo de un débil hilo sobre el abismo.

Con frustración se pasó la mano por el rostro y exhaló un suspiro. Tomó asiento al lado de Azariel y con la mirada lo barrió. Las magulladuras eran casi invisibles y los cortes pequeños en sus mejillas se habían cerrado. Ya no lucía tan demacrado. Al bajar los ojos se halló con las huesudas clavículas del joven, tan prominentes, que lo llevaron a esos hombros con pecas. Al ver esa dispersa constelación café, sintió ganas de recorrerla con los dedos.

Un día me juré a mí mismo destruirte, ahora le he jurado a tus amigos protegerte —sonrió de medio lado—, y siempre cumplo mi palabra.

«Un híbrido aún más peligroso», pensó al apartarse, «y la sensación que me provocas es demasiado familiar. Malditamente familiar como hace muchos años».


—Miedo—

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