Capítulo 12

El día del gran torneo por fin había llegado.

El sol brillaba y los espectadores se apuraban a ocupar sus asientos en las gradas circulares que rodeaban la imponente arena de combate. Sus caras estaban fascinadas, pues les costaba creer lo que estaban viendo.

¿Y qué estaban viendo?

Pues algo difícil de creer...

Todas las entradas al evento se habían vendido. Desde las más baratas hasta las que costaban pequeñas fortunas, no quedaba ni una sola.

La avenida que desembocaba en la entrada al estadio se hallaba rebosante de vida y los vendedores ambulantes no desperdiciaban la ocasión para ofrecer comestibles, recuerdos de ciudad Maravilla y figuras de colección de los gladiadores más populares. También vendían tomates y lechugas en estado de descomposición para arrojar al campo de batalla en caso de que la cosa se tornase aburrida.

Los ojos de Piff, quien temblaba de los nervios camino al coliseo, se toparon de pronto con una muñeca de peluche de Emilse Misil. El modelo era tosco y un tanto hecho a las apuradas, pero los rasgos principales estaban ahí y eran bien distinguibles. El artesano incluso se había tomado la molestia de agregar algunas manchas de sangre en la espada y el escudo para enfatizar la bravura de la última campeona.

Por algún motivo, ver esa muñeca lo tranquilizó. Dejó de temblar y el foco de su atención de nuevo se posó en conseguir su cita con Emilse ganando la competición.

—Ey, ¿estás bien?

La pregunta se la había hecho Gálax, quien andaba a su lado.

El agricultor de papayas asintió con la cabeza.

—No te preocupes, estoy perfectamente bien.

—De acuerdo... —Gálax no sabía si ese optimismo desmedido era positivo o no, pero decidió dejar el asunto ahí—. Escucha, me han pasado el dato de que la primera ronda del torneo consiste en un caótico todos contra todos. Es la forma en la que los organizadores resuelven de manera rápida la clasificación de los ocho finalistas para el espectáculo principal. Además, al público de esta ciudad le encanta ver a cientos de luchadores haciéndose pedazos en una especie de batalla campal. Tendrás que cuidar muy bien tu espalda... Y tu cabeza. Y tus costillas. Y tus piernas.

—Cuidaré todas las partes de mi cuerpo, amigo —murmuró Piff mientras repasaba su estrategia para el torneo—. Gracias por el dato, lo tendré muy en cuenta.

Los dos compañeros de viaje detuvieron la marcha al llegar al punto donde los caminos se dividían. Uno llevaba hacia la entrada para el público; el otro, hacia las filas de inscripción.

—¿Estás seguro de que quieres hacer esto? —preguntó Gálax una vez más—. No sé si podrás volver a cultivar papayas después de que te hayan roto los huesos...

Piff miró a su amigo con un rostro lleno de gratitud.

—Gálax, no sabes cuánto me alegra que estés aquí conmigo. Sin tu ayuda, tal vez nunca hubiera llegado hasta este lugar. En verdad lo aprecio mucho. Pero a partir de ahora tendré que arreglármelas por mis propios medios. He entrenado mucho en estos dos meses. Mi maestro me ha dado su bendición y estoy preparado para encarar cualquier desafío. Solo espero que confíes en mí y sigas brindándome tu apoyo desde las gradas.

Un extraño nudo de color negro se cerró alrededor de la garganta de Gálax. Carraspeó un par de veces aflojarlo, y luego solo pudo contestar:

—De acuerdo. Mucha suerte en la arena de combate.

—La suerte es para los débiles, Gálax. ¡Mejor deséame éxitos! —exclamó Piff mientras encaraba hacia las filas de inscripción—. ¡Te buscaré entre la gente del público!

Gálax se despidió alzando la mano al mismo tiempo que esbozaba una sonrisa amargada. Piff no iba a encontrarlo entre el público, pues él también estaría dentro del campo de batalla.

Buscó un callejón escondido y se colocó la máscara Sombra Carmesí.

A partir de este punto, ellos dos eran rivales.


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Piff tuvo que dar un gran rodeo para hallar la puerta de acceso para los gladiadores. La misma se ubicaba en la parte de atrás del estadio, lejos del ingreso para los espectadores. Un número importante de luchadores se encontraba apelotonado allí, formando filas detrás de varias mesas de inscripción. Sus apariencias eran de lo más variadas, con rasgos oriundos de cada uno de los cinco rincones del mundo.

Piff se colocó al final de la fila más corta y aguardó pacientemente su turno.

El hombre que lo recibió frente a la mesa era calvo y gritón.

—¡Siguiente! —vociferó el empleado del coliseo—. ¡Nombre!

—Piff, señor. Piff Dandelión. Aunque ese es solo un apodo. Mi nombre real es Epifanío. Verá, la historia del apodo es muy curiosa. Sucedió que una vez...

—¿Te apuntas como Piff o como Epifanío? ¡Decídete ya!

—¡Piff, señor! ¡Piff!

—Bien... —El hombre tomó nota en su planilla de inscripción—. ¡Edad!

—¡Dieciocho años!

—¡Lugar de origen y ocupación!

—¡Papaya Sombrero! Eso queda en el mundo de la Madera. Hasta hace un mes trabajaba en los campos de cultivo de papayas. No sé si era un gran agricultor, pero sí me esmeraba mucho. Una vez incluso llegué a recolectar más de mil papayas en un...

—¡No te estoy pidiendo la historia de tu vida! —lo interrumpió el calvo sin sacar los ojos de la planilla—. ¡Listo, ya estás inscripto! Solo falta que coloques tu firma aquí.

—De acuerdo... —Piff tomó un lápiz y observó el documento con suspicacia—. ¿Qué se supone que estoy firmando?

—Es un deslinde de responsabilidades. Básicamente dice que la organización no se hace cargo de ningún tipo de herida, lesión o traumatismo que pueda ocurrirte en el interior de las instalaciones del coliseo.

—Suena razonable...

—¡Firma de una vez!

Piff reaccionó frente al grito del empleado y entonces estuvo oficialmente inscripto en el torneo.

—¡Felicitaciones! Ya eres un gladiador. ¡Seas bienvenido al gran torneo de Ciudad Maravilla! Las escalinatas a tu derecha te llevarán al subsuelo donde los luchadores se preparan. Toma esta nota y busca la celda que coincide con el número. Allí deberás aguardar el aviso para entrar a la arena de combate. No falta mucho, te sugiero que no te demores dando muchas vueltas. Ahora hazte a un lado y déjame seguir haciendo mi trabajo. ¡El que sigue!

Piff acató las indicaciones del empleado y descendió hacia el subsuelo del estadio. Muchos combatientes ya se encontraban reunidos en ese lugar. Algunos calentaban sus músculos con ejercicios. Otros enfriaban sus cabezas con meditación. Se oían risas optimistas y también titubeos inquietos.

Desde arriba llegaba apagado clamor de las multitudes que colmaban las gradas, a la espera del inicio de la competición. El techo del subsuelo vibraba con cada ola de aplausos y gritos de fervor.

El calvo de la mesa de inscripción le había entregado a Piff un trozo de papel con un par de letras. El agricultor de papayas supuso que era el nombre de la celda que le había sido asignada para acceder a la arena de combate cuando llegara el momento.

—"Xiv"... Qué nombre tan raro —murmuró—. Debe ser un apodo.

—No seas tonto, son números romanos.

El muchacho alzó la vista y se encontró de frente con Valkyria Pentadragón.

—¿Qué son números romanos? —preguntó Piff sin entusiasmo.

—Números que inventó un tal Román —se limitó a responder la cazadora—. Vi la celda con ese número al otro lado, tendrás que dar toda la vuelta.

—¡Oh! —exclamó Piff—. Gracias.

Una nueva ola de ovaciones llegó de pronto desde arriba. Todos los luchadores alzaron sus cabezas hacia el techo.

—¿Qué estará pasando ahí afuera? —se preguntó Piff.

—Es difícil adivinarlo... —murmuró Valkyria—. ¿Has oído hablar de Alfredo Mercurio?

El agricultor de papayas negó con la cabeza.

—Es el ingeniero que diseñó este coliseo. También es un artista excéntrico que se encarga de preparar las pruebas especiales del torneo.

—¿Qué son las pruebas especiales?

—Como lo suponía, no te has encargado de averiguar nada... —Valkyria se llevó las manos a la cintura y meneó la cabeza de manera reprobatoria—. Debes tener en cuenta que este torneo es, antes que nada, un espectáculo. Y para que un espectáculo sea atractivo, la gente se tiene que entretener. No basta con un par de brutos rompiéndose los cráneos. Es por esto que tanto en la ronda inicial como en alguna de las rondas finales habrá eventos inesperados que pueden dejar desencajados a los combatientes.

—¿Qué clase de eventos?

—Por ejemplo, me contaron que en la primera ronda del año pasado hubo trampas escondidas en el suelo. Si pisabas una, podías acabar en un pozo. O ser aventado por una catapulta hacia el exterior.

—Vaya...

—Sí. Y en los cuartos de final, Emilse tuvo que luchar arriba de un agujero repleto de gatos.

—Asombroso... Espera, ¿y qué tiene eso de malo?

—Pues nada. Salvo que el rival de Emilse era alérgico a los gatos. El pobre tipo cayó en el agujero y no vivió para contarlo.

—Oh...

—Yo traté de colarme en el interior del coliseo para descubrir la sorpresa que Alfredo Mercurio preparó para este año, pero los centinelas tienen todas las entradas muy bien vigiladas. En fin, solo estoy comentándote estas cosas para que no te tomen desprevenido allá arriba. Considéralo una devolución de gentilezas por el monedero que me entregaste aquella vez... Me voy hacia mi celda.

—De acuerdo, gracias...

Piff se quedó pensando en todo lo que Valkyria le había contado. Ella ya le había dado la espalda cuando él la retuvo.

—Oye, espera.

La cazadora lo miró con curiosidad.

—Yo también te daré un consejo —dijo el agricultor de papayas—. Si te cruzas conmigo en la primera ronda, procura irte hacia otro lado. No quisiera eliminarte en el inicio del torneo.

Una sonrisa compasiva se formó en el rostro de Valkyria ante el "consejo" de Piff.

—De acuerdo, señor peligro, lo tendré en cuenta —contestó con diversión—. Nos vemos en las finales.


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Mientras todo esto sucedía en el subsuelo, arriba en las gradas el público seguía contagiándose con el clima de entusiasmo que el torneo despertaba. El comentario que estaba en boca de todos era la sorpresa que el señor Mercurio había preparado para este año. Tan solo bastaba con voltear los ojos hacia la arena de combate para saber que sería alucinante.

En el palco reservado para las autoridades y otras figuras importantes, el señor Opuleio, dueño del coliseo, disfrutaba de una bebida refrescante antes del inicio del combate inaugural. Una sonrisa soberbia cruzaba su rostro.

Confiaba en que este sería el mejor torneo en mucho tiempo.

Giró su cabeza hacia un lado y observó a Alfredo Mercurio, quien platicaba con dos terratenientes y un académico mientras les enseñaba los planos que había utilizado para diseñar lo que ahora mismo todos estaban admirando.

«El hombre es un genio», reconoció el señor Opuleio.

Sin embargo, había un detalle que no lo dejaba del todo tranquilo. Un cabo suelto.

Y fue para atarlo que había mandado a llamar al abuelo y entrenador de Emilse Misil.

—Señor Opuleio —saludó el viejo con una reverencia.

—Charlie —dijo el aristócrata y le ofreció a su invitado tomar asiento—. Cuéntame, ¿cómo va todo? ¿Has disfrutado de la ceremonia de apertura de anoche?

—¡Por supuesto que sí, señor! —manifestó el viejo—. Fue un espectáculo inolvidable. Por cierto, me encantó el diseño de las ballestas que se estrenaron durante la presentación...

—¿Y qué hay de Emilse?

El abuelo de la campeona se quedó mudo al escuchar esa pregunta.

—Ella no asistió al evento... —agregó el señor Opuleio con tono de lamento.

—Seh... —balbuceó el viejo Charlie—. Es que Emilse prefirió quedarse en casa para descansar y llegar en las mejores condiciones para el torneo.

—Qué lástima —murmuró el dueño del coliseo y dio un suave sorbo a su copa—. Había algunas personas que quería que conociera... Pero, en fin. Vamos a lo importante. ¿Se lo dijiste?

El señor Opuleio miró fijo a su interlocutor.

El viejo Charlie desvió la mirada.

—Le hablaste acerca de la primera prueba, ¿verdad?

—No... No pude hacerlo, señor —respondió el abuelo de Emilse con incomodidad—. Se encerró para que no pudiera comunicarme con ella. Y esta mañana, cuando fui a despertarla, ya se había ido.

En un arrebato de ira, el señor Opuleio tomó a Charlie por el cuello y lo arrastró hacia él.

—Escúchame bien, sabandija —dijo con una voz amenazante y señaló a Alfredo Mercurio—. Nuestro ingeniero estrella ha diseñado una de sus mejores trampas para este año. Tan solo con echar un vistazo hacia el campo de batalla puedes comprobarlo. ¿Alcanzas a comprender lo que te muestran tus ojos? ¡Será asombroso! Pero no podemos darnos el lujo de que la campeona sea abatida en la ronda inicial. ¿Qué pasará si ella no consigue superar los obstáculos?

—¡N-no se p-preocupe, señor...! —balbuceó el viejo Charlie, suplicante—. Emilse está mejor preparada que todos los otros combatientes. No perderá en la ronda inicial, ¡se lo aseguro!

Opuleio continuó sujetándolo por un momento. Sus gestos eran implacables. Y luego lo soltó.

—Más te vale que así sea —dijo recobrando su porte elegante—. Recuerda que he invertido mucho en tu gimnasio. Y así mismo puedo quitártelo todo. Ya puedes retirarte, Charlie.

—S-sí, señor Opuleio. Hasta luego...

Y haciendo reverencias exageradas, el entrenador de Emilse abandonó el palco de los ricos.

El dueño del coliseo volvió entonces a concentrarse en el sabor fresco de su bebida. La risa estilizada de Alfredo Mercurio llegaba hasta sus oídos como un anuncio de que la ronda inicial del torneo sería espectacular.

Solo esperaba que su gladiadora estrella lograra superar el desafío que su ingeniero estrella había preparado...


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Piff llegó frente a un arco de piedra con una reja abierta.

—Aquí está, número xiv —dijo al leer el cartel de madera.

Un centinela custodiaba el umbral y miró al recién llegado con suspicacia cuando este le tendió la nota que el calvo de la fila de inscripción le había entregado.

—Esta es la instancia final —le informó el guardia—. A partir de este punto, no hay vuelta atrás. ¿Estás seguro de que quieres seguir?

Piff tragó saliva, asintió con la cabeza y cruzó el umbral.

—Espera —lo detuvo el centinela—. ¿No piensas vestir ninguna protección?

Contra el muro de roca había varias piezas de armadura dispuestas de manera ordenada.

Piff se probó un peto de cuero, pero le iba demasiado grande. Luego intentó con uno metálico, pero era demasiado pesado.

Al final, solo se colocó un humilde yelmo circular con tres cuernos.

Al otro lado de la reja, unas escaleras de piedra lo condujeron hacia arriba. Una antorcha iluminaba los primeros peldaños, pero luego todo se volvía muy oscuro.

Piff oyó el murmullo de las gradas cada vez más cerca. Avanzó por un túnel horizontal y de pronto divisó delgados hilos de luz. Era el brillo del sol que se colaba a través de los tablones de un portón de madera. Había llegado a un cuarto cerrado.

—¡Oye!

Una voz ronca lo increpó cuando Piff chocó contra un cuerpo fornido.

La visibilidad era demasiado escasa como para distinguir algo más que siluetas bruscas.

—Lo siento —se disculpó mientras contaba las siluetas; había al menos otras quince personas allí—. ¿Qué hay del otro lado del portón? —indagó.

—La arena de combate —le respondió otra de las siluetas, apretada contra los hilos de luz—. Pero no puedo ver nada. ¿Qué nos habrá preparado ese bastardo de Mercurio?

—¿El piso se mueve? —comentó alguien más.

Se oyeron varias patadas contra el suelo.

Efectivamente, el suelo se movía. Y abajo...

—¿Agua? —dijo la voz ronca del tipo contra quien Piff había chocado—. ¿Qué está pasando aquí...?

La respuesta llegó bajo la forma de una serie de poleas y engranajes que se pusieron a funcionar.

Desde el otro lado del portón, el sonido de doscientas treinta y cuatro trompas se hizo oír. La multitud exigió con aclamaciones el inicio del combate inaugural.

El suelo bajo las botas de Piff empezó a vibrar.

—¡¿Pero qué está pasando aquí?! —repitió el sujeto junto a Piff al mismo tiempo que el portón se elevaba.

Un súbito empujón desde la retaguardia tomó desprevenidos a los gladiadores reunidos en la celda número xiv. La habitación entera se desplazó hacia adelante.

O, mejor dicho, la embarcación...

Piff y los demás competidores estaban parados encima de un bote.

La arena de combate se hallaba convertida en un gigantesco estanque artificial.

Lo que estaba a punto decomenzar era una batalla naval.

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