-marca-

El plan de Marco era el mejor plan de todo el planeta Tierra: pasar tiempo con Ace era la mejor forma de ganarse su cariño. Así que, apenas terminaron de desayunar, se encaminó al cuarto del niño.

—¿Ace, yoi? —Marco entró en el cuarto del pequeño, que estaba dibujando.

—¿Marco? —Ace le dio una pequeña sonrisa.

Sin dejar que Ace cerrara su cuaderno, Marco lo tomó en brazos y se lo llevó.

Ace ni siquiera pataleó; ya estaba acostumbrado. Pero su cara de "¿A dónde diablos me están llevando?" lo decía absolutamente todo para los piratas que pasaban y se reían de la situación del pobre niño.

—Vamos a pasar un tiempo juntos en la enfermería, yoi —Marco entró con Ace y lo dejó sentado en una camilla.

—No hay nada divertido en una enfermería —Ace lo miró, escéptico.

Marco trató de pensar en cómo contradecir al chico, pero fue un poco complicado.

—Hay... guantes, yoi —Marco infló uno de los guantes y se lo dio a Ace.

—Ajá —Ace lo dejó a su lado sin mucho interés.

Alguien tocó la puerta de la enfermería y entró. Thatch apareció con una sonrisa.

—Ace, ¿quieres venir a la cocina conmigo? —preguntó Thatch.

Ace quedó con la boca abierta, a medio camino de bajarse de la camilla, pero Marco lo sujetó rápidamente en sus brazos.

—Ah, no. Búscate el tuyo. Ya pasó todo el día de ayer contigo; hoy lo pasa conmigo, yoi —Thatch giró los ojos y se fue.

Marco miró hacia abajo para ver a Ace, que tenía los brazos cruzados y el ceño fruncido... carajo.

—La enfermería puede ser divertida, mira, tenemos... papeleo —Marco se sentó con Ace en sus piernas y comenzó a darle una clase improvisada sobre cómo hacer papeleo, porque algún día tendría que hacerlo. Aunque no era comandante, los piratas debían entregar informes a Barba Blanca.

Ace aprendió rápido y luego tomó un papel de al lado. Marco, orgulloso, pensó que Ace lo estaba imitando, pero al darse la vuelta vio que el niño estaba dibujando un mapa.

—Yoi... —Marco se pasó la mano por la cara. Ace era... bueno, Ace.

Después de eso, pensó que su padre podría ayudarlo.

—¿Qué te pasa, Marco? —Barba Blanca rió al verlo acercarse con Ace en brazos.

—Ace no deja de dibujar mapas, papá, yoi —Marco dejó a Ace en el suelo, y el pequeño se sentó para seguir dibujando.

—Bueno, hijo, si a Ace le gusta dibujar... —Barba Blanca sonrió, recordando a la madre de Ace.

—¡Pero papá, quiero pasar tiempo con él, yoi! —Marco miró a Ace, que de repente levantó la cabeza mirando al mar.

—¿Qué pasa, hijo? —Barba Blanca lo observó con atención.

—Se avecina una tormenta —dijo Ace, serio, con una inocencia sorprendente.

—Pero si hay un sol precioso —Haruta, que iba pasando, miró al cielo, y de repente ya estaba completamente empapado.

—¡Tormenta! —gritó Haruta mientras los demás corrían para resguardarse.

Barba Blanca tomó a Ace en sus brazos junto a Marco para cubrirlos de la lluvia.

—¿Pero cómo, yoi? —Marco miró a Ace, que observaba la tormenta con calma.

—Bueno, supongo que tiene talento —comentó Barba Blanca mientras se alejaban de la tormenta.

—¿Qué te pasa, Ace, yoi? —Marco notó que Ace trataba de tocarse la espalda.

—Me duele —gruñó Ace. La marca que había aparecido en su espalda era molesta, y lo peor era que no podía tocarla ni verla.

—Bueno, supongo que debemos revisar eso —dijo Barba Blanca mientras se encaminaba a la enfermería.

Marco rápidamente le quitó la camisa a Ace, que parecía a punto de comenzar a llorar.

Los ojos de Barba Blanca y Marco se llenaron de sorpresa: la marca de hogar en la espalda de Ace ya no solo estaba completamente formada, sino que ahora claramente mostraba que era la de un comandante, específicamente la de un navegante.

—Solo... solo es tu marca floreciendo, Ace, yoi —Marco suspiró aliviado, pensando que era algo más peligroso.

—Es muy linda, hijo —Barba Blanca no pudo evitar acariciar la nueva y hermosa marca en la espalda de su hijo menor.

Fue un error. Ace sintió el escalofrío más doloroso de su vida recorrer su espalda. Las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas.

—D-duele... —sollozó Ace.

Barba Blanca y Marco se asustaron.

—Papá, está sensible. Te repetí un millón de veces con cada uno de nuestros hermanos que no hagas eso. Pensé que después de Thatch ya habías aprendido, yoi —Marco fue rápidamente a un cajón y sacó una crema con anestesia, aplicándola en la zona delicada para calmar el dolor de Ace.

Cuando el niño dejó de llorar, tenía los ojitos rojos. Barba Blanca suspiró; era inevitable. Su corazón siempre le pedía asegurarse de que las marcas de sus hijos estuvieran bien.

—Lo siento —dijo como un cachorro regañado.

Ace lo miró con un puchero, cruzando los brazos sobre su pecho.

—No hagas más eso —dijo Ace, enfadado.

En lugar de preocuparse, Barba Blanca encontró aquella expresión una de las cosas más bonitas del mundo.

—Vamos, Ace, ven con papá —dijo Barba Blanca, abriendo los brazos.

Los hombros de Ace se tensaron de enojo. Se movió gateando sobre la camilla y se pegó a Marco.

—Creo que no te ganaste un abrazo hoy, papá, yoi —Marco rió mientras Barba Blanca gruñía por lo bajo.

De alguna manera, lo conseguiría.

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