Capitulo XI
En Esseles, Qui-Gon y Obi-Wan estaban parados en su deslizador con Trinkatta, el kloodaviano. Miraban el crucero de la República despegar, llevándose a Noro Zak, Vel Ardox y a la herida Adi Gallia hacia el verde firmamento. Segundos después, el crucero desaparecía de vista mientras ingresaba al espacio, rumbo al planeta Rhinnal.
Obi-Wan se dio cuenta de que Qui-Gon ya tenía que revelar la historia de cómo Adi Gallia le había salvado su vida. Mirando la afligida expresión de su Maestro, Obi-Wan decidió esperar a que Qui-Gon le contara la historia.
—Gracias por rescatarme de mis droides —murmuró Trinkatta.
Aunque su brazo derecho ya estaba comenzando a crecer, Trinkatta aún estaba impresionado por los devastadores eventos que habían llevado caos a su fábrica de naves. Su túnica estaba cubierta de polvo, un recuerdo del escape por su túnel secreto. Mirando directamente a Qui-Gon, Trinkatta dijo
—: Ojalá pudiera haber evitado esto.
—Creo que Adi Gallia estará bien, Maestro —comentó Obi-Wan.
—Sé que estará bien, Padawan —respondió Qui-Gon con gran confianza—. Tal como sé en mi corazón que los villanos que la hirieron serán llevados a la justicia.
—¿Cuáles villanos? —preguntó Obi-Wan—. ¿Los droides de la fábrica, los bartokks o la Federación de Comercio?
—Creo que todos están conectados —reflexionó Qui-Gon, mesándose su barba—. Cada trozo de información es como una pieza de rompecabezas. La Federación de Comercio ordenó cincuenta cazas droides a la fábrica de Trinkatta. Cuando Trinkatta se rehusó a instalar los motores de hiperimpulso, su piloto de pruebas desapareció, asustando a Trinkatta para que construyera los cazas estelares. Alguien supo de los cazas y se preocupó lo suficiente para enviar una tarjeta de datos a Coruscant, alertando al Consejo Jedi. Ahora parece que los cazas han desaparecido también.
—No olvide a los bartokks —añadió Obi-Wan—. Entraron al cuarto principal de control droide para poder reprogramar los droides de Trinkatta y tomar el control de la fábrica de naves.
—¿Pero por qué? —indagó Qui-Gon—. ¿Qué querían los bartokks? Los cazas droides ya no están en la fábrica. ¿Qué querían…?
—Si me excusan —interrumpió Trinkatta—. Tengo planes de vuelo. ¡Saldré de este planeta antes de que la Federación de Comercio venga a buscar sus cazas!
De repente, los ojos de Qui-Gon Jinn se abrieron bastante.
—Hay una buena oportunidad para encontrar esos cazas —musitó.
—¿Cuál es? —preguntó Trinkatta, guiñando sus párpados reptilescos.
—Los bartokks viajan en colmenas de quince —apuntó Qui-Gon— pero quedaron sólo dos en la torre de observación. ¡Los otros trece bartokks aún deben estar en Esseles!
—¿Por qué estarían todavía aquí si los cazas ya no están? —preguntó Obi-Wan, confundido por la lógica de su Maestro.
—Los cazas no están en la fábrica de Trinkatta —expresó Qui-Gon— ¡pero no han salido de Esseles! —Agarrando a Trinkatta de los hombros, Qui-Gon levantó al kloodaviano y lo depositó en la parte de atrás del deslizador. —Todavía no nos vamos, compañero —dijo el Maestro Jedi solemnemente—. Vas a ayudarnos a encontrar los cazas droides.
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