Capítulo 24.- Cortejo

         —Entonces, me usa como pretexto para librarse de una no muy grata compañía, ¿me equivoco? —indagó Lizzy.

Que James Prestwick estuviera sentado frente a ella en aquel restaurante era inaudito. Ese día jamás habría pensado que algo así pasaría cuando decidió dar un paseo acompañada de su chaperona. No era temporada en Londres, las grandes familias habían partido, así que la ciudad era un lugar aburrido en esos momentos, no esperó encontrar compañía más que la naturaleza, ver algo diferente a las paredes de su hogar, pero ahora estaba allí, tomando el té acompañada del futuro Rey. Debía ser parte del destino, pensó.

—No es propio de un caballero admitir algo así, pero me temo que está en lo cierto, señorita Kenfrey. Pido que me disculpe.

—No hay de qué, de todas formas por la razón que sea es bueno contar con su compañía, así esta se deba a la obligación.

—¿Le gusta mi compañía? —preguntó casi atorándose con el té.

—Es mejor estar acompañada que sola tomando el té, así la compañía sea apenas tolerable.

James sonrió y ella lo secundó.

—No pierde su marca, señorita Kenfrey.

—Jamás —afirmó orgullosa—. Una de mis marcas características es siempre dar de qué hablar y miré... Todos los ojos están sobre nosotros.

James levantó la mirada con disimulo y recorrió el lugar, en efecto, Elizabeth estaba en lo correcto, todos los observaban con muy poco disimulo.

—¿Qué estarán pensando? —cuestionó divertida.

—Creo que en la palabra que empieza por B —respondió él retomando su tono serio—. Mejor no le quito más su tiempo —dijo tomando la servilleta y limpiando sus labios con ella—, así no se levantan falsos rumores.

Dejó la servilleta a un lado y se puso de pie, estaba por tomar su sombrero pero Elizabeth se apresuró a tomarlo de la mano. James miró su mano con extrañeza, la propia Elizabeth se ruborizó al darse cuenta de lo que había hecho.

—No le doy importancia a los rumores —comentó retirando su mano—. De verdad es una gran molestia tomar el té sola. Ya que lo ayudé con su desagradable amigo, creo que merezco al menos que me acompañe por un rato, ¿no cree?

James disimulando volvió a sentarse, incluso pidió otra taza de té y algunas galletas. Elizabeth sonrió con disimulo ante su pequeño logro.

—Señorita Kenfrey, habría apostado a que prefería la soledad a mi compañía.

—Yo habría apostado a que preferiría aguantar al caballero desagradable en vez de estar aquí conmigo, pero henos aquí. De todas formas usted fue el primero en mostrar desagrado hacia mí.

—Ya se lo comenté, discutir con usted resulta entretenido.

—Pero discutir en demasía es agotador. Disfrutemos de la primera conversación afable.

Por un momento reinó el silencio hasta que James decidió comportarse como un caballero e iniciar la conversación.

—Es extraño que se encuentre en Londres.

—No tengo con quién viajar. Todas las amistades se han ido, algunos hasta a otros continentes, o están en su luna de miel. No quería lidiar con la familia y la constante pregunta de por qué no me he casado. Aunque aquí todo está bastante aburrido, lo prefiero. Claro usted no debe sentir aburrimiento.

—En efecto, no lo siento, pero a causa del extremo trabajo que tengo, tampoco es agradable.

—¿Qué tan difícil es ser parte de la realeza?

—Mucho. Nadie sensato querría una vida así.

—A mí no me molestaría una vida así.

—Aunque le sea difícil creerlo, son muchas las mujeres que se lo pensarían dos veces antes de aceptar perder su libertad por una corona.

—Yo no lo pensaría ni una —comentó en tono pícaro, llevándose una galleta a la boca.

***

Stephanie no durmió en toda la noche, la poca parte de la conversación que James le contó, se repetía y repetía en su cabeza. Estaba más que claro que Lizzy iba tras la corona, las campanas de boda ya debían sonar en su cabeza.

Ella pasó todo el día trabajando, perdiéndose entre los números de esos libros que a veces no concordaban, pero irremediablemente en cualquier momento volvía a pensar en que esa noche James compartiría con la familia de Elizabeth, tendrían una cena formal. Todo aquello sonaba a cortejo, y es que en efecto, eso era.

"Tienes que alegrarte por tu amiga, no puedes ser mala. Ellos se merecen el uno al otro, son presumidos, lindos, fríos, y en alguna parte de su corazón, bondadosos. Ellos nacieron para conocerse, encontrarse y terminar juntos. Aunque duela esa es la verdad".

Llegó la tan temida noche y ella por curiosidad decidió volver a sus labores de sirvienta.

James lucía como un sueño cuando apareció ante ella completamente arreglado para la cena.

—Solo en una oportunidad conversé con el Duque Kenfrey, fue algo muy superficial —comentó James arreglando el reloj en su bolsillo.

—El Duque es muy serio. Siempre me inspiró temor, pero sabrá bien tratar con alguien como usted.

—¿Te trató mal alguna vez?

—No. Lo vi muy pocas veces, pero tiene una mirada fría, soberbia y prejuiciosa. Disculpe que esté hablando así de su futura familia —comentó apenada, dándose cuenta de su indiscreción.

—No es como que lo vaya a llamar papá, o algo así —sonrió—. Mi trato con ellos será el estrictamente necesario. Por otro lado, ¿es tan necesario que le lleve un regalo a la señorita Kenfrey?

—Digamos que sí. ¿Acaso no le regalaba nada a la señorita Antonieta? —Se mordió los labios en el momento que terminó la pregunta. No entendía cómo pudo tocar ese tema tan delicado.

—Sí, lo hice, pero era un niño —contestó con normalidad—. Es decir, eso de llevarle chocolates a ella, flores a su mamá y algo al Duque, me parece excesivo, no voy a pedirle matrimonio hoy.

—Diría que es para que sepan que es alguien atento, pero honestamente, amo, puede actuar como quiera, con saber que es un príncipe ya tiene su cariño ganado.

—¿Hasta el de la señorita Kenfrey?

—Ella no se casaría con usted si no lo amara.

Stephanie no creía en sus palabras, pero era lo que su amo necesitaba escuchar.

—¿Amarme? —Dejó su posición cerca de la ventana para tomar asiento en uno de los sillones—. Ella no me ama, al menos por ahorita, no tiene razones para hacerlo.

—¿Y usted? ¿Usted sí tiene razones para amarla?

—Hay sentimientos que no se pueden explicar —suspiró.

—Ella también puede tenerlos. De todas formas usted siempre fue su príncipe azul, incluso antes de conocerlo ella sabía que quería ser su esposa.

—Si fue antes de conocerme solo se debe a mi título, a mi sangre real —mencionó molesto.

—¿Y usted por qué la ama? ¿Acaso no es por su belleza? Un título, la belleza, ambos son superficiales. Su afecto no es peor ni mejor —concluyó.

—Y así es como las esclavas terminan en el paredón —comentó James.

—Pero yo soy su amiga —contestó fingiendo inocencia.

—Cierto, cierto. Creo que ya es hora de irme.

—Que tenga una linda velada, amo —dijo mientras James se levantó y se acercó a la puerta.

—No me esperes despierta, esclava.

—¡Amiga! —gritó antes de que James cerrara la puerta.

Era extraño poder hablar con James con cierta confianza y familiaridad. Extraño, pero agradable; en realidad ni con Elizabeth se tomó tanta libertad.

"Ay, Príncipe, mejor habría sido que continuaras siendo un idiota. Ahora será demasiado difícil olvidarte".

***

El clima estaba frío, como era usual en Londres, sin embargo, Elizabeth había decidido no usar capa alguna, ese vestido lucía sus delgados hombros así que no pensaba cubrirlo con nada, el frío no interrumpiría sus planes. Ahora caminaba con James en el jardín, feliz de que la cena culminó, y sus padres le permitieron caminar sin chaperona alguna.

El jardín de los Kenfrey era amplio, jamás como el de un palacio, pero grande para una casa normal. James pudo admirar que pese a la oscuridad la belleza del lugar podía apreciarse.

—Espero disculpe a mi madre. Lo único que le falta es ponerme un cartel que diga: se vende, hagan sus ofertas.

Elizabeth estuvo incómoda durante toda la velada, como olvidar la forma en la que su madre la estaba vendiendo.

—Le faltó decir que puedo volar —continuó.

—Eso sí que es interesante —comentó James jugando—. Aunque saber que eres muy, muy fértil y que los bebés saldrán casi que gateando, también fue muy informativo e importante.

—Qué vergüenza —exclamó sonrojada.

—¿Cómo es que aún no está casada, señorita Kenfrey? Tomando en consideración la insistencia de su madre por arreglarte un matrimonio.

—No lo sé, tal vez pensó que lo conseguiría por mis propios medios, y ya ve, se equivocó. Creo que se ve raro que no me case aún por el hecho de que mis amigas se casaron a muy temprana edad, pero estoy en plena flor de mi vida, no hay nada que temer. Somos jóvenes, su majestad.

Elizabeth adelantó el paso, sonriendo y jugueteando con la falda de su vestido azul. James se quedó mirando el camino que tomaba. Ella de verdad era hermosa, él podía apreciarlo.

—¡Sígame! Hay un lugar acá que de seguro le gustará.

Al doblar la esquina una hermosa glorieta se irguió ante ellos. Estaba allí en medio de la vegetación, entre dos hermosos árboles, una glorieta de cristal, con un hermoso piano blanco dentro de ella.

—¿Acaso, no es hermoso? —preguntó orgullosa de su lugar favorito.

—Lo es —susurró maravillado por lo que veía. No era un niño para creer en la magia, pero ese pequeño lugar era tan hermoso que parecía mágico. La luz de la luna era el toque que hacía de ese momento uno tan especial, como si hubiera retrocedido diez años atrás, y solo fuera un niño queriendo tocar en medio de la nada.

—Muchas niñas piden casas de muñecas, yo pedí esto. Es mi lugar favorito.

Elizabeth corrió hacia él y tomándolo de la mano lo dirigió hasta la delicada puerta de cristal.

—¿Cómo se le ocurrió un lugar así?

—Tengo que ser honesta, no fue diseñado por mí. Mi antigua dama de compañía amaba escribir historias —comentó con nostalgia—, un día escribió un cuento hermoso, aún lo guardo. En él describió un lugar como este. Añoraba que ese cuento se hiciera realidad conmigo de protagonista, pero para ello necesitaba mi glorieta de la música, así que ella lo dibujó para mí y yo lo hice realidad.

James reflexivo se adentró en el lugar, deslizó sus dedos por el piano, palpando el lugar, como quién quiere confirmar que no se encuentra dentro de un sueño.

—Estoy segura de que debe tocar el piano. ¿Tocamos un dueto? —sugirió Elizabeth. Jamás admitiría que estuvo casi todo el día practicando la canción que quería tocar.

Él asintió, le dio paso a Elizabeth para que fuera la primera en tomar asiento. Tal vez era por el lugar, el jardín rodeándolos y las estrellas sobre ellos, que no se sintió incómodo con la cercanía. Elizabeth sugirió la melodía y él la siguió. Al principio les fue difícil acoplarse, rieron, discutieron, en más de una vez se empujaron las manos, o se dieron leves codazos, pero finalmente pudieron tocar la melodía.

Cuando parecía que ya tocaban como uno solo se miraron el uno al otro y comenzaron a carcajearse.

—Extremadamente romántico —gritaron al unísono, estallando en una nueva carcajada.

La diversión acabó cuando una rama delató a Georgina Kenfrey, quien los estuvo espiando.

James tomó eso como su señal de que era hora de irse.

Luego de las formales despedidas, James por fin estaba a punto de subir al carruaje, pero Elizabeth en uno de sus acostumbrados impulsos llegó hasta él, tomándole la mano de nuevo. Fue muy insistente en que fuera al juego de polo del día siguiente. Él le prometió que allí estaría. Antes de irse besó la mano de Elizabeth, considerando que los padres de ella no se molestarían.

Elizabeth no quiso escuchar los consejos de su madre, corrió a su habitación y allí se encerró pese a las protestas que se formaron afuera. Estaba feliz, tanto que se subió a la cama y comenzó a brincar. Tenía ganas de contarle todo a alguien, pero ya no tenía ninguna amiga de confianza, cerca. Reviró hacia el lugar donde Stephanie casi siempre estaba o cociendo algo, o leyendo, o peinando sus pelucas; y sintió nostalgia.

Prefirió dejar de pensar y mejor escoger lo que usaría en el partido de Polo, pero en medio de la ropa vio algo que llamó su atención, un recuerdo que llegó sin haberlo pedido. Asustada de sus pensamientos, decidió dejar la ropa para después y elegir mejor la joyería, pero allí de la caja de sus cosas valiosas una carta se cayó, la levantó con presura.

"¿Será posible que mañana esté allí?" —se preguntó con emoción.

"No, no, no Elizabeth. Eso no puede importarte. Tu príncipe azul está aquí, por fin lo tienes a tus pies. Todo lo que siempre soñaste se hará realidad. No tienes que pensar en nadie más".

Arrugó la carta y se dispuso a botarla, pero sus manos se negaron a abrirse y desechar las hojas. Lo intentó unas dos veces más, incluso se acercó al fuego, pero por inercia retiraba la mano de inmediato antes de que las hojas se quemaran. Finalmente la guardó de nuevo en el lugar donde estaban sus mayores tesoros. ¿Por qué esa carta junto con otras se encontraban allí? ¿Qué significado tenían para ella?

"No es nada Lizzy, solo son cartas sin ningún sentido ni valor. Es solo que le tienes lástima al emisor. Eso es... lástima, eres tan buena que por lástima no las has desechado".

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