Capítulo 7. Vuelta a casa
Cuando regresamos todavía quedaba bastante verano por delante, y aunque en casa y con mis padres la cosa se complicaba, contaba con que Leo me ayudara para seguir viendo a Christian. No estaba dispuesta a dejar enfríarnos. Si seguía perseverando seguro que lográbamos una compenetración plena, o eso pensaba.
Pasados unos días en los que mis padres no dejaron de decirnos como habíamos crecido y lo flacos que estábamos, cuando todo ya se había calmado, decidí hablar con mi hermano.
Llamé con los nudillos a la puerta de su dormitorio, todavía recordaba la última vez. Contestó con desdén y entré.
—Hola, Leo —saludé alegre.
—Hola ¿Qué quieres? —preguntó con impaciencia, cómo si yo le molestara.
¿Volver a casa, significaba dejar de ser amigos para volver a ser dos hermanos en pie de guerra? Pues para mí, no. Yo había cambiado. No me apetecía estar en pulla constante. Habíamos convivido a las mil maravillas y ahora sí que el "piojo métome-en-todo" de mi hermano pequeño había desaparecido. Ahora sí era capaz de llamarle sólo Leo.
—¿No echas de menos a Norma? —pregunté con suavidad, intentando no ir directa al grano.
—¿Y a ti qué más te da?
—No seas borde.
—No seas cotilla, IrRitante.
—Leo... —le reñí con un suspiro cansado, me estaba sacando de quicio otra vez y no iba a permirtirlo —. ¿Quieres verla o no?
—Bueno... sí, claro. Norma está cañón y es divertida. ¿Por qué lo preguntas? ¿Ella te ha dicho algo?
—No exactamente, pero quiero verla y también a Christian, que desde que volvimos...
—Ya...pues... ¿Qué propones? ¿Nos hacemos un cine?
—Sí, justo eso pensaba. Aunque Norma solo puede el viernes y no llegaría hasta la sesión de las diez o a la golfa.
—A la golfa no, que tu cenicienta se nos duerme —saltó mi hermano enseguida.
La ira me volvió a subir, ¿qué bicho le había picado?
—Leo, joder. No seas impertinente...
—¿Yo? Yo solo digo la verdad. Don Descafeinado no toma alcohol porque le marea, no se acuesta tarde porque no rinde y no fo...
Mi cara debió ser un poema. Más que cabreada, estaba descolocada. Leo tenía algo de razón, pero me dolía que tratara a mi novio así. Si no quería salir conmigo, con nosotros, pues muy bien, pero esa no era forma de tratarme. Estaba harta, pero no quería pelea, así que bajé la mirada al suelo y estaba a punto de salir, cuando Leo se apiadó.
—Perdona, Rita. Hablo demasiado... Quedamos el viernes, sí. A las diez.
—¿Qué te ocurre, Leo? ¿Puedo ayudarte?
—Nada. Estoy... cansado.
Eso sonaba a mentira hasta para un sordo. Pero me marché a mi habitación y empecé a organizarlo todo. Me gustaba el Leo que había visto en las vacaciones pero parecía que se había quedado en el apartamento de la playa.
Afortunadamente la salida fue bien y a la semana siguiente propicié otro encuentro entre los cuatro. Sabía que Leo no soportaba mucho a Christian, pero enfrascado en Norma no le hacía mucho caso. Y a mí tampoco. Y yo lo prefería distante que hermano incordio.
Poco a poco las cosas entraron en una dinámica de calma. Christian, Norma y yo empezamos la universidad, mientras Leo afrontaba el último curso de bachillerato.
Y seguimos haciendo salidas los cuatro. Si a mis padres les extrañó que tras las vacaciones mi hermano y yo salieramos juntos de casa muchas tardes y todos los fines de semana sin excepción, no lo demostraron. Pero cuando se acercaba Navidad, decidí que ya era hora de presentarles a Christian.
Sabía que Leo no quería contar nada de su relación con Norma, pero recurrí a él para que me ayudara.
—Leo, voy a hablar con papá y mamá. Quiero que conozcan a Christian.
—Vale. ¿Por qué me lo cuentas? —su cara era de pasota total, como si le estuviera contando que iba a ponerme una blusa verde o que me había comprado una agenda nueva.
—Porque saben que tú le conoces.
—Sigo sin captarte, hermanita...
No sabía si me estaba tomando el pelo o simplemente era idiota redomado. ¿Tan díficil era ver lo qué le estaba pidiendo?
—Que no quiero que les digas a papá y a mamá de qué conoces a Christian, que pasó el verano con nosotros... A papá le da un infarto... Y además, quiero que les digas que te cae bien y que no te importaría nada que viniera por casa porque te ayuda con las mates, por ejemplo...
—Uy, uy... eso que me pides es un gran favor.
Solté un largo suspiro.
—Tampoco lo es tanto... También puedes mantener la boca cerrada y listo.
—¿Y que gano yo, a cambio de tanto silencio?
Ya había salido su alma chantajista al completo... podría dedicarse a la mafia camorrana, el maldito... Y entonces una idea, un recuerdo, me entró fugaz en la mente. Ya que por las buenas no, me pondría a su altura. Blackmail to power:
—Pues mira... ganarás que no les diga que debajo de estas pulseritas —dije señalando su muñeca izquierda— llevas un tatuaje.
Su cara pasó del estupor a la conmoción.
—¿Y tú como sabes eso? —me preguntó sin negarlo.
Me marché, dejándole atónito. Corrió por el pasillo y me agarró por el brazo. Me metió a la fuerza en mi habitación y cerró la puerta tras de sí.
—Rita... —su mirada era intimidadora y su voz, que ya era completamente grave, amenazante.
Era mi hermano pequeño pero no dejaba de crecer y ya me sacaba casi un palmo. Bajé mi mirada y salió de nuevo mi timidez. Con suavidad le dije:
—Ayúdame y tu secreto estará a salvo...
Sin verle, notaba como sus ojos soltaban centellas. Estaba furioso, todo su cuerpo emanaba tensión, pero me negaba a mirarle la cara. Al final, claudicó.
—Valeeee. Lo haré. Pero que Don Descafeinado no pasee mucho por aquí.
Entonces levanté la vista y le reté.
—Idiota: cuánto más venga Christian, más se irán papá y mamá fuera y más podrá venir Norma.
—Coño, Rita, ¡es verdad! No lo había pensado.
Me besó en la mejilla y se fue, móvil en mano, a su habitación; más contento que un niño el día de Reyes por la mañana.
Yo sonreí para mis adentros, por una vez, había domado a la fiera...
Esa misma noche les contamos a mis padres lo de Christian y aunque a mi padre, la confirmación de las sospechas de que tenía novio no le entusiasmó, puso buena cara y dijo que quería conocerle. A mi madre, la idea le hizo más ilusión e incluso le preguntó a Leo si él también tenía alguna "amiga especial". Leo enrojeció y se marchó y mi madre divertida se fue a su habitación. Entonces mi padre, aprovechó que nos habíamos quedado solos y me dijo:
—Rita, comprendo que la universidad es un mundo nuevo para tí y todo eso me parece... normal, hasta cierto punto. Pero como bajes las notas un ápice... el Cristofer ese no va a tener campo para correr. ¿Queda claro?
Me reí y le bese en la mejilla.
—Christian, papá. Y ya verás cuando le conozcas cómo cambias de opinión.
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