28. Fantasmas del pasado


Número desconocido [12:33 PM]:

El teu pare està greu. Aviat morirà. No li donen més de dues setmanes (Tu padre está grave. Morirá pronto. No le dan más de dos semanas).

Vol acomiadar-se de tu (Quiere despedirse de ti)

Laia:

¿Cómo has conseguido mi teléfono?

Mamá [12:37 PM]:

Ara parlem espanyol? (¿Ahora hablamos español?)

Han pasado muchos años, cariño.

¿No crees que es hora de perdonar?

Laia:

¿De dónde has sacado mi número de teléfono, Carlota?

Hablaremos español.

Mamá [12:40 PM]:

Me lo diste tú.

Te fias demasiado de tus clientes.


Hubiera contestado si los dedos me hubieran respondido; si no hubiesen temblado como si cualquier término nervioso de mi cuerpo estuviera fuera de control.

Lo que vino después fue peor. Se me atascó algo que sabía a metal y angustia en el pecho. Me llené de lágrimas y creí, que si hubiese vuelto a estar en la calle, tal vez hubiese caído al río de nuevo. El pánico que me llevó a correr y huir estaba ahí otra vez, tirando de mi estómago como si le hubiera echado un ancla. Como si este amarre le permitiera arrastrarme hacia donde quisiera. Pero estaba en casa. Allí nadie podía hacerme daño. ¿No?

Mamá [12:45 PM]:

¿Dónde estás?

¿Has vuelto a Inglaterra?


Jemmy se sentó en el suelo a mi lado y me miró con curiosidad. Me pregunté qué pensaría él, de la humana que estaba sentada en el suelo junto a la librería con las rodillas flexionadas. Él no sabría que yo tuve la sensación de que si me escondía entre la pared y los libros, podría desaparecer del mundo en cualquier momento.


Mamá [1:00 PM]:

¿Estás con ese cantante?


Sangre. Mucha sangre. No podía respirar. Me mordí las uñas con tanta fuerza que se me llenaron los dedos de sangre. Sollocé. Dolía horrores. Por un instante, dolieron más mis dedos que la sensación de que los golpes de un pasado que volvía sin que le hubieran permitido entrar.

Sangre, sangre. Más sangre.

Estaba olvidado. Estaba olvidado.

No iba a dejar que volviera a mi vida. No. Eso lo había superado. A ella y a él. No tenía derecho a volver para intentar remover una tierra que me costó mucho llenar de flores.


Mamá [1:28 PM]:

Laia... ¡contestame!

Quédate sola. Eso.

SIGUE CON TU PUTO SILENCIO.

Con tu rencor. Con todo lo que llevas acumulado dentro.

Al final eso te destruirá.

¿ES QUE NO LO VES?


Conseguí calmar mi ansiedad, pero no mi miedo, que me encerraba en una habitación a oscuras de la que creí haber salido tiempo atrás. Tal vez seguía allí y no me había dado cuenta. Una habitación que no tiene paredes ni límites y podría pasarme toda la eternidad dando vueltas y vueltas sobre mí misma, hasta morir del sinsentido de la existencia.

De la irrelevancia de mi propia identidad.

Deseé volver a ser invisible.

Tendría que haber buscado un trabajo que no dejara rastro, pero fui demasiado tonta.

Silencié el chat de mi madre, pero no la bloqueé. Ni siquiera sé por qué no lo hice.

Tal vez porque aún tenía miedo al castigo que podía llegar tras mi desobediencia. A pesar de que era mayor de edad y ya estaba muy lejos de allí, seguía teniendo miedo de ella, y de él.

Me hubiera gustado olvidar las semanas que pasé ingresada en el hospital. Las vendas en mi estómago, la sensación de que me iba y de que bajo ninguna circunstancia iba a permitirlo.

La sangre.

Maldición.

Había demasiada sangre.

Mis uñas. Mis manos. Dolían tanto que no sabía si mis lágrimas se debían a eso o al recuerdo.

 Calmé mi llanto con galletas. Hice cuatro o cinco horneadas. Últimamente, mi compra se basaba en una exagerada cantidad de ingredientes para galletas. Estaba mal de la puta cabeza, pero me importaba un pimiento.

Hice tantas galletas que después de preparar dos bolsitas para Hal y Chris, aún me quedaban para comer durante días.

Esa tarde no esperé a que Harald me llamara, sino que yo le llamé. No podía soportar ni un segundo más a solas con mis recuerdos. Ni los cinco platos llenos de galletas que había preparado. Él descolgó enseguida, y aunque su saludo sonó sorprendido, no le di tiempo a hablar de algo que no fuera el libro.

—Me da mucha pena que Sybil no se dé cuenta de que Dorian no está enamorado de ella como persona, sino de la imagen que se ha creado de ella. De su yo actriz, ¿sabes? No es la misma —expliqué.

—Al fin y al cabo, todos, al principio, nos enamoramos de la idea que tenemos de alguien. ¿No? Por eso con el tiempo tantas parejas se rompen —opinó Harald, que parecía hablar desde la experiencia.

—No creo que sea solo por eso. Aun así, la muestran como el desencadenante de la degradación moral de Dorian. Pobre muchacha.

—Te acabas de adelantar unos cuantos capítulos.

—Es cierto, pero qué más da, si ambos sabemos la historia.

—No me acordaba —Harald se río—. Me has hecho spoiler. Ahora me he acordado de lo que pasa con ella.

—Es imposible olvidarlo y no es spoiler si ya sabes lo que pasa.

—El libro no lo dice directamente, pero tengo la teoría, y sé que no soy el único, de que fue él.

—¿Tú crees?

—Estoy segurísimo.

—Pues yo creo que de verdad muere por amor.

—En ambos casos, es muy trágico.

Escuché un pitido y su voz desapareció. Volvió apenas tres segundos después.

Resopló.

—Esta mujer no me va a dejar vivir en paz —dijo.

—¿Qué sucede?

—Nadia lleva días enviándome mensajes y llamándome sin parar. Acabo de decirle que no me llame más, pero no para.

Dios mío.

—¿Qué es lo que... que es lo que quiere?

Respiró hondo y contuvo el aire unos segundos.

—No lo sé. Dice que... —tomó aire de nuevo, como si tuviera los pulmones atascados—, que sin mí las cosas no son igual, que yo no puedo vivir sin ella. Me pide que deje de hacerme el duro y hable con ella. ¿Te lo puedes creer? Que confiese que los dos engañamos para que podamos volver juntos y solucionarlo.

—Harald todo suena...

—De locos, ya lo sé. Y sigue empeñada en que la engañé contigo. Nadia ve pájaros donde no los hay. Me ha ignorado un mes y ahora se acuerda de que existo, después de vernos juntos en fin de año, precisamente.

—¿Y qué vas a hacer?

—Nada. ¿Qué quieres que haga? Estoy muy cansado de todo esto. El otro día Olek vino al hospital y me pidió disculpas. ¿Te lo puedes creer? Dijo que no sabía que Nadia estaba casada y que no sabía si ella podía llegar a amar a alguien. Como si Nadia fuera un robot o... ella sabe amar. Yo sé que me amaba. Yo recuerdo su amor, pero ¿te crees si te digo que ya no la reconozco? Y como un tonto, siento la puta tentación de hablar con ella cuando sé que no debo hacerlo.

—¿Volverías con ella?

Volvió a respirar hondo. Me dio la sensación de que podría ahogarse con su propia angustia. Se me hizo un nudo en el estómago al pensar en Hal volviendo con Nadia.

—Yo... echo de menos la sensación del enamoramiento que sentí. Me fastidia que todo acabara mal. Extraño lo que era cuando nos casamos, esa intensidad, ese amor, pero no quiero volver a los últimos meses porque han sido una pesadilla. Y, joder, no la quiero. Me di cuenta de eso. Y si ella no me ama y yo no la amo, ¿qué sentido tiene esto? No lo tiene. Un segundo, voy a decirle que deje de llamarme o la bloquearé. Enseguida te llamo de nuevo.

No me dio tiempo a contestar, pues en lugar de finalizar la llamada, la voz de Nadia se coló en la conversación. Hal se había equivocado.

—Escúchame Kaas, sabes que no hay nadie en el mundo que te entienda como yo. Te conozco y sé que en realidad quieres volver conmigo. Sé que intentas substituir con ella. No puede ser otra cosa porque yo soy tu esposa. Yo fui a quien juraste amor hasta la muerte. ¿No lo entiendes?

Aquello sonó desagradable. No por lo que decía de mí, sino por el tono cínico y seductor que utilizaba. Yo no debería estar escuchado eso, ni siquiera él quería que lo escuchara, pero no fui capaz de colgar, al menos, no en ese momento.

—Nadia, ¿por qué te has acordado de mí justo ahora?

—No puedo olvidarme del hombre con el que estoy casada.

—Olek te ha dejado.

—Le he dejado yo, por ti.

—No te creo. Yo ya no me creo nada de ti.

Entonces ella pareció contener un llanto y me pregunté qué demonios hacía yo escuchando esa conversación. Estuve a punto de colgar cuando ella replicó:

—No seas dramático. Yo no quería engañarte Harald, pero no estabas en casa y te necesitaba tanto que no pude soportarlo. Me sentía sola.

Harald estaba en silencio, a punto de caer, porque sabía que se sentía lo suficiente culpable como para hacerlo.

—Nadia yo...

—Vuelve a casa, mi amor. Vuelve, por favor.

Harald respiró con una bocanada sonora.

—Lo estoy intentando arreglar, Hal —insistió Nadia.

—Para que pudiéramos arreglarlo yo tendría que querer hacerlo. No quiero, Nadia. Lo único que quiero es firmar el divorcio y rehacer mi vida. Eso es lo que quiero.

—¿Ni siquiera vas a intentarlo? ¿Ya está? ¿Seis años juntos y a la primera de cambio te vas?

—No es la primera de cambio. Nadia, las cosas que dijiste, lo que has hecho, no puedo olvidarlo sin más. Has traicionado toda la confianza que te tenía.

—Solo lo hice porque pensé que tú lo habías hecho.

—¿Por qué aguantarías una infidelidad, Nadia? ¿Por qué decidirías vengarte buscando a otro en vez de terminar conmigo? ¿Por qué?

—Porque... —su voz se desvaneció—. No lo sé, Hal. No lo sé. Yo te quería tanto que hubiera aguantado lo que fuera.

—¿A qué precio? ¿Te estás dando cuenta de lo destructivo que es eso? ¿De lo contradictorio que es con lo otro que has dicho sobre que te sentías sola?

—Supongo. Pero, así es el amor, ¿no?

—No, así no. No sé si me quieres, pero yo no quiero que me quieras así, Nadia.

—¿Es por ella? Yo te conozco mucho más, estoy segura de que puedo darte-

—¿Va de eso, no? ¿Por eso quieres que vuelva? No puedes aceptar que me he ido después de que tú me engañaras y me dijeras que no me quieres. Me trataste mal durante meses. ¿Quieres que esté llorando por los rincones por ti? Claro, las cosas se ponen muy jodidas si he conocido a otra persona. Tú tienes que ser siempre el centro de atención.

—No te atrevas a hablarme así. —la voz de Nadia tembló.

—No te atrevas a intentar que vuelva a meterme entre tus piernas para alimentar tu ego. Ni a volver a meterte con ella.

—¿La quieres?

—Eso no te importa.

—Claro que me importa. ¿Me engañaste con ella?

—Nunca te engañé. Para ya de poner esa maldita excusa. ¿Te crees que soy idiota? Es una excusa, Nadia. Tal vez tú no lo veas o no quieras aceptarlo, pero culparme a mí para justificarte no es una razón.

—¿Pero la conociste cuando todavía estabas conmigo?

—Ella no tiene nada que ver con nuestro divorcio. No estuve con ella mientras estaba contigo. Ni siquiera la conocía.

—¿Te has acostado con ella?

Él resopló y lanzó una risa irónica.

—Mi vida sexual dejó de ser asunto tuyo cuando comenzaste a follarte a Olek hace un año y medio. No me llames más, Nadia, o te bloquearé.

Harald colgó la llamada y me quedé unos segundos sola con Nadia. Ella permaneció en silencio unos segundos, antes de deshacerse en llantos y sollozos, en una desesperación que me encogió el corazón. Tal vez yo no era la única con anclas en el estómago.

Me di cuenta de que ella no era tan distinta a mí yo del pasado. Esa chica que actuaba por impulsos y que, cuando ya no tenía nada, se agarraba de lo que fuera con uñas y dientes. Odiaba que le hubiera hecho daño a Harald, pero en ese instante, no pude odiarla a ella.

Colgué también y enseguida tenía otra llamada de Hal.

—Laia, creo que quiere manipularme.

—Yo... —dije—, no... no debería meterme. Esto... me has puesto en conferencia sin querer. Lo siento mucho... He escuchado más de la cuenta. No... no debía.

Tardó un poco en contestar.

—No me importa que hayas escuchado. Lo siento, me he equivocado al contestar la llamada, pensaba que estaba dejando la tuya en espera o colgando. Me pongo tan nervioso y ansioso que no sé ni lo que hago —suspiró—. Nadia está intentando hacerme sentir miserable.

—¿Cómo lo sabes?

—Hay una paciente en el hospital que siempre tiene sesiones con el doctor Jenkins. Esas las hacemos juntos, como la tuya, siempre me deja estar con ellos para ver cómo lleva el tratamiento. Tiene una depresión muy severa y el otro día estuvo hablando de su pareja. Jenkins le dijo que esas formas de hablarle que usaba él eran técnicas de manipulación. Puede que las personas que las usa lo haga de forma consciente o inconsciente, pero lo son al fin y al cabo. Son las mismas palabras que ha usado Nadia. Las mismas.

—Me... me ha parecido muy desagradable lo que decía de ti. No es verdad lo que ella decía.

Oí un golpe al otro lado de la línea.

—Joder, ¿cómo he estado tan ciego? ¡Joder! —su exclamación me hizo dar un respingo. Era la primera vez que le escuchaba gritar así. Ni siquiera cuando se presentó en mi casa y le grité durante más de diez minutos me contestó de ese modo.

—Hal, intenta respirar hondo.

—¡Joder! ¡Es una... una mala... una mala persona! No quiero insultar, Laia, pero estoy a punto. Te juro que... ¡Joder! —otro golpe—. Acabo de darme cuenta de que así fue como consiguió que le pidiera matrimonio. ¿Cuánto tiempo lleva jugando conmigo de esta forma? ¿Fui su puto muñeco hasta que se cansó? Ahora que el juguete que creía perdido puede darle juego, me anda detrás. ¡Será posible!

—¿Qué quieres decir con lo del matrimonio?

Me pareció que caminaba de un lado a otro, mientras maldecía una y otra vez sobre lo tonto que era. Le escuché. Era lo que me hubiera gustado tener cuando Blake me engañó. También cuando estuve en el hospital hace ya tantos años que casi lo había olvidado. No necesitaba que me dieran ningún consejo, ni que me intentaran hacer sentir mejor, solo que estuvieran allí. En mi caso no hubo nada, pero con Harald... yo quería estar ahí.

Finalmente, dejó de exclamar y maldecir y explicó:

—Cuando llevábamos un año saliendo, le pedí un poco de espacio. Estaba siempre pegada a mí, todos los días, a todas horas, y me sentía muy agobiado. Yo no quería romper con ella, de veras, solo quería un poco de tiempo para mí mismo. Se lo tomó tan mal que me bloqueó de todas las redes sociales y no me habló durante una semana. Para ella, la estaba dejando de forma temporal y no hubo manera de que entendiera que eso no era así. Se iba a fiestas y se aseguraba de que yo supiera que estaba ahí con otros chicos. Subía fotos a las redes sociales de sus amigas porque sabía que yo las vería. Nunca he pasado tanta ansiedad.

»Al cabo de una semana, que se me hizo horrible, volvió a desbloquearme y se mostró muy comprensiva conmigo. Me pidió disculpas por haberse tomado tan mal mi petición y lo arreglamos. Al menos eso pensé. Nunca había sido tan paciente. Me hablaba con mucho cariño, decía que me echaba de menos y le pedí vernos esa noche. Vino a la residencia donde yo me quedaba. Se había comprado un vestido nuevo, y se había cortado y arreglado el pelo. Estaba guapísima. Esa noche dormimos juntos y bueno, parecía que estaba todo bien. ¿No? Habíamos tenido una pequeña discusión porque ella no había interpretado bien lo que yo necesitaba o porque yo no me expresé bien, pero ya está. Parecía solucionado. Y me disculpé, joder. Me disculpé por haberla hecho sentir mal al pedirle espacio.

»A los pocos días volvimos a lo mismo. Estábamos juntos todo el día. Se quedaba a dormir conmigo todos los días, íbamos juntos a la universidad, comíamos juntos, me revisaba el teléfono, Laia... El puto teléfono. Nos duchábamos juntos, es que solo me faltaba cagar con ella. Perdón por la palabra. De nuevo necesité tiempo para mí, porque sentía que me ahogaba, que me faltaba el aire. Poco a poco, comencé a poner excusas para planes que teníamos juntos. Tal vez debí volver a hablar con ella seriamente, pero se lo tomó tan mal la primera vez, que me daba miedo que volviera a enfadarse conmigo. No encontraba la forma de decírselo. A veces me cuesta expresarme aunque no lo parezca.

»Cada vez que cancelaba un plan, ella me castigaba por ello. Dejaba de hablarme o se enfadaba, me prohibía el sexo por un tiempo porque decía que no me lo había ganado. Como si eso fuera un premio. El sexo era un chantaje, un premio o un castigo. Y eso... eso no se hace si amas a alguien. No a tu pareja. Creía que era un juego, al fin y al cabo. Y antes de darme cuenta, nuestra relación se convirtió en un afán mío de complacerla, o al menos así fue como yo lo sentí.

»Quería lo que ella quería. Hacía lo que ella hacía, porque no quería que se enfadara, odiaba la idea de que se molestara conmigo. Y al final, mencionó el matrimonio. Al principio no quise, pero acabé convencido de que sí, que quería pasarme la vida con ella. Yo creía que ella hacía todas esas cosas porque me quería y deseaba estar conmigo de todas las maneras posibles. Creía que esa obsesión era amor, y que era yo el problema porque no expresaba mi amor con ese enganche.

Harald se calló un momento y sacó el aire que había estado conteniendo en un largo suspiro.

—Pero ahora me doy cuenta de que... no era... no era lo que yo pensaba. Si quieres a alguien no le causas ansiedad y dependencia. Yo no quería casarme con ella, lo que yo realmente quería era estar en paz en la relación y creí que esa sería la solución, pero ni siquiera me di cuenta de que ese era un error todavía mayor. Nuestra relación debió haber terminado en ese momento. Era enfermizo.

—Hal, lo siento mucho. ¿Nadie de tu entorno te avisó?

—¿Todo el mundo? Nunca escuché.

—Estabas enamorado.

—Lo sé, pero... Joder.

—No vale la pena echarse nada en cara ahora. Ya está hecho y has aprendido de ello.

—Sí, pero me siento muy tonto. Y —suspiró—, siento mucho lo que pasó en fin de año.

—No fue culpa tuya. Nada lo fue.

—Yo insistí en que saliéramos. Déjame disculparme por mi parte de culpa.

—Disculpas aceptadas. Aunque, me lo pasé muy bien contigo.

—¿Antes de que Nadia y Kat lo mandaran todo a la mierda?

—Y durante esos momentos también. Me ayudaste mucho cuando tuve el ataque de ansiedad y, aunque me fui de la cena, hice algo que pensé que no podía hacer. Me senté en una mesa con más de una persona. Lo hice. Estoy satisfecha con eso.

Creí escuchar cómo sonreía.

—Pequeño reto superado.

—Sí.

—Laia, ¿has patinado alguna vez sobre hielo? —me preguntó de sopetón—. Necesito salir de casa y todos mis amigos están trabajando. Es una de las desventajas de los horarios locos del hospital.

—Nunca lo he hecho. Siempre me ha dado miedo caerme.

—Yo te enseñaré.

—¿Hay probabilidades de que me rompa una pierna?

—No voy a dejar que te hagas daño.

Mi trabajo como autónoma me permitía organizar mis propios descansos, así que para mi sorpresa ese día dije "Sí". Sin insistencias, sin miedos, tan solo "sí". Yo también necesitaba salir y dejar de encerrarme en mis recuerdos.

—Entonces vamos, estoy libre y ya he preparado más galletas de las que podríamos comer en una semana.

Su entusiasmo creció.

—¿Es eso un reto?

¿Le gustarían tanto si supiera qué los ingredientes principales eran lágrimas y ansiedad?

Sé que este capítulo es un poco intenso. Espero que lo hayais disfrutado y si ha sido demasiado, me encantaría saberlo.

Gracias, 

Noëlle 


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top