I
El teléfono fijo sonaba incansable haciendo un eco ensordecedor en todo el piso, un salón de ciento veinte metros cuadrados sin habitaciones, dividido por secciones solo con librerías.
Era una estancia acogedora, amplia. Llena de luz y frescor en verano, y rodeada por un paisaje encantador en los meses de invierno, cuando la nieve decoraba el Central Park en la cara norte de su edificio. Él podía permitirse una casa más cerca del parque o fuera de la ciudad, lejos de las sirenas policiales o los pitidos de los enervados conductores que trataban de sortear atascos para llegar a su destino, pero la verdad es que vivir en una antigua fábrica textil reacondicionada en viviendas fue uno de sus mejores logros como restaurador de inmuebles, así que al vender el edificio a una inmobiliaria, volvió a adquirir ese rincón en lo alto del edificio con derecho a la azotea para él solito, amaba la tranquilidad.
Landon Eckhart era muy reconocido en su sector, las inmobiliarias se rifaban sus trabajos. Era un arquitecto reconvertido en adquisidor y restaurador de edificios, muy exitoso y con una vida relajada que celaba más que a sus parejas. Sí señoras y señores, el éxito le sonreía en el ámbito profesional, podría ser el tipo más feliz del mundo, de no ser por un pequeño detalle. El éxito en el ámbito sentimental, se resistía a abrazarlo.
Era consciente de que no debía quejarse, estaba siempre rodeado de las mujeres más bellas y exitosas. Pero lamentablemente, ninguna despertaba en él la inquietud de pedirle matrimonio. La culpa de la altura de ese listón la tenía su padre, por sus enseñanzas y consejos tan acertados que calaron en él hasta los huesos. Su padre era su héroe, sus palabras valían demasiado para Landon. En cuestión de mujeres le decía: si encuentras una chica con la que deseas estar a todas horas del día, cásate con ella. Porque habrás encontrado un tesoro. Pero Landon aún no había encontrado a nadie que le hiciera sentir eso. Así que, hasta lograr sentirlo, no pensaba conformarse con ninguna.
Landon estaba en la ducha con el jabón cayéndosele por los ojos, por eso no oía las repetidas llamadas que se sucedían en el salón. Cuando al fin apagó el chorro del agua, escuchó el teléfono. Soltó un bufido cuando al cesar una llamada, otra volvía a sonar. Sospechaba quién podría ser. Se envolvió con una toalla y fue a coger la llamada.
—¿Diga?...
—Vas a venir conmigo a pasar el fin de semana en la casa de campo con mi familia por el cumpleaños de mi abuela. Ya se lo dije a mi padres, y les pareció una gran idea —soltó displicente sin siquiera decir antes un hola. Landon sospechó bien, era Erin, su, ¿novia? Él creía que esa etiqueta era demasiado para la relación que llevaban, pero aún así...
Salían de vez en cuando desde hacía un par de meses. Erin era una representante de intereses a la que conoció en una subasta de bienes inmuebles. Ella era la organizadora. Erin Upton era atractiva, explosiva, con una autoridad arrolladora a la que pronto quiso someterle, pero él no se dejó. Al principio le hacía gracia que ella quisiera darle órdenes, y de hecho se dejó dirigir alguna vez, ya que Erin se mostraba muy contenta cuando lograba que él hiciera lo ella quería, pero Landon pronto se dio cuenta que lo que para él podría ser un juego divertido, para ella se estaba convirtiendo en su manera de llevar la relación, y eso no podía permitírselo. Si quería que funcionase, ella tenía que aprender a aceptarlo como él era.
No obstante, sabía que sería una tarea difícil ya que Erin tenía una manera muy impersonal de llevar la relación. Basándose en la coquetería cuando estaban solos, sus conversaciones iban sobre cuestiones de trabajo o pensamientos abstractos y generalistas. Le encantaba hablar de sí misma y de todo lo que era capaz de hacer, pero nunca hablaba de su historia personal. Y mucho menos preguntaba nada sobre él. Eran detalles que la hacían no ser la adecuada. Pero Landon aún no quería tirar la toalla.
—Erin, se trata de una reunión familiar —replicó él—. ¿Qué pinto yo ahí?
—Tienes que venir conmigo, debes acompañarme o de lo contrario moriré del asco. Es una granja —obvio ella. Él no lo entendía, las granjas eran lugares acogedores según su experiencia. Él restauró una vez un conjunto de edificios como éstos convirtiéndolos en un hotel rural, y quedaron espectaculares—. Ya les hablé a mis padres de ti y les dije que irías conmigo. No puedes dejarme tirada.
—¿Y qué pasa si no puedo? —rebatió él. Ya estaba ella otra vez controlando la situación sin preguntárselo antes.
—Sé que puedes. Tenías una cena el viernes por la noche, pero ya la cambié por ti para que no tengas excusas.
—¿Por qué has hecho eso? —reclamó él disgustado.
—Porque te necesito, Landon. Vamos —suplicó. Podía imaginarla haciendo pucheros y sonidos de súplica infantiles con los que ella creía conmoverlo, pero solo funcionaban porque él quería que parase. Era enervante—. Mis padres dijeron que están deseando conocerte —agregó con el mismo tono—. ¿Sabes qué no se creen que llevemos dos meses saliendo? —comentó normalizando la voz y un tanto indignada por ello.
Erin le había hablado alguna vez de su familia, pero de forma muy escueta y no muy amable que se diga, creando en él una idea preconcebida de ellos, como el de una familia fría que poco o nada se relacionaba. Desde luego no parecía un entorno al que alguien quisiera ir sin compañía. Pero no estaba preparado para dar ese paso con ella.
—Erin…
—Vamos, anímate. Consideralo una prueba de fuego para nuestra relación —dijo rápidamente dejándolo en jaque—. No te lo pienses —advirtió—. Tengo que colgar, voy tarde a una reunión. ¿Por qué has tardado tanto en contestar? —preguntó. Pero como siempre, no dejó tiempo para contestar—. Hablamos cuando vaya esta noche a tu casa y te ayudo a hacer la maleta. Adiós… —se despidió con voz cantarina. Landon se quedó mirando el teléfono con frustración tras oír el tono de colgar.
Podía decirle que no quería ir y plantarse. Pero algo le detenía. Cerró los ojos suspirando, buscando relajarse. Erin era una mujer estupenda con la que tener una relación si se apartaban detalles como sus despóticos controles. Era lista, emprendedora, sagaz. Además, estaba muy buena y era bellísima. ¿Debía darle una oportunidad de conocerla mejor? Tal vez. Y una muy buena manera de lograrlo era yendo a esa reunión familiar y verla en medio de los suyos. Lo haría conocer una faceta nueva de Erin que podría hasta rescatar sus lánguidos intereses románticos en ella. Sí, iría. Total, ya no tenía nada programado en su agenda gracias a las rápidas manos de Erin.
Cogieron un avión y un coche de alquiler para llegar hasta Auburn, Alabama. Estaba ya entrado el atardecer del viernes cuando llegaron al pueblo. Erin contó que esa propiedad, situada a las afueras del pueblo, pertenecía a sus abuelos paternos, grandes ganaderos de su época. Y que lo heredaron directamente ella y su hermana cuando murió su abuelo. Landon acababa de enterarse de que tenía una cuñada. Erin también mencionó sus planes de vender la propiedad en cuanto su abuela, quien aún vivía allí, muriera, o tal vez antes, si conseguía convencerla de ir a vivir a una residencia. Landon no mencionó su pensamiento sobre que si Erin y su hermana eran las dueñas de la propiedad, ella debería considerar sus opiniones sobre el qué hacer con esta. Y por supuesto evitó decir nada sobre los comentarios despreciativos de Erin sobre el propósito de vida eterna de su abuela que no dejaba de cumplir años y fastidiar sus planes, y sobre que esa bruja, dicho por ella textualmente, se aliara con su hermana para que no le quitaran su casa. Erin culminó su monólogo hablando del difícil propósito que tenía de convencer a la testaruda de su hermana de apoyarla en la idea de conseguir trasladar a su abuela a una residencia. Desde luego Landon tenía expectativas al llegar a conocer a la familia, pero lamentablemente, estas muy buenas no eran.
La casa de la familia era un enorme edificio colonial de dos plantas entre árboles y rodeado de praderas por las que pastaba el ganado. La imagen bucólica que apreciaba Landon era encantadora. Erin detuvo el coche delante de la escalinata de la casa. Lo azuzó para salir y exhortó que no se quedara mirando el paisaje cómo hacía siempre que iba a un lugar nuevo. Landon sonrió ignorando su comentario y permaneció contemplando el paisaje bajo el sol radiante de mediados de mayo. Ese lugar era un paraíso. Si Erin lo ponía en venta, él estaría el primero en la fila para adquirirlo.
Entró con parsimonia en la casa tras unos minutos, encontrándose a Erin entre abrazos comedidos y besos recatados con quienes parecían ser sus padres. Ella se giró y lo presentó como lo haría con uno de esos caros objetos que conseguía para las subastas.
—Familia, os presento a Landon Eckhart.
—Landon, encantados de conocerte —saludó su madre con un apretón cariñoso de mano—. Yo soy Rose.
—Encantado, Landon. Yo soy Paul —se presentó su padre con otro apretón. Eran tan joviales que pronto se encontró buscando algún indicio de veracidad en las descripciones dadas por Erin sobre ellos, o algo en su carácter que pudiera compararse con el de Erin. Pero no encontró nada.
—El gusto es mío —saludó él—. Bueno, me han dicho que es el cumpleaños de la abuela. ¿Podría saludarla también? —ofreció él cordial, a sabiendas que la anfitriona de la casa, era la abuela de Erin antes que nadie.
—Bueno, no está aquí, así que, ahora subiremos a dejar las maletas y nos aseamos para la cena. Ha sido un largo viaje —comentó con desdén mirando a sus padres—. Ya la verás en la cena —apuró con una sonrisa forzada.
—Sube tú. Yo prefiero saludarla antes. Es tu casa, no la mía —expresó Landon correcto. No pensaba invadir la casa de alguien sin recibir primero su bienvenida.
—Gracias, Landon. Es muy cortés de tu parte —señaló Rose.
—Sí, ahora mismo… Oh, ahí llega —advirtió Paul indicando hacia unas puertas dobles a un lado del recibidor.
Landon miró hacia allí viendo a un par de mujeres acercarse a ellos agarradas de los brazos, hablando distraídamente. Una era una anciana canosa, menuda y muy vital. La otra, una esbelta joven de ojos verdes y cabellos dorados que le caían sobre sus hombros. Sonreía con gracia a lo que la anciana le decía mostrando una naturalidad avasalladora. Landon no pudo más que admirarla.
—Mamá —llamó Rose—. Este es Landon, un amigo de Erin. Quiere saludarte por tu cumpleaños. —La anciana lo observó sonriente, pero la joven lo hizo con un matiz divertido antes de soltar a su abuela y mirar a su hermana
—¡Oh, pero qué tenemos aquí! Qué muchacho tan apuesto —calificó acunando su rostro entre las manos—. Soy Matilde, pero puedes llamarme, abuela —ofreció con calidez. Landon tampoco encontró nada similar en ella con la descripción de Erin.
—Hola, yo soy Olivia —saludó la joven, la abuela se apartó y Landon estrechó la mano de la chica percibiendo una sensación acogedora en su agarre. La miró directamente a los ojos encontrándose totalmente relajado. Nada de tensión como había descrito Erin. Además, no pudo evitar compararlas. Si Erin era bella, su hermana era hermosa, de un modo más delicado y sencillo, más natural. Le encantaba esa característica—. No puedo decir que me han hablado mucho de ti, ya que ni siquiera sabía que existías —sonrió ella antes de soltarlo.
—No le hagas caso, es rara —despreció Erin dirigiéndose a él—. Si nos disculpáis, iremos a nuestra habitación a prepararnos para la cena.
—Sí, claro, querida —terció su abuela con una expresión muy seria—. Pero cada uno tiene su propia habitación —mencionó con solemnidad. Erin, que les había ya dado la espalda, se detuvo y la miró de sopetón.
—¿Disculpa?
—Mi casa, mis normas, Erin. Ya lo sabes. —Detrás de ella, Olivia reía con la cabeza gacha.
—Estarás de guasa.
—Erin… —avisó su padre. Ella los miró a cada uno con una expresión adusta. Elevó la barbilla con altivez antes de dirigirse escaleras arriba seguida de un desconcertado Landon que tan solo sonrió a modo de disculpa.
A las ocho, todos estaban rondando la cocina para la cena. Erin trajo a Landon de la mano y lo hizo sentarse junto a ella en una mesa muy bien preparada y llena de aperitivos. Todos los miembros de la familia conversaban alegres trayendo platos y distribuyendo raciones en ellos. Todos, menos Erin, quien miraba su móvil pendiente de asuntos de trabajo. Landon sabía que eran asuntos importantes, siempre lo eran tratándose de su trabajo, pero no tan importantes como para tratarlos durante el fin de semana con su familia. Incómodo por el ir y venir de todos y que él estuviera sentado en la silla, Landon se levantó y preguntó a ver en qué podía ayudar. Erin no se enteró.
La familia, se echó una rápido mirada mutua, disimulando una sonrisa cómplice antes de que la madre de Erin le indicara una tarea. En medio de ellos, descubrió que la abuela de Erin era una señora toda sonrisas y cariños. Rose, su madre, era todo diligente para que la abuela no hiciera nada. Paul, su padre, bromeaba constantemente sobre sus desventuras por vivir rodeado de mujeres, era un hombre de carácter desenfadado, muy agradable en el trato. Y Olivia, replicaba a su padre poniéndolo en evidencia sobre sus supuestas quejas sobre las mujeres de su vida, diciendo que en realidad le encantaba ser el hombre de la casa. Landon contemplaba a esa encantadora familia al margen del miembro que no se integraba. No tenían nada que ver con lo que le había contado Erin. ¿Qué podría estar pasando entre ellos para retenerla en esa silla y considerar a su familia una carga? Se preguntaba.
Cuando todos estaban en la mesa, con sus platos llenos y a punto de iniciar la comilona. Erin dejó su móvil y tomó la palabra tras un suspiro.
—Bueno, me gustaría hablar con vosotros sobre el tema de la venta —empezó sonriendo. Todos soltaron exclamaciones negativas ante su petición.
—Oh, Erin, ahora no, estamos cenando —objetó su madre.
—Es el único momento en el que todos estamos juntos —arguyó ella.
—¿El único? —replicó la abuela sacando esas palabras de la mente de Landon.
—Si oís mi propuesta, estoy segura de que todos acabaréis pensando en los beneficios antes de llegar al postre.
—Qué optimista —farfulló su padre.
—Oíd. Podría vender este sitio sobredimensionado fraccionadolo o, convirtiéndolo en un resort campestre. Después que Landon le haga unos arreglos —mencionó su nombre. Landon se detuvo a medio camino de llevar el tenedor hasta su boca abierta y dirigió una mirada sorprendida hacia la mujer cada vez más desconocida que tenía al lado. Sin pretender, miró hacia Olivia que lo estaba escudriñando, y apenado, bajó la vista a su plato. Abrió la boca para preguntar a Erin lo que pretendía con eso, pero ella continuó hablando—. Este lugar valdrá el doble o hasta el triple de su valor actual.
—No creo que tú sepas el valor que tiene esto —espetó Olivia al otro lado de la mesa encarando a su hermana.
—Tú no lo entiendes, y no lo vas a entender nunca, por eso apelo al buen juicio de los otros miembros de la familia —respondió a su hermana, beligerante.
—¿Olvidas que es conmigo con quien tienes que hablar del tema, coheredera? —replicó cruzándose de brazos.
—Contigo no se puede hablar de nada. Eres inflexible y olvidas que yo también tengo intereses en esta propiedad. Y no pretendo dejarlas olvidadas aquí por ti.
—No es por mí y lo sabes —replicó Olivia endureciendo la voz.
—Chicas, tenemos un invitado. Por favor… —rió Rose nerviosamente—. Paul… —pidió a su marido intervenir, pero este levantó sus manos con una mueca de resignación en su rostro.
—A la abuela le beneficiará esto también —mencionó "el problema".
—No si implica que la saques de su casa.
—A mi no me beneficiará nada, todo esto es vuestro —interfirió la abuela.
—Abuela, te pagaremos la mejor residencia del país. Vivirás como una reina rodeada de lujos. No habrá hombre que no te tire los tejos —ofreció con picardía. Landon la observó con los ojos entornados. ¿En serio apelaba a la parte coqueta de su abuela? Se preguntó.
—¿No te has parado a pensar que lo que ella quiere es estar rodeada de su familia? —replicó Olivia.
—Oh, por favor, si no estamos nunca en esta casa y aquí solo puede estar rodeada de vacas —despreció.
—Cada reunión familiar, la misma discusión —farfulló Rose cortando su filete en el plato con demasiado ímpetu.
—Tú eres quien nunca está en esta casa. Nosotros, sí.
—Vivo lejos —recordó Erin. Olivia suspiró buscando relajarse.
—¿Por qué no te dejas de esto y disfrutas con nosotros de una velada por una vez, eh, Erin? —pidió Olivia suavizando el semblante.
—¿Por qué no te vas a jugar con tus cadáveres y dejas que los adultos hablen de negocios, eh, Oli? Muchas gracias —rebatió Erin con socarronería, sin ganas de recular. ¿Pero a qué ha venido eso? Se preguntaba Landon observando a Erin.
—Metete en la cabeza que esto es entre tú y yo, y nadie más —espetó Olivia—. Podríamos hablarlo en otro momento.
—Contigo no se puede hablar —despreció Erin—. Eres una cabezota, no aceptas los cambios y arrastras a todos contigo. Eres la directora de un teatro de marionetas —espetó. Landon no podía creerse lo que ella acababa de decir de su familia. Y delante de su padre.
—¡Ya es suficiente, Erin! —Paul golpeó la mesa con la palma de la mano acallando a su hija de inmediato. Él sí que controlaba la situación, pensó Landon.
—Landon, cielo —llamó la abuela—, podrías acompañar a Olivia a tomar el aire al porche, ¿por favor?... —En cuanto oyó esa petición, Olivia retiró ruidosamente su silla y salió del comedor.
—¿Por qué tiene que acompañarla? Es "mí" acompañante. En todo caso tiene que quedarse con… —protestaba Erin.
—Porque tenemos que hablar contigo un momento a solas —cortó su padre levantando la voz y Erin agachó la cabeza.
Landon se levantó de la silla con cuidado para no hacer ruido con ella y tensar más los ánimos y salió del comedor detrás de Olivia. Salió al porche y la encontró sentada en una mecedora junto a otros sillones de aspecto cómodo. Ella se impulsaba con los pies muy despacio, mirando hacia la inmensa oscuridad obnubilada. Landon fue hasta el final del porche, deteniéndose en el borde de la escalinata, se metió las manos en los bolsillos y contempló a su vez la inmensidad de la noche.
—¿A qué te dedicas, Landon? —habló Olivia para su alivio.
—Soy restaurador de inmuebles.
—Aha… Y para restaurar inmuebles, ¿estos no tienen que estar en ruinas o algo así? —consultó retandolo a admitir que aquella casa no tenía nada en ruinas. Sonrió hacia la oscuridad.
—En mi defensa, diré que no sabía que Erin iba a meterme en este asunto apalancandose de mi trabajo. Y diré también que no tenía noción de este conflicto familiar hasta que me lo contó en el coche camino aquí, ni mencionó sus intenciones de iniciar una discusión en plena cena —calló un instante durante el que escuchó a unos grillos rechinar sus patas entre la hierba alta más adelante—. Ni siquiera sabía que tenía una hermana hasta llegar aquí —admitió.
—Vaya… Pues lo vuestro tiene que ir muy enserio para que te apuntes a venir a conocer a su familia sin conocerla a ella primero.
—He tenido la absurda idea de que así tal vez la conocería mejor, ya que es demasiado escueta con sus asuntos personales. Y de hecho que la estoy conociendo mejor, y me estoy replanteando si de verdad quiero que tengamos algo serio —soltó con franqueza.
—¡Vaya!.... —exclamó ella—. Tu sinceridad me ha dejado planchada. ¿Cómo sabes que no iré corriendo a decírselo a mi hermana?
—Tengo la ligera corazonada de que no lo harás —desdeñó él volviéndose para mirarla y dedicarle una sonrisa cómplice. Olivia se echó a reír con el pulgar entre los dientes. Tenía un aspecto adorable—. Además, no le dirías nada nuevo. Ella lo tiene un poco más claro sobre nosotros, no pretende nada más serio de lo que ya tenemos —contó sincerandose. Olivia lo contemplaba escuchándolo con atención.
—Erin es así. Nunca ha tenido una relación seria. Al menos nunca supimos de una. Aunque no es que le guste mucho compartir con nosotros su vida —contó ella—. Cuando viene, siempre trae a alguien diferente que solo es un, "amigo" —señaló entre comillas—. Pero no dura mucho aquí tras la primera discusión que presencia. Tú, estás durando mucho a pesar de lo que has visto en la mesa. El anterior se largó de aquí antes de llegar al postre. Aunque quizá tenga que ver con la intensidad de nuestras discusiones, la última fue mucho peor que esta, lo confieso. Yo participé de forma mucho más activa —mencionó con un toque jocoso. Landon entornó los ojos al oír aquello de, Erin siempre trae a alguien diferente.
—¿El anterior? —consultó dando unos pasos hacia ella.
—Sí. El anterior a ti.
Landon no estaba queriendo reconocer que entendía lo que oía, porque reconocerlo como cierto, implicaba aceptar que él era solo un bastón de apoyo para Erin.
—Me explicas eso, ¿por favor? —pidió recostanto el hombro en un poste del porche.
—Cada vez que hay una reunión familiar, Erin aparece aquí con un tío diferente. Navidades, cumpleaños, el cuatro de julio. Nunca sabemos el nivel de relación que tienen, así que mi madre se limita a llamarlo: el amigo de Erin. A ella no le gusta estar entre nosotros sin alguien con quien ponernos verdes cuando no hacemos lo que ella quiere. Lo cual es, siempre. Ella es totalmente diferente allí fuera, y tú seguramente lo sabes —Landon se limitó a agachar la cabeza. Sí que lo sabía—. Aquí, entre nosotros, no puede conseguir nada con esa actitud y eso la cabrea. Siempre encuentra una forma de jodernos las velada, como ahora. Por eso te cuento que el último amigo que trajo, se levantó de la silla y se largó. Lo último que dijo fue, tampoco íbamos tan en serio —imitó un tono de voz estirado—. Es que era inglés. —Landon elevó las cejas apreciando su exactitud narrativa.
—¿No tienes nada mejor que hacer que chivarte de tu hermana a su novio? —reclamó Erin de pie en la puerta con los brazos cruzados. Olivia dejó de mecer el sillón y se levantó.
—Para ser tu novio, no parece que seas demasiado sincera con él —replicó pasando delante de ella antes de marcharse escalinata abajo perdiéndose en la oscuridad. Erin masculló una ofensa por lo bajo y fue a sentarse en los sillones. De un momento a otro cambió de semblante y pidió a Landon que la acompañara palmeando el espacio a su lado. Este atendió a su petición yendo a sentarse, pero a una distancia prudente de ella, mientras al mismo tiempo se preguntaba si Olivia estaría bien allí sola en la oscuridad.
—Lamento lo que has visto. Espero no haberte asustado. Mi familia es muy intransigente conmigo. Siguen tratándome como a una niña.
—¿Y no te preguntas por qué? —ese comentario revelaba la impresión que Landon se llevó de ella dentro de su círculo personal. Una impresión que él no esperaba para nada dentro de un entorno tan acogedor.
—¿Pero qué estás diciendo? Ya les has visto como son conmigo.
—Son así contigo porque están hartos de tus desplantes. La intransigencia aquí no es de ellos, sino tuya —reprochó—. Tienes que entender que controlarlo todo no es la clave para conseguir lo que quieres. Hay otras maneras.
—¿Eso es lo que te ha dicho esa estúpida? —señaló la dirección por donde se había marchado su hermana—. No dice más que mentiras. Me odia.
—No ha sido ella. Es lo que he visto yo —corrigió enseguida—. Oye, me dijiste que el último tío con el que saliste fue un inglés. Y que le dejaste porque te aburría. ¿Cuál es la verdad?
—¿De qué estás hablando?
—No me has contando más que mentiras todo este tiempo, Erin. Y resulta que estoy en casa de tu familia y no te conozco en absoluto —reprochó.
—¿Solo porque mi hermanita te sale con cuentos ahora soy una mentirosa?
—Deja de meterla en esto. Ahora estamos solos tú y yo. ¿Dime, qué hacemos aquí? ¿Para qué hemos venido?
—Oh, cielo, dejémoslo por hoy. Estoy harta de discusiones —expresó con sus habituales pucheros tratando de alcanzarlo con sus largos dedos. Landon se retiró. Erin se lo quedó mirando, hasta que suspiró y decidió hablar—. Venía a hablarles de mis planes con la propiedad. Y pensé que si tú les hablabas de tu trabajo, de los resultados que consigues, les convencerías. Eres un hombre encantador y sé que los puedes convencer por mí —añadió volviendo a hacer sus pucheros. Landon sentía llenarse el cuenco de su paciencia.
—Dios, Erin. ¿Y no podías haberme hablado de esto antes? ¿Explicarme tus verdaderas intenciones?
—Era más fácil traerte con la idea de "conocer a mi familia" —enfatizó teatralmente la frase.
—Era más fácil manipularme, ¿es lo que estás diciendo? —terció conteniendo su coraje—. ¿Quién te crees que eres para tratar de controlar así a la gente? —preguntó, y sin esperar la respuesta, se levantó del sillón.
—Espera, ¿a dónde vas? —chilló ella incorporándose también.
—A la cama —masculló él rezongando.
—Genial. Y recuerda no trancar la puerta, iré a verte más tarde, cuando todos estos pelmas estén dormidos —comentó displicente.
—Es increíble. Eres incapaz de verlo, ¿verdad? —soltó él con una risa inmotivada.
—¿El qué? —reclamó la otra.
—Tu y yo, hemos terminado, Erin.
—¡Oh, vamos, Landon! No exageres. Si nos lo pasamos bien follando, ¿por qué vas a estropearlo con tus ñoñeces románticas? Esto es una estupidez.
—Lo has estropeado tú, Erin —espetó—. Y no son ñoñeces —masculló entre dientes
—Vamos, Landon, sabes que no soy una persona romántica. Si te has creado expectativas diferentes, es culpa tuya.
—Perdona, pero creí que habías dicho que este viaje sería una prueba de fuego para muestras relación. Pero, no, solo era otra mentira para convencerme de venir —recordó—. Sabes, pero lo que no sabías es que esto sí que era realmente una prueba, pero para ver hasta dónde yo era capaz de llegar tolerando tus idioteces. Y sabes, la respuesta es, hasta aquí —declaró. Pero antes de darle la espalda, le surgió una pregunta—. Dime, ¿a qué se dedicaba el inglés con el que salías? —preguntó ya cerca de la entrada principal.
—Tiene un hotel cinco estrellas en Londres.
Landon soltó una risa irónica antes de desaparecer por la puerta. Estaba claro, Erin solo buscaba ligues que le podrían ser provechosos en sus propósitos.
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