12. Jake
Nereida. Su nombre cruza por mi mente y lo repito. Nereida, de ojos marinos, cabellos salvajes, y el espíritu más libre que jamás he podido imaginar. Y me fascina de una forma extraña, como un agujero negro. Como algo desconocido, a lo que temes y a la vez crees poder probarlo; pero eso mismo te asusta. No puedo decir nada. Y es algo que quizá estoy aprendiendo demasiado rápido; a guardar silencio. Vengo del ruido, del frenesí, y ahora estoy en silencio, porque esto es una vida tranquila. Y Nereida parece apreciar el silencio, al igual que las palabras certeras.
Lo hago, por un momento. Me olvido de todo. De Nueva York y el mundo civilizado; de mi ritmo de vida; del trabajo y la empresa; de ningún arquitecto al que ver; de una novia, una familia o un jefe; de un accidente; de las cosas perdidas o las posibilidades del futuro; dejo que todo eso se pierda en mi cabeza. Respiro con ella, escucho las aves, siento la tierra. Y por un momento, una milésima de segundo, casi envidio poder vivir así, poder ser así. Pero yo no soy así. El hechizo se rompe.
Miro los océanos de su mirada, perdiéndome en ellos, fascinado por una criatura tan curiosa como lo es ella. Por sus palabras, su forma de vivir, de sentir y percibir.
Al rato, vuelvo a estar sumergido en mis preocupaciones. Daría mi mano izquierda por tener una forma de comunicación, por mínima que fuera. Necesito decirla a alguien que estoy vivo, que estoy aquí, que manden ayuda o vengan a recogerme como sea. Pienso en Sarah, en que estará preocupada al no recibir noticias mías; y en mi jefe, y en toda la gente a la que estoy decepcionando. Estoy decepcionando a todos.
No soy quien tendría que ser. En vez de ser el perfecto hombre de negocios, que viaja y llega a su objetivo, charlando con un gran arquitecto de igual a igual y aportando cosas al negocio, no he podido ni hacer el viaje sin que algo saliera mal. Me siento furioso, sin saber hacia qué dirigir ese sentimiento. Hacia lo que sea que haya hecho esto, este fracaso, el accidente, la muerte del piloto, mi desgracia. Quién diablos sea que esté jugando conmigo. Mis manos van a los bolsillos de mis pantalones inconscientemente; todo el rato me descubro haciendo eso. Y cada vez las retiro, porque no hay un móvil que coger, no tengo ningún aparato para revisar mensajes ni llamadas. Tengo el nerviosismo de la abstinencia a esa adicción en mi cerebro.
«Ah, joder». Yo, que hace dos días era la figura perfecta de siempre, el joven serio y formal. Y ahora estoy aquí tirado en la tierra, maldiciendo para mis adentros. De pronto pienso en cómo me veré, y echo de menos tener un espejo; aunque seguramente me espantaría. El cúmulo de desgracias que he sufrido no le sienta bien a nadie. Y eso me plantea una curiosa incógnita, que le planteo a la que está tumbada junto a mí.
—¿No tienes espejos?
—¿Espejos? No, ¿para qué?
—¿Entonces no te has visto, no sabes cómo eres? —inquiero de nuevo, más intrigado. La veo casi de reír.
—Apenas. Mi reflejo en algún charco tranquilo... pero no sé por qué querría verme.
—Para... —empiezo, pero me callo. ¿Para qué? ¿Para arreglarse? Eso hacen la mayoría de mujeres, pero esta, me consta que lo último que hace es «arreglarse»; porque no lo necesita. ¿Para ver lo hermosa que es? Me dan ganas de decirlo, pero me lo trago—. Tienes razón, no lo necesitas realmente. Sin embargo, yo estoy acostumbrado. Ahora mismo debo verme horrible.
—Un poco —suelta, tras mirarme con ojo crítico—. Pero creo que en unos días te recuperarás. Tiene que darte el sol.
Comparo los tonos de nuestras pieles. Mientras que la suya tiene un bronceado uniforme, natural, con un color que se antoja perfecto, la mía está más pálida que nunca. Y es que en una ciudad como la mía, yendo de casa al trabajo y del trabajo a casa, a nadie le da el sol. Así que no quiero ni imaginarme mi cara, pálida, con ojeras, sucia y desastrosa. Pero la cara es lo de menos; lo peor es cómo tengo la cabeza. El torbellino que estoy hecho.
—Duérmete si quieres y luego organizamos cosas —me dice.
Termino por caer rendido al sueño, tirado como estoy en la tierra, cosa que jamás habría imaginado que haría. Pero estoy tan devastado que sigo necesitando descansar, y lo hago profundamente.
Cuando abro los ojos, despertando después de un breve y reparador sueño, ella no está.
Abbavhsbahsvhsbjdhs no puedo con estos, de verdah. Es que Jake... es que Nereida... es que... ays.
Well, ¿opiniones, esas cosas?
Nada que ver con todo esto, pero sigo sin saber qué ponerme en Halloween. Y eso está a la vuelta de la esquina lmao. Siempre se me pasa el tiempo muy deprisa y todo me pilla de improviso sin haber hecho nada :D.
Creo que no tenía nada más que decir, así que, se despide la zorrita escritora a la que le ha dado pereza revisar los capítulos.
Love uu, nos vemos <3
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