Capítulo 3.- Sirvientas que caen del cielo
"Nadie debería ser dueño de la libertad, no nació para ser vendida. Lo único bueno, es que de la ausencia de libertad nacieron los sueños, del exceso de reglas se originó la esperanza, y son ellos dos, solo ellos dos, mis más grandes compañeros.
Jamás extrañé tanto la libertad como cuando ya la había perdido".
Un ruido afuera de su pequeña habitación hizo que Stephanie dejara la pluma a un lado. Ya estaba amaneciendo y ella debía comenzar a trabajar. Suspiró al oír el primer canto del gallo. Se sentía triste y por primera vez no era debido a la lejanía con su madre, sino a esa carta y paquete a su lado.
No eran para ella, ninguna de las dos le pertenecía, pero por una noche quiso creer que así era.
En la tarde del día anterior habían llegado, un paquete de Steve Yorks. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para esconder la emoción que sintió su corazón, los tomó con ilusión y corrió a la habitación de Elizabeth, pero ella no estaba y como excusa de entregárselo en sus manos lo llevó con ella. La tentación fue muy grande, a sabiendas que Elizabeth siempre le ordenaba a ella leer las cartas, con delicadeza abrió el paquete, encontrándose con un hermoso collar en forma de corazón y una flor negra tallada encima. Era la joya más hermosa que hubiera visto. Movida por una fuerza alejada de la razón, abrió la carta y comenzó a leerla. Allí estaba la confesión.
"Este collar es para la dueña de mi corazón, la dueña de las hermosas letras que alegran mis días".
Era ella la emisaria de cada carta, aunque él no lo sabía. Presionó el collar contra su pecho y por solo esa noche quiso ser la dueña de ese collar, la dueña del corazón del duque, la joven de alta sociedad que podía aspirar a su amor.
Pero ya era de día y debía entregar el regalo a su verdadera dueña. Limpiando las lágrimas arregló el paquete, sellándolo de nuevo, comenzó a trenzar sus cabellos y le sonrió al pequeño espejo. Era otro día siendo sirvienta, y sabía que algún día se acostumbraría.
***
—¡¿El duque Yorks te regaló esto?! —Jane no salía de su asombro.
Claro que Lizzy no perdió tiempo en despertar a sus amigas y enseñarles la nueva adquisición. Amaba cuando un caballero le regalaba una joya, algo que se volvió regular desde que cumplió los catorce años.
—Parece ser una reliquia familiar —constató Catherine arrancándolo de las manos de Jane.
—Dijo exactamente que era para la dueña de su corazón —presumió Lizzy agitando la carta.
—¡Oh por Dios! Se te declaró Lizzy —Emily se lanzó sobre ella para abrazarla.
—Siempre supimos que serías la primera en comprometerte —comentó Catalina con gran alegría.
Stephanie sonreía aunque no era precisamente alegría lo que sentía. Se concentró en continuar desenredando el cabello de Elizabeth.
—Tampoco creeré que es una declaración formal. Recuerden damas que los hombres son capaces de decir lo que sea con tal de lograr sus cometidos.
Stephanie sabía que el duque no era así, pero calló.
—¿Pero si se te declara lo aceptarías, cierto? —cuestionó Emily.
—He de admitir que cuando supe del señor Prestwick, cualquier otro pretendiente se borró de mi mente, pero conociendo lo simpático que es el príncipe, sí, claro que aceptaría. Después de todo Steve tiene más sangre real que el mismo James Prestwick. Lo que siempre le ha hecho falta al duque Yorks siempre le ha hecho es ese pequeño toque de misterio, lo tuve demasiado rápido pensando en mí.
Todas rieron, Stephanie calló. Elizabeth era su mejor amiga, pero el duque merecía una mujer que lo amara, no que se conformara con él. En un mundo ideal ella habría sido esa mujer.
—Stephanie mejor deja que Anne me peine el cabello y ve alistando mi equipaje, recuerda guardar el vestido azul.
Stephanie asintió, casi había olvidado que ese día saldrían a la mansión de los Hurley. Pasarían unos días allí para el baile anual que la familia organizaba como celebración a su aniversario de bodas. Ella habría estado emocionada como en los años anteriores, pero ahora sabía que los Hurley también recibirían al señor Idiota, y ya había pasado demasiadas semanas escapando de sus miradas llenas de repulsión.
***
—Debes conocer bien a su familia Alberth —dijo James con hastío.
Ya habían pasado tres semanas de haber vuelto a Newcastel, y en las tres semanas Alberth confirmaba día a día su devoto amor por Catalina. James podía decir que la dama le agradaba, aun así sentía el deber de ser la voz de la conciencia de su amigo, y advertirle que todo no podía ser tan fácil.
—Y lo haré. En unas semanas lo haré. Catalina es perfecta, ella... es la mujer con la que siempre he soñado, es mejor de lo que algún día pude soñar.
Alberth hablaba con tanta emoción que él no tuvo más remedio que ser condescendiente.
—¿Puedes aunque sea alegrarte por mí? —preguntó Alberth con ese toque de alegría que lo caracterizaba.
—Lo estoy. De corazón espero que tu historia termine bien.
—¡Corazón! ¿Usted príncipe tiene uno?
Alberth reía y James solo intentó mantener su expresión fría y calculadora. Alberth tenía una rama con la cual no dudó en comenzar a puyar a James en el abdomen. Él le ordenó que mantuviera la compostura, que no era propio de caballeros, pero eso a Alberth no le importaba. Finalmente terminaron con James intentando quitarle la rama y él escapando, ambos estaban riendo, hasta que James levantó la mirada para toparse con la sirvienta caminando hacia el carruaje tras ellos. Detuvo el juego de inmediato y le hizo señas a Alberth para que parara.
Alberth no entendió el cambio de humor hasta que divisó a Stephanie cargando unas cajas.
—¡Oh! ¡Buenos días Cupido! ¿Te ayudo? —preguntó Alberth acercándose ya para quitarle la caja.
James no podía creer el libertinaje de su amigo. Además que le enervaba ese nombre que le daban a la sirvienta.
Stephanie se odió por no haber notado que aquellos caballeros estaban cerca del carruaje esperando a las señoritas. Las cajas con vestidos que llevaba le impidieron verlos, y allí estaba de nuevo cerca del príncipe Idiota, que como siempre pareciera que se iría en vómito de solo verla.
—No señor, es mi trabajo —insistió Stephanie sujetando bien las cajas hacia ella.
—Pero yo puedo ayudarte, es mucho peso —argumentó Alberth intentando jalar de nuevo.
—Es muy amable, pero no. Además ya llegué, solo déjeme subirlas.
—Eso puedo hacerlo yo...
—¡Alberth, déjala! —gritó James logrando que tanto Stephanie como Alberth brincaran.
Alberth de la conmoción dejó de insistir y se quedó a un lado viendo como Stephanie ordenaba las cajas y haciendo una pequeña reverencia salía casi corriendo al interior de la casona.
—¿Me gritaste? —preguntó Alberth al rato—. No caí en cuenta, pero me gritaste y muy feo.
—¿Qué es lo que te pasa? Saludas a esa sirvienta con tanta familiaridad, te ofreces a hacer el trabajo de un sirviente, date tu lugar Alberth.
—No empieces de nuevo —rogó su amigo—. Hay una sola razón para que odies tanto a Cupido.
—Y sigues con ese nombre tonto —bufó.
—Creo que ella te recuerda a...
—No te atrevas a decirlo —advirtió James interrumpiendo las palabras de Alberth.
—Entonces es cierto —concluyó.
—No. Hay posiciones sociales que no deben quebrantarse, eso es todo.
Alberth prefirió no seguir con el tema ya que no llegaría a ningún lado. Pronto Catalina, junto con el resto de las damas, hizo acto de presencia, listas para comenzar el pequeño viaje.
***
¿Había un límite para la idiotez del príncipe Idiota? Stephanie estaba segura que no. Era claro que ella no los acompañaría en el mismo carruaje, pero sí que fue la guindilla del pastel que James Prestwick hasta se hubiera bajado del carruaje creyendo que lo compartiría con una sirvienta.
Elizabeth tuvo que callar debido a la presencia de su padre. Intentó ser educada y no mostrar su disgusto con el príncipe, aunque por dentro se muriera por decirle unas cuántas cosas.
Stephanie decidió no pensar más en el hecho, desde la carreta que le tocó como transporte tenía una mejor vista del paisaje y podía permitirse soñar un poco. Sueños que la incluían junto con Steve. Pensó que definitivamente estaba leyendo demasiados libros románticos.
***
En parte era bueno para Stephanie que gracias al señor Idiota ella tuviera que quedarse en casa. Estando en una mansión que no le pertenecía a Elizabeth, ella podía hacer menos cosas, su labor era cuidar de Lizzy, atenderla, pero en vista de que ella estaba de paseo pudo aprovechar todo ese tiempo escribiendo un poco más.
El conde Yorks precisaba una respuesta luego de aquel regalo, así que puso todo de sí para escribir una linda carta, no muy comprometedora para Lizzy, pero sí llena de palabras lindas que transmitían un poco de sus sentimientos secretos.
"... A veces somos como las pinturas que tanto gustan hacer de nosotros. Nuestro retrato parece pensar, pero no puede hablar; parece sentir, pero no puede moverse, y aun así sabes lo que siente, en sus ojos, allí, sin moverse, pestañear, sin nada más que el brillo o la ausencia de él, diciéndonos lo que los labios ni las manos pueden; ellos las ventanas a nuestros corazones. Así que cuando me veas no mires nada más que mis ojos, allí siempre estará la verdad, lo que soy y siento..."
Era una forma sutil de abrirle los ojos a Steven, no estaba diciéndole directamente que Elizabeth no lo quería, pero deseaba que se diera cuenta, no para ella tener alguna posibilidad, eso era un imposible, solo para que pudiera encontrar su verdadera felicidad, si alguien en el mundo merecía encontrar el amor verdadero ese era Steven Yorks.
Dejó de escribir y disimuladamente escondió la hoja cuando Elizabeth llegó a la habitación tumbando todo a su paso.
—¿Qué sucede? —preguntó con cautela.
—¡Lo odio! ¡Lo odio! ¡Lo odio! —gritó con toda su fuerza sin importarle estar en una casa ajena.
—No creo que quieras que tú padre escuche tus gritos, tranquilízate. —Stephanie la tomó de las manos e insistió en que se sentara en la cama—. ¿A quién odias?
—A quién más. Al príncipe ese. Es que... ¡Agh! —Presionó la almohada fuerte contra el rostro para ahogar un grito.
Stephanie esperó que terminara su ataque para poder enterarse de los hechos.
—Estábamos jugando en el patio. Los caballeros correrían para saber quién era el más rápido, y las mujeres comenzamos a hacer apuestas para ver quién ganaba. Yo aposté por él.
—¡¿Por qué hiciste eso?!
—Porque soy tonta —respondió con vergüenza—. Y no sabes cómo me arrepiento. Emily le dijo: "Señor Prestwick debe ganar o hará perder a la señorita Kenfrey". Lo que le siguió fue que me miró con rabia, tomó el saco que sostenía uno de los sirvientes y dijo que lo sentía pero se retiraba. Pero eso no fue todo. Yo no pude soportar tanto descaro y me adentré en el bosque, me senté debajo de un árbol en medio de la vegetación, solo quería desaparecer. De pronto llegó él junto con Emily, estaban al otro lado del árbol yo casi que ni respiraba para que no me descubrieran, él reía mucho hablando con Emily y de pronto ella le preguntó por qué se retiró de la competencia. Respondió que le parecía ofensivo que una dama de tan poca inteligencia apostara por él, y que tampoco aumentaría mi ego ganando.
Stephanie tenía muchos insultos para aquel hombre, de verdad no había límites para el príncipe. Pero también tenía unas ganas tremendas de regañar a Lizzy por estar todavía queriendo ganarse la simpatía de ese ser.
—Entonces piensa que no eres muy inteligente —concluyó.
—¡Ni inteligente ni nada! Lo odio. ¿Cómo se atreve a despreciarme? Pero yo al igual que él no tendré ninguna moderación a la hora de demostrarle mi desprecio.
—Yo creo que mejor deberías actuar como si no te importa. Si le das mucha importancia le darías a entender que su opinión es relevante para ti.
—Stephanie por eso eres mi mejor amiga. Justo eso voy a hacer. James Prestwick es nadie en mi vida, no me importa.
Más animada Lizzy decidió darse un baño para arreglarse para la cena. No dejaría que ningún caballero la menospreciara.
***
Aunque la cena fue entretenida, y las amigas disfrutaron de reír y tocar el piano junto con el resto de los invitados en la mansión Huxley, Elizabeth decidió que era hora de tener una pequeña fiesta nocturna. Querían hablar hasta dormirse de los nuevos acontecimientos en el cortejo de Alberth hacia Catalina, entre otras cosas. Pronto se acabarían esas pequeñas vacaciones y tendrían que volver a sus hogares a retomar sus estudios privados, así que querían al menos pasar la noche antes del baile cotilleando un poco.
Las amigas quisieron ir un poco más allá. Querían tomar un poco de buen vino para calentar sus cuerpos. Como a Lizzy le parecía de mala educación pedirles a los sirvientes de los Huxley que las proveyeran de vino y comida decidió enviar a Stephanie a buscar todo en la cocina. Stephanie no estuvo de acuerdo pero le dijeron que era fácil, todos estaban durmiendo, además era una orden, y Stephanie se sintió más sirvienta que nunca.
***
No fue difícil entrar a la cocina y tomar lo que necesitaba. Llevaba todo en un saco que guindaba en su espalda, no era mucho, solo una botella de vino, algo de queso, pan, pasteles, y unas copas. La mansión estaba sumida en la oscuridad por lo que caminaba con sigilo esperando no tropezar, incluso estaba descalza para no hacer mucho ruido.
Le tocó a travesar el gran salón y se veía lúgubre en la oscuridad, con todas esas estatuas y pinturas creando sombras terroríficas, pero intentó no pensar en eso. Pegada a la pared para no caerse siguió su camino, con cada paso se acercaba más a una figura negra que sobresalía de la pared, era alta, del tamaño de una persona. Al pasar por allí solo la rodearía y listo.
Sin levantar la vista del lustroso suelo de mármol sintió a la figura al lado de ella y de pronto algo la tomó del brazo. El susto fue tanto que casi gritó y el saco con la comida se resbaló de sus manos.
"¡La estatua me agarró!" —pensó con horror.
—La sirvienta es ladrona aparte de todo.
Tembló al distinguir esa voz, era mejor que una estatua poseída fuera la que estuviera sosteniéndola en ese momento.
—Alteza no logré distinguirlo por la oscuridad —explicó con voz baja—. Aunque no soy ladrona.
—Si no lo eres explícame, ¿por qué traes todo eso a escondidas de la cocina? ¿Te aprovechas de tu posición de sirvienta para estar glotoneando? Ya veo por qué estás como estás.
Stephanie se perdió la mirada de desprecio del príncipe, primero porque en la oscuridad apenas distinguía su figura, segundo porque estaba absorta viendo el reguero de comida que había bajo ella y tercero aquella frase: estás como estás; de verdad le había causado gracia, no pudiendo esconder una pequeña sonrisa.
"Entonces piensa que estás gorda. Mi cintura no se ve mínima porque no uso corset como las damas, pero... que piense lo que quiera pensar".
—Alteza le aseguro que no estoy glotoneando. Estoy como estoy porque así nací. Si eso le causa algún disgusto no ha sido mi intención, discúlpeme.
—¿Te burlas de lo que digo? —preguntó en un tono ofendido que ahora sí causó temor en Stephanie.
—Jamás me burlaría de usted, Alteza. Disculpe si mis palabras se mal entendieron, solo fui sincera con mi respuesta —susurró.
—Más te vale. Sabes que ahora mismo puedo llevarte con el mayordomo acusándote de ladrona, no esperarían a que amanezca para llevarte a prisión.
Estaba tan cerca de ella, penetrándola con aquella mirada azulada que aún en la oscuridad resplandecía. Él se veía tan seguro y ella tan temerosa, podía asegurar que él escuchaba los irregulares y acelerados latidos de su corazón. Si la acusaba de ladrona toda su vida estaría acabada, con suerte la dejarían ir echándola de la familia Kenfrey. No tendría dinero ni para ella ni para su madre. No podía dejar que eso pasara. El miedo se transformó en angustia, y la angustia en lágrimas que querían salir.
—¡No! ¡Alteza se lo suplico! —rogó con gran aflicción. Ya no había nada de divertido en toda esa situación—. Le juro que no estaba robando.
—No creeré en los juramentos de alguien tan inferior como tú. Si no estabas robando, ¿para quién es tanta comida?
—No puedo decirlo. Aunque mi palabra ni mi vida tengan valor, apelo a su misericordia. No estaba robando, al menos no para mí. Jamás volveré a hacer algo así, se lo aseguro.
Stephanie no se atrevía a mirarlo, estaba con la cabeza gacha rogándole a Dios que la ayudara a salir de esa situación. Él estaba tan cerca y a la defensiva, que parecía un monstruo acechando a una doncella.
—Si me dices para quién es te dejaré ir.
No era la primera vez que el príncipe quería quebrantar la lealtad que tenía para con sus amigas y patronas, pero aunque ello conllevara tener que renunciar a su vida ella no lo haría.
—Es para mí. ¿Algún problema?
La voz de Elizabeth iluminó el rostro de Stephanie. Su amiga había llegado, sin duda alguna Dios la estaba ayudando.
Elizabeth se había preocupada por la tardanza de Stephanie, así que fue a buscarla, encontrándose a mitad de salón con la escena de su amiga siendo acorralada por el detestable príncipe.
—Le pregunte que si había algún problema —insistió Lizzy en un tono más fuerte.
James la observó y con tedio se alejó de ambas damas.
—No, tan solo vi a la sirvienta robando comida de la cocina y...
—¡Y nada! —gritó Elizabeth interrumpiéndolo—. Ella no se llama sirvienta, se llama Stephanie, es mi doncella y exijo respeto para ella. Y sí, estaba robando pero por órdenes mías. La única ladrona soy yo, vaya y acúseme con los señores de la casa —retó.
—Es una sirvienta —reafirmó—, no le debo respeto. A usted señorita Kenfrey no pienso acusarla, no sería de caballeros. Sin embargo, reflexione en que no es propio de una dama estar robando, no es cristiano.
—No seré una dama, ni cristiana, pero prefiero ser así a alguien que ni siquiera merece ser llamado ser humano —contrapuso—. Porque alguien que se cree más que Dios no vale la pena. Que pase buena noche alteza. —Con burla hizo una reverencia.
James presionó los puños y sin decir nada se dio la vuelta en dirección contraria. Stephanie no salía del susto así que le costó recordar que debía recoger los alimentos, el vino y devolverse a la habitación.
***
Todas parecían hermosas princesas. Stephanie las observó con admiración, recordó aquellos años en los que ella se pudo permitir usar vestidos tan ostentosos, aquella época en la que también podía soñar con ser una princesa.
Estuvo durante todo el día ayudando con los preparativos del baile, y ahora veía como sus amigas salían a disfrutar de la noche. Ella decidió ver el baile desde su lugar privilegiado, un árbol en la parte trasera de la mansión que daba a los grandes ventanales del salón de baile, desde allí podía ver todo a la perfección.
Esa noche el cielo estaba tan majestuoso como los adornos dentro del salón. Las millones de estrellas brillaban con intensidad, y desde lo alto de aquel árbol Stephanie se quedó observándolas por un momento. Vio la luna y sonrió. Amaba pensar que su madre desde Londres estaría observando la luna igual que ella, era un forma de sentirla cerca.
Fijó la mirada en el salón, la banda al fondo tocaba con gran belleza. El baile en cuartilla se veía mágico. Distinguió a Elizabeth entre aquellos que bailaban, ella como siempre resaltaba por su belleza.
Un nuevo baile comenzó, Stephanie amaba esa melodía, se permitió imaginar que estaba allí bailando.
***
Alberth no paró de insistirle a James que bailara, al final consiguió que bailara una pieza con Emily, pero los murmullos de que el príncipe de Inglaterra estaba cortejando a la señorita Tremblay no se hicieron esperar, así que prefirió alejarse.
Eran demasiadas personas en ese baile, muchos queriendo hablar con él. Dio saludos vagos, respuestas mordaces, así que Alberth le indicó que mejor saliera a tomar un poco de aire y eso hizo.
El jardín también estaba lleno de personas, sirvientes, ruido, aquello lo molestó, continuó rodeando la casa hasta dar a un lugar dónde veía perfectamente lo que ocurría en el salón y estaba solo. Suspirando aliviado encendió un tabaco y se recostó del árbol para solo disfrutar de la bella melodía. Su tranquilidad duró unos minutos hasta que un estruendoso ruido lo puso alerta. Algo había caído frente a él.
***
Tendría que recordarse de nuevo que soñar despierta no era bueno. Por enfrascarse en su pensamiento perdió el equilibrio y allí estaba totalmente adolorida, asimilando que se cayó desde muy alto. Rio de su torpeza, en realidad le causo gracia, y así diciéndose que era muy torpe comenzó a levantarse hasta que notó una figura cerca de ella, lo que hizo que se incorporara de un salto.
—Disculpe señor, no fue mi intención molestarlo —dijo verificando el estado de su cuerpo.
—¿Estás bien? —susurró, pero luego reaccionó a su pregunta—. Digo —carraspeó—, tan bajo hemos caído que ahora llueven sirvientas.
Aquella voz, de nuevo aquella voz. Stephanie no notó que era él, pero ahora ya lo sabía.
"Que mala suerte, otra vez este".
—Disculpe Alteza, estaba en el árbol y me caí —explicó con simpleza, evitando mirarlo, queriendo solo irse corriendo de allí—. Que pase buena noche.
No lo dejó decir más solo comenzó a caminar adentrándose más en la oscuridad, alejándose del salón.
Caminó hasta llegar a una glorieta que pertenecía a la mansión Huxley, aún podía oír la música del salón. Durante el camino estuvo risueña y es que le daba un poco de gracia el excesivo desprecio del príncipe hacia ella, hasta lo compadecía por despreciarla tanto y a su vez tener que toparse tan seguido con ella.
Tomó asiento en la glorieta y se permitió soñar un poco más. Elizabeth tenía razón Steve tenía más sangre real que aquel príncipe. Al menos Stephanie sabía que solo por James Prestwick agradecía ser una sirvienta y no tener que dialogar con él.
Escuchó que comenzaron a tocar su vals favorito y eso la emocionó mucho.
—No tendré un príncipe en la vida real, pero al menos lo tengo en mi imaginación —dijo en voz alta, después de todo estaba sola y nadie la estaba escuchando.
En un parpadeo ya no se encontraba sentada en el banco de aquella glorieta, sino en la elegante silla de un hermoso salón. Tenía un hermoso vestido color crema y un peinado muy elegante. Divisó al caballero de cabellos oscuros y sonrisa amable acercarse hacia ella.
—Sería un honor para mí si aceptara acompañarme en la siguiente pieza —exclamó imitando la voz de un caballero.
—Sería un completo placer —aceptó con su voz normal y una gran sonrisa, tomando la mano imaginaria frente a ella.
Se levantó mirándolo fijamente a los ojos y con una sonrisa tonta caminaron hacia la pista de baile. Comenzó a bailar al ritmo de aquel vals de fondo, mirando a su príncipe y creyéndose la doncella más afortunada y feliz del reino. Se sujetó a una columna para poder inclinarse hacia atrás sin dejar de observar los ojos de su príncipe imaginario.
—¡Bravo!
"¡No otra vez!"
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