Nove completa por acá hasta el 20/12/2022.
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Abrazo gente y a cuidarse mucho, si?
CRISTO.
CALDEO
Suspiro de pie, en silencio y con mi mirada hacia abajo.
A la lápida con incrustaciones en plata y bronce, leyendo las palabras que dedique grabadas en ella a mi hermano.
A Constantine.
Hago a un lado mi pelo que cae libremente sobre mi rostro sin mi Kafhiyye.
Mi nariz hormiguea y muerdo el piercing de mi labio inferior y que aún mantengo, intentando en vano ahogar un sollozo.
Una lágrima rueda sobre mi rostro y la limpio de mi mejilla, tomando una respiración profunda.
- Sé, que es una locura y mi imaginación. Pero aún, te siento conmigo... - Digo exhalando esta, de forma lenta. - ...que me observas y estás conmigo... - Mi mano se posa por sobre mi túnica en la cicatriz, producto de mi trasplante.
Sonrío.
- ...para cuidarme siempre, hermano...
Elevo mis ojos al cielo por una oración y me despido, pasando de forma lenta mis dedos sobre la superficie tersa y ovalada de la lápida con una caricia, mientras un guardia deposita flores naturales sobre esta.
Y suspiro, metiendo mis manos en los bolsillos.
Porque y pese a que han pasado tres años ya, aún me cuesta y duele mi corazón alejarme de él como saber que ya no está.
Ya que, yo.
Daría todo por volver a ver a mi hermano...
AMELY
- ¡Amm! - Una voz me sacude de mi sueño, algo pervertido y reiterativo de hace poco más de siete noches después de mi encuentro con el chico misterio, en el mercado de pulgas de la ciudad.
La luz de la habitación siendo encendida, hace que pestañee entreabriendo mis ojos somnolienta, sobre mis brazos recostada y apoyada en mi escritorio.
La pantalla de mi computadora con las imagen de varias páginas del periódico en el que trabajo, titila en donde recuerdo que lo dejé por última vez en la noche, mientras cenaba mi pote de sopa comprada 100% artificial y de dudosos fideos de un color radiactivo amarillo.
La sección policial.
Mierda.
Me quedé dormida otra vez.
- Lo siento... - Digo a Ghoro, incorporándome.
Es mi compañero de trabajo.
Periodista y reportero.
Nos presentó hace casi cuatro meses nuestro jefe de redacción, cuando ingresé a trabajar al periódico y me radiqué aquí para vivir.
Formando en conjunto con él, la dupla para ser parte de las investigaciones más destacadas que acontecen en el país.
Se sonríe, tomando asiento sobre el borde de mi mesa y cruzando sus brazos en el pecho.
Su mirada color café baja a mi medio pote vacío, ya frío de cena y hace una mueca de asco.
Lo señala.
- Eso es asqueroso y por lo que veo, nunca te fuiste...
Afirmo, poniéndome de pie y estirando mis brazos de forma perezosa.
Miro la hora de mi reloj pulsera y al gran como vacío piso de redacción.
Pasada la una de la mañana.
- Me quedé dormida, leyendo e investigando. - Bostezo. - Es tarde, será mejor que regrese a casa y por un verdadero sueño reparador... - Murmuro, tomando mi abrigo y cruzando sobre mí, el morral que uso como cartera y con mi cámara de foto, corriendo mi silla.
Su vista reposa en la pantalla de mi computadora, todavía encendida.
Cual, muestra varias páginas abiertas y en ellas, columnas de sucesos de índole policial de fechas actualizadas y de meses pasados.
Para ser exactos, hechos delictivos sin la necesidad de estas fuerzas a personas salvadas o la aprensión de estos criminales, por la aparición oportuna de un misterioso personaje en esas horas nocturnas, en zonas marginales y de mala muerte.
Donde las víctimas o testigos del momento, lo describen como un masculino por su postura, altura y porte, pese a llevar un traje y cubierta casi la totalidad de su rostro con máscara.
Y con dos sables.
- ¿Obsesión? - Me dice, mientras apago esta y guardo mis bolígrafos como celular en mi cartera.
Me encojo de hombros para disimularla.
- Nop. - Digo. - Solo, espíritu investigador, Ghoro... - Apago la pantalla con la última imagen de un prostíbulo derrocado.
No sé, si mi respuesta lo convence, pero cambia de conversación, lo cual agradezco en mi interior.
- Te llevo Amm, es tarde. - Dice caminando a mi lado, tomando su portafolio y casco en dirección al único ascensor del piso.
Niego.
- Gracias, pero nop. - Sonrío sin dejar de caminar. - Sabes que le tengo terror a las motos.
Sacude sus hombros de la risa ya en este, mientras aprieta el botón de planta baja por mí.
- Cobarde. - Me dice con un beso en mi mejilla de forma suave, al abrirse la puerta de acero de esta y como despedida. - Te veo mañana, nena... - Exclama, encaminándose a la salida con acceso al estacionamiento.
La abre, pero se detiene.
- Amm... - Me llama y me detengo en mi caminata, abotonando mi abrigo. - ¿Cuídate, si? Es tarde.
Sonrío más y elevo una mano con ademán militar a mi sien, en señal de comprendido.
- Sí, señor... - Le digo con una risa.
Y niega con expresión divertida y mirándome por última vez, se pierde detrás de la puerta.
Una vez fuera saludando al vigilante de la puerta de entrada, subo y cierro más el cuello de mi abrigo en la acera, mirando para ambos lados por la llegada de algún taxi.
Pese a que en África se la identifica por sus elevadas temperaturas que superan los 40 grados de calor bajo a la sombra en el día, sus noches locamente son frías de acuerdo a la estación.
Resoplo.
El edificio donde está ubicado el periódico, es en plena zona céntrica como concurrida de la ciudad y siendo fin de semana, va ser complicado encontrar uno libre.
Acomodo mejor mi cámara y cartera sobre mí, optando por caminar.
Mi departamento no está muy lejos.
Solo a una media docenas de cuadras.
Más o menos.
La acera está colmada de gente y en especial de jóvenes por ser sábado por la noche y cruzo por las calles, dejándome llevar por la bonita noche estrellada.
Espero en una esquina por el paso en verde, mientras observo un vistoso y elegante restaurant que está atestado de clientes.
Tanto sus mesas dentro como fuera y que ocupan parte de esta.
Su iluminación en tonos dorados y naranjas en contraste con la noche y esa magia tan especial que tiene este país con su cultura, gente, decoración y platos originarios, me tientan a robar fotos.
Y lo hago, deteniéndome en un rincón para no molestar.
A una pareja de enamorados, degustando el sabor de ellos.
A dos hombres de trajes sofisticados y con su copas de vino en manos conversando.
Me encojo de hombros.
De negocios, supongo.
Giro mi zoom para detallar en el próximo disparo de mi cámara a sus elegantes platos gourmet que les trae el mesero con la pequeña porción típica, pero de delicada decoración en sus ostras y calamares con una salsa multicolor.
Y un último.
A una familia pidiendo su orden a otro, que con esa refinada postura y atuendo árabe, es un deleite a la vista extranjera.
Sonrío, bajando esta y mirando el visor de estas últimas fotos de a una.
Perfectas.
Una media docena más, para mi álbum personal.
Mi corrida por la galería de imágenes, llega a la del chico misterio que tomé una semana atrás.
Son cuatro.
Y trepando ese viejo edificio de diez pisos, hasta perderse por el techo de este.
Siempre su espalda.
Y sonrío, mirando en detalle sus jeans mientras escala.
Lindo trasero.
Y sacudo mi cabeza riendo.
¡Basta, Amm!
Eso, no es mirada profesional.
Pero, inclino mi cabeza con un suspiro y tocando mis labios.
Porque, ese chico misterio y de beso follador.
Se parecía tanto...
Sus labios eran tan igual a...
¿Un escalofrío, puede ser dulce?
Ya que es lo que siento en este momento recorriéndome y paso mi mano por un brazo para darme calor.
Y con otro suspiro, acaricio con mi pulgar el visor con su imagen.
Jamás volteó a mirarme y sé, que sintió los disparos de cada fotografía que le tomé.
¿Por qué?
El rugido de mi estómago por hambre, me saca de mis conclusiones inconclusas y acomodando mi cámara sobre mí, cruzo la calle en dirección a la plaza principal.
Recordando que en un lateral, un lindo bodegón hace porciones de pizzas de chorreante queso como me gusta.
Diez minutos después, salgo feliz de su interior y con una gran reverencia a sus dueños en gratitud, comiendo una.
Y gimo de placer por el sabor, optando acortar camino por una calle diagonal y a mitad de esta, me detengo chupando mis dedos por los dejos de ese sabroso queso aceitoso.
Miro, frente mío.
Mierda.
Aunque está iluminado, la soledad de este y sin la presencia de ningún alma humana, se ve sospechoso.
Miedito.
Pero, niego golpeando mi frente con la palma de mi mano.
¡Suficiente, Amely!
Te pasa, por haber visto tantas pelis de terror con Juno de chicas.
Sigo caminando.
Solo, es una simple calle desierta por la hora y lugar.
No estás en ropa interior y caminando en un bosque desolado.
Sigo caminando.
No recibiste la llamada en tu casa una noche de un desconocido, sola.
Cruzo una calle.
No es martes 13.
Camino hasta mitad de cuadra.
Tampoco Halloween, me digo más confiada.
Y subo unos escalones, buscando las llaves del interior de mi cartera.
Río.
- Y no te regalaron una muñequita diabólica de nombre Anabelle - Me susurro por último, haciendo girar estas para abrir mi puerta.
Enciendo la luz una vez dentro, tirando mi cartera al pequeño sofá de la entrada y que hace de sala, mientras cuelgo mi abrigo como la cámara de foto en mi perchero.
- ¡Mami, llegó! - Exclamo, sonriente al ver a Constantine correr a mí.
Nop.
No se emocionen, no es él.
Se lo puse a lindo gatito negro de un año de edad, que adopté de la calle un par de meses atrás.
¿Por qué?
Soy un mar de suspiros.
Porque, es muy bonito y me lo recuerda.
Oscuro, místico y de un color de ojos agua, tan cristalinos como él.
Abro el refrigerador por algo de leche para servirle en su platito junto a la cocina.
Y acaricio su lomo mientras lo bebe y yo tomo un sorbo de la misma botella, para luego irme a la cama arrastrando los pies del cansancio y encendiendo el televisor.
Otra noche aburrida.
Creo....
CONSTANTINE
https://youtu.be/SEvtTRZXCjQ
Desde el techo del edificio más alto de esta parte céntrica, observo desde mi oscuridad de forma tranquila y sigilosa, el restaurant sobre el alfeizar de esta que tengo frente y a metros mío.
Está bastante concurrido.
Pero mis ojos, no se separan de la única vacía y ubicada afuera.
Esperando la llegada para la que está reservada.
La brisa nocturna algo fresca, hace volar parte de mi capa.
Con un codo en mi rodilla flexionada, apoyo mis dedos en mi barbilla pensativo y estrechando mis ojos al ver la llegada de estos.
Dos hombres que tomando asiento con finos trajes se saludan, estrechando sus manos y sin pérdida de tiempo, comienzan con su conversación de negocios y que solo es interrumpida con la llegada del mesero con copas y una botella de vino fino, seguido después por sus platos gourmet.
¿Mi objetivo, según mis informantes?
El que lleva el anillo con un sello en su mano derecha.
Por la distancia y la oscuridad de la noche, no sé si es el que busco.
No lo conozco.
Solo de nombre y de lo que llegó a mis oídos a que se dedica.
Mijhail Varcovich.
Oriundo de Rusia y gruño recorriendo mi vista por el lugar, por posibles custodias y tratar de deducir su logística.
Y mis ojos se abren al mirar a un extremo y muerdo mi puño, cerrando mis ojos y negando.
¿Pero, qué mierda hace ahí?
¿Y a esta hora?
Mis ojos, no pueden creer lo que están viendo.
Porque en un rincón y casi oculta de ser vista.
Amely.
La jodida muchacha y amiga de la esposa de mi hermano.
Mi Argema mittrei.
Alcaraf. (Mierda).
¿Pero, cómo?
La observo con más detención.
Ya que, no para de sacar fotos.
A todo.
Y... a mis objetivos.
¿Acaso, sabe el negocio que les une?
¿Los está investigando, también?
Rasco mi mandíbula y niego para sorpresa mía de forma divertida.
Tres años viviendo a un lado del mundo para no ser reconocido.
Hasta alejado de lo terrenal, para hacer las dos cosas que me apasionan.
Navegar en mi barco y con los pies en la tierra, solo para proteger y resguardar la paz de mi pueblo y a su rey.
Mi hermano.
¿Y ella, se vuelve a cruzar en mi camino?
Elevo mis ojos, lo único visible de mi máscara a la negra noche despejada y colmada de estrellas.
Las observo con su universo detrás.
Brújulas de marinos, de viajantes y de caravanas antepasadas guiando su destino.
Y ahora, ellas me guían a mí.
Mis ojos vuelven a Amely, con la palabra destino entre nosotros dos.
Y vuelvo a negar, pero esta vez de forma glacial y decidida.
No.
Imposible.
Cierro mis ojos.
Tanto ahora, como esa tarde en el mercado de pulgas.
Fue solo una jodida casualidad.
Me incorporo, sacudiendo mi mente de la imagen besándola y presionada por mi cuerpo contra el rincón.
No debió pasar y me arrepiento de ello.
Pero, volteo sobre mi hombro para mirarla por última vez y a lo que tiene entre sus manos.
La cámara y las fotos que sacó.
Y me encuentro sonriendo otra vez.
Interesante...
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