Capítulo Veinte
Mi maldito despertador cae de la mesa junto a mi cama cuando hago el mejor intento por apagarlo. Tengo que agacharme para silenciar el molesto sonido y tan pronto como lo hago tomo mi teléfono para ver mis mensajes.
Busco específicamente por uno de Madison, pero entonces recuerdo como termino nuestra salida de anoche. Perdí mi oportunidad de besarla dos veces en un solo día y todo gracias a gente entrometida.
Todo se fue al carajo gracias a aquel hombre que interrumpió mi conversación que apenas comenzaba a fluir con ella, haciéndome perder todo el avance que llevaba hasta el momento. La chica se volvió todo un manojo de nervios y en todo el camino de regreso a casa lo único que parecía seguro era que iba a desmayarse en cualquier momento.
Quizás sea buena idea pasarme un rato por su apartamento... después de todo me ganaría puntos con ella el que piense que me preocupe por ella y que quería asegurarme de que estuviera bien.
Me visto con mi horrible uniforme del trabajo y tan pronto como me dispongo a comer un par de tostadas con mermelada, mi celular comienza a sonar. El número de teléfono de quien quiera que llama parpadea en la pantalla.
Nadie importante.
—¿Diga? —contesto con la boca llena.
—¿Dylan? ¡Hola! —la voz de una chica resuena al otro lado del teléfono. Me trago lo que masticaba.
—El único y original —contesto.
—No tuve más noticias tuyas, así que decidí llamarte, espero no te moleste. —Sonrío por la inseguridad que refleja su voz; es posible que sea cualquiera de las últimas cuatro chicas con las que he salido esta semana. Tres, dejando fuera a Madison que claramente no es quien habla ahora mismo. ¿Quizás la número dos?—. Temía que no fueras a contestar...
—¿Cómo podría perderme la oportunidad de hablar con alguien tan única como tú? —Tomo otro bocado de mi desayuno. Casi puedo escucharla sonreír.
«Y las mujeres se atreven a decir que todos nosotros somos iguales. Ellas son todas iguales. Mismas reacciones para todo... hacía mí».
—No quiero parecer desesperada...
—No, para nada —río.
—¿Te gustaría venir a mi casa esta noche? —sugiere y aunque resulta tentador, tengo mejores cosas que hacer—. Podría cocinar... Liz no estará así que...
«Aunque quizás Madison pueda esperar...»
—¿A qué hora? —la interrumpo.
—¿A las seis?
—Tú mandas —respondo.
—A las seis.
—Ahí estaré —confirmo.
—¡Genial! ¡Nos vemos entonces esta noche, me muero por verte! —Suelto una pequeña risa y tan pronto como regreso mi iPhone a la mesa, recibo un mensaje de texto con su dirección.
«Nada desesperada».
Odio mi trabajo. ¿Ya lo había dicho antes?
No hay nada más aburrido que trabajar en una cafetería por las mañanas. Incluso cuando se satura de personas que se encaminan al trabajo o a la escuela resulta completamente aburrido. Casi siempre son las mismas personas y por el largo tiempo que llevo trabajando aquí, ya logro recordar lo que ordenarán desde que los veo cruzar la puerta.
—¡Qué tengan buen día! ¡Espero su espalda mejore señora Caparelli! —despido a la misma pareja italiana de ancianos que siempre pasan por aquí antes de ir al parque a pintar o... dios sepa en lo que desperdician su día luego de contarme todo de sus vidas mientras mi compañera prepara sus órdenes. Los observo marcharse tomados amorosamente de las manos.
—Dylan —pregunta Kaycee cuando pierdo a la adorable pareja entre la multitud de gente que comienza a formarse en el centro comercial—. ¿Sabes algo de ese hombre? —asiente hacia un hombre de traje que se encuentra tranquilamente sentado en una de las pequeñas mesas en la esquina de la tienda. Parece estar tomando notas de algo en una carpeta color amarillo.
—¿Qué pasa con él? —respondo antes de que encienda la máquina de frappés en un intento por ocultar lo que está por decirme.
—No ha ordenado nada desde que llegó —responde entre dientes—. Está poniéndome nerviosa.
—¿Qué pasa con ustedes y su irracional miedo a los desconocidos?
—Es una de las maravillas que vienen con ser mujer —contesta mientras me dispongo a literalmente correr a nuestro incómodo visitante.
—Buenos días —saludo arreglando el mandil rojo que cuelga de mi cuello. El hombre inmediatamente cierra su carpeta como si a mí me importara en lo más mínimo lo que hacía—. ¿Puedo tomar su orden?
—Estaba por irme, pero gracias —responde con una hipócrita sonrisa antes de ponerse de pie—. Hasta pronto... Dylan. —Lee la etiqueta con mi nombre y luego saca el teléfono del bolsillo de su traje antes de salir.
—Tenías razón —admito cuando regreso detrás el mostrador—, sin duda era un tipo bastante raro.
—¡Bueno! ¡Cuéntamelo todo! —Kaycee me alcanza en el pasillo cuando me apresuro por dejar el trabajo. Su rizado cabello pelirrojo le hace parecer como si su cabeza estuviera en llamas. Sus ojos debajo de sus enormes gafas circulares se fijan en los míos.
Es una de las personas más dulces y simpáticas que conozco. De las pocas mujeres en las que jamás he mostrado interés. Con la apariencia y personalidad con que imagino a un típico duende de Navidad: hiperactiva, dulce e imposible de callar una vez que abre la boca; pero ha resultado una buena amiga con quien puedo alardear acerca de todas mis conquistas.
—Fue... interesante —admito.
—Adivino, la besaste.
—No, pero casi lo hago —ella me mira como si no lo creyera.
—¿Casi?
—Tiene una hermanita que parece querer arruinarme la vida.
—Ajá —se burla— ¿y cuando la niña no estaba?
—Un hombre nos interrumpió.
—¿Un hombre los interrumpió? ¡¿Haciendo qué?!
—Hablando —confieso y se ríe.
—¡Patético! —dice dándome una palmada en el hombro—. Está volviéndote loco Papasavvas ¿no es así? —me molesta.
—No. Soy Dylan Papasavvas, yo las vuelvo locas a ellas, no al revés.
—Ajá —repite—. ¿Y? ¿Cómo es?
—Hermosa —respondo y ella pone los ojos en blanco.
—Que asco... dices eso al menos una vez por semana —señala.
—Ella es... diferente —respondo. Me mira burlona y entonces no puedo dejar de alagarla—. Sus ojos son del color de las esmeraldas, tiene una sonrisa provocadora y tiene bastante buen sentido del humor.
—¡Pero mírate! ¿Acaso te convertiste en el príncipe encantador de la noche a la mañana? —me resulta imposible no sonreír.
—Tendré que llevar las cosas lentas con esta —admito—, muy lento.
—Teniendo en cuenta que no se han besado y que ya han pasado dos días desde que la viste por primera vez —dice—. Te apuesto a que será así.
—Solo desconfía de mí.
—Cualquiera desconfiaría de ti —se burla cuando llegamos finalmente al estacionamiento.
—Gracias por el apoyo —reclamo.
—¡Lo siento, amigo! Tienes la apariencia de arruinar vidas —contesta dando media vuelta para dirigirse a la parada del autobús—. Le concedo la razón acerca de lo que sea que pueda estar pensando de ti.
—¡¿Tan mal me veo?! —grito captando la atención de dos adolescentes que pasan a mi lado y se ríen nerviosas. Les guiño el ojo haciéndolas sonrojar más y luego sonrío por su reacción.
—¡Todo lo contrario! ¡Ese es el problema! —grita Kaycee—. Buena suerte con Mónica o como se llame —se despide.
Mi auto está estacionado en la quinta hilera de coches igual que siempre. Mi celular comienza a vibrar en mi bolsillo cuando me subo y la pantalla de llamada me muestra una sola palabra en letras gigantes: «DESCONOCIDO», sin embargo, se corta justo cuando estoy por contestar y entonces mi carro se hunde cuando alguien entra en él.
—¡¿Qué dem...?!
En cuestión de nada, tengo un paño húmedo en la boca quemándome el interior de la nariz y la garganta cuando inhalo.
—Dulces sueños —es todo lo que escucho antes de quedar inconsciente.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top