El de la cuarenta


La nieve se amontonó tanto en las entradas y ventanas, que Jack comenzó a desesperarse, jaloneándose de los cabellos ni bien el día comenzaba. Los enfermeros trataron de calmarlo, pero él solo exigía que la nieve que tapada su ventana y las del comedor fueran libradas. El mandar a los empleados a hacer tal tarea no fue fácil, sobre todo porque nadie quería salir. Pero a Jackson no le importó esto. Quería escaparse de todos y comenzar a retirar la nieve con sus propias manos. Debido a los nervios y la angustia, mandaron a eso del mediodía un grupo de empleados de mantenimiento. Jack no se movió ni probó bocado en toda la mañana, pegado a las ventanas y clavándose con fuerza las uñas cada vez que recordaba que no podría ver el exterior o la luna.

Los enfermos y pacientes comían con "normalidad": algunas enfermeras le daban de comer a unos en la boca y otras limpiaban el desastre que otros habían hecho. Jack no parecía tener el humor suficiente para siguiera prestarles atención. A eso de las dos de la tarde, un enfermero lo tomó del hombro. Tampoco había tomado sus pastillas. Jack se resignó a ser obligado a tragar la comida y sus pastillas. Pero no duró más de media hora antes de que su cuerpo expulsara el alimento, resentido ante los nervios que había tenido por escuchar al loco de la cuarenta gritar en medio de la noche.

Le dejaron volver a su habitación con la advertencia de que dentro de una hora le administrarían sus medicinas por medio de inyecciones. Jack las odiaba. Pero era el único modo de mantenerlo "cuerdo" y que no comenzara a gritar y retorcerse al recordar... Lo ocurrido.

...¿Qué era lo que había ocurrido? Jack frunció la nariz al no poder recordarlo. ¿Acaso estaba olvidando algo? Ah, diablos. Se esforzó en tratar de recordar, pero nada. Quizás pudiera escribirle una carta a Tiana preguntándole qué había olvidado. Ella siempre lo recordaba todo. Camino a encerrarse en su habitación, escuchó un sollozo en la habitación del frente. La puerta estaba medio abierta, tentando a Jack y su ingenua curiosidad a caminar hasta asomar la cabeza. La imagen que captaron sus ojos no fue muy agradable: había un tipo atado a su cama con esas "cadenas", sin poder levantarse, llorando mientras miraba al techo. Lo peor era que le faltaba un pie, y un poco de su pantorrilla, dejando ver entre las sábanas el término de un muñon bastante feo. Jack hizo una ligera mueca de asco, debido a que nunca había visto algo así en su vida, y le impactaba. Cuando iba a marcharse, la voz del tipo le impidió irse.

—Alguien...— La voz le salió tan afónica y rota, que él no pudo ignorarlo. Sabía lo horrible que podía ser sentirse solo, llamar por ayuda y que no viniese nadie. Así que dejándose llevar por su pena y lástima, entró cauteloso a la habitación.

El tipo, acostado como estaba, intentó enfocar su mirada en él, alzando el cuello de la almohada. Jack se sintió tentado a marcharse por donde había venido, pero al ver el ligero alivio que recorría al extraño, decidió acercarse un poco más. Después de todo, estaba atado, y no podría hacerle daño. Se acercó hasta el costado de la cama, y observó al joven. No parecía ser mucho mayor que él. Tenía un terrible aspecto, además de sus ojerosos y fatigados ojos, sus labios resecos y paspados, su cabello maltratado y desparramado como peluca vieja en la almohada...¡Y su cuerpo! Si bien no se lograba ver bien todo, el tono de piel blanquecina antinatural le daba la señal a Jack de que el extraño no la estaba pasando nada bien. Sus manos atadas a los costados de la cama le perturbaban, puesto que se veían vendadas, incluyendo gran parte del antebrazo.

—Hola.—saludó con un tono que trataba de parecer normal. Se escuchó fuerte y claro, y por un momento pensó que el tipo lo echaría de su habitación.

—Hola.—le saludó él. Su cuerpo temblaba entre las cobijas, y Jack no supo identificar si era por el frío o los nervios. O alguna otra cosa complicada.

—Me llamo Jackson.— siguió él castaño chico, sin saber muy bien que decir. Prefirió seguir el protocolo y presentarse. – Vivo en la habitación del frente. La treinta y dos.

—Tú eres el de anoche.—no fue una pregunta, sino que una afirmación. Jack asintió con la cabeza, sin saber muy bien qué decir. El loco no estaba siguiendo el protocolo. Se suponía que él también se presentaría. – Perdón por asustarte.

—No me asustaste.—se ofendió Jack, tratando de ocultar su impresión al ver que él recordaba lo ocurrido anoche.—Solo me sorprendiste.

—Lo siento. No quería hacerlo.

—No importa. Suele pasar seguido.—le sonrió Jack, se una manera un tanto forzada. Tanto, que pareció una mueca.

—Estás muy pálido.—contestó el tipo.

—Acabo de vomitar.—declaró sin tacto. A veces solía ser demasiado... directo. Hiccup respondió con un breve "Oh". —No me has dicho tu nombre.—el chico se quedó en silencio, quitándole la mirada de encima y mirando el blanco techo de la habitación. Sus ojos se aguaron, y Jack sintió que en serio debía marcharse.

—Hiccup.—esta vez su voz sonó quebrada, rota. Sin esperanza. Jack volvió a observarlo. Quizás era la curiosidad, o el morbo. No sabía. Pero el quedarse ahí le obligaba a ver al pobre chico con más detalles. Entonces descubrió que tenía pecas. Hasta ese momento él no conocía a una persona con pecas. Solo las había visto en los libros que su abuelo le mandaba, así que el descubrimiento de algún modo le agradó, haciendo su curiosidad más grande.

—¿Hiccup? ¿Cómo Hipo? —el castaño pareció irritarse por la pregunta. Pero a Jack no le importó mucho este hecho, puesto que no cambió el tema ni retiró la pregunta.

—Sí.—contestó secamente. — ¿Podrías soltarme?

—No.—respondió Jack tajante.— ¿A dónde irías? Aun si te soltara los enfermeros te atraparían. —Hiccup se quedó en silencio, y Jack comenzó a desesperarse. Pronto irían a medicarlo a su cuarto, y debía volver.

—Por favor.—rogó "Hiccup". Jack lo miró con pena unos minutos, antes de volver a negar. Él no quería meterse en problemas. Al menos no ese día. Corría el peligro de que se volvieran a tapar sus ventanas con nieve, y esta vez nadie quisiera despejarlas.

—Tengo que irme.—habló Jack incómodo. Hiccup tensó su mandíbula, y una solitaria lágrima salió de sus rojizos ojos. Tironeó de sus ataduras una vez más, haciendo eco con el chocar de los metales de la cama y algunas cadenas que se prendían a sus ataduras de tela blanca. Jack no deseó quedarse allí más tiempo, por lo cual salió comenzó a irse. Cuando estaba cruzando la puerta, escuchó un "yo también" que le erizó los bellos de la nuca, dándole un terrible pesar en el pecho.

Esa noche le contó a la luna sobre el extraño tipo de la cuarenta, mientras éste lloraba y pedía a gritos por su padre, un tal Toothless y una chica llamada Astrid. 

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Ahora esperen una eternidad a que apruebe latín para la continuación. *ushe a laz montañas a eztudiar* 

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