Rυƚιɳα

Eduardo miraba a lo lejos a Iván, su enamorado desde hace algún tiempo; tenía la piel dorada, brillaba en el sol, mientras que si él posaba frente al sol adquiría un tono rojo para posteriormente parecer una serpiente mudando de piel.

Estaba mirando por entre las gradas cubiertas de una tela negra por la que lo podía ver sin que él se diera cuenta, aunque esto no era necesario, a él le daba un poco igual que Iván lo viera o no, a Iván tampoco parecía importarle, era del tipo ingenuo. La sombra se sentía bien, el metal por dentro se sentía ligeramente tibio, Iván seguramente estaba caliente; era delgado y sus movimientos ágiles, en otra vida, pensaba Eduardo, seguramente había sido alguna clase de perro, un perro bastante juguetón y fiel, pero ahora su futuro pintaba para ser una leyenda en el deporte, él lo creía así.

Una partida ganada después Iván se separó del equipo, se despidió de todos y se dirigió a donde sabía estaría Eduardo, para tocarle la cabeza, le tocaba con toda la palma, ligeramente, no era una caricia, no era un golpe, era exactamente el punto medio entre los dos.

-¿Qué hubo?

-Nada.

-Vámonos ya.

Iván se alejó y Eduardo lo siguió, él era tímido, pensaba las cosas tres veces antes de hacerlas mientras que Iván era lo contrario, sus acciones no se podían analizar y a Lalo eso le complicaba la ecuación, más aún cuando ahora se había acercado a él tan tranquilamente para tomarlo de la mano, algo normal que todavía lo descolocaba, a él y a los señores que pasaban por la calle. Ambos se dirigieron a la casa de Iván, ese era el camino de rutina de todos los viernes después de la prepa. Eduardo terminaba y esperaba en las gradas, Iván terminaba, lo recogía y se iban a "la casa".

Llegaron en menos de cinco minutos, el tiempo era uno de los factores por los que iban a su casa, llegaron arrasando la comida que había pedido la mamá de Iván, pizza, Eduardo solía comer bastante, Iván era lo mismo, no se midieron y al llegar la hermana de Iván empezó a regañar a Eduardo, diciéndole que su casa no era restaurante y no podía comer todo lo bueno de la alacena, regaños que él mismo le había hecho a su hermano y su novia en algún momento y que ahora el recibía por parte de una pequeña niña de ocho años, una copia perfecta en versión femenina de su hermano, otra mini leyenda.

Después del regaño subieron al cuarto de Iván, ambos sabían lo que procedía, para Eduardo era esperar y para Iván era aseo personal, siempre. Eduardo se acostaría en la cama tendida de Iván mientras que este se bañaba y cambiaba, siempre salía después de diez minutos exactos y todo el cuarto se llenaba del olor de su jabón, algo así como el olor al café, parecido al sabor que produciría tomar una taza de café con leche y azúcar.

El olía a manzanilla, el olor elegido de su madre para él. Iván salió del cuarto de baño ya vestido, se estiró un poco y se abalanzó encima de Eduardo, abrazándolo, y él no peleó, Iván estaba completamente encima de él con sus piernas cerradas en medio de las piernas abiertas de Eduardo.

Antes lo habría intentado quitar, ahora el contacto físico era algo más que normal, Iván se acercó al cuello de Eduardo y lo empezó a oler, haciendo estremecer al muchacho abajo de él, todos sus vellos casi transparentes se hicieron presentes, su cuello se alargó y sus piernas temblaron.

-¿Te da cosquillas? -susurró en su cuello.

-Sabes la respuesta.

Cambio su técnica, pasó los brazos abajo de la espalda de Eduardo, el arqueo la espalda, y a Iván se le antojo tener entre sus brazos la figura de un ángel. Se quedaron ahí acostados por un buen tiempo, hasta que a Iván se le empezaron a dormir los brazos.

-Salgamos hoy -propuso estirando sus muñecas.

-¿A dónde? -preguntó Eduardo ya parado tocando el suelo con las palmas de las manos y las piernas tensas.

-A dónde sea, llevaré el auto -caminó a su escritorio tomando las llaves de un auto tan comercial que no hace falta describirlo.

Salieron de la habitación oscura que era el cuarto de Iván, en el comedor estaba la mamá de Iván, su padre y la hermanita comiendo el postre.

-Nos vamos, regresamos en un rato.

-Qué les vaya bien -respondió predeterminadamente la madre de Iván, ella sabía que su hijo y el chico con el que salía eran buenos; ellos sin esperar empezaron a salir de la casa, cuando escucharon a la más pequeña.

-¡Sí toman no conduzcan, pónganse el cinturón, llamen si están en problemas, no acepten nada de extraños, los extraños son malos Iván! ¡Los quiero!

La pareja simplemente se rio un poco y subieron al coche de Iván. Los dos estaban en silencio, nadie dijo nada, no era necesario, después de conocerse desde hace un año los silencios ya no les afectaban, Iván puso su mano en medio del carro y Eduardo la envolvió con la suya.

Siguieron su camino, hasta llegar al mirador de la ciudad, ahí Iván paró el coche, y bajaron. Se escuchó el viento, era fuerte, levantaba las prendas de ambos, las nubes cubrían la ciudad, y los cubrían a ellos; sin importarles nada subieron hasta el punto más alto del mirador, y se sentaron en el pasto. Eduardo tomaba sus piernas e Iván estaba acostado como una estrella.

-Eduardo.

-¿Sí?

-Te amo.

-Lo sé -suspiró abrazando un poco más fuerte sus piernas, sabía lo que le esperaba.

-Piensas lo mismo que yo, ¿verdad?

-Terminamos. -Un silencio se hizo presente, no había mucho más que decir, al cabo de un rato Iván se levantó y pasó su brazo encima de los hombros de Eduardo, estaba triste, lo sabía, porque él mismo lo estaba.

-Me agradó estar contigo -declaró Eduardo acercándose al pecho del otro.

-A mí también Eduardo, a mí también.

El viento se detuvo y las nubes negras en el cielo rompieron a llorar, como ellos hubieran querido, el cielo lloró por ellos dos.

Numero de letras: 5742

Participante del concurso: Clocktober 2021

Reto iniciado en el grupo de Facebook: El club de lectura de la escritora del reloj 🕰️📖

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