01| Un incendio, unas escaleras asesinas y muy malas decisiones
— ¿Dónde estás?
Hablo conmigo misma mientras rebusco entre las cajas de recuerdos que guardé en un armario antes de mi supuesta mudanza con Jefferson. Bajo una de las cajas y tiro todo su contenido en el suelo. Al instante un montón de papeles y antiguos recuerdos de la universidad aparecen frente a mí.
— Aquí estás.
Emocionada levanto del suelo el álbum de fotos que llevo buscando desde ayer. Instantáneas tomadas con el fin de conservar en una imagen mi relación con Jeff. Lo abro, revisando cada foto tomada desde la universidad hasta los últimos meses. Es enorme, lo que me lleva a pensar que he perdido cinco años de mi vida, y por primera vez, he dejado de contar los minutos.
Mi pequeño apartamento mide alrededor de cincuenta metros cuadrados, razón por la cual la madre de Jefferson me creía insuficiente para su hijo, debido a que ellos se pueden dar el lujo de vivir en una buena casa en el centro de Chicago. En menos de un segundo llego a la cocina con el álbum de fotos en las manos. Reviso cada gaveta hasta que encuentro un pequeño encendedor que guardaba desde mi primer día de trabajo en una empresa de bienes raíces, solía fumar, y justo ahora el cuerpo me pide una o dos caladitas. Debo tener algún que otro cigarrillo escondido, y efectivamente, encuentro unos cuantos debajo de la lata de arroz.
Aparto las cortinas que tapaban las ventanas y prendo el cigarrillo, mientras me distraigo mirando el humo que sale de la fábrica que se encuentra frente a mí. Lo más triste de todo es que esta es la única vista decente que puedo apreciar, ya que la vista que hay en mi habitación no es más que un pequeño callejón lleno de botes de basura, por eso Jefferson odiaba venir aquí. Mira que listo, ya no tendrá que venir más.
— Acabemos con esto de una vez.
Tiro el álbum de fotos en el cesto de basura que se encuentra en una esquina del comedor. Expulso el humo de mi boca antes de lanzar el cigarrillo prendido al cesto, quemando cualquier recuerdo que pueda quedar ahí. Le echo un poco de petróleo y dejo que se prenda bien antes de darme la vuelta. Con pereza camino hacia el salón y me tiro en el mullido sofá. Algo se entierra en mi espalda, decido ignorarlo, de todas formas este sillón es demasiado viejo, es normal que tenga algún que otro muelle zafado.
Intento llorar, pero no pasa absolutamente nada, es como si me hubiese secado por dentro, o como si mis sentimientos nunca hubiesen existido. Frente a mí tengo mi vestido de novia. Se ve hermoso colgado de la pared. Sí, quizás está un poco gastando por culpa del corre corre, pero nada que una buena tintorería no pueda resolver.
— ¿Ximena, estás ahí? — escucho los gritos de mi mejor amiga, la cual se encuentra aporreando la puerta en este instante.
— ¿Qué quieres?
— ¿Puedes abrirme?
— Me da pereza levantarme.
— Si no vienes en este instante tiraré la puerta abajo — me amenaza — .A la cuenta de uno, dos, dos y medio...
— Vale, que ya voy — me riendo al ser consciente de que esta loca puede cumplir su promesa.
La puerta se traba un par de veces cuando intento abrirla. Le doy una pequeña patadita hasta que por fin cede, permitiéndome ver el rostro moreno y preocupado de mi mejor amiga.
— Pero, ¿qué te ha pasado? — entra a la casa dando unos gritos que me sacan de circulación.
— Nada, estoy perfectamente bien.
— Te ves horrible.
Sé que lo dice por culpa del chandal desaliñado que llevo puesto desde ayer, por el hecho de que no me he peinado desde hace tres días, y porque, a duras penas, tengo fuerzas para meterme a la ducha cada mañana.
— Con amigas como tú quién necesita ex gays.
— Venga, supéralo y date una ducha, daremos una vuelta.
— No pienso ir a ninguna parte.
— Awww, entonces es un alivio saber que no te gobiernas.
— Tengo treinta y seis años y mi prometido me ha dejado plantada en el altar porque está enamorado de su primo gay, así que creo que me gobierno lo suficiente como para mandarte a la mierda.
— Aaaah — pega un grito antes de dar un brinco inesperado — Me encanta verte así de fiera, tenía miedo de que no volvieras a ser la misma.
— Nunca he dejado de ser la misma.
— Eso no es verdad, cuando estabas con Jefferson te convertiste en una remilgada con patas.
— ¿Qué es una remilgada con patas?
— Una creída, Ximena, una creída.
— Pero, qué fresca eres.
— Sí, sí, todo lo que tú quieras pero ahora ve a vestirte.
— Ya te dije que no.
— Pues... — veo como mira todo a su alrededor — Te boto el vestido de novia.
— ¿Qué haces? — grito al ver como agarra mi hermoso y sagrado vestido de novia — Suelta eso.
— Esto lo único que hará es hacerte sentir peor.
— Eso sólo lo decido yo.
Nos movemos de un lado a otro, ella con mi vestido de novia, y yo intentando agarrarlo. Me esquiva, pero la puerta está abierta y termina saliendo hacia el pasillo que divide cada apartamento.
— ¿Qué haces, loca? — chilla cuando me tiro sobre ella — Bájate, Ximena.
— Dame el maldito vestido.
— Primero muerta.
— Pues te tiro por las escaleras.
Me mira con cara de loca antes de susurrar, — Atrévete.
Forcejeamos un poco, jalando el vestido de un lado al otro. Las técnicas de Kung fu aprendidas en un viejo video de YouTube junto a unos muñequitos de Disney dan resultado, porque finalmente termino quitándole el vestido a Raquel. Sin embargo no calculo bien el espacio. Las leyes de la física y todas las leyes que se han podido descubrir hasta el momento me terminan fallado, y finalmente, termino cayendo por las escaleras.
— Auch.
Gimoteo adolorida mientras voy cayendo sentada por cada uno de los escalones, cuando llego al último peldaño puedo asegurar a la perfección que no podré sentarme durante lo que considero, más de dos semanas enteras.
— ¿Estás bien, Ximena? — inquiere Raquel desde el piso superior.
— Sí, y el vestido también está a salvo.
— Creo que necesitas caer por más escalones, ya que por lo visto sigues igual de tarada.
— Ya párale, Raquel — bufo molesta, subiendo adolorida hasta el piso superior — Iré a cambiarme — aviso.
— Bueno, de algo sirvió que cayeras por las escaleras — comenta esta ganándose una mala mirada de mi parte.
Los próximos minutos pasan entre baños de espuma y búsqueda del atuendo perfecto. Envuelta en una toalla decido ponerme unos jeans desgastados junto a una sudadera con el logo de algún videojuego en conjunto con mis antiguas zapatillas de deporte. El pelo me lo dejo tal y como está, sólo mejoro lo necesario y decido no maquillarme a pesar de que se vislumbran a la perfección mis ojeras por culpa del estrés y las noches en vela.
— ¿Vas a ir así? — gruñe Raquel cuando me ve aparecer.
— Ay, mujer, pero tú nunca estás conforme.
— Perdón por extrañar a mi amiga elegante y finolis, no a la copia barata que tengo frente a mí.
— Si me mandas a cambiar de ropa no voy a ninguna parte.
— Ugh, te espero en el rellano.
Antes de salir decido verificar la quema del álbum de fotos. Está intacto y eso provoca que la frustración crezca en mi interior. Cojo la botella de petróleo y la vacío entera en el cesto. Echo un fósforo, sigue sin pasar nada así que decido echar otro, estos están muy viejos por lo tanto las consecuencias no serán graves.
— A la mierda — gruño antes de echar dos fósforos más.
Finalmente vislumbro una pequeña chispa en el interior. Salgo de casa en busca de Ximena, la cual se encuentra esperándome recostada a las escaleras asesinas.
— ¿Qué hacías? — frunce el ceño — Huele a petróleo.
— Te hacía un amarre.
— Awww, tan bella.
Salimos del mugriento edificio en busca de la cafetería más cercana, la cual queda a unas dos cuadras de aquí. No quiero ir tan lejos por lo tanto nos quedamos en el pequeño y mal oliente lugar.
— ¿Eso que huelo es... sangre? — inquiero antes de que mi amiga me obligue a sentarme en una de las mesas.
— No te pongas finolis ahora que no tenemos mucho tiempo, y deja de hablar igual que Jefferson.
— Pero, ¿es sangre?
— Aquí venden una especie de carne cruda muy rarita, nunca la he probado pero tiene buena demanda.
— ¿Quién comería algo así?
— Los ricos comen salmón crudo y un sushi que deja bastante que desear — enarca una ceja en mi dirección.
Tiene un punto, no obstante me niego a decirlo.
— No es lo mismo.
Una camarera con muy pocos modales interrumpen nuestro debate sobre carne cruda. Raquel y yo pedimos dos cafés, ya que no había expresso en el menú, y mi amiga pide además unos bocadillos con forma de canapés, pero que claramente, no son canapés.
— ¿Qué piensas hacer durante el tiempo que te queda de vacaciones? — pregunta Raquel cuando le traen sus canapés no canapés
— Nada, quedarme en casa lamiendo mis penas, para después lamerlas cuando comience en la oficina.
— ¿Por qué no te alejas unos días?
— ¿A dónde iría? Ni siquiera tengo dinero ahora mismo.
— ¿Las reservaciones que hicieron para la luna de miel siguen en pie?
— Mmmm sí, no las he cancelado y Jefferson tampoco.
— Entonces deberías irte para allá — sugiere.
— ¿Sola?
La mesera vuelve a interrumpir mis gritos cuando llega con nuestros cafés. Se ve humeante y a pesar de todo desprende un olor que hace agua mi paladar. Le doy un pequeño sorbo. Me quemo la lengua, pero no importa, a pesar de no ser un lugar muy fino y limpio, el café está bastante bueno.
— Yo no puedo ir contigo porqué no estoy de vacaciones como tú, pero creo que viajar sola y alejarte te vendrá bien — Raquel retoma la conversación.
— No lo sé.
— Todos los gastos fueron pagados por Jefferson, no lo desaproveches, estamos hablando del hotel más lujoso establecido en una isla griega.
— Es que está tan lejos, prácticamente se encuentra en el fin del mundo. Además, ni siquiera lo elegí yo, fue idea de mí ex homosexual.
— ¿Por qué recalcas tanto que es gay?
— Porque estoy dolida.
— Pues suenas muy homofóbica.
— Me han pegado el cuerno en mi cara, tengo una lucha interna ahora mismo.
— Xime, sólo piensa lo del viaje, imagina todas las cosas que podrías hacer por allá.
Pensándolo bien no es tan mala idea, sin embargo no me siento capaz de irme sola a pasarla bien en una isla griega al otro lado del mundo. Lo que menos necesito ahora son emociones fuertes que destruyan la poca estabilidad emocional que me queda.
Doy el último sorbo a mi café. Unas sirenas se escuchan por toda la zona. Levanto la vista encontrándome con varios carros de bomberos que van rumbo hacia el norte. Al principio no soy consciente de nada, hasta que veo como, en lugar de seguir recto, doblan en la vía que lleva directo a mi edificio.
— Mierda — mascullo antes de salir corriendo del lugar.
Siento los gritos de Raquel a mis espaldas. Viene detrás de mí, corriendo a mí misma altura. Sólo rezo para que ese incendio no tenga nada que ver conmigo. Hay muchas personas alrededor del lugar. Las empujo, intentando acercarme a uno de los bomberos con mi amiga.
— ¿Qué ha pasado? — le pregunta Raquel a uno de los hombres, el cual se la come con la mirada cuando la ve.
— Una loca ha dejado un cesto prendido en su apartamento.
— Dios — musito atrayendo su atención — .Yo soy esa loca.
— ¿Acaso estás mal de la cabeza? — me recrimina mi amiga.
No respondo, me centro en el bombero que tengo frente a mí, — ¿Los daños han sido muchos? — indago asustada.
— Por suerte hemos llegado a tiempo.
El alivio recorre mi cuerpo. Él me permite entrar y camino lentamente hacia mi edificio, no obstante, puedo escuchar la conversación que tienen Raquel y el bombero a mis espaldas.
— Te doy diez dólares si incendias el vestido de novia que hay en ese apartamento — susurra mi amiga creyendo que no la puedo escuchar.
— Mejor págame con tu número de teléfono.
— Hecho — accede, a lo que yo ruedo los ojos dirigiéndome al lugar desde donde apagan las escasas llamas que quedan.
El incendio no fue muy grande, pero a pesar de ello hay manchas negras cubriendo la fachada del edificio. La ventana de madera que había en mi apartamento ha sido destruida. Al no ser un edificio tan grande puedo presenciar desde aquí el desorden que hay en mi casa. Siento a Raquel detenerse a mi lado. Carraspeo antes de decir:
— Tienes razón, creo que será mejor irme por unos días a las islas Skíathos.
— Sinceramente, no sé si sea tan buena idea — responde, mientras mira como sacan del edificio al objeto culpable de semejante incendio.
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