Capítulo 27: El harén

Mientras esperaba que su nueva ¿esposa? se bajara del vehículo, Orpheo observó la fachada de su nuevo hogar. Un muro bastante alto, disimulado con ligustrina, cercaba la propiedad.

El jardín era exuberante y hacía que el aire estuviera cargado de perfumes que, en circunstancias más felices, lo hubieran sorprendido gratamente. Vlad se colocó a su lado, a una distancia prudencial, para no provocar ningún comentario desafortunado por parte de Beatriz.

La puerta de doble hoja se abrió y ella encabezó la marcha. Apenas pasaron el umbral, rodeó la cintura de ambos con los brazos, como si fueran sus trofeos.

—Espero que se sientan a gusto aquí, mis bombones —les dijo, estrechando el agarre—. Voy a mostrarles dónde dormirán. Los chicos se encargarán de su equipaje.

Esa última frase desconcertó a Orpheo. ¿Había más hombres allí? Hasta donde sabía, Beatriz estaba soltera. Había supuesto que su personal doméstico estaría conformado por mujeres, exclusivamente. Pero teniendo en cuenta cómo se manejaba Monique, no debería ser una práctica tan inusual como creía.

Desde el hall de entrada, salía una escalera de mármol ancha que se torcía en una ligera curva. A ambos lados de la planta baja, había un arco que daba a otras estancias. Beatriz los condujo hacia arriba, sin soltarlos en ningún momento. Recién cuando entró en la habitación asignada, los liberó con un sonoro golpe en el trasero.

Había dos camas idénticas de una plaza, cubiertas de inmaculadas colchas blancas. Un espejo sobre una cajonera de madera oscura, un par de mesitas de luz y un escritorio eran todo el mobiliario. Era sencillo comparado con el lujo de Eva & Lilith, pero funcional. Dos puertas enfrentadas conducían al baño y al vestidor.

—Tendrán lugar suficiente para todas sus cosas, no se preocupen —les contó—. Los dejo para que se instalen tranquilos. Nos vemos para la cena.

Los besó a ambos en los labios, de forma corta pero nada inocente, y los dejó, pidiéndoles que se esmeraran con su apariencia. Vladimir soltó un suspiró, apenas se cerró la puerta.

—Por fin —susurró, y se sentó en una de las camas.

—Tenemos bastante tiempo —respondió Orpheo, consultando su reloj.

Se recostó en la cama que quedaba libre. El colchón era un poco duro y sabía que le costaría acostumbrarse a lo estrecho que era. Le recordaba a sus tiempos en la Escuela.

—Espero que no ronques —le dijo a su compañero, con una media sonrisa.

—Lo mismo digo —respondió, relajando los hombros.

—Te sugiero que descanses un poco. Algo me dice que tendremos una noche agitada.

—Lo sé.

Rodó, dándole la espalda y clavando la vista en la ventana. La luz entraba a raudales, por lo que no podría conciliar el sueño. Se levantó y bajó la persiana de madera. Asumió que a Vlad no le molestaría.

Cuando volteó a verlo, tenía la mirada clavada en el techo. Tenía el ceño fruncido y la mandíbula tensa. Se preguntó si Vladimir se daba cuenta de todo lo que parecía esperarlos en ese lugar. A pesar de su edad y de todo lo vivido en Eva & Lilith, continuaba siendo bastante ingenuo.

Sin embargo, Orpheo sabía que no era aquello lo que lo perturbaba. Era un muchacho que solía poner a los demás, antes que a sí mismo.

—Ella estará bien —le aseguró, adivinando sus pensamientos.

Asintió en silencio y cerró los ojos. Orpheo sintió una regresión a su infancia al notar una lágrima furtiva bajar del ojo de su amigo. Antes de ser siquiera consciente, estaba tarareando una canción suave, de esas que le cantaba a Dio para hacerlo dormir. No quiso mirarlo, pues le parecía que esa demostración de debilidad lo estaba avergonzando. Sin embargo, siguió con la cancioncilla como si nada. Quizás así lo ayudaba a relajarse y dormir un poco.

No era de hombres llorar. Estando en la Escuela, los llorones eran víctimas de las bromas más crueles y los castigos más duros. Ellos no tenían permitido demostrar ese tipo de sentimientos. Siempre había que estar alegres, bien dispuestos y sumisos. Si estaban callados, mejor aún.

Por muy dura que hubiera sido la jornada, por muy deprimidos o enojados que se sintieran, tenían que mostrarse fuertes. Si no, venían los golpes y las privaciones. Más de uno iba a parar al Basurero por eso, por no resistir. Ninguna mujer querría un esposo para cuidar, un marido averiado.

Pensar que muchas de ellas venían con más "averías" que cualquiera de ellos, y andaban sueltas por el mundo, cometiendo locuras y rompiendo ilusiones a su paso...

Respiró hondo apenas se percató de lo tenso que estaba. No era momento de sentirse así. Un suave golpe en la puerta detuvo el hilo de sus pensamientos.

—¿Hola? —se escuchó del otro lado.

Se levantó como accionado por un resorte y abrió la puerta. Un hombre pelirrojo aguardaba desde el otro lado, con sus maletas. Le sonrió con amabilidad a los nuevos huéspedes. Estaba ojeroso y se lo notaba demasiado curtido para el lugar donde estaban.

—Muchas gracias —le dijo, sonriendo también —Soy Orpheo.

Le tendió la mano y él la estrechó con fuerza. La camisa blanca que llevaba se tensó alrededor de sus brazos. Se le veía bastante fuerte.

—Héctor. Bienvenido —saludó.

—Hola —murmuró Vlad, detrás de su compañero, con la voz ronca —. Soy Vladimir.

—Encantado de conocerte, muchacho. Cualquier cosa que necesiten, no duden en pedirlo.

—Ya que lo mencionas —dijo Orpheo, abriendo más la puerta—. Me gustaría conocer la casa. ¿Tienes unos minutos?

—Por supuesto —accedió.

Aguardó a que llevaran el equipaje hasta el vestidor y encabezó la marcha.


*************

—Toda esta ala es para nuestras habitaciones —les indicó—. La mía está a mitad del pasillo. Allá al final, duermen Julián, Hiro, Iván y Daren. Las demás están vacías por ahora.

—¿Están separados de sus esposas? —preguntó Vlad, sorprendido.

Héctor rio.

—Nosotros no tenemos esposa. Al menos, no de forma legal —aclaró.

—¿Y cómo han llegado aquí? —inquirió.

—Cada uno tiene una historia diferente —respondió, y su sonrisa menguó—. Cuando la señora no esté por aquí, les contaremos.

El guía cambió el rumbo y se dirigió del otro lado de la escalera. Fue abriendo puertas, mientras les informaba qué estaban viendo. Era el ala de Beatriz. Su habitación privada, su cuarto de juegos, un baño enorme con jacuzzi, una habitación llena de espejos, otra muy amplia con una cama gigante en el medio.

—Aquí pasarán mucho tiempo, supongo —acotó sobre la última—. Es donde le gusta reunir a su harén.

—Y no para dormir la siesta, supongo —agregó Orpheo, torciendo el gesto.

—Exactamente —contestó—. A veces, está sola. Otras... Digamos que le gusta compartir con otras mujeres, de vez en cuando.

—Entiendo.

—No tiene sentido que los guíe demasiado. Ella se encargará de que conozcan más a fondo estos lugares. Vayamos abajo.

Lo siguieron hasta la planta baja, donde se ubicaba la cocina, un comedor con piano y salón de baile incluido, una biblioteca y el estudio de la dueña de la casa. El resto no era de demasiada importancia.

Orpheo creía que Monique los mantenía rodeado de lujos, pero aquel lugar lo superaba con creces. Todo estaba decorado con exquisitez y parecía haber costado muchísimo dinero. No le extrañaba que Beatriz fuera tan engreída. Lo tenía todo.

Terminado el recorrido, Héctor los devolvió a su habitación y se marchó a ocuparse de sus quehaceres. Entonces, procedieron a desempacar sus pocas pertenencias, dividiendo el espacio a la mitad.

—¿Y? ¿Qué opinas de tu nuevo hogar? —le preguntó el rubio.

—Esto no es un hogar —lo corrigió—. Es hermoso, pero sin vida. La habitación que compartía con Nuria era más pequeña que esta donde estamos ahora, pero nos alcanzaba, ¿sabes? Para que sea un hogar tiene que haber calidez. Aquí no existe. Allá, sí. Quisiera volver. No me importaría seguir con mi antiguo trabajo, si con eso puedo estar cerca de ella...

—Lo sé —fue lo único que pudo decirle.

Le daba gusto comprobar que, a pesar de todo, él seguía manteniendo esa esencia sensible.

—¿Y tú qué dices? —quiso saber.

—Yo no tengo ningún hogar. —Se encogió de hombros— Aunque, te confieso que me gustaría tenerlo. Este lugar es increíble, pero tienes razón. Es impersonal. ¿No te has preguntado dónde estaban los demás que nombró Héctor? Es extraño no cruzarte con nadie, sabiendo que hay tanta gente viviendo aquí.

—Es cierto. Supongo que los conoceremos en la cena —opinó—. Iré a bañarme.


Una vez estuvieron listos, bajaron a la cocina, para ver si podían dar una mano con algo. Orpheo había estado a punto de reprobar esa clase en la Escuela, por lo que sabía que no tendría mucho que aportar. Digamos que cocinando... era un buen cantante. Pero, al menos, podría ayudar de alguna otra forma.

Un hombre enorme de piel morena manipulaba con sorprendente delicadeza un par de utensilios de cocina frente a unas hornallas. Llevaba el cabello con rastas, recogidas en un intrincado diseño, con incrustaciones plateadas.

Vladimir soltó un suspiro de puro placer al percatarse de los aromas que inundaban la estancia. Estaba hambriento.

—Hola —lo saludó Orpheo, cuando se colocó a su lado.

—¿Qué tal? —respondió, sin mirarlo—. Debes ser uno de los nuevos. Aguarda un instante, ya estoy contigo.

Bajó el fuego y dejó su creación alejada de la fuente de calor. Se quitó los guantes y lo miró. Sus ojos celestes atestiguaban una mezcla exótica de sangre. Eso, o en la Escuela alguien habría sugerido que una cirugía para cambiarle la pigmentación era buena idea.

—Son reales —le informó, riéndose de la cara de asombro que puso—. Me llamo Daren, ¿y ustedes?

—Yo soy Orpheo —se señaló— y él es Vlad. Vinimos juntos.

—Lo sé. Beatriz habló mucho de ustedes —les contó—. Al final, siempre se sale con la suya.

Eso confirmó lo que sospechaba: que no fue casualidad que se apareciera durante la redada. No dio más explicaciones.

Daren dio la espalda a la mesada y se apoyó en ella, cruzándose de brazos. Como Héctor, tenía muy trabajados los músculos, a juzgar por cómo se tensaba su ropa. Los otros dos parecían niños de primaria al lado de ellos, y eso que hacían ejercicio con frecuencia.

—¿Necesitas ayuda con algo? —le preguntó Vlad, luego de un silencio incómodo.

—Julián ya está preparando el comedor. Pueden llevarle la vajilla. Está sobre la mesa.

Señaló detrás de ellos. Había pocos platos, como para tres o cuatro personas nada más. Supusieron que lo demás ya estaría en el comedor, aunque era extraño.


Se dirigieron a su nuevo destino y se encontraron con el comedor alumbrado con muchas velas. Daba un aire extravagante al lugar. Un chico delgado y bajito arreglaba un centro de mesa con esmero. Apenas los miró.

—Coloquen eso aquí y yo lo acomodaré.

Al incorporarse, un mechón rubio se le fue sobre el ojo. Se lo apartó con molestia y volteó a verlos. Al posar sus ojos en los de Orpheo, se sonrojó y su cuerpo se tensó. Orpheo le guiñó el ojo y el chico tragó fuerte. Se acercó a él y le tendió su mano.

—Orpheo —se presentó—. Tú debes ser Julián, ¿verdad?

—S-sí —tartamudeó.

Era un crío. No tendría más de veinte años, estaba seguro. Tenía rasgos tan delicados que, con el cabello más largo y un poco de maquillaje, quizás hasta podría hacerse pasar por mujer. Comparado con ellos y con los otros dos hombres que se habían cruzado, no parecía encajar con el gusto de Beatriz. No quiso seguir reflexionando sobre el tema.

—Vladimir —habló, desviando la atención de Julián.

Se saludaron y los dejó allí. Asumió que faltaban cosas, por lo que prefirió volver con Daren.



—No falta nada. Nosotros no comemos con ella, salvo el primer día. Por hoy, siéntanse especiales le explicó, cuando le preguntó por el resto de los enseres.

—No me gusta el sentido que ella le da a la palabra especial. ¿Qué se supone que es, entonces? ¿Una cena romántica con todas esas velas?

—Yo hablaría mejor de "la última cena" —terció—. Yo también me sentí muy incómodo cuando me agasajó a mí. Al menos, ustedes son dos. Eso les dará descanso por turnos.

Aquello le daba muy mala espina. Debía de haber puesto muy mala cara, porque Daren se apuró a agregar:

—Habla demasiado y es una misándrica. Trata de que no te afecten demasiado sus palabras. No es nada personal.

—Estoy acostumbrado a lidiar con gente así.

—¿Tus fans te volvían loco? —se burló.

—Sí, en la cama —respondió.

Detuvo lo que estaba haciendo para observarlo con más detenimiento.

—¿Y cómo no te han enviado al Basurero, amiguito? —inquirió.

—Porque era mi trabajo. —Y ante su silencio, agregó— Me pagaban por complacer. Tú sabes...

—Claro —asintió, volviendo a su tarea—. Entonces, no te sorprenderá lo que planea hacer con ustedes.

—Algo me estoy imaginando. Pero ya estamos en el baile. No podemos hacer nada para evitarlo.

—No —dijo, dando por terminada la conversación.


La cena superó cualquier expectativa y sin dudas, fue inolvidable.

—Chicos —los llamó Héctor momentos antes—. A ella, le gusta que nos maquillemos. Nada demasiado cargado, pero realcen sus atributos.

—Nosotros solo nos maquillamos para nuestras presentaciones —aclaró Vlad.

—Hagan de cuenta que esta es una de ellas. La señora siempre nos quiere impecables y perfectos —les explicó.

—De acuerdo —intervino Orpheo—. Gracias por avisarnos. Nos vemos abajo.


—Creí que ya no tendría que usar esas cosas. Las odio —soltó Vlad, apenas se quedaron solos.

—Lo sé. Se te da fatal —respondió, con una risilla—. Yo te ayudaré.

Lo cierto era que él también odiaba el maquillaje. Se consideraba lo suficientemente guapo sin necesidad de ello. Los shows eran tema aparte, por todo el juego de luces y eso. 

Por suerte, había llevado sus maquillajes con él. Aunque, tenía la esperanza de no volver a usarlos.

Vlad se sentó delante de él, como había hecho tantas otras veces. Sombreó y delineó sus ojos para que lucieran más atractivos. Dadas las circunstancias, le pareció innecesario hacer algo más.

—Listo —dijo al cabo de cinco minutos.

—¿Ya?

—Sí. No es como si fuéramos a desfilar en una pasarela. ¿Acaso quieres algo más sofisticado? Puedo hacerlo —lo desafió.

—Ni loco. Ya estoy sintiendo picazón por el maldito delineador.

Orpheo se dedicó a su propio rostro con velocidad y eficiencia. Podría hacerlo con los ojos cerrados. Su mirada lucía glacial, pero digna de revista de modas. Cumpliría con su función.

Al llegar al comedor, los escoltaron los dos hombres que les faltaba conocer: Hiro e Iván. Parecían sacados de una pintura antigua de alguna tribu. Llevaban el torso desnudo y depilado, con tatuajes tribales que les decoraban los brazos y parte de la espalda. Los pantalones rojo oscuro eran anchos y colgaban desde sus caderas. Tenían además colgantes dorados idénticos y diminutas argollas en sus orejas.

Por un instante, Orpheo temió que fueran a formar parte de un ritual o algo así. Las luces tenues de las velas ayudaban a esa fantasía. Los guiaron hasta sus asientos y se colocaron a sus espaldas. Héctor hizo su aparición segundos después, ataviado de igual manera, llevando a Beatriz del brazo.

—¿Crees que nosotros también tendremos que vestirnos de esa forma tan ridícula? —murmuró Vlad, con disimulo.

—Por Diosa, espero que no —respondió, en igual tono.

Se pusieron de pie, esperando a que la anfitriona tomara asiento. Ella besó a Héctor en los labios, que parecía ser la señal para que se retirara.

—Mis queridos, por favor —dijo ella, dirigiéndose a los que permanecían de pie.

Se movieron en sincronía para destapar los platos suculentos que Daren les había preparado. Comieron en silencio, mientras Beatriz parloteaba de todo un poco.

La atmósfera era sumamente extraña, pero la comida era deliciosa. Daren, sin lugar a dudas, era un muy buen cocinero.

—¿Por qué tan calladitos, mis bombones?

—Disculpe, mi señora —se apuró a decir Orpheo—. Es que esto está delicioso.

—Espera a probar el postre, mi bombón —comentó con lascivia y le quitó el apetito.



La cena terminó y Beatriz le ordenó a los otros hombres que recogieran todo. Cuando los comensales se pusieron de pie para darles una mano, los detuvo con un gesto.

—Ustedes, se quedan conmigo. Me están debiendo algo —les reclamó, apenas se quedaron solos—. Vamos a esos sillones de allá.

La siguieron hasta donde les había indicado. Les agarró de la mano y los sentó a uno a cada lado de ella. Orpheo intercambió miradas fugaces con su amigo, antes de volver a centrarse en ella. Una sonrisa asomaba en sus labios.

—Me encanta esa comunicación que tienen. Solo mirarse y ya parece que se dijeran todo —comentó, mordiéndose el labio.

—Es mi mejor amigo —dijo Vlad.

A Orpheo, le entraron ganas de golpearlo por bocón. Le estaba dejando todo servido en bandeja para su próximo movimiento.

—¿Lo quieres mucho, Vladimir? —le preguntó.

—Sí —respondió con sequedad.

—¿Y tú, Orpheo, lo quieres a él? —preguntó, con malicia.

Apretó los labios y asintió levemente con la cabeza.

—Se nota. Supongo que no les importará satisfacer un pequeño capricho que tengo.

El corazón comenzó a latirle desbocado, al punto de dolerle el pecho. Sabía que ya no se guardaría nada y que el tiempo de contenerse ya había terminado. Vladimir estaba pálido, parecía enfermo. Monique nunca les había pedido que interactuaran con otros hombres, pues no le era rentable, por lo que no estaba cómodo con la idea. 

—Orpheo, dale un beso a Vladimir —ordenó en voz baja.

—¡¿Qué?! —exclamó él, poniéndose de pie.

—No —masculló.

—Yo solo pido las cosas una vez, mi bombón —le advirtió, sin perder la sonrisa—. Como es el primer día, te lo volveré a decir: Besa a Vladimir.

Apretó los puños y se acercó a él. Agarró su rostro, mientras él lo observaba con pánico y besó su mejilla.

—No seas aburrido, Orpheo —se quejó ella—. En los labios.

—Te he dicho que no.

—Hazlo, o la rata gorda que tenía como esposa pagará las consecuencias —amenazó.

Volvió al lado de Vlad al instante, y tomó su rostro. Apoyó la frente en la suya, sin dejar de mirarlo a los ojos. En ellos, vio reflejada la resignación.

—Lo siento —susurró, antes de posar sus labios donde le habían pedido.

*************

Esa noche no hubo más pedidos extravagantes. Los envió a dormir apenas se sintió satisfecha con la actuación.

Volvieron a la habitación en silencio. No quería ni mirar a Vlad. No podía con la vergüenza que le provocaba lo que acababan de hacer.

Se sentó en la cama y hundió su rostro en las manos. Al instante, sintió el colchón hundirse un poco más con el peso de su amigo.

—Orpheo —le dijo Vlad con suavidad.

Puso la mano en su hombro y Orpheo se apartó. Se encorvó aún más y se agarró el cabello con tanta fuerza que se arrancó un par de cabellos.

—Ey, amigo...

—No merezco llamarme tu amigo —lo cortó.

Su puño de Vladimir impactó con fuerza en su brazo y se incorporó de golpe.

—No seas idiota. No teníamos opción —insistió.

—Nunca tenemos opción —expresó con amargura. 

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