26. Despedida

Salí de allí corriendo, conmocionada echa un volcán en erupción. Todas aquellas emociones mezcladas, —la rabia y la ira contra esos ineptos—, sumado al aroma y el calor de la piel de Mariano tan cerca de mí; se arremolinaban en mi interior sin tregua. No lo soportaba más, las lágrimas se atoraban en mi garganta formando un nudo tan enorme que creía que si no las dejaba salir me matarían por asfixia.

Quería abrazarlo allí mismo, quería asegurarme de que no hubiera escuchado la sarta de idioteces que dijeron esos dos estúpidos. No quería que nadie lo lastimara, que nadie lo discriminara, que nadie lo hiciera sentir mal y fue entonces que caí en la cuenta de que había sido yo misma quien había hecho eso. Había sido yo quien le había generado todo aquel dolor que intentaba impedir que los demás le hicieran. Nadie puede dañarte sino aquellos a quienes les permites hacerlo. Y él al dejarme entrar en su mundo, al darme tanta confianza, me dio el poder de dañarlo y yo no medí las consecuencias.

Mis rodillas se aflojaron y caí al piso llorando. Ya había salido del campus y no sabía dónde me encontraba. Dejé que las lágrimas salieran, que se desbordaran. Una mano se posó en mi hombro y sentí su respiración agitada.

—No te pongas así, Ámbar... no tiene sentido. No sé si estás así por lo que dijeron esos idiotas o por haberlo visto. —Roberto se arrodilló a mi lado, estábamos en una plaza cercana a la universidad.

—Estoy así porque ya no soporto nada de esto, Rob. Voy a irme cuanto antes... No creo que pueda terminar el semestre.

—Eres todo menos cobarde, Ámbar... No huyas, no otra vez —rogó Roberto.

—No puedo... esto me está dañando... Nunca me había enamorado antes, no sabía que podía doler así. ¿Por qué a la gente le gusta enamorarse si el amor duele tanto? —sollocé, ya no podía seguir, sentía que el mundo se derrumbaba encima de mí.

—Nada es eterno, Ámbar. Esto también pasará, el dolor menguará y todo se solucionará —respondió con cariño.

Roberto me levantó de allí y me llevó a casa abrazándome. No sé qué hubiera hecho sin él en esos días. Me cuidó de nuevo, me ayudó a estudiar a sabiendas que si no me obligaba no lo haría. Di los exámenes y no sé como pero logré alcanzar el final del semestre. La libertad me llamaba de nuevo, buscaría un nuevo espacio y una nueva vida, lejos del dolor que me provocaba todo esto.

Sonia me buscó un par de veces para preguntarme cómo estaba. Me dijo que Mariano estaba sufriendo, pero a mí me parecía que estaba igual que siempre. Daba sus clases como si nada hubiera sucedido y ya había conseguido un suplente para mi puesto, Victor, el chico del semestre pasado. Le consiguieron el permiso de volver a trabajar con él porque quedaba poco tiempo para que terminara el semestre, y porque él ya lo conocía y sabía cómo era el sistema. Los alumnos dejaron de cuestionarse el porqué me habían apartado del caso cuando un nuevo chisme cayó en la universidad y los distrajo.

Cuando todo terminó decidí que era hora de partir. Aquella mañana de viernes me dediqué a preparar un bolso con lo necesario para iniciar mi nuevo camino... odiaba cargarme con tantas cosas porque creía que eso solo dificultaba el camino. Luego de aquello decidí ir a ver a Mariano por última vez, no iba a despedirme de él, solo iba a darle las gracias por todo además de verlo para guardar en mis recuerdos su imagen fresca, el aroma de su piel y la belleza de su sonrisa.

Llegué a su oficina y sonreí al ver a Sonia allí, extrañaría a esa mujer que era tan alegre y cariñosa, la quería por todo lo que hizo en la vida por Mariano, por haber hecho su vida un poco más feliz.

—¿Está...? —le pregunté y ella asintió. Pasé sin que le avisara.

Mariano estaba concentrado leyendo un libro en Braille, sus manos paseaban por las páginas de forma rápida y ligera. Inconscientemente me encontré anhelando ser esas hojas y sentir su tacto en mi piel.

—Mariano... —saludé y lo vi tensarse—. Solo... ahora que ya hemos acabado el semestre yo... quiero decirte gracias... por todo, lo que vivimos. Por darme la oportunidad de estar a tu lado... por lo que hiciste por Roberto... —trataba de que mi voz no se oyera afectada por las lágrimas que intentaba contener.

—No lo agradezcas... Era lo justo. —Habló con seriedad y frialdad... Dolió.

—Bueno... yo... uhm... me voy, solo vine para eso. —No encontraba las palabras para expresar todo aquello que se me atoraba en el corazón.

—Ehmm... ¿Estás bien? —preguntó ahora con voz trémula.

—Sí... no lo sé... La culpa no ayuda mucho a que una se sienta bien. —Me encogí de hombros nerviosa, las lágrimas ya caían de mi rostro con suavidad, era bueno que no pudiera verme así de vulnerable en ese momento.

—No... no quiero que... Ámbar, ya olvídalo. He... entendido los motivos de tus acciones. Lo de Roberto, lo hice porque lo entendí... No puedo juzgarte, fue un error pero... lo hiciste por un amigo y... no sé... solo no te sientas más culpable. Perdona si te ofendí, yo solo, me sentía tan...

—Traicionado, dolido... creíste que te usé y que te humillé... Lo entiendo, Mariano... pero esa nunca fue mi intensión. —Lo interrumpí completando su frase.

—Gracias por defenderme el otro día, escuché lo que esos chicos dijeron. No tenías que hacerlo, todos hablan, es normal... No puedo pretender que todos los alumnos piensen bien de mí, eso es ilógico. —Hablaba algo rápido y podía sentirlo tenso.

—No me gusta que nadie hable así de ti. Ellos, no te conocen... no saben lo que eres en realidad. No saben todo lo que vales... —susurré apenas pudiendo contener las lágrimas.

—Pero no debiste, pudieron lastimarte —añadió.

—Hay dolores más grandes que los dolores físicos, y ellos no podrían, ni aunque quisieran, producirme un daño así.

—¿Yo sí? —preguntó temeroso y tímido.

—Supongo que te di ese poder... Es mi culpa, no la tuya —murmuré.

—Deja de culparte, por favor —insistió.

—Adiós, Mariano... Debo irme —suspiré al entender que no lo volvería a ver.

—¿Podemos hablar luego? —Se animó a preguntar y yo no supe que contestar, ya me iba... ya no había un «luego» para mí.

—Será mejor que olvidemos todo. —Fue lo que pude decir y lo vi asentir con tristeza.

—Lo siento, Ámbar... Me hubiera gustado que las cosas no terminaran así, pero entiendo que ya no quieras nada conmigo —dijo con la voz muy triste.

—Hace mucho que no hablamos, me evitas y me ignoras en los pasillos. No entiendo tu actitud actual, Mariano... Debo irme —insistí, ya no quería continuar con eso.

—Yo solo...

—Adiós. —Era mejor así, sin explicaciones, sin motivos para quedarme, sin darle la vuelta a algo que no tenía alternativas que fueran a terminar bien.

Salí del despacho y para mi buena suerte Sonia ya no estaba allí. Caminé con lentitud hasta afuera de la universidad donde me esperaba Rob para ir a la estación de trenes. Él me vio con tristeza y me abrazó en silencio.

—Me duele esta decisión que estás tomando y creo que es la equivocada. ¿Le dijiste que te vas? —inquirió.

—No, sólo me despedí y le di las gracias. Me dijo que quería hablar luego... le dije que ya no era necesario —negó, no estaba de acuerdo pero era lo mejor.

—¡Ámbar! ¿¡Pero qué demonios estás haciendo!? —preguntó ofuscado.

—No quiero sufrir más, Rob...

—Dios, estoy cambiando de opinión con respecto a ti. Eres cobarde Ámbar... Cómo si cuando llegaras a la nueva ciudad todo dejara de doler... —bufó enfadado.

—Ya. ¡Basta! Llévame a la estación y acabemos con esto de una vez.

Roberto negó con la cabeza pero sabía que yo era terca y esto ya estaba decidido.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top