Capítulo 8

Me conduce hasta el corazón del bosque tirando de mi mano con delicadeza. Al alcanzar nuestro destino nos situamos en el centro, nos abrazamos con fuerza e improvisamos un baile. Él desliza uno de sus brazos por mi cintura mientras que yo rodeo su cuello. Por último, unimos nuestras manos libres en el aire. Nos desplazamos de un lado a otro, en ocasiones trazando círculos a nuestro alrededor, pero siempre mirándonos el uno al otro. Jonathan me hace girar y vuelve a aproximarme a su persona con fiereza.

Alzo una de mis manos y acaricio su rostro.

-No te conviertas en una mentira más- le susurro.

-Ariana, yo jamás te haría daño. Me importas mucho.

Aproxima su rostro al mío y me besa con ternura.

Abro los ojos y descubro que me encuentro acostada boca arriba en la cama y que soy presa de los rayos de sol que penetran por la ventana. Pestañeo un par de veces y mi visión deja de ser borrosa para ser dotada de una gran nitidez. Averiguo así que la puerta del servicio está cerrada, indicando que hay alguien en su interior.

Ladeo la cabeza hacia el lado fresco de la almohada y desplazo una de mis manos por debajo de esta y otra la coloco justo encima. En mi nuevo campo de visión entran el lado de la cama vacío, una ventana, una mesita de noche que posee una lámpara y un teléfono, y una cómoda dorada.

-Menos mal que te despiertas. Me muero de hambre.

Me incorporo y me siento en el borde de la cama unos segundos con la mirada perdida en el atuendo de Sam. Lleva un polito verde claro con unos vaqueros ajustados negros que hacen juego con sus gafas.

-Dame cinco minutos.

Entro en el servicio portando en mi hombro una sudadera roja y unos vaqueros grisáceos. Lo primero que hago es despojarme del pijama y vestirme con el nuevo atuendo. Lo segundo humedecer mi rostro con el agua tibia del grifo con el fin de espabilarme. Lo tercero maquillarme un poco y lo último cepillarme el pelo. Cuando abandono el cuarto de baño hallo a mi acompañante de pie junto a la puerta, jugueteando con la tarjeta de la habitación entre sus dedos.

-Por si te lo preguntas, estás hablando con mi cadáver.

-Eres una exagerado. Sólo han sido cinco minutos.

Salimos de la habitación y nos encaminamos hacia una cafetería que hay en la planta baja. Esta se encuentra practicamente vacía, así que no tenemos que vérnosla con una enorme cola en el bufé. Mientras Sam se encarga de hacerse con las tostadas y las tarrinas de mermelada de fresa, yo me dedico a llenar los vasos de zumo de naranja en una máquina.

-Tengo una duda- dice Sam con la boca llena-. Dijiste que íbamos a ir a Francia a hablar con ese brujo pero, ¿sabes dónde vive?

-No. Pensé en algo así como preguntarle a un habitante.

-Espero que domines el francés porque yo no tengo ni idea.

-Tal vez no sea necesario hablarlo.

A las nueve y media de la mañana nos volvemos a poner en marcha. Sam, firme a su promesa, se encuentra al volante, de manera que puedo permitirme divagar en mis pensamientos. Esta vez, en ellos, me asalta la duda de qué sucederá cuando estemos en Francia, si conseguiremos nuestro propósito o tendremos que volver sabiendo exactamente lo mismo. Lo cierto es que es muy arriesgado este viaje, podrían atacarnos en cualquier momento y el solo hecho de pensar que yo podría salir ilesa mientras que Sam podría morir me reconcome lentamente. Además, ni siquiera estamos preparados para defendernos, no contamos con armas, así que lo único que nos queda es confiar en que todo saldrá bien, sin que se produzca ningún incidente. Aunque, debo admitir que esa idea cada vez me parece más probable.

Pasadas unas horas se alza a lo lejos una ciudad de elegantes edificios vestidos con colores cálidos. Una sucesión de casitas anaranjadas de tejado color caoba se sitúan a los pies de una montaña rocosa, en cuya cima se puede apreciar un rastro de nieve. Un monumento alto y elegante parece tocar el cielo debido a su altura. Las nubes acarician la cima y la cubren temporalmente. Luego, una brisa gélida se encarga de llevarlas hacia otra dirección, liberando a la torre. Un río de aguas verdosas yace bajo un puente, por el que circula el vehículo de Sam.

Bajo la ventanilla y una brisa me azota el rostro.

-Bienvenida a Francia.

Le miro y sonrío.

-Es increíble- admito.

-Sí, lo es. Por algo es la ciudad del amor.

Sam aparca junto a una cafetería.

Abandonamos el coche y nos adentramos en el establecimiento con el fin de tomar algo para entrar en calor. El frío nos ha sacudido con fuerza y necesitamos urgentemente ingerir una buena taza de chocolate caliente. Sam y yo nos sentamos en una mesa que hay junto a un enorme ventanal desde el que se puede ver la calzada por la que circulan los diversos vehículos.

-¿Qué van a querer tomar?

Me sobresalto al oír esa voz femenina y busca con la mirada el lugar de procedencia. Una mujer de unos sesenta años, de cabello plateado y enormes bolsas bajo los ojos, se halla de pie junto a nuestra mesa con una libreta entre las manos.

-Dos tazas de chocolate- dice Sam.

La mujer se marcha hacia el interior de la barra para preparar nuestro pedido.

-¿Cuánto tiempo vamos a quedarnos?

-Aún no lo se- respondo-. Supongo que el necesario para dar con las respuestas a nuestras preguntas.

-Le voy a decir a mi madre que estoy de intercambio. No quiero preocuparla.

-Sí, claro.

Sam se pone en pie y emprende una caminata hacia un teléfono que hay en el fondo del establecimiento, junto a los servicios. Desde mi posición observo como mete unas monedas en una ranura y marca un número.

Tal vez haya sido muy egoísta al obligarle a venir conmigo pero no tenía otra alternativa. No sabía a ciencia cierta si corría peligro, no podía arriesgarme a dejarle allí sin saber si iba a sucederle algo. Por mi culpa se ve en la obligación de mantenerse alejado de su familia y de inventar alguna mentira con tal de protegerles. Su actitud me recuerda a la mía con respecto a Abby, mi mejor amiga, a quien me niego a contarle la verdad por miedo a que le hagan daño. Sé que no estoy actuando adecuadamente, pero si ello va a protegerla, seguiré engañándole, aunque lo lamente a cada segundo.

La mujer vuelve con las tazas de chocolate y las deja en la mesa. Antes de que se marche de nuevo, llamo su atención para que se quede unos segundos de más conmigo.

-Perdone, ¿usted sabe donde vive Gideon Sallow?

-¿Cómo ha dicho?

-Quiero saber el lugar de residencia de Gideon Sallow.

-¿Por qué le estás buscando?

Bajo la mirada a mi colgante y me aferro a él con fuerza con tal de ocultárselo a la mujer que tengo delante.

-Necesito hacerle un par de preguntas.

-No puedes presentarte aquí y preguntar semejante cosa. Podrías meterte en un buen lío si alguien te escuchara hablar de él.

-¿A qué se refiere?

-Está bajo la amenaza de varios colectivos. Tú y tu amigo vendréis conmigo un momento al sótano.

Elevo la mano y le hago una seña a Sam, quien deja el teléfono sobre el soporte de metal y se reúne conmigo lo antes posible. La mujer nos guía hasta el final de un pasillo en penumbra donde hay una escalera que conduce al sótano. La anciana se hace con un candelabro y baja en primer lugar, seguida de Sam. Al llegar a abajo, una nube de polvo nos da la bienvenida. Allí hay una gran cantidad de muebles cubiertos por una fina sábana blanca. La mujer se detiene junto a un muro de ladrillos rojos y eleva sus manos a la altura de su pecho, las mueve y de ellas salen unos destellos rosados que inciden directamente sobre el muro. De repente este desaparece para dejar paso a una especie de pasadizo en el que no se ve el final, aspecto  distorsionado.

-Os llevará hacia Gideon.

-No estoy muy convencido- me susurra Sam.

-Muchas gracias. Vamos.

Me aferro a la mano de mi amigo y ambos cruzamos el portal. Para mi sorpresa, un suelo imaginario nace bajo mis pies a modo de plataforma y me invita a seguir avanzando. Sam, de vez en cuando, mira a su alrededor para comprobar que no nos acechan. Finalmente, hallo a lo lejos un destello dorado que asemeja el final del portal. Nos detenemos justo delante e intercambiamos una mirada de complicidad, luego nos adentramos por él.

Desembocamos en una estancia de paredes azul marino y lozas negras. Los muebles tienen apariencia de haber pertenecido a otra época. Hay una infinidad de jarrones de todo tipo repartidos por una serie de pilares de mármol que poseen una luz blanca propia. También cabe destacar la presencia exagerada de cuadros que reflejan una mezcla de colores. Para mi sorpresa, el techo parece estar hechizado porque asimila el cielo del exterior.

-¡Un fénix! ¿te lo puedes creer? -Sam extiende una de sus manos y con el dedo índice acaricia el plumaje del ave. Entonces, este estalla en llamas y da lugar a un cúmulo de cenizas-. Pe... pero... ¿qué?

-Ya era hora. Tenía un aspecto horrible- añade una nueva voz masculina. Me giro en redondo y descubro a un chico con el mismo aspecto que el de la fotografía que vi en internet. Aunque, debo admitir que parece más atractivo en persona-. Los fénix renacen de sus propias cenizas. Es absolutamente increíble.

-Pues menos mal porque me he llevado un buen susto- añade Sam.

El brujo le dedica una forzada sonrisa y a continuación me mira.

-Pero supongo que no habréis venido a ver a mi fénix resurgir de sus cenizas. ¿A qué debo esta agradable visita?

-Tengo unas dudas que me gustaría que me resolvieras- le respondo-, acerca de las tres reliquias.

Se gira inmediatamente y me fulmina con la mirada.

-¿Cómo sabes la existencia de esas reliquias?

-He leído algo acerca de ellas.

-Está bien. ¿Qué quieres saber exactamente?

-¿Cuáles son esas reliquias y qué poder conceden a aquel que las posee?

-Desde el inicio de los tiempos se ha hablado de tres; el Collar de Auriel cuyo poder es la protección, la Espada Hela que hace invencible a aquel que la posee y la Copa Celestial que vuelve inmortal a su poseedor.

-Has dado a entender que comúnmente siempre se ha hablado de tres pero, Ariana y yo leímos en un libro que una bruja hacía mención de una cuarta reliquia.

Gideon hace aparecer un copa llena de vino y se la lleva a los labios para beber un sorbo. Luego, la deposita sobre la mesa y mira al chico.

-Amèlie Delacour afirmó en una ocasión la existencia de una cuarta reliquia. Según ella, esta era la más poderosa y no era física como las demás sino emocional. Como comprenderéis, se trata de una mujer que ha perdido la cabeza con la edad. No es muy sensato creer sus palabras.

-Si fuera cierto sería como buscar una aguja en un pajar.

-Así es ...-hace una pausa y me indica que continúe la frase.

-Ariana.

-Bueno, Ariana, ¿qué papel juegas en toda esta historia?

-Pertenezco a una familia de cazadores.

-Interesante. Y tú amigo, qué es exactamente, a parte de curioso.

Ladeo la cabeza y en mi campo visual entra Sam, quien está admirando un jarrón blanco con ramificaciones azul marino que tiene entre las manos. El aludido suelta lentamente el objeto sobre el pilar de mármol bajo la fulminante mirada del brujo.

-Yo solo soy humano.

-Lo suponía- añade Gideon por lo bajo.

-Me gustaría saber más acerca de Anabelle.

Los ojos grises del brujo se endurecen y se encargan de examinar cada facción de mi rostro.

-No deberías nombrarla. Fue una mujer que dejó una huella imborrable tras ella. Ocasionó un gran daño físico y psicológico a muchas personas. El recuerdo aún permanece vivo.

-Sam y yo leímos que un tiempo atrás quiso ser la mujer más poderosa de todos los tiempos y nos preguntamos por qué no lo consiguió y que fue de ella.

-Sabía la ubicación de dos de las reliquias; la Espada Hela perteneciente a la familia Vladimir y la Copa Celestial que estaba oculta bajo los cimientos de una iglesia. Su deseo era hacerse primero con esta última porque le concedería la inmortalidad, así que una noche asaltó la iglesia. Claro que ella desconocía que los cazadores estaban al tanto del plan. Les cogió por sorpresa la emboscada y no pudieron hacer nada por huir. La iglesia se derrumbó, sepultando el cuerpo de ella y de sus fieles seguidores.

-Entonces, ¿no cabe la posibilidad de que siga con vida?

-Nunca se puede estar completamente seguro con ella. Siempre ha tenido más de un plan cuando el primero de ellos le fallaba.

Sam toma asiento en el sofá, entrelaza sus manos y las confía en su abdomen.

-Oye, no tendrás por casualidad algo para repeler a los vampiros, ¿no?- le pregunta el chico.

-Un momento. ¿Os están atacando los seres nocturnos?

-Más que atacar. Un psicópata chupasangre casi me mata ayer.

-No tiene sentido que lo hagan. Deben tener un buen motivo para hacerlo, de lo contrario no veo otra explicación.

Me aproximo al brujo y me saco del interior de la sudadera el colgante. Este llama tanto la atención de Gideon que decide ponerse en pie para contemplarlo desde una menor distancia.

-No puede ser. ¿De dónde lo has sacado?

-Mi padre me lo regaló por mi décimo octavo cumpleaños.

-Tu familia ha sido poseedora de una reliquia desde el inicio de los tiempos. Esta en concreto jamás fue hallada por Anabelle.

-¿Cuál es poder que tiene?

-El de la protección. Puedes potenciar su poder si aprendes a utilizarla como es debido. Podrías incluso proteger a los de tu alrededor además de a ti misma.

-¿Aprender?

El brujo chasquea la lengua y pone los ojos en blanco.

-No creerías que bastaría con llevarla encima, ¿no? - respondo a su pregunta encogiéndome de hombros-. Creo que hay muchas cosas que debes saber.

-¿Cómo puedo aprender a utilizarla?

-Debes ser consciente de la realidad y desear con todas tus fuerzas cambiar el futuro. Parece fácil pero te aseguro que no lo es. Es complicado despejar tu mente en una situación en la que abunda la incertidumbre. Vamos a hacer una prueba. Chico, ven aquí.

Sam se coloca a la vera del brujo, quien con un rápido movimiento hace aparecer un cuchillo y se lo coloca en el cuello.

-Conviene que te quedes quieto.

El chico obedece.

Intento dejar en blanco mi mente pero no puedo. Por ella no dejan de aparecer pensamientos relacionados con el momento actual. No puedo ignorar el hecho de que Sam tiene una hoja afilada apunto de perforarle el cuello. Aún así, sigo intentando despejar mi cabeza y concentrarme únicamente en la situación que se presenta y en visualizar cómo me gustaría que acabase todo eso.

Gideon acerca tanto el cuchillo al cuello de Sam que este empieza a derramar un par de gotas teñidas de un tono rojo oscuro. En ese instante siento una gran rabia de hacer volar el arma del brujo en otra dirección y en proteger a mi amigo con todas mis fuerzas. Por primera vez soy capaz de ver un futuro en el que la hoja afilada vuela en otro sentido y Sam se encuentra fuera de peligro.

Como si se tratara de algún tipo de premonición, el cuchillo escapa de la mano del brujo, cruza la estancia a gran velocidad y termina clavándose en la pared del fondo. Sam se deshace del brazo de Gideon y se palpa el cuello.

-Fascinante- dice.

-No tenías por qué haberme puesto en esta situación. Acabo de enterarme que pertenezco a una familia de cazadores y que todas las historias de ficción resultan ser reales. Podrías haberle hecho daño.

-Sólo intentaba concienciarte del poder que tienes en tus manos.

-Pues ya no sé si lo quiero. Vámonos, Sam.

El chico moreno y yo le damos la espalda al brujo y caminamos hacia una puerta de madera que parece estar a punto de caerse a pedazos. Salgo en primer lugar y espero a Sam en el rellano para continuar con nuestra marcha. Seguimos todo recto hasta dar con unas escaleras en un lateral y bajamos por ella con precaución por si nos encontramos con alguna amenaza.

-Ese tío está mal de la cabeza- confiesa Sam cuando desembocamos en una calle oscura y solitaria.

-Siento mucho que te hayas visto en esa situación.

-Estoy bien. Al menos ha sido mejor que caer en manos de ese chupasangre.

Le dedico una sonrisa y le doy un ligero golpecito con el hombro.

-Al menos tendré una anécdota interesante que contarle a mis hijos.

-Te tomarán por loco.

-Probablemente.

Sam se echa a reír y yo me uno a él. En el momento en el que nuestras risas se apagan, oigo un sonido semejante al que hace una vara metálica al impactar contra el suelo. Me detengo en seco y giro sobre mis talones para tener una mejor panorámica de todo cuanto se encuentra a mis espaldas.

Mi acompañante se da media vuelta y guarda silencio.

-¿Has oído eso?

-No- me responde.

-Me ha parecido oír un sonido metálico.

-Será mejor que nos vayamos cuanto antes de aquí.

Al volver a retomar nuestra camino nos percatamos de que estamos rodeados de unas personas corpulentas, de piel cetrina que hace juego con sus prendas negras. Algunas de ellas mantienen entreabierta la boca, dejando a la vista sus afilados y enormes colmillos. Uno de ellos abandona la distancia que le separa de nosotros, toma a Sam por el cuello y lo lanza por los aires. Sigo con la mirada el recorrido aéreo que realiza mi amigo, el cual termina con el impacto de su cuerpo contra un lateral de la calzada. Fiel a mis impulsos, echo a correr en dirección a su persona pero un vampiro se interpone en mi camino.

-¿Qué queréis?

-Creo que tienes algo que nos pertenece.

-No sé a qué te refieres- miento.

-Yo creo que sí. Llevémosle al refugio.

El vampiro se aferra con sus manos a mi cintura y yo intento liberarme empleando todo tipo de tácticas, entre las que destacan movimientos bruscos, arañar su piel y dar patadas al aire sin éxito. Desde mi posición veo como un par de vampiros inmovilizan las manos de mi amigo a la altura de su espalda y le ponen un pañuelo en el interior de la boca para evitar que siga gritando mi nombre. Vuelvo a forcejear para liberarme pero mi secuestrador ejerce mayor presión en mi cintura y me es practicamente imposible moverme. Los acechantes de mi amigo desaparecen en un abrir y cerrar de ojos, llevándose consigo a Sam.

Una sensación de vértigo se apodera de mi ser en el instante en el que veo pasar todo cuanto me rodea a gran velocidad. En más de una ocasión siento que voy a caer al vacío pero lamentablemente queda tan solo en un frustrado pensamiento pues las manos del vampiro me mantienen sujeta. Poco a poco el ritmo de la marcha se reduce notablemente y como consecuencia soy consciente de mi alrededor.

Me encuentro en una estancia amplia, de paredes blancas y suelo marrón. Las escasas ventanas que hay están cubiertas por unas cortinas de color semejante al de la nieve, con bordado dorado. A juzgar por el mobiliario, este es escaso y en su mayoría parece pertenecer a una época muy antigua. Algunos de ellos incluso tienen algún que otro desgarro y le falta algún complemento. La estancia posee una deprimente iluminación, lo que hace que la mayor parte de ella se encuentre en penumbra. Aunque, lo que más llama mi atención es un congelador que hay en un extremo de la sala, cuyo cristal refleja unas bolsas llenas de un líquido rojizo.

El vampiro me encadena junto a un soporte de metal de la pared y me deja sentada en el suelo, separada unos metros de mi amigo.

-Tengo toda la eternidad para resolver este asunto pero supongo que vosotros tan solo contáis con una vida limitada. Así que, ¿por qué no me lo ponéis más sencillo y me dais lo que quiero? Podrías iros sin sufrir ningún tipo de daño. Todo esto quedaría en un encuentro desagradable.

-Tendrás que matarme porque no pienso dártelo.

-Supuse que dirías eso, así que he preparado un plan B para motivarte un poco. William, haz los honores.

Un vampiro pelirrojo y de ojos verdes desencadena a Sam, lo coge por el pelo y lo lleva casi arrastrando al centro de la estancia. El chico intenta ponerse en pie, pero el vampiro se lo impide dándole una fuerte patada en el estómago, logrando que este se retuerce en el suelo. Luego, el hombre de cabello pelirrojo se aferra a su pelo nuevamente y le propicia un puñetazo en la cara.

-¡No!- grito con todas mis fuerzas.

-Estoy bien, Ariana, no te preocupes- dice Sam con una débil voz.

Entonces, el acechante del chico lo levanta del suelo cogiéndolo por el cuello, lo mira malévolamente una milésima de segundo y lo lanza hacia unas estanterías. El impacto de su cuerpo contra el mueble produce un sonido ensordecedor. El vampiro, al ser conciente de que su víctima tarda demasiado en levantarse, acude en su búsqueda, lo levanta del suelo y entonces enloquece con la sangre que impregna su mejilla.

-William, ¡no!- ruge el vampiro moreno que me encadenó con anterioridad. Con un rápido movimiento cruza la sala e impacta contra el cuerpo cetrino de su compañero. El sonido que hacen es semejante al encuentro de dos superficies pétreas-. En ese congelador tienes plasma de sobra, sírvete.

El vampiro de cabellera pelirroja se aproxima con rapidez al congelador. Descorre el cristal y extrae una bolsa de sangre que desgarra con sus afilados colmillos. Su boca no tarda en adoptar un tono rojizo y en sus ojos nace un brillo inusual. Cuando acaba de tomar su alimento, arroja la bolsa a una papelera. Mientras tanto, el otro vampiro vuelve a encadenar a Sam, y antes de alejarse examina su rostro. Luego, se pone en pie y me mira.

-Esto es sólo el principio.

Se marcha hacia una mesa que hay en el centro, se hace con una silla y la orienta hacia sus prisioneros. A continuación, se hace con una jarra de cristal de whisky y se sirve un poco del contenido en un vaso. Se sienta en la silla y bebe un largo trago.

-Ariana- susurra Sam unos metros más allá. Cambio el rumbo de mi mirada hacia el lugar de procedencia de su voz y lo primero que llama mi atención es su amoratonado rostro-. Confía en mí. Saldremos de esta.

-Espero que no seáis lo bastante idiotas como para planear huir de una casa que está llena de vampiros sedientos.

-Déjala marchar, por favor, puedes quedarte conmigo, no me importa si me torturáis o me convertís en uno de los vuestros pero no le hagáis daño a ella.

-Te crees muy graciosillo ¿eh?- una sonrisa se apodera de los labios del vampiro. Deja el vaso en la mesa y se aproxima a la posición de mi amigo, lo toma por el cuello y lo empotra contra la pared con una fuerza descomunal-. Voy a serte sincero. Tú en todo este asunto eres comparado a una mierdecilla. Así que, ¿por qué no te callas y dejas que los mayores solucionen las cosas?

-Lo cierto es que no aparentas ser un adulto, tus métodos para solucionar las situaciones no son muy maduros.

El vampiro hace ademán de aferrarse a su cuello y  ello le lleva a realizar un movimiento brusco para romper sus vértebras. Es en ese momento cuando comprendo que debo actuar, asi que despejo mi mente y hago todo lo posible por mantenerle lejos de su acosador. Cuando el chico de piel cetrina se propone rodear con sus gruesas manos el cuello de mi amigo, este sale disparado hacia atrás, simulando haberse topado con una barrera invisible. Sam me mira y me dedica una sonrisa.

-¿Qué coño ha sido eso?

El vampiro se pone en pie y se acerca nuevamente a Sam pero no hace otra cosa que palpar al aire que rodea al chico y entonces se percata de que hay un filtro invisible que impide que llegue hasta su víctima.

Suspira y se enfrenta a mí con decisión.

-No voy a permitir que le hagas daño- se aferra con fuerza a mi antebrazo y tira de mí en dirección a unas escaleras que hay en el otro extremo de la estancia.

-Deberías saber que no conviene enfurecer a un vampiro.

Nos adentramos en una sala más pequeña. El vampiro cierra la puerta detrás de él y me lleva hacia un sofá, me sienta en él de un empujón y me ata las manos con una cuerda blanca. Luego, se apoya en un escritorio y me escruta con la mirada.

-No hemos empezado bien. Mi nombre es Elián Vladimir.

-¿Crees que con una simple presentación vas a engatuzarme?

-He intentado ser educado contigo pero veo que ha sido en vano. Déjame que te diga una cosa. Con esa actitud podrías condenarte tú solita- dice enfrentando su rostro al mío. Se incorpora, me da la espalda y echa a andar en dirección a la puerta-. Espero que este dormitorio sea de tu gusto porque aquí pasarás el resto de tu vida.

Se marcha y me deja a solas en la habitación.

Hago ademán de desatarme las manos pero la cuerda está tan bien anudada que es imposible. Así que me dejo caer sobre el sofá y le doy vía libre a mis miedos para que se manifiesten. Desde mi posición puedo ver el blanco del techo en cuyo centro hay un candelabro con las velas apagadas. Desvío mi mirar hacia la ventana de cortinas blancas y entonces se me ocurre una idea. Tal vez pueda huir por ella utilizando la cuerda que me ata las manos y las cortinas.

Ruedo por el sofá hasta caer al suelo y me arrastro hacia una silla. Apoyo los codos sobre el cojín burdeos de esta y poco a poco me incorporo. Camino con precaución hacia mi destino, mirando de vez en cuando hacia atrás para comprobar que nadie está al tanto de mi propósito. Alcanzo la ventana y alzo mis manos atadas, y descorro parte de la cortina.

Visualizo a través del cristal unos barrotes de metal y suelto un largo suspiro. Apoyo la espalda en la superficie de la pared y poco a poco me voy deslizando por ella hacia abajo hasta quedar sentada en el suelo, con las piernas flexionadas y las manos depositadas sobre ellas. Doy varios golpes en mis rodillas y estas terminan doloridas, aunque ello es lo que menos me preocupa ahora.

Estoy hundida en un profundo pozo, a punto de ahogarme y nadie se da cuenta, no hay quien pueda acudir en mi ayuda porque no hay persona que sepa donde estoy. Mi única esperanza es mantener la calma con tal de evitar alejarme de la vida. Aunque, debo admitir que por cada segundo que transcurre pierdo ese esencia de fe que queda en mí.

Las horas pasan y a mí se me antojan eternas, pues no puedo ver más allá de estas cuatro paredes, no puedo saber si a Sam le están haciendo daño o ya se lo han hecho o si esos vampiros están planeando acabar con nosotros. Lo cierto es que sentir incertidumbre nunca se me ha dado bien. Me pone de los nervios y me hace tener miedo. Puedo admitir con total seguridad que nunca antes he estado tan asustada y a la vez arrepentida como ahora. Lamento haberle dicho esas cosas horribles a mi padre y haber condenado a Sam a una muerte segura. Jamás debimos haber emprendido este viaje ni haber confiado en ese estúpido brujo. Nuestros actos nos han conducido a un refugio lleno de vampiros deseosos de probar nuestra sangre. Y no sabemos cuánto tiempo vamos a estar aquí ni si vamos a conseguir salir de este sitio con vida.

A medianoche, Elían entra en la habitación con una bandeja metálica entre las manos. Cruza la estancia con dos zancadas y deposita la bandeja en el sofá.

-Te he traído algo de cenar.

Le echo un vistazo al plato de pasta y al vaso de agua y hago una mueca de desagrado.

-No tengo hambre- miento.

-Tú misma. Si mueres, me resultará más fácil hacerme con el collar.

Se incorpora y tras fulminarme con la mirada, se marcha hacia la salida de la habitación, contoneando sus hombros. Antes de desaparecer tras la puerta me dedica una última mirada. Cuando compruebo que estoy a solas, acerco tímidamente el plato de pasta y con ayuda de un tenedor enrollo un poco del contenido y me lo llevo a la boca. Termino de comer a los escasos minutos pues el hambre me puede y procedo a beberme el vaso de agua. Lamento una y otra vez no poder rellenarlo porque lo cierto es que tengo la garganta seca.

Dejo la bandeja en el suelo y me acomodo en el sofá en un intento de conciliar el sueño. 

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