Capítulo 8 | Encuentro


ENCUENTRO

Al cerrar la regadera, pude escuchar el teléfono fijo del apartamento sonar. Envolví mi cuerpo en una toalla, con el cabello goteando sobre mis hombros, y me asomé por la puerta entreabierta. Sentí curiosidad por saber de quién podía tratarse, pues no era una hora prudente de llamar.

—Buenas noches —pude escuchar a Roberto decir—. Ah, sí. Muy bien, ¿y tú? Tranquila.

Que se tratara de una mujer hizo que me acercara más. Me detuve junto a la puerta abierta de la habitación. Desde allí Roberto todavía no podría verme. No, no quería quedar como una prometida desconfiada, pero mis propios pecados me impulsaron a comportarme así.

—Eh... creo que sigue en el baño. Lo que pasa es que estábamos ocupados... cenando y viendo una película, seguro por eso no respondió el celular —continuó él respondiendo a lo que le decían—. Pero todo bien. Sí, llegó bien del trabajo.

Siendo obvio que era alguien de mi vida preocupándose por mí, avancé el tramo restante para salir a la sala. Vi de reojo mi bolso en el sillón, de donde no había sacado mi celular todavía. La sesión con Roberto había estado intensa y lo único que quise hacer después fue comer y darme una ducha antes de ver una película. Tal vez era mi madre.

—No te preocupes, más bien gracias por estar pendiente de Laura. Sé que también te aprecia mucho.

La mirada de Roberto se cruzó con la mía y me sonrió con picardía, rondando por su mente el porqué me olvidé por completo de mi celular. Por el contenido de la conversación, deduje que se trataba de Azucena.

—No, no me ha dicho nada. —Frunció el ceño. Apreté los dientes, también intuyendo el nuevo rumbo de la charla—. Sí, debe ser eso. Pues, claro que me encanta la idea. Será agradable salir a celebrar con ustedes, especialmente por lo feliz que está Laura debido al vestido.

Sentí las piernas débiles, y no por agotamiento. Mi plan de obviar la invitación de Azucena y simplemente dar cualquier excusa para evitar que Christian y Roberto se conocieran se arruinó. Sentí mi cuerpo enfriarse, no siendo por completo debido a estar en aire acondicionado.

—Sí, yo le digo que llamaste. Nos vemos mañana. Feliz noche.

Roberto colgó y alcé la mirada del suelo, consciente de tener su atención puesta en mí. Cruzó los brazos sobre su pecho y dio unos pasos hacia mí.

—¿No ibas a decirme que Azucena nos invitó a salir para celebrar el compromiso? —preguntó.

—Iba a negarme, amor. No creí que te entusiasmara la idea y también pensé que sería mejor pasar un fin de semana los dos solos y...

—Claro que me entusiasma la idea, Lau. Es tu amiga y es normal que quiera salir a celebrar —me interrumpió. Puso las manos sobre mis hombros descubiertos—. Además, te va a conseguir el vestido de tus sueños gratis, ¿cierto? No entiendo por qué decirle que no.

—Ella... es mi compañera de trabajo —solté, buscando restarle importancia al verdadero cariño que le tenía y justificar el no querer aceptar—. Marina y...

—Tus supuestas amigas de la universidad nunca te escriben. Cada quien hizo su vida y sabes que siempre creí que eran unas interesadas. En cambio, por lo que me has contado, Azucena te aprecia y se llevan bien.

—Sí, pero...

Hice una pausa. Teniéndolo así de cerca y con sus ojos verdes escudriñándome no me dejaba pensar. Me aparté y fui por mi bolso para disculparme con Azucena por no escribirle como le indiqué que haría.

—¿Es porque te pasaste de tragos la última vez que salimos y fuiste grabada bailando? —cuestionó—. No fue nada malo y sabes que me encantó verte así de relajada.

Eso. Esa era la excusa lógica para negarme a salir. Iba a aferrarse a ello.

—Ese vídeo lo vio hasta mi jefa y casi me cuesta un buen artículo. No quiero arruinarlo. —Giré y apreté los labios para darle más dramatismo. ¿Quién diría que me encontraría mintiéndole a Roberto de tal manera?

Su expresión se suavizó, agitando mi culpa. Me abrazó y depositó un dulce beso en mi hombro.

—Y no será así. Si me lo pides, estaré pendiente de que no te excedas. Esa noche insististe en que te dejara beber y por eso no te frené. Sabes que respeto tus decisiones.

Suspiré, ¿por qué tenía que ser así y hacerme sentir como la peor persona del mundo? Yo era la única que estaba fallando y era horrible sentirme así luego de lo maravilloso que lo acabábamos de pasar. Christian era el fantasma en la habitación que se había cansado de ser invisible y ahora aparecía para atormentarme.

—No soy alcohólica, Roberto. Me puedo controlar.

Me zafé de su agarre. Ser mimada haría más difícil llevar las riendas de la conversación.

—No estoy diciendo que lo seas. Solo creo que nos hará bien salir otra vez. Si quieres, ni siquiera lo veas como una celebración del compromiso. Que sencillamente sea una velada para conocer más a tu amiga Azucena y que su primo conozca un poco más de la ciudad.

¿Podía ser acaso más empático? Era claro que intuía que todavía no me acostumbraba a la idea del compromiso y que podía ser mi motivo real por no querer asistir. Debía molestarle un poco, como lo que pasó con el vestido, pero sabía que no me confrontaría al respecto. Como siempre, ponía mis sentimientos y percepciones primero.

—Además, sería lo justo, porque el domingo mis amigos del trabajo quieren salir a cenar para conocer a la futura señora Rojas —añadió.

¿Cómo negarme? Era lo normal y lo que se esperaba de mí. Seríamos esposos y eso implicaba compartir cada aspecto de nuestras vidas con el otro, así como asistir a eventos juntos y sonreír irradiando felicidad. No llevaba demasiado tiempo en el trabajo, pero sabía que había congeniado con varios colegas. A veces salía un par de horas con ellos mientras yo aprovechaba de visitar a mi madre, o ir a la estética con Azucena.

—Está bien —cedí—. Me gusta la idea.

Pese al pánico que se instalaba en mi mente, acepté, porque eso era parte de intentar mantenernos a flote. El no hacerlo hubiera sido sospechoso. Lo que me tranquilizaba un poco era que hasta los momentos Christian no me había confrontado y dudaba que lo hiciera precisamente frente a Roberto. Solo debía procurar no quedarme a solas con él y todo estaría bien.

***

A Azucena le gustó la idea de ir a la discoteca que habíamos visitado un par de veces. Era un recinto bastante cómodo y modernista, en el que resaltaban los tonos negros, rojos y blancos. Contaba con distintos ambientes bien marcados dependiendo del ánimo que se tuviera: un área tranquila para conversar en sillones de cuero agrupados, una barra para los solitarios en busca de compañía, y una pista de baile en la que se enfocaba el juego de luces.

—Hay más gente de que la que creí que habría —susurró Roberto al rodear mi cintura con su brazo y pegarme más a él para avanzar entre la multitud.

Y así era. Aunque no debió de extrañarnos porque era un sábado por la noche. El bar del martes había estado casi vacío cuando llegamos y solo tuvo más afluencia cuando casi nos íbamos. Por eso mi espectáculo fue más notorio.

—Creo que mejor esperamos a Azucena cerca de la barra para que se le haga más fácil encontrarnos —dije.

Estuve pendiente del par de escalones que tuvimos que atravesar para no caerme. Había escogido unos tacones un poco más altos de lo que solía usar porque eran los que combinaban perfectos con el vestido plateado de destellos escarlatas. Por causa de Christian no iba a dejar de lucir bien, ya que sabía de las fotos que Azucena iba a querer tomar. Además, se veía bien con la camisa gris y toques rojos que cargaba Roberto.

Por suerte, hallamos un espacio en la barra para pedir unas bebidas mientras esperábamos. A Azucena se le había hecho un poco tarde conversando con su madre, pero ya venían en camino.

Roberto me cedió el taburete que acababa de vaciarse y se mantuvo de pie con nuestros brazos rozando. El que atendía se acercó.

—¿Quieren algo de tomar?

—Una cerveza negra, por favor —indicó Roberto.

—Un mojito —dije.

El sabor no era demasiado fuerte y tenía su toque refrescante. Solo debía tener preocupación de no beber demasiado rápido, ni tanto.

Sentí cómo Roberto depositó un beso a un costado de mi cabeza. Giré para mirarlo y plantó uno en mis labios.

—Hermosa —dijo.

—Tú igual —sonreí—. Acabas de espantar a todas las chicas que estaban mirándote.

—Y a los hombres que te miraban a ti.

—Buena estrategia.

Nos reímos.

Era innegable que mi novio era atractivo. No era de los que se ejercitaba, pero tenía un metabolismo por el que cualquier mujer mataría. Uno de sus abuelos fue inmigrante europeo, de quien heredó el color exótico de sus ojos, su altura y los rasgos que se mezclaban con los autóctonos. En fin, suculento, inteligente y pareja ejemplar.

El par de minutos adicionales que demoró el sujeto en entregarnos nuestros tragos, los usé para enviarme un mensaje de texto a Azucena para indicarle dónde estábamos.

Probé mi bebida, disfruté de las caricias de Roberto en mi espalda y me distraje con las personas que nos rodeaban. Hice lo posible por no pensar que dentro de poco Christian estaría allí también; por no mortificarme antes de tiempo y arruinarnos la noche. Esa era una prueba que debía superar y así sería. No perdería al maravilloso hombre a mi lado por mis inseguridades y el error que cometí tres años atrás.

—¡Lau!

La voz de Azucena llamándome me hizo girar la cabeza en su dirección. Alcé una mano para hacerle entender que sí la había escuchado, pero cayó al notar a su primo caminando junto a ella acompañado por una hermosa mujer.

La desconocida era alta, delgada y de pechos voluminosos. Quizá no tanto como los de mi amiga, mas sí lo suficiente como para lucir ese escote en v con orgullo. Tampoco necesitaba un calzado que le regalara demasiados centímetros de más como yo y su vestido azul parecía estar pintado sobre su piel por lo bien que se ajustaba a su figura. Su cabello oscuro era rizado y muy llamativo.

Azucena terminándose de acercar y cubriendo a la que declaré como la mujer más atractiva de la discoteca, fue lo que me hizo reaccionar. Le di un sorbo a mi trago para recobrar la compostura y luego tracé en mis labios la sonrisa más grande que fui capaz de dar.

—De verdad que disculpen la tardanza —dijo Azucena a la vez que me daba uno de sus famosos abrazos.

—Tranquila. —Le di unas palmaditas en la espalda, evitando volver a posar los ojos en su primo y en la extraña.

—Qué gusto verte, Roberto —siguió con su saludo.

Para la sorpresa de mi prometido, también lo abrazó. Él tardó un momento en devolverle el gesto, pero lo hizo con los ojos puestos en mí. Encogí los hombros. Así era Azucena, un amor de persona.

—Buenas noches.

Escuchar la voz de Christian fue lo que hizo tangible la situación. No, no era una alucinación. Y su tono me hizo estremecer.

Me permití beber un poco más para mantener los nervios bajo control. Oí a Roberto imitar su saludo y pude ver cómo estrechaban sus manos de forma amistosa. Tuve ganas de vomitar. Era una horrible persona por no haberme esforzado más en evitar que ese encuentro se diera. Si Roberto se llegara a enterar, iba a odiarme incluso más.

—Hola, Laura.

Mi primer pensamiento fue preguntarme cómo osaba dirigirse a mí. Sin embargo, casi al instante comprendí que el no hacerlo iba a ser raro. Christian actuaba normal porque no sabía quién era yo —o eso prefería creer— y yo debía hacer lo mismo.

Posé mi atención por unos segundos en él.

Había decidido no afeitarse, porque tenía una ligera barda cubriendo la mitad de su rostro, viéndose un poco más mayor que los días anteriores. A ese aire varonil se le sumó tener el cabello no tan perfecto como solía llevarlo a la oficina, sino ligeramente desordenado. También noté que su camisa era del mismo tono que el vestido de la desconocida.

—Hola —sonreí sin dientes.

No me ofreció su mano, ni tampoco le tendí la mía. De igual forma, me volteé para sujetar la mano de Roberto y contrarrestar cualquier intención que pudiera tener Christian de darme un beso en la mejilla. Mientras menos contacto, mejor.

—Antes de que se me olvide, ella es Ana —intervino Azucena a tiempo, refiriéndose a la mujer con el vestido azul—. Es una de las modelos élite de mi tía.

La mencionada, Ana, sonrió ante lo último, mostrando sus dientes perfectos. Rodeó los hombros de Azucena con su brazo.

—No es para tanto —dijo con una jovialidad, solo comparable con la de mi amiga, en un acento de tierra extranjera—. Es un gusto conocerlos. Muchas felicidades por su compromiso. Los veo y se nota que están hechos el uno para el otro. Adoro cuando las parejas combinan sus atuendos.

—Ay, sí. Yo igual —chilló Azucena emocionada.

Ahora sí me terminé el mojito. Iba a ser una nochelarga.

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