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Subimos por una de las escaleras plateadas que desembocan en otra sala llena de sofás de tela gris y blanco roto. Hay una puerta enorme blanca con decoraciones plateadas y que en los pomos están tallados dos pájaros. Los pingüinos las abren y dan a ver una habitación muy grande blanca-grisácea con mesas que tienen jarrones de plata con todo tipo de manjares dentro. Detrás del todo hay unas escaleras no muy altas que dan a otra pequeña sala sin puerta en la que únicamente hay un majestuoso trono de oro blanco con cojines de un blanco puro. En él reposa un pavo real blanco de aproximadamente poco más de mi altura, es precioso, me limito a admirarlo.

-Hola, te estaba esperando. -Dice con una voz dulce.
-¿A mi...?-Le pregunto yo con cierta desconfianza
-Sí, a ti. Soy Yira, la reina de todo lo que hay a partir del agujero por donde has pasado. Dime, ¿como te llamas?
-Ágata, me llamo Ágata.
-Siéntate si quieres -Dice amablemente señalando a un sillón bastante grande que había allí al lado-. Dentro de poco es la hora de comer, seguro que estás hambrienta.
«¡Es verdad, la hora de comer, se me había olvidado por completo», pienso.
-Lo siento, me están esperando en casa, me voy.
-No pasa nada- me contesta con una sonrisa un tanto enigmática-, si cambias de opinión no dudes en volver. Te guardaremos una silla.
-Gracias-. Le contesto mientras voy corriendo hacia la puerta principal para volver a casa.
Una vez paso la puerta me encuentro otra vez debajo del árbol, intento recordar por dónde había venido. Beatriz me estará esperando, así que debo darme prisa.
Por fin me acuerdo del camino hacia el agujero, no dudo ni un solo segundo en correr hacia el camino de flores por el que había llegado hasta el árbol. Estoy un poco cansada, casi no he parado de correr en todo el día, pero tengo que llegar a tiempo a casa. Además, estoy hambrienta y no quiero tardar mucho.
                                           El verdadero problema me espera al llegar al túnel.

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