Capítulo 6

Lanzo una mirada a la chica de ojos y cabello castaño que me observa e imita a través del cristal, la cual cubre su cuerpo con una fina tela blanca que se alarga hasta sus rodillas y deja sus brazos al descubierto. De sus hombros nacen unas imponentes alas, cuyas plumas son del mismo color que el vestido.

Le doy la espalda al espejo y me encamino en dirección a la cama que yace en el centro de la estancia, cuya colcha es de un beige tostado que contrasta con el tono azabache de los cojines. Sobre el colchón descansa mi teléfono móvil, el cual está vibrando.

-Hola, Abby.

-¿De qué vas a ir disfrazada?

-De ángel, igual que el año pasado. Me olvidé completamente de comprarme un nuevo disfraz. ¿Y tú qué te vas a poner?

-He pensado disfrazarme de bruja.

-Suena bien. Voy a irme ya. Nos vemos dentro de un ratito.

-Más te vale llegar puntual, no quiero que Sam me coma la cabeza nada más que empiece la noche.

Sonrío y finalizo la llamada.

Le dedico una última mirada a mi habitación, apago la luz y cierro la puerta detrás de mí. Echo a caminar por el pasillo hasta desembocar en la cima de una escalera. Me aferro con fuerza al pasamanos y lentamente voy descendiendo los peldaños. A medida que avanzo voy descubriendo una parte nueva de la planta inferior como la cocina o el salón. Al pie de la escalera me encuentro con mi padre, quien parece fascinado con mi aspecto.

-Estás muy guapa.

-Gracias.

Me da un golpecito con su dedo índice en la nariz y me indica que nos dirijamos al garaje con un movimiento de cabeza.

-¿Va a haber alcohol?-me pregunta un vez nos hemos incorporado a la carretera, la cual está alumbrada únicamente por unos farolas separadas por varios metros.

-Probablemente.

-No hace falta que te diga que tengas cuidado, ¿no?

Niego con la cabeza y me entretengo mirando por la ventana.

-Y con respecto al tema chicos...

-No hace falta que me des esa charla. Mamá me la dio hace como ocho años.

-Me quedo mucho más tranquilo sabiéndolo.

Una sonrisa se apodera de mi boca. Con tal de reprimirla me muerdo el labio inferior y miro en otra dirección.

Christopher aparca junto a la entrada del instituto y deposita un beso en mi mejilla.

-Diviértete.

Cierro la puerta detrás de mí y permanezco inmóvil, observando como su Todo Terreno se pierde en la lejanía. Cuando me dispongo a retomar mi camino, me topo con Sam a escasos centímetros de mí, de cuya boca asoman unos enormes colmillos. Su piel está más pálida que de costumbre y bajo sus ojos hay unas leves ojeras diseñadas con un color azulado. Porta una capa negra, con el cuello levantado, que le llega hasta los pies. En una de sus manos lleva una estaca de gomaespuma.

-Estás genial.

-Tú también lo estás- confieso.

-No te haces una idea de lo que molestan estos colmillos- señala con sus dedos índices su boca-, y esta estaca me ha costado mucho trabajo encontrarla.
Sonrío ante su comentario.

-¿Has visto a Abby?

-Sí, está dentro con Daniel y Cormac.

Emprendo una marcha hacia el interior del edificio, a la cual se une Sam unos segundos más tarde. Este se pasa casi todo el trayecto colocándose la dentadura mejor para evitar hacerse daño en la encía. Lo cierto es que resulta ser un alivio porque no tengo la menor intención de mantener una conversación con él. Aún sigo cabreada y no quiero estropearle la noche de halloween. Más adelante tendré la oportunidad de hablar con él de lo sucedido.

Abro la puerta del gimnasio y una nube de humo acompañada de unas luces fluorescentes me invade. Cuando mis ojos consiguen adaptarse a la neblina descubro a una gran cantidad de estudiantes aglomerados en el centro. Algunos de ellos bailen como si se les fuera la vida en ello, otros charlan en las áreas más apartadas, mientras que otro tanto decide beber del ponche de un cuenco que hay en una mesa alargada que hay colocada en un extremo. En esta última localizo a tres personas, una de ellas va disfrada de bruja, otro de enfermero y el último de hombre lobo.

-Bonito disfraz, Ariana-me dice Cormac, quien usa lentes fluorescentes amarillas.

-Lo mismo digo.

-Parece que tenemos entre nosotros dos enemigos por naturaleza- anuncia Daniel, mirando alternativamente a Cormac y a Sam.

-Podría acabar con él con los ojos cerrados.

-¿Qué tal si lo pruebas?-le reta Cormac.

Sam se sube a la espalda de Cormac y se aferra a su cuello en un intento de inmovilizarle. Sin embargo, este último es más rápido y realiza un giro tan inesperado que el chico de su espalda se cae al suelo y el hombre lobo aprovecha para acorralarle con su cuerpo. Cuando parece que todo está perdido, el vampiro hace ademán de clavarle la estaca pero su enemigo se deshace de ella con un movimiento brusco. Finalmente, Cormac simula morder a Sam en el cuello.

-Te hace falta práctica, vampirito.

Me hago con un vaso y con ayuda de un cazo vierto una sustancia de color rosada en él. En el interior del recipiente hay como decoración flores de color anaranjadas suspendidas en el ponche. Elevo el vaso hasta la altura de mis labios y le doy un sorbo.

-Está delicioso- confieso.

-Cormac ya se ha bebido cuatro vasos- anuncia Abby-. Yo voy por mi segundo y creo que voy a repetir una tercera e incluso un cuarta vez.

-Algunos afirman tener alucinaciones tras beberse unos cuantos- informa Daniel. Tanto Abby como yo intercambiamos una mirada de incredulidad.

-¿Vamos?

Enarco una ceja a modo de pregunta.

-A bailar- responde Abby.

-Yo, bailar. No es buena idea.

-Es halloween. Además, nadie va a saber si estás borracha o no.

Me toma de la mano y tira de mí hacia el conjunto de estudiantes que se aglomera en el centro del gimnasio. Nos vemos en la obligación de ir abriéndonos paso poco a poco e incluso de adentrarnos entre las personas sin pedir siquiera permiso, ya que muchos de ellos no oyen nuestra petición de dejarnos pasar debido al elevado volumen de la música. Una vez nos situamos bajo una de las telarañas, Abby empieza a mover la cabeza y a improvisar un baile con sus brazos. Yo comienzo moviendo el cuerpo con suaves movimientos y termino imitando el primer gesto de mi amiga.

Abby se apodera de una de mis manos y me hace girar y entonces me choco con un hombre corpulento, cuyos iris castaño cambian a dorados cuando las luces inciden en sus ojos. Su atención recae en mi colgante.

-¿De dónde has sacado ese collar?

-Me lo regalaron por mi cumpleaños.

El hombre hace ademán de quitármelo cuando Samuel me toma de la mano y tira de mí hacia su persona. Entonces, desliza sus manos por mi cintura y yo envuelvo su cuello con mis brazos. Miro por encima de su hombro en un intento de volver a localizar a ese hombre, pero por más que lo busco, no lo encuentro. Así que decido dar por hecho que se trataba de una alucinación.

-¿Estás bien?

Alzo la vista y entonces veo unos metros más allá a Jonathan con su característica capucha, quien acaba de localizarme con la mirada. Hacemos contacto visual durante unos segundos que se me antojan eternos y entonces pestañeo y cuando vuelvo a fijar mi mirar en el lugar en el que estaba, me percato de que acaba de desaparecer de mi campo de visión. Intento volver a buscarle pero no le veo por ninguna parte.

-Estoy algo mareada. Creo que voy a ir al servicio.

-¿Quieres que te acompañe?

-No hace falta.

Me separo de él y vuelvo a sumergirme entre los estudiantes pero esta vez para hallar la salida del gimnasio. Una vez doy con ella, salgo al pasillo, el cual además de estar solitario, posee una escasa iluminación. Una sensación de pánico se apodera de mí durante mi trayecto hacia el servicio de chicas, el cual se encuentra girando a la izquierda al final del pasillo. De vez en cuando me detengo pues me parece oír unos pasos, sin embargo, en ninguna de las ocasiones descubro a nadie detrás de mí.

Entro en el servicio y me aferro con ambas manos al lavabo. Alzo la vista y la chica del espejo me imita el gesto. Sin embargo, soy consciente de como esta se transforma en una especie de demonio y amenaza con salir del espejo. Me echo rápidamente hacia atrás y profano un pequeño grito. Una vez recupero la calma observo nuevamente mi reflejo y descubro que ese ser ya no está ahí.

Abro el grifo y con ayuda de mis manos humedezco mi rostro. Luego, me llevo la mano a la frente y cierro los ojos. Siento un leve mareo y me veo en la obligación de aferrarme con más fuerza al lavabo. Poco a poco esta sensación remite y vuelvo a sentirme bien, como si nada hubiese sucedido.

Salgo del cuarto de baño, con la mirada fija en el suelo. En el momento en el que la alzo descubro al mismo hombre que de antaño situado a escasos metros de mí. Me doy media vuelta y tomo el pasillo contrario con tal de comprobar cuales son las intenciones de mi sombra. Cuando casi he llegado al final del corredor miro hacia atrás y me percato de que me está siguiendo. El pánico comienza a apoderarse de mi ser con rapidez, así que echo a correr lo más veloz que puedo hacia el interior del nuevo pasillo que se presenta. El hombre también ha emprendido una carrera y, al parecer, es mucho más rápido que yo. Con tal de despistarle giro bruscamente hacia la izquierda al alcanzar el fin de otro corredor y desemboco en la salida al exterior, la cual está cerrada con un candado. Golpeo con todas mis fuerzas la puerta pero esta no hace otra cosa que zarandear las cadenas, haciéndolas sonar. Me apoyo de espaldas a la superficie y entonces localizo a mi acechante a lo lejos, inmóvil en la oscuridad.

Emprendo una marcha hacia una de las puertas y doy con una que está abierta. Me adentro en el interior y descubro que me hallo en el laboratorio. Avanzo rápidamente hacia uno de los estantes y busco desesperadamente algo que me sirva como arma. En uno de los cajones doy con un cuchillo y cuando estoy a punto de hacerme con él, salgo disparada por los aires y termino impactando contra una ventana. Siento como los cristales hieren mi piel, dejando tras sí un rastro de sangre. Me incorporo de la caída, no sin esfuerzos, y dirijo mi mirar hacia el foco mayoritario de dolor y descubro en el brazo un fragmento de cristal perforando mi piel. Con ayuda de mi mano lo retiro y cuando lo hago un río de sangre se desliza por mi brazo.

Alzo la vista y visualizo al hombre, cuyos cuerpo está sufriendo una transformación. La ropa se le queda pequeña y por ello decide despojarse de ella. Sus dedos se alargan y sus uñas crecen descontroladamente adoptando un tono amarillento. Su rostro también cambia radicalmente. Cuando quiero darme cuenta tengo delante mía un hombre lobo.

Me encojo y retrocedo hacia atrás, arrastrándome por el suelo hasta dar con una pared. Mi acompañante se acerca a mí con la boca abierta, dejando ver sus enormes y afilados dientes y yo me limito a buscar algún tipo de arma para defenderme. Busco entre las cosas que hay esparcidas por el suelo y entonces se me ocurre utilizar los fragmentos de cristal. Me hago con el trozo de mayor tamaño y lo empuño de manera que no pueda cortarme. Entonces, el hombre lobo se deshace de la distancia que nos separa y de un salto se coloca sobre mí. Aprovecho esa ocasión para clavarle el cristal en el abdomen. Mi acechante baja la mirada hacia su torso y con su zarpa retira el fragmento y automáticamente cicatriza la herida.

En ese instante soy consciente de como alguien entra en el laboratorio y un arma se dispara. El animal esquiva el disparo y se escapa por la ventana rota. En cuanto se marcha, siento como mi visión se ve perjudicada por la pérdida de sangre. Entonces, ante mí se arrodilla una persona y se encarga de retirar todos los fragmentos de cristal que hay a mi alrededor. Luego, se hace con un trozo de tela de mi vestido y me hace un torniquete con él. El tono blanco de la prenda no tarda en teñirse de un rojo apagado.

-Te sacaré de aquí- susurra Jonathan.

Desliza uno de sus brazos por mi cintura y otro por la parte trasera de mis muslos, de manera que me coge en peso.

-Adrien, avisa a su padre.

Jonathan me deposita en el asiento del acompañante de un coche que desconozco y me pone el cinturón de seguridad. Luego, cierra la puerta y yo aprovecho para depositar mi cabeza en el cristal, a través del cual veo, no sin dificultad, como el chico de cabellera rubia le da una palmada en la espalda a otro.

El motor ruge de vez en cuando, manifestando su desacuerdo con el aumento de velocidad y las ruedas se desplazan sobre el asfalto rápidamente, agrarrándose a él con fuerza. Los árboles que hay a mi vera pasan a ser imagénes borrosas que me recuerdan a la acuarela cuando de pequeña dibujaba en el papel con un pincel humedecido.

Lanzo un suspiro al cristal y este se empaña.

-Ariana, necesito que estés despierta, ¿vale? Así que háblame sobre cualquier cosa que se te ocurra.

-Cuando era niña estaba aficionada a un cuento acerca del bien y el mal. La parte buena era representada por los ángeles y la mala por los demonios. Hubo una vez un ángel que tuvo que elegir entre salvar el mundo o descubrir quién era realmente. Decidió dejarse llevar por la segunda opción y esto le llevó a relacionarse con los demonios, seres despiadados que miraban por su propio bien. Comenzó a cambiar su forma de ser y a tomar decisiones erróneas, las cuales acarrearon muchas muertes. Cuando quiso tomar el control de la situación era demasiado tarde, sus actos habían destruído toda esperanza de salvar la realidad. Entonces, se dio cuenta de que se había equivocado pero ya no había nada que hacer. Se quedó atrapado en el infierno para toda la eternidad.

-¿Cuál es la moraleja que sacaste de él?

-Nuestros actos definen quienes somos. Nunca es tarde para hacer las cosas bien. Llegué a la conclusión de que todos tenemos un lado bueno y uno malo. Está en nuestras manos potenciar aquel que creamos conveniente.

Siento un incómodo hormigueo en mis párpados y tengo la necesidad de cerrarlos para deshacerme de esa sensación. Poco a poco voy cerrando los ojos y me dejo llevar por un sentimiento de paz que me acoge por completo.

-Ya hemos llegado- me coge nuevamente en brazos y me conduce hacia el interior de un edificio con un olor semejante al de los guantes de plástico. Me deposita sobre una superficie blanda y susurra en mi oido antes de marcharse-. Lo has hecho muy bien.

Los continuos pitidos de una máquina me despiertan de mi profundo sueño. Al principio, veo un poco borroso pero poco a poco mi visión mejora y me permite distinguir todo cuanto me rodea. Estoy en una habitación de hospital, acostado sobre una cama, tapada con una sábana hasta la cintura. Mis brazos yacen a cada lado de mi tronco. Uno de ellos está vendado y en el otro tengo cogida la vía, de manera que una sustancia transparente accede al interior de mi organismo.

Ladeo la cabeza hacia la izquierda y descubro una máquina semejante a un pequeño televisor que marca mediante un gráfico los latidos de mi corazón, además de proporcionar información acerca de mis pulsaciones por minuto.

La puerta de la habitación se abre y por ella entra un hombre con una barba poblada que comienza a tener los primeros indicios de canas. Mi acompañante alza la vista y al verme despierta suelta el café que trae en una de sus manos sobre una mesita y acude en mi búsqueda.

-¿Cómo estás?

-Un poco mareada.

-Es normal, has perdido mucha sangre.

Hago ademán de ponerme en pie pero mi padre se interpone en mi camino, cortándome el paso, así que tengo que volver a acomodarme en la cama.

-Debes descansar, Ariana.

-Estoy cansada de estar en la cama.

-Lo sé pero debes mantener la calma. Con suerte te darán el alta esta misma tarde.

Tal y como predijo mi padre, me dan el alta entrada la tarde, así que abandono el hospital antes de que el reloj dé las seis. Christopher no me quita el ojo de encima hasta que llegamos a casa. Su instinto protector paternal me enternece pero también me agobia. Necesito estar sola para repasar todo lo sucedido y atar cabos, así que nada más adentrarnos en nuestro nuevo hogar anuncio que voy a estar en mi habitación.

Subo los peldaños de la escalera de dos en dos y cuando alcanzo la cima cruzo el pasillo con tan sólo tres zancadas. Abro la puerta de mi habitación, enciendo la luz con tal de eliminar todo rastro de oscuridad y me adentro en el interior, cerrando detrás de mí. Lo primero que hago es aproximarme a la mesita de noche y sacar de uno de los cajones un bote de pastillas y me tomo una de ellas. El intenso dolor que siento en el brazo comienza a remitir transcurridos unos diez minutos, así que mi estado de ánimo mejora.

Me siento en la silla que hay justo delante del escritorio y enciendo el ordenador. Con un par de clics consigo meterme en google y escribir en el renglón dedicado a la búsqueda " Biografía de Gideon Sallow". En apenas segundos aparecen cientos de enlaces relacionados con el contenido del que deseo obtener información. Descarto varias páginas y termino optando por entrar en el cuarto enlace de color azul. En un extremo de la biografía aparece una imagen de un hombre aparentemente joven, de cabello moreno y ojos grises. Su mirada resulta intimidante y al mismo tiempo seductora.

Gideon Sallow (Francia, 8 de octubre de 1886) es uno de los brujos más influyentes de la actualidad. Entrada su juventud sintió unos impulsos revolucionarios que le llevaron a participar en más de un conflicto de gran valor histórico como la Batalla del Ocaso, en la que se enfrentaron vampiros (apoyó este bando) y licántropos. Tambien cabe destacar que ayudó a varios grupos de Banshees a exiliarse al extranjero.

Gideon es famoso por, además de ser el brujo más poderoso hasta entonces, descubrir la cura a la fiebre azul y el polvo de adamantis y por sus estudios acerca de las tres reliquias. En 1999 recibió el título de renombrado alquimista.

Actualmente reside en Francia, aunque tiene más de una residencia repartidas por todo el mundo, entre las que destacan lugares como la India, China y Canadá.

Tomo nota de algunos aspectos de su biografía en un papel y cuando termino lo doblo y lo guardo en la hucha con forma de cerdo que descansa en un extremo del escritorio. A continuación cierro la ventana de google y apago el ordenador.

Cuando el despertador de mi dormitorio marca las ocho de la tarde, bajo al piso inferior para beberme un vaso de agua y descubro a mi padre escondiendo diversos tipos de armas bajo su ropa, entre las que destaca un cuchillo y dos pistolas.

-Voy a salir esta noche.

-Ten cuidado- le advierto con un hilo de voz.

-Siempre lo tengo.

Termina de guardar unas balas en los bolsillos de su chaqueta y procede a comprobar que está todo en orden.

-Hasta mañana.

Me deshago de la distancia que nos separa y le abrazo.

Ahora que sé qué hace exactamente mi padre por las noches soy consciente de que corre constantemente un peligro, así que el miedo que antes no sentía por desconocer la situación, lo siento ahora que lo sé todo. El sólo hecho de pensar que puede sucederle algo en una de sus partidas y que no pueda despedirme como es debido, me condiciona hasta extremos insospechados.

-No dejo de pensar en la idea de que pueda pasarte algo ahí fuera, asi que necesito decírtelo Quizá no lo sepas o tal vez no me oigas decirlo con frecuencia pero, te quiero y siempre te voy a querer, papá.

-Yo también a ti, Ariana. Siempre te he querido y siempre te querré.

Mi padre se separa de mí y se aleja hacia la puerta. La abre y antes de adentrarse bajo ella, me dedica una última mirada acompañada de una sonrisa. Cuando escucho la puerta cerrarse me derrumbo por completo. Nunca sé cuando va a ser la última vez que le vea salir por esa puerta. Lo único que me consuela es dar por hecho que mañana por la mañana va a estar como de costumbre en la cocina tomándose un café.

Salgo al jardín y emprendo una marcha hacia el lugar exacto en el que esconde el arco mi padre. La oscuridad se apodera poco a poco del exterior, perjudicando así mi visibilidad. Por suerte, la luz blanca de la luna se cuela por las copas de los árboles e iluminan una parte del sendero. Durante el trayecto escucho los diversos sonidos que hacen los animales que habitan en los alrededores. Al fin llego al matorral tras el que está escondida mi arma y con ayuda de mis manos aparto las ramas y me hago con el objeto y con el saco con flechas. Este último me lo cuelgo en el hombro tras robarle una.

Escucho el crujir de las hojas bajo las suelas de unos zapatos y me preparo para dispararle a mi acechante. Estoy a punto de dejar libre la flecha cuando aparece un chico de enormes ojos azules. Lentamente voy bajando el arco, liberando a mi acompañante de la amenaza. Jonathan da unos pasos hacia el frente y logra salir de la oscuridad. La luz blanca de la luna le ilumina el rostro, resaltando el color de su iris.

-Me has asustado- confieso.

-No era mi intención. Ariana, no es seguro que estés aquí fuera.

Al pasar por mi lado entrelaza su mano con la mía y tira de mí hacia el hogar que dejé atrás con anterioridad. Mientras él se limita a mirar en todas direcciones para asegurarse de que no hay ningún acechante proximo, yo me dedico a observar la unión de nuestras manos. Al llegar a la entrada, me adelanto unos pasos, abro la puerta y la mantengo abierta. Jonathan entra en el interior tras echarle un último vistazo al exterior.

Me dirijo a la cocina con el propósito de preparar algo de cena y él me sigue, pisándome los talones. Una vez llego a mi destino me sitúo frente al frigorífico y extraigo de él una cebolla y queso mozzarella. Vuelvo a la encimera y suelto los ingredientes sobre la superficie de esta. De uno de los cajones cojo un cuchillo y una tabla de madera. Sobre esta coloco la cebolla y con ayuda del cuchillo la voy cortando en forma de tiras.

-Aún no te he dado las gracias por llevarme al hospital.

Asiente y se sitúa a mi vera.

-¿Puede ayudarte?

-Sí. Claro.

Le tiendo un cuchillo y se limita a cortar en rodajas el queso mozzarella. Su hombro y el mío están separados por escasos centímetros, lo que provoca que cuando algunos de los dos hacemos un brusco movimiento nuestros cuerpos se encuentren.

-¿Habéis encontrado a ese hombre?

-Aún no.

Me estremezco al oír su respuesta. Sospechaba que a estas alturas ya habrían dado con él y le estarían interrogando.

-¿Tienes una idea de qué quería?

-No lo sé- en ese instante un recuerdo se presenta a mi mente que me hace rememorar que aquel día en la fiesta un hombre se quedó fascinado con mi colgante-. Sí, ahora lo recuerdo.

-¿Y bien?

-Parecía interesado en mi collar.

Jonathan localiza con la mirada la gargantilla de mi cuello y la escruta.

-¿Me lo dejas ver?

Con ayuda de mis manos desabrocho la cadena y deposito el collar en la palma de su mano abierta. Jonathan eleva el colgante hasta la altura de sus ojos y lo observa detenidamente. Le da media vuelta y busca alguna escritura en él pero no halla nada.

Cuando termina de examinarlo me lo devuelve y se ofrece a abrochármelo. Cuando sus dedos cálidos entran en contacto con mi piel siento como esta se estremece ante su contacto. Su caricia es acogida de buena gana por los poros que se extienden a lo largo de mi epidermis. Lamento que se aleje tan pronto de mí pues deseo seguir disfrutando de la calidez de sus manos. Jonathan se separa de mi unos metros y se hace con un cuchillo que hay en la mesa.

-Necesito que confíes en mí, Ariana.

-¿Qué vas a hacer con ese cuchillo?

Miro el arma que tiene entre las manos y luego a él.

-Tengo que comprobar una cosa. Quédate muy quieta, por favor.

Retrocedo unos pasos hasta toparme con una encimera. Me aferro con ambas manos a la superficie de esta y observo con temor al chico que me amenaza desde la lejanía con un cuchillo. En el momento en el que alza su mano me echo a temblar y me obligo a cerrar los ojos con tal de evitar ser partícipe del resultado de esta prueba.

Segundos después capto el sonido de un objeto cortar el aire y me conciencio de que el final está próximo. Entonces, deseo con todas mis fuerzas cambiar el rumbo de ese cuchillo con tal de evitar el futuro que está fijado. Al no sentir la hoja afilada herir mi piel decido abrir los ojos y comprobar qué ha sucedido. Lo primero que veo es que mi collar desprende una luminosa luz azul. Lo segundo, el arma viajar hacia la persona de Jonathan, quien se agacha para esquivarla. Por útimo visualizo el cuchillo clavado en la pared que yace separada del chico rubio por unos metros.

-¿Puedes decirme que está pasando?- mi acompañante permanece inmóvil, con la mirada perdida en algún punto del suelo. Al no reaccionar ante mi pregunta decido ir hacia él y situarme ante su persona-. ¿Qué pretendías comprobar?

Sus ojos azules me miran por vez primera.

-No es un collar cualquiera, Ariana.

-¿A qué te refieres?

-Tenía mis dudas cuando lo examiné antes pero ahora estoy completamente seguro de mi razonamiento.

-¿De qué?- pregunto con impaciencia.

-Es una reliquia.

Inspiro aire por la boca y lo retengo en mis pulmones.

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