11. Bufandas que bailan
—De todas formas puede que no existan malas o buenas personas —insiste incorporándose para gatear hasta donde estoy, con más confianza en la voz—. Es una categorización muy amplia que no admite grises. Todos somos un poco de ambas. A veces muy malos y solo un poco buenos, y otras veces muy buenos y solo un poco malos.
Luego de una pregunta tramposa, siempre —a menos que la persona haya abierto los ojos— llega la justificación al mal comportamiento en un intento de no pensar más en él o autoconvencerse de que no es tan malo.
Se deja caer en perpendicular a mi cuerpo. Descansa la cabeza sobre el almohadón que hay sobre mis piernas como si lo hubiera hecho un centenar de veces antes. Esto parece más propio del Sawyer normal y no del Sawyer silencioso de hace un rato.
—Y si son las dos cosas, ¿cómo los categorizamos? —indago.
—Como humanos, ¿no?
Hay algo de verdad en su justificación. Me encantaría analizarlo como se debe, pero tenerlo tan cerca me distrae. Me gustaría pedirle que vuelva a donde estaba hace cinco minutos, el problema es que ya se acomodó.
Tapo sus ojos con la palma de mi mano y ríe. El sonido es lindo, me agrada la forma en que se desvanece porque me recuerda a esas brisas de verano que arremolinan tu vestido alrededor de tus rodillas con tanta gentileza.
—Me pone nerviosa que me miren tan de cerca, así que es esto o nada —explico.
—Prefiero esto antes que nada, y no podremos conseguirte un novio si hasta la cercanía entre amigos te pone nerviosa, Gretha. Debes trabajar en eso.
Levanto mi mano solo un segundo para verlo a los ojos.
—¿Ves? Por eso me gustan los libros. No tengo que afilar mis habilidades sociales para estar con ellos.
Vuelvo a cubrir sus párpados. Sus pestañas me hacen cosquillas y su piel calienta la mía. Cuando sonríe siento las pequeñas arrugas formarse alrededor de sus ojos, contra mis yemas.
—Tengo amigos. Puedo hallar un buen pretendiente para ti.
—No sirvo para eso. Todas las veces que me presentaron personas, derivaron en fracasos.
—Imagino que fue porque eligieron gente con poco potencial de compatibilidad. Soy un mejor Cupido, lo prometo —dice al llevar una mano a su pecho, como si lo ofendiera la casi comparación con el resto de los mortales que intentan esparcir el amor.
—Lo contrario. Todos fueron buenos chicos, uno en especial.
Su otra mano cubre la mía y la levanta. Sus ojos otoñales brillan con curiosidad cuando ladea la cabeza.
—¿Ese "uno" te gustó?
Asiento.
—¿Fue correspondido? —insiste.
Trago en silencio y retrocedo al año pasado, al día del juego que cerró la temporada.
—Quiero esto, pero no podemos —dijo Charlie esa última vez.
—Lo sé —respondí.
Me miró como se miran los finales de las películas que te hacen llorar, con todas las posibilidades de lo que podría haber sido hechas trizas a nuestros pies. Me sonrió como si todo ese tiempo hubiera sido consciente del desenlace, y luego me abrazó tan fuerte que me podría haber roto por segunda vez en la noche.
No estábamos enamorados. No nos queríamos. Ni siquiera sabíamos nuestros apellidos. Sin embargo, conocíamos las partes más tristes del otro. Éramos dos piezas rotas de diferentes objetos que encajaban a la perfección.
Y sí encajábamos tan bien en lo malo hasta el punto en que dejaba de serlo, ¿qué pasaría cuando ambos nos encontráramos felices? No lo sabía o podía describir con hipotéticos sentimientos, pero sí con sensaciones y objetos. Imaginaba que un Charlie y una Gretha feliz serían como hojas bailando en otoño y chapuzones en tardes de verano, como las sábanas que quedan tibias al levantarte por la mañana y el sonido de las páginas de un libro al deslizarlas despacio. Nos sentiríamos como el color amarillo y las bufandas, y también como el reflejo de los charcos de lluvia, el glaseado de limón y el sol sobre la piel en invierno. Seríamos como el temblor de un cuerpo sorprendido por un ataque de risa y como un rastro de lágrimas a medio camino de secarse.
No estoy segura de si existen personas que te hagan sentir así. Puede que exagere, pero no pude averiguarlo con Charlie, aunque sé que nadie más —antes o después de él— me hizo pensar que sentir cosas tan bonitas podía ser posible.
Miro a Sawyer y me pregunto si él y Cora sienten ese tipo de cosas.
¿Alguna vez se sintieron como las cosquillas que la brisa le hace a las hojas? ¿Se sintió ella como un beso de los que te dan cuando te duermes, sin que te enteres? ¿Se sintió él como la canción favorita de una persona?
¿Estoy loca?
—Será duro, pero tú siempre sales de los agujeros en los que caes —me susurró Char.
—Tú también. —Le aparté el cabello azabache de la frente cuando nos separamos—. No te des por vencido, por favor. A pesar de que no podamos hacer esto, iré a tu casa cuando lo necesites, y contestaré siempre que llames, y...
Negó con la cabeza en una súplica para que no siguiera, pero yo sí quería seguir; quería que me cediera cada uno de sus problemas para solucionarlos, que me pasara sus responsabilidades para que pudiera respirar, que me dejara entrar a su cabeza y limpiar cada pensamiento negativo que tenía de sí mismo. Quería ayudar y no podía, y eso me estaba matando.
Sin embargo, yo también necesitaba ayuda. Charlie lo sabía. Lo vio en la forma en que me miré en el reflejo de la puerta esa noche. Supo al instante lo que pasó por mi cabeza a pesar de que me conocía hacía apenas un mes.
A veces me pregunto qué habría sucedido si hubiera decidido seguir siendo lo que sea que fue para mí. ¿Habría superado su problema? ¿Hubiera yo no caído en el mío? ¿Habríamos sido la historia que Sawyer espera escuchar?
No me gusta pensar en las personas como salvavidas. Creo que cada quien debe salvarse a sí mismo, pero reconozco que a veces necesitamos que alguien nos mantenga a flote un rato, hasta que recuperemos fuerzas. Otras veces, precisamos de un valiente que nos vaya a buscar al fondo del mar para animarnos a nadar hacia la superficie otra vez.
Nunca culparé a Charlie por no saber ser un salvavidas o no saber nadar. Lo que menos me importaba era lo que sucedería conmigo, pero él era muy consciente de mi forma de pensar.
—Mientras esté aquí con todos mis problemas rebalsándome, no serás capaz de ocuparte como se debe de los tuyos, y no puedo lidiar con tu carga y también la mía, Gretha. Te conozco poco, pero lo suficiente. Lograrás encontrar la forma de hacer girar el mundo a mi alrededor, y no sabes lo fácil que es caer en tu trampa y lo difícil que es dejar por propia voluntad de ser el centro de tu sistema solar. Estoy intentando no ser egoísta, como me enseñaste —aseguró.
Eso fue lo último que dijo antes de marchar. Sin embargo, me pregunto si de solo haber dicho «Lo que te dijeron no es verdad, ignóralos», habría bastado para trepar a tiempo por el borde del abismo en el que estaba colgando y en el que al final caí.
¿Pueden un par de palabras salvar a alguien, por más pequeñas que parezcan? Creo que sí. Sé de primera mano que pueden destruir, así que poder no les falta.
Desde ese día no volví a mencionar su nombre en voz alta. No le conté ni siquiera a Liv sobre él, y tampoco puedo contarle a Sawyer, porque hablar de Charlie es hablar de lo único que no puedo decir sin exponer un secreto.
Hay personas que es mejor dejarlas en el pasado.
—Entonces fue correspondido —afirma el novio de Cora.
Su mano da un ligero apretón a la mía, que ahora descansa sobre su frente y parte de su flequillo. Su pulgar se arrastra en una caricia contenedora sobre mi piel. La expresión en mi rostro debe indicar que no tuvimos un final feliz.
Asiento otra vez.
—Es complicado. No éramos nada, ni siquiera amigos, y nos conocíamos hacía poco tiempo —añado—. De igual manera mi cabeza se hubiera interpuesto tarde o temprano, como pasó con el resto.
No pide más explicaciones. Parece familiarizado con el problema de sobreanalizar.
—Tienes suerte. Las cuestiones de amor están bajo la jurisdicción del corazón, así que solo es cuestión de que este retome el poder sobre tu cabeza —argumenta, a lo que sonrío solo porque no estoy de acuerdo.
—En realidad, no. La cabeza controla el resto del cuerpo. Es la que hace que tus dedos escriban un «No creo que esto vaya a funcionar», y también la que controla tus pies para alejarte de alguien. Puede que no tengamos control de lo que sentimos, pero sí de lo que hacemos con cualquier sentimiento, y sin acciones no hay historia de amor.
Frunce el ceño y la mano que sigue contra su pecho empieza a masajear su esternón.
—Todo lo que dices me recuerda a una prisión. ¿No te sientes contenida en un celda cada vez que te retienes de hacer algo?
«¿Y qué si retenerte es la única manera de no saltar a un precipicio?».
—Me gusta mi celda porque está decorada a mi gusto. Es mi hogar. Cuando te acostumbras a un lugar no es fácil dejarlo.
—¿Y si abres la puerta? No hace falta que salgas al principio, solo que dejes entrar.
Lo intenté. Charlie estuvo bajo el umbral de esa puerta y se asustó ante el primer problema, lo que hizo que yo me asustara.
La vida pone un peso determinado en los hombros de cada persona, y la idea de ser pesada me revuelve el estómago con culpa. A veces solo necesitas un gramo de más para llegar al punto donde el peso es demasiado y terminas por romperte. No quiero ser un factor en la ruptura mental de ninguna persona, y para eso debo asegurarme de sostenerme por mí misma.
Charlie tenía mucho peso sobre él. Aprendió a compartirlo conmigo, pero cuando percibió la amenaza de tener que cargar con un poco de mi problema, retrocedió.
Y está bien. Estaba débil y se priorizó.
Quiero creer que lo hizo exclusivamente porque lo necesitaba. Sin embargo, negar que en el fondo dolió sería mentir. No quiero volver a sentirme como esa vez.
—Que yo viva en una celda no quiere decir que otro también deba hacerlo. Además, hay reclusos violentos por ahí. Pueden destruir las instalaciones que me encargué de mantener durante años, y aunque uno de ellos sea bueno y le guste la idea, no se lo permitiría. Libre la gente es más bonita, en todos los sentidos.
En libertad se sana, o eso espero que haya hecho Charlie. Lo sé porque estar encerrada lastima, pero desarrollas tolerancia al dolor.
—¿No te gustaría ser más bonita? —Arquea ambas cejas.
No me tenso. Quiero hacerlo, pero se daría cuenta, así que ordeno a mi cuerpo no tener reacción. Sé que no habla en el sentido literal de la palabra porque yo no hablaba en ese tampoco. La conversación es clara y no hay nada que malinterpretar.
Pero...
Me deshago de su agarre en mi mano y me cubro la boca para fingir un bostezo.
—Demasiada charla filosófica por hoy. Estoy cansada y te apuesto el desayuno de mañana que Cora no tarda en llegar. Ya pasó una hora.
Como si fuera contagioso, él también bosteza, aunque su gesto es real. Cruza los brazos sobre el pecho y no hace ademán de moverse cuando cierra los ojos.
—Estoy tan cómodo, ¿no podemos quedarnos un rato más así?
Le quito el almohadón y su cabeza cae en mis piernas. Luego, le doy con él en la cara. Ahoga su risa contra la tela.
—Buenas noches, novio de Cora.
Con un bufido se incorpora y se arrastra lejos, dejando la cama cálida y su perfume adherido al edredón y mis almohadas. Se detiene al abrir la puerta.
—¿Me avisas cuando estés lista para volver a intentar lo de las citas? Seré un buen cuñado. Haré que se hagan tests para descartar enfermedades de transmisión sexual y deberán pasar los toxicológicos, psicológicos y también un examen de cultura general. A ti te gustan los curiosos, es medio obvio.
—Aprecio la oferta, pero de todas formas no estoy en un buen momento para lidiar con un romance que no sea ficticio.
—¿Por qué?
«Porque no estoy en un buen momento conmigo misma».
Me encojo de hombros y vuelvo a apretar el almohadón contra mi pecho.
—Decisiones universitarias que marcarán el rumbo de mi vida, una nueva hermanastra y un padrastro entre otras cosas.
—Dale tiempo a Cora. No es tan mala como crees.
—No creo que sea mala. Es difícil, eso no la hace una mala persona.
Sus labios se tuercen con diversión, como si entendiera a la perfección.
—No quiero que te ofendas, pero aunque estoy seguro de que no es así, tengo la necesidad de preguntar si siempre le das el beneficio de la duda a las personas, defiendes a la gente para quedar bien, o porque te sientes culpable de algo. Pareces demasiado buena. En exceso.
—Créeme, no soy tan buena. No con todo el mundo ni a toda hora.
Las buenas personas no deben sentirse tan mal como me siento la mayor parte del tiempo.
Por unos segundos solo nos miramos. Cada quien ahogado en pensamientos que no pueden salir.
—Yo tampoco soy tan bueno —asegura al final.
Así que es un Cristoff.
Tengo la necesidad de borrar esta conversación de mi cabeza. Quiero imaginar que nunca pasó, porque ahora me pregunto qué cosas hizo para considerarse a sí mismo de esa forma y temo saber si lastimó a alguien.
—Buenas noches, hermanastra de Cora.
¡Hola, paragüitas de mi oscuro corazón! 🖤 No puedo creer que ya estemos a mediados de octubre, ¿se les pasó rápido o lento el año estando en cuarentena? ¿Qué tanta cordura mental les queda del 1 al 43?
1. Si tuvieran que disfrazarse para Halloween, ¿de qué se disfrazarían? 🎃
2. ¿Alguna vez se alejaron de alguien porque vieron que tenía problemas que iban a repercutir en ustedes, como hizo Charlie? ¿Qué opinan sobre él?
3. ¿Les gusta ser Cupido o prefieren ser víctima del Sawyerpido? ¿Tienen a alguien especial pululando por sus vidas?
4. ¿Son más de saltar al vacío o ni siquiera asomarse?
Con amor cibernético y demás, S. ♥️
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