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Yoongi subió a la habitación poco después de la medianoche. Tenía un ligero dolor de cabeza y una cierta molestia en el cuello, y se sentía mal consigo mismo por lo que le había dicho a Jimin.

 Aparentemente, se había defendido bien, pero él sabía que se había ido al cuarto de baño para serenarse y ordenar sus ideas. Y había estado a punto de echarse a llorar. Por su culpa.

No recordaba haberlo visto llorar desde el funeral de su hermano, e incluso entonces había aguantado hasta el último momento, cuando bajaron el ataúd con el cuerpo de Chanyeol. Le había dado entonces un ataque de ansiedad y habían tenido que administrarle algunos sedantes al regresar a la finca de sus padres.

Yoongi había tratado de ofrecerle su apoyo, pero su presencia, lejos de tranquilizarlo, parecía haberlo trastornado aún más. Al final, se marchó y estuvo un año sin verlo. No se sentía orgulloso de ello. A menudo se preguntaba si no podría haberse evitado su recaída si las personas más allegadas a Jimin le hubieran prestado un poco más de atención.

La suite estaba totalmente oscura. Encendió la lamparita que tenía más cerca para no molestar a Jimin dando la luz del techo. Aunque la luz era muy tenue, fue suficiente para iluminar el dormitorio. Vio que la cama estaba vacía.

Dirigió en seguida la mirada al sofá cama, pero también estaba vacío. Resopló con aire de preocupación y se encaminó hacia el cuarto de baño. Pero nada, no había rastro de Jimin, salvo un leve vestigio de su perfume. Volvió a la sala y se llevó las manos a la cabeza al ver que la maleta había desaparecido. Revisó hasta el último rincón, en busca de alguna pista, pero Jimin no había tenido la decencia de dejarle siquiera un nota. Maldijo en tres idiomas diferentes y se puso a dar vueltas por la sala como un gato encerrado.

El más joven muy intrigante se había valido de sus artimañas para que se casase con él. Ya no había manera de romper el compromiso y Jimin lo sabía. La prensa estaba al corriente de la noticia. Ya se había difundido por la radio y por Internet.

Había recibido incluso una llamada de sus hermanos congratulándose de que hubiera acatado finalmente la voluntad del abuelo. Era un actor consumado. Su interpretación, haciéndose la víctima, había sido muy convincente. Tanto que él había caído en el anzuelo como un pardillo. ¡Maldito niño!

Hacía ya veinticuatro horas que Jimin había regresado a su apartamento de Busan cuando Yoongi llamó al portal. Estaba llamando con insistencia, convencido de que acabaría abriéndole antes de que los vecinos se pusieran a protestar por el ruido. 

Jimin pulsó la tecla del portero automático y esperó, con el corazón en un puño, a que subiera al piso.

Yoongi llamó a la puerta suavemente con un solo toque que sonó como el disparo de una pistola descargada.

Jimin le abrió con aire despreocupado y una sonrisa de bienvenida.

–Hola, Hyung.

Él pasó adentro con gesto serio.

–¿Has visto los periódicos? –preguntó Yoongi, mostrándole media docena de ejemplares que llevaba bajo el brazo.

–No leo casi nada –respondió Jimin, preguntándose si sería capaz de captar la ironía de sus palabras.

–Estamos oficialmente comprometidos.

–Sí, ya lo sé. ¿No es emocionante? –exclamó Jimin con una radiante sonrisa.

–Pues ya que estamos oficialmente comprometidos –dijo Yoongi con el ceño fruncido sin hacer caso de la frivolidad de su comentario–, espero que te comportes, en todo momento, como es debido. Eso significa que no saldrás del hotel, de la villa, de tu apartamento o de dondequiera que estemos, sin decirme a dónde vas. ¿Lo has entendido?

–Me fui porque no quería que pasaras una mala noche –replicó Jimin, alzando la barbilla–. No habrías conseguido pegar ojo en aquel sofá.

–¡Vaya! Ahora va a resultar que fuiste a Venecia a hacer obras de caridad – dijo Yoongi con una amarga sonrisa–. Te marchaste porque ya habías conseguido lo que buscabas. ¡Fue vergonzoso! No me dejaste ni siquiera una nota. Estuve muy preocupado por ti.

–No te creo –dijo Jimin moviendo la cabeza–. Sólo estabas furioso porque me marché sin avisarte.

–Sí, tienes toda la razón del mundo. Tuve que soportar el acoso de la prensa en el aeropuerto y tratar de buscar alguna excusa de por qué no venías conmigo.

–¡Tuvo que ser terriblemente agotador para ti! –exclamó Jimin poniendo los ojos en blanco.

–Eres el novio más insolente que he visto en mi vida –replicó Yoongi, fuera de sí.

–Y tú el novio más indeseable que se ha cruzado en mi camino. -Contestó Jimin.

Yoongi clavó sus ojos avellana en él. Los ojos verdes, con motas marrones, de Jimin brillaban de odio.

–He quedado con un abogado para que venga esta tarde a arreglar todos los asuntos legales contigo –dijo Yoongi–. Espero tu cooperación durante la lectura y firma de los documentos.

Jimin se sintió invadido por un pánico instintivo que trató de controlar a duras penas.

–Haré lo que sea necesario para recibir lo que me corresponda de la herencia, pero nada más.

–Estoy seguro de ello –dijo Yoongi muy serio–. Tengo que informarte que he decidido adelantar la boda. No quiero tener que estar pendiente de ti un mes entero. Te vendrás a vivir a mi villa de Roma tan pronto como sea posible. Nos casaremos a principios de la semana que viene. Ya les he informado de todo a mis hermanos y a mi madre.

–¡No... puedo! –exclamó Jimin, incapaz de ocultar su pánico–. Tengo cosas que hacer aquí en Busan. No puedo irme hasta que no lo haya arreglado todo.

–En Roma, también tienen peluquerías y salones de belleza, ¿sabes? –dijo Yoongi con sarcasmo–. Incluso tenemos diseñadores de moda.

Jimin le dirigió una mirada fulminante.

–No se puede tener todo en la vida, Yoon. Sé que tú has tenido todos los caprichos desde que eras niño, pero yo no voy a dejar que me mangonees.

–Mandaré una compañía de mudanzas para que venga a recoger tus cosas mañana por la mañana. El abogado estará aquí en menos de una hora. He contratado también los servicios de una organizadora de bodas que se reunirá contigo esta tarde a última hora. Ella se encargará de todos los detalles de la ceremonia. Volaremos juntos a Roma mañana por la tarde. Mi chófer vendrá a recogerte. Si no colaboras y haces todo lo que te he dicho, llamaré a la prensa y les diré que la boda se ha cancelado.

–No serías capaz de hacer una cosa así –dijo Jimin no muy seguro de lo que decía.

–Prueba a comprobarlo, Jimin. Yo haré lo que me dé la gana y tú me obedecerás sin rechistar.

Jimin, sin pensárselo dos veces, agarró un cojín del sofá y se lo tiró, pero salió muy desviado y fue a estrellarse contra la pared, cayendo luego sobre la alfombra sin hacer el menor ruido.

–Te odio –dijo Jimin–. No sabes cuánto te odio.

Yoongi esbozó una sonrisa cínica,  apenas entreabriendo sus labios, abrió la puerta y se marchó. Por segunda vez en veinticuatro horas, Jimin sintió un deseo horrible de echarse a llorar.

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