12. Volver
No recordaba que la universidad estuviera tan llena a finales de diciembre, pero, hacía tanto que no iba que quizás ya se me había olvidado cómo era el periodo de exámenes. Ese en el que las aulas se llenaban de personas que pisaban la universidad por primera vez ese día. No me entretuve mucho con la tutoría de las prácticas, era una visita regular. Perdí toda la mañana, así que aproveché para comer algo en la cafetería y llamar, por fin, a un abogado. Lenn me había pasado el contacto del que le había llevado el caso de la custodia de Chris cuando era bebé. Tenían el despacho del bufete en las afueras, lo que me daba bastante alivio porque no serían muy caros. Era un simple divorcio en el que lo único que había era una alianza de por medio. No teníamos bienes comunes, niños, ni mascotas. Solo necesitaba una firma, y no iba a gastarme una millonada para conseguirla.
Hice una llamada y me citaron para esa misma tarde. Al parecer, iba a tener un día movido. Menos mal que había pedido el día libre para poder ir a la universidad con tranquilidad.
Hice un repaso mental del día y me di cuenta, de que si no llamaba a Laia en ese momento, quizás, me sería imposible hacerlo hasta después de la cena, y eso, podría ser demasiado tarde. Por eso le escribí y me sorprendió que me dijera que no le importaba hablar tarde, así que quedé en llamarla a las diez de la noche.
Me había hecho una nota con las cosas que quería comentar, pero la verdad, es que me sentía bastante tonto, porque no tenía nada trascendental que decir. Ese era, precisamente, un libro que, por lo que sabía, se estudiaba hasta en las clases de estética universitarias. Y a mí, lo que más me había gustado era la química entre los protagonistas y la graciosa fascinación de Basil con Dorian.
Anotaciones Prefacio y Capítulo 1:
El artista es el creador de cosas buenas.
Me encantaría ver a este tipo en una exposición de arte contemporáneo.
Todo arte es plenamente inútil.
Estoy de acuerdo.
La conciencia y la cobardía no son lo mismo, en eso también estoy de acuerdo.
Basil está coladito por Dorian. Me importa una mierda si solo yo lo estoy interpretando así.
Wilde, qué intenso eres.
Joder, no quería quedar como un tonto por subrayar esas cosas. Me daba vergüenza recordar como me había encontrado en Wandsworth Park. ¿Y ahora iba a decirle que me estaba haciendo películas amorosas homosexuales con un clásico?
Laia iba a flipar.
Alguien se aclaró la voz a mis espaldas. Hubiera deseado que mi corazón no diera un traspié. Era la mirada arrepentida de mi esposa la que me observaba a mis espaldas.
—Hola, Hal —me saludó Nadia. ¿Qué demonios?
—¿Qué haces aquí, Nadia?
Ella se había graduado en dirección de empresas hacía tres años, y no tenía motivos para estar en aquella universidad.
—He venido a verte. Sabía qué tenías reunión hoy. —Bajó la mirada, como si no fuera capaz de mirarme a los ojos.
Claro que lo sabía, lo apunté en un post-it en la nevera. Me quedé mudo y el corazón se me aceleró tanto que podría haber jurado que todos en esa cafetería eran capaces de escucharlo.
—Te extraño—me dijo.
Algo se atragantó en mi garganta.
—Dijiste que no me querías.
—Me equivoqué. —Dio un pequeño paso hacia mí—. Lo siento. —Posó su mano en mi antebrazo—. Vuelve a casa, por favor.
Negué con la cabeza y me aparté ligeramente de ella. El toque de sus dedos sobre mí se sintió como un puñetazo, aunque a penas me rozó.
—Me echaste de casa como a la basura. Pusiste mis cosas...
—Estaba muy enfadada porque querías irte.
—Estaba ahí tu amante.
—Lo echaré. Él no importa. Él no es tú.
—No puedo volver contigo, Nadia. —Me hubiera dolido menos que me apuñalaran—. Ya no confío en ti. Ya no me quieres. Y yo creo que tampoco te quiero.
No había sido difícil darme cuenta de que hacía tiempo que yo no sentía lo mismo por ella. Mis lágrimas se debían a la traición y la rabia, pero no al amor. Lo supe en ese instante en el que la tuve frente a mí y todo lo que sentí fue repugnancia.
—Lo solucionaré. Puedo...
Negué con la cabeza.
—Por favor... déjame solo.
—Lo que tú quieras, mi amor. Te daré todo lo que necesites. Y...
—No soy tu amor. Ya no.
—¿No quieres recuperarme tú a mí? ¿No quieres lo que teníamos? ¿No deseas que te ame como antes? Puedes ganar mi corazón de nuevo.
—Nadia, lo que teníamos no era...
—No seas dramático, Hal. Por favor. Admite que tú también me engañaste, que los dos estábamos mal y podemos... podemos empezar de nuevo. Puedo volver a quererte.
«Volver a quererte».
Resoplé y me di la vuelta, sin siquiera volver a dirigirle la palabra. No valía la pena. Aquello estaba roto, tirado por el suelo y no había nadie que deseara más que yo en el mundo, poder retroceder el tiempo y evitar lo que nos había pasado.
—¡Hal! ¡No te vayas! —me gritó, incluso intentó seguirme, pero me zafé de su agarre varias veces.
—¿No me has hecho suficiente daño ya? Nadia, ¡vete! No quiero. —Se me estaban aguando los ojos—. Deja de acusarme de engañarte. Quizás hice algo mal, seguro que lo hice, pero eso no fue.
—¡Harald!
—No, Nadia. No.
—Eres mío, Hal. A mí, tú no me dejas. Así que suplícame por el divorcio, porque no te lo daré fácilmente.
La ignoré y me marché, con ganas de gritar y golpear al mundo.
—¿Voy a quedar como un idiota si te digo que tengo pocas cosas trascendentales a decir sobre esto?
Fue lo primero que dije cuando Laia descolgó la llamada. Reprimió una risa.
—La risa no es ningún mal principio para una amistad —cité.
—¿Te lo has memorizado?
—No, este ha sido improvisado.
Esa vez sí que se rio y fue lo más bonito que escuché en todo aquel día de mierda. Era suave y sonora, pero dulce al mismo tiempo. Esa risa sonaba a un atardecer de verano.
—Sobre las cosas trascendentales, yo tampoco las tengo —dijo.
Eso me dejaba mucho más tranquilo.
—Entonces voy a tirarme a la piscina de golpe —contesté—. No me juzgues, ya te he dicho que no hay nada trascendental.
—Sí, no te preocupes.
—Creo que tiene razón en el hecho de que el arte es inútil.
—¿Cómo? ¡No!
—Es, funcionalmente, inútil, Laia. No sirve más que para entretener. Se puede vivir sin arte.
—Una vida horrible.
—Pero una vida, al fin y al cabo.
—¿Puedes vivir sin libros?
—He vivido sin libros durante los últimos años.
—¿De verdad? ¿Vivido?
—¿Sobrevivido?
—Eso no es vivir, por lo que se demuestra mi teoría de que el arte es útil.
—No tienes razón. El arte no es útil. Y hablamos en un sentido literal, como herramienta.
—¿Herramienta terapéutica? ¿No hacéis eso los psiquiatras?
—Uhm... ¿Crees que los garabatos de alguien que no ha agarrado un lápiz en su vida son arte? Yo los considero otra cosa.
—No voy a entrar en un debate trascendental sobre lo que es o no es el arte —dijo ella.
—¿Por qué no?
—Porque no tengo ni idea y podría pasarme la vida entera dándole vueltas a lo mismo.
—Cierto. El tema del arte. A un lado. Adiós.
Permanecí en silencio después de decir eso, ¿con qué punto de la lista podría seguir?
—¿Ya has terminado de comentar el libro, Harald? —me preguntó con un tono divertido.
—No, le decía adiós al tema.
Ella se río. Joder, estaba quedando como un tonto.
—Conciencia y cobardía. Son diferentes —declaré.
—Sí —respondió ella, divertida.
—¿Te hace gracia?
—Parece que estás haciendo un ejercicio académico. ¿Te has apuntado cosas en una libreta, como cuándo hablas conmigo en la consulta?
—Claro. Yo apunto todo lo que no quiero que se me olvide. Lo que es importante.
—Oh... Juraría que solo te he dicho tonterías. Y las has apuntado.
—Que tú pienses que son tonterías no quiere decir que lo sean. Al menos no para mí —repliqué.
Contestó con un simple «oh».
—No has dicho ni una sola tontería desde que te conozco, Laia —añadí.
—Engañada. Lo apuntaste. ¿Por qué?
—Porque es importante.
—¿De verdad?
—Es muy importante que creas que te engaño, o que te sientas así.
Se quedó callada, así que proseguí:
—Laia, el hecho de que muestres tanta desconfianza si alguien intenta saber sobre ti, es importante. No solo para mí como psiquiatra, sino para ti. Sobre todo para ti.
El silencio volvió y durante unos instantes, temí haber sido demasiado crudo. Tuve que levantarme del sofá y caminar de un lado a otro.
—¿Laia?
—Deberíamos hablar del libro... yo no quería hablar de mí —dijo al fin.
—No lo pretendía, siento ser directo, pero no me gusta andarme con rodeos con estas cosas.
—No me importa que me regañes. Ya me da igual.
—No te estoy regañando.
El tono de su voz, a pesar de que intentaba ser sereno, mostraba todo lo contrario. Sí que le molestaba sentirse atacada de ese modo, aunque no lo estuviera haciendo. No pretendía atacarla, solo mostrarle mi preocupación.
—Pero suena como si... lo que dices... eso sobre la poca confianza que tengo, suena a que estoy haciendo algo mal.
—¿El qué? ¿Qué es eso que crees estar haciendo mal?
—¿Crees que estoy a la defensiva? —me preguntó.
—Sí. Pero sé que no es conmigo, sino con tu forma de interpretar las cosas. Laia, no te estaba regañando ni tengo intención de hacerlo nunca. Solo te doy mi punto de vista porque tú me has preguntado. ¿Que si creo que pensar eso te hace daño? Claro que sí, pero no vas a recibir ningún tipo de reprimenda por eso. Yo no soy nadie para regañarte. No en ese sentido. Nunca lo haría.
—No estoy tan segura.
—¿A qué te refieres?
No estaba expresándome bien. Tal vez, sí podría estar haciéndola sentir mal con mis palabras. «Mierda, Harald. Tienes que practicar tu forma de decir las cosas».
—A que ahora yo estoy enfadada conmigo misma.
Se me escapó un suspiro.
—Eso es normal, a todos nos pasa, pero recuerda perdonarte.
—Qué consejo de mierda.
Me reí ante su indignación.
—¡Oye! Igual sí es un consejo de mierda, pero no te enfades conmigo —supliqué—. Tan solo intento ayudarte.
—No estoy enfadada contigo. No podría. Eres demasiado bueno, Harald.
Me gustaba que dijera mi nombre. Sonaba meloso en sus labios, pero también duro, pues marcaba mucho la h, casi como si fuera una j.
—¿Te daría pena?
Resopló.
—¿Cómo se hace eso de perdonarse a uno mismo?
Podría haber dicho muchas cosas, pero no me sentí seguro de ninguna de ellas. Así que me limité a decir:
—Terapia.
—No lo necesito.
—No estoy de acuerdo.
—¿Y tú? ¿La necesitas? —contraatacó.
Me reí, era obvio que no iba a dejar que la cosa fuera solo sobre ella.
—Supongo que no me iría mal. A nadie le iría mal en realidad.
—¿Por qué lo crees?
—Por mi ruptura. Creo que, no sé, hay cosas revueltas. Pero estoy bien. Cada día me siento mejor, aunque a veces tengo momentos de... pensar demasiado. Hoy he hablado con ella y creo que voy a estar un poco jodido, pero se me pasará. Sí, al final se me pasará.
Escuché como respiraba hondo y susurraba un "ya". Nos sumimos en una extraña pausa, en la que cada uno parecía sumido en sí mismo.
—¿En qué piensas? —le pregunté al fin, necesitaba romper ese silencio.
—En que la ciudad está preciosa, llena de nieve y... es maravilloso.
—Lo es.
—Sí.
—Tengo que colgar —me informó con un suspiro.
—¿Te llamo en dos días para el siguiente? —propuse.
—Pero será Navidad.
—Entonces al día siguiente, ¿va bien?
—Sí.
—Genial, hablamos ese día, Laia. —Un "adiós" salió de sus labios después de mis palabras y me dispuse a colgar la llamada, pero ella añadió:
—Gracias por escucharme, Harald.
Y fue ella quien colgó.
«Gracias a ti, Laia.»
En ese momento me di cuenta de que tal vez no quería volver a verla en la consulta. Me gustó hablar con ella lo suficiente como para desear seguir haciéndolo.
Apenas me había hablado en el hospital. Se había comportado como un libro cerrado y hermético, algo contrario a esa última conversación. Se me olvidó donde la había conocido y, por muy imprudente que fuera deseé que llegara el día de volver a llamarla.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top