Aceptaciones


Capítulo 2

Gabriel había empacado todo lo esencial: ropa, su móvil, una portátil, algunos artículos personales y dinero. Con su bolso detrás de su espalda, caminó por el largo y elegante pasillo del hotel, hasta llegar al ascensor. Allí se encontró a David esperando, con una postura relajada y su mirada fija en las puertas metálicas, como si nada en el mundo pudiera alterarlo.

El silencio entre ellos se alargó mientras esperaban a que el ascensor llegara. Gabriel sabía que sus padres habían enviado a David para hacerlo regresar, tal vez a la fuerza o simplemente como una especie de niñera de lujo. Pero estaba harto de todo eso, de la constante vigilancia y manipulación, y no tenía ningún deseo de discutir con David, a menos que este intentara llevar a cabo la primera opción. Si lo hacía, Gabriel no se contendría; no le tenía miedo.


—No te tengo miedo —dijo finalmente, rompiendo el silencio cuando ambos entraron al ascensor.

—Grave error de tu parte —respondió David, sin que su expresión cambiara en lo más mínimo.

Gabriel lo miró, buscando alguna señal de emoción, pero era como si estuviera hablando con una pared. La indiferencia de David era palpable y casi insultante. Mientras Gabriel luchaba con su enojo, intentando no perder el control, David parecía completamente ajeno a cualquier sentimiento, como si nada en el mundo le importara lo suficiente para provocarle una reacción. Y eso solo enfurecía más a Gabriel. ¿Cómo podía alguien tener tanto control sobre sí mismo? David era un espejo cruel de todo lo que Gabriel no podía ser.

—¿Crees que esa cara de póker, tu maldita altura y esos músculos van a intimidarme? —Gabriel se atrevió a apuntarle con el dedo, desafiándolo—. Te equivocas. Un día seré tan bueno como tú, y créeme, seré el primero en borrarte de esa lista negra.

David lo miró con frialdad, y de un solo empujón lo estrelló contra la pared del ascensor. Su antebrazo presionó el cuello de Gabriel, y sus rostros quedaron peligrosamente cerca. Por un instante, Gabriel vio algo en los ojos de David: una chispa de ira y un destello de peligro. Al menos, comprobó que sí sentía.

—Escucha bien, mocoso de mierda. Debes tener cuidado con a quién amenazas y cómo lo haces. El dinero no te va a salvar, solo pone obstáculos para aquellos que te tienen en la mira —David habló en un tono bajo y suave, pero su voz tenía la firmeza de un depredador. Mostró los dientes al hablar y eso solo reforzaba el peligro en cada palabra—. Eres solo un niño mimado de mierda que no soportaría ni el primer golpe...

Gabriel estaba rojo por la fuerza del brazo que lo aprisionaba y la falta de aire. Se sentía furioso pero era incapaz de apartar la mirada de aquellos ojos penetrantes. Podía ver la veracidad de sus amenazas, así que asintió. Antes de que las puertas del ascensor se abrieran, David lo soltó, ajustando su ropa como si nada hubiera pasado.

—Irás conmigo, te guste o no. Tenemos una conversación pendiente —dijo David, guiándolo hacia la salida con solo rozar su espalda con su hombro.

—No tenemos nada de qué hablar —respondió Gabriel, ahora asustado, pero apenas en un susurro.

—Sí, sí lo tenemos. Te tomaste la libertad de investigarme y ahora me dices que soy un futuro objetivo tuyo en esa lista negra. Creo que sabes más de lo que aparentas, niño —David sonrió falsamente a algunos de los hombres que custodiaban el hotel, por primera vez tuteándolo—. Si haces una escena aquí o alertas a los guardias de tu padre, esto es lo que pasará: el hombre a tu derecha será el primero en morir, y en menos de un segundo, el de la izquierda. Luego, tendré que matar al chico de la recepción para que no llame a la policía, y entonces, una oleada de disparos comenzará. Es probable que yo salga vivo, pero tú... no correrás con la misma suerte. Si eres lo suficientemente listo, sabrás que llevo un revólver pegado a mi costilla y no dudaré en usarlo.

Gabriel tragó saliva. Comenzaba a sentir pánico, en el momento que sintió la protuberancia pegada a su espalda. ¿Sería David realmente capaz de hacerlo?

Gabriel buscó la mirada de David, y lo que vio le heló la sangre. No había duda, David sería capaz de hacerlo. Esos ojos azules eran como témpanos de hielo, fríos e impenetrables. ¿Desde cuándo llevaba haciendo cosas así?

Cuando finalmente salieron del hotel, Gabriel notó un auto azul eléctrico, llamativo, esperándolos en la entrada.

—Gracias, Cilian, te debo una —dijo David, tomando las llaves del parquero.

Cilian era un joven que no parecía mucho mayor que Gabriel, le sonrió y le hizo una reverencia como si David fuera de la realeza. Sin vacilar, David tomó a Gabriel del brazo y lo condujo hasta el asiento del copiloto, soltándole con brusquedad, luego se subió al volante y arrancó.

Mientras avanzaban por la carretera, Gabriel no pudo evitar mirar a David.  ¿Cómo podía mantener ese rostro tan imperturbable, tan carente de emociones? A lo largo de su vida, Gabriel había sido mimado, protegido por la burbuja de privilegios que su familia le había brindado, pero siempre había admirado a hombres como David, duros, implacables, capaces de controlar cada aspecto de su entorno. Ahora, sin embargo, se preguntaba si realmente tenía lo necesario para ser como él. ¿Podría alguna vez alcanzar ese nivel de frialdad? ¿Estaba dispuesto a hacer lo que David hacía con tanta naturalidad?

Sentía una mezcla de admiración y repulsión. ¿Acaso era eso lo que realmente deseaba? ¿Convertirse en alguien tan insensible que nada pareciera afectarlo? Gabriel quería ser fuerte, quería demostrar que no era solo un niño mimado, pero al mismo tiempo, la idea de perder lo poco que aún le quedaba de humanidad lo aterraba. Se cuestionó si aspirar a ser como él era realmente lo que deseaba. Gabriel se dio cuenta de que admirar a David era una cosa, pero ser como él... eso era un camino del que no estaba seguro de querer formar parte.

—¿A dónde vamos? —preguntó con miedo.

—Eso depende de ti. Podría llevarte a un lugar donde te sacaría toda la información que necesito antes de hacerte desaparecer —dijo David con total neutralidad—. Como ves, tu padre confía en mí, y tus acciones me dan la excusa perfecta para decir que te has escapado, o peor aún, que te han secuestrado para tráfico humano, o en medio de un atentado, que te mataron. Solo necesitaría culpar a una familia rica y corrupta, y listo.

—¿Por qué siempre recurres a ese tipo de amenazas? —murmuró Gabriel, masajeándose el cuello. Estaba agotado por todo.

—¿No me crees capaz? —David no lo miró, pero el tono de su voz hizo que Gabriel se paralizara.

De repente, David sacó un arma de su costado y la apoyó en la sien de Gabriel. El frío del metal le recorrió la piel.

—Esto es lo que vas hacer desde ahora. Hablarás siempre que te pregunte y responderás con sinceridad.

Gabriel asintió, temblando.

David lo observó un momento y, al siguiente, disparó por encima de él, haciendo añicos el cristal del asiento del copiloto. Gabriel gritó de miedo, y la sonrisa de David le heló la sangre. Sabía que David solo estaba jugando con él para aterrarlo, pero lo había logrado con creces. El pitido agudo que retumbaba en sus oídos se convirtió en un martilleo constante, pese a que se tapó los oídos con las manos. Apretaba con fuerza sus ojos. Sus piernas estaban sobre el asiento, y en esa postura parecía más un niño asustado que un hombre de veinticinco años.

No era un niño, aunque a veces se comportara como uno. Incluso, era actor de doblaje de voz. No era algo que le diera una monetización para independizarse, pero si algo que le daba la libertad de divertirse mientras trabajaba. 

David continuó conduciendo, y aunque no lo expresó, sintió una mezcla de pena y desdén por el chico. Gabriel parecía realmente lamentable, inútil en todos los aspectos que David podía percibir.

—Si te orinas o te cagas en el asiento, te haré limpiarlo con la boca, ¿entendido? —dijo David con una frialdad que no admitía objeciones.

Gabriel asintió, bajando las piernas del asiento con un movimiento nervioso. 

—¿Por qué me investigaste? —preguntó finalmente David, con la misma dureza—. Y esta vez, quiero la verdad.

Gabriel suspiró y miró hacia la ventana. Había estado asustado de confesar la verdad en la fiesta, pero la actitud psicópata de David le resultaba aún más aterradora.

—Porque me atraías...

—¿Solo por eso? —preguntó David, reconociendo la verdad en sus palabras. No le sorprendía en absoluto; estaba al tanto de que el chico tenía interés en él—. ¿Qué sabes exactamente de mí?

—Que eres un asesino profesional que no tiene problemas económicos. Encontré información sobre una lista negra en internet, y ahora, por cómo te comportas, me doy cuenta de que es real. Me obsesioné tanto con el tema y contigo que no solo investigué sobre ti, sino que contacté a una empresa para recibir entrenamiento y entrar en la industria.

—¿Ah, sí? ¿Entrenarte para asesino? —David soltó una risa burlista, que le supo amargo a Gabriel—. Mírate, estás cagado conmigo. No sirves para esto, niño.

—Nunca lo sabré si no lo intento —respondió Gabriel, con el entrecejo arqueado. ¿Qué le pasaba? ¿por qué se burlaba de él? 

—¿Y por qué quieres entrar en este mundo? Una vez que estás dentro, es imposible salir —afirmó David con mucha severidad esta vez.

—Es lo que quiero —recalcó Gabriel.

—Eso es mentira —dijo David con el ceño fruncido, sacando de nuevo la pistola y colocándola en la sien de Gabriel—. Sentencias tu muerte. Estoy entrenado para detectar las mentiras, Gabriel.

—¡Espera, espera, coño! —gritó Gabriel—. ¡Está bien, tienes razón! Solo pensé que si lo hacía, no tendría que depender de nadie, ni tener miedo de que puedan dañarme o encontrar una forma de enfrentarme a mis problemas —aclaró, con lágrimas acumulándose en sus ojos.

David detuvo el auto en medio de la carretera. A su alrededor se extendía un campo de verdes intensos y pardos cálidos de forma interminable y desolada ante ellos. Aunque no habían bajado del auto, podían oír el murmullo del viento en el exterior. Las montañas estaban distantes, pero podían verse sus cumbres cubiertas de vegetación que se fundía con el cielo grisáceo y nublado. La carretera era tan solitaria y recta, que parecía devorar el horizonte; creaba una sensación de aislamiento profundo.

—No estoy seguro si esa ha sido la peor mierda que he escuchado en mi vida —dijo David, incrédulo—. Sal del auto...

—¿Qué vas hacer? —preguntó Gabriel, tratando de secarse las lágrimas, temiendo que su estupidez fuera el motivo por el cual iba a morir en ese lugar.

—¡Que salgas, maldita sea! —rugió David.

Gabriel salió con torpeza del vehículo. Lo primero que notó fue el aire frío y que le adormecía sus mejillas. David rodeó el auto y se colocó frente a él. Sacó la pistola y se la puso en las manos de Gabriel.

—Vamos, dispárame —dijo, guiando la mano de Gabriel hacia su pecho.

—¿De qué estás hablando?

—Yo ahora soy tu jodido problema y puedes resolverlo. ¡Hazlo!

—No lo voy a hacer —respondió Gabriel, soltándose de la mano de David—. Estás enfermo, hijo de puta.

—Tal vez —David soltó una carcajada irónica—, pero sigo siendo tu maldito problema. Solo a alguien como tú se le ocurre que la solución a sus problemas es convertirse en asesino. Primero, estarás muerto al primer día. Segundo, no tienes las agallas para este trabajo, y tercero, esta profesión no está hecha para resolver tus problemas, sino para los de otros. Si quieres resolver los tuyos, busca terapia. Usa el dinero de tu papá o haz algo con tu vida que realmente te haga sentir pleno. ¡Lo que acabas de decir es pura mierda, niño!

Gabriel lanzó un puñetazo directo al rostro de David, cargado de frustración pura, pero David lo esquivó con rapidez, le torció el brazo hasta su espalda, y este gritó por la punzada de dolor que se extendió desde su muñeca hasta el hombro.  

—Para ser tan inteligente, no parece que uses mucho ese cerebro —susurró David en su oído.

Era definitivo. Gabriel odiaba a ese hombre. No entendía cómo había llegado a fijarse en él hace unos días. No, incluso hace unas horas todavía le seguía atrayendo. Claro, era obvio, él no conocía la parte idiota e inhumana de ese sujeto. ¿En qué demonios se había metido ahora?

David soltó a Gabriel al notar que este no ofrecía más resistencia, esperando que el chico corriera en cualquier momento. Pero en lugar de eso, Gabriel se limitó a masajearse la mano adolorida, se sentó sobre el capó del auto y se quedó allí, respirando profundamente mientras contemplaba el vasto paisaje. Las enormes montañas verdes y las zonas pedregosas se extendían ante él, y a lo lejos, algunas casas solitarias y un rebaño de ovejas en la cima de una colina se perdían en la distancia. Las lágrimas volvieron a brotar en sus ojos.

David le miró un momento y comprendió que esas lágrimas no eran solo por el dolor físico; eran el desbordamiento de un sufrimiento más profundo y prolongado. Un llanto encajonado. Se acercó y se sentó junto a Gabriel, observando en silencio hacia la misma dirección que él, sin decir palabra. El chico necesitaba llorar y se lo permitiría.

Cuando Gabriel finalmente se calmó, David le dio unas palmaditas en la espalda, sintiendo por primera vez una extraña necesidad de mostrarle algo de compasión.

—Si necesitas que resuelva algo por ti, puedo hacerlo —ofreció David—. Pero a cambio, quiero que abandones esa absurda idea de convertirte en alguien como yo. No te ofendas, pero simplemente no tienes madera para esto.

Gabriel negó con la cabeza, y David frunció el ceño, preparándose para actuar si era necesario, ya fuera dándole un golpe o drogándole para que se mantuviera dormido y no causara más problemas al Sr. Velázquez. Pero antes de que pudiera actuar, Gabriel habló.

—Tuve una relación secreta con un senador en un viaje a Estados Unidos —empezó Gabriel—. Duró alrededor de cinco años, ¿sabes? Tenía veinte años y nunca había experimentado algo así. Ya sabes, tener a alguien que significara más que un simple encuentro pasajero —dijo, con una sonrisa irónica que no reflejaba alegría, sino la amarga realidad de sus vivencias—. Pensé que sería para siempre...

—Omite las frases de cuentos de princesas y continúa —interrumpió David con brusquedad, aunque Gabriel detectó una leve nota de humor en su tono.

—La verdad es que estaba equivocado. Ese hombre era posesivo, pero no del tipo que simplemente espera que estés a su lado sin darte espacio, sino del tipo que se crea sus propias historias, actúa según sus caprichos y toma decisiones drásticas que te destrozan y te joden la mente. De esos que destruyen tu mente diciéndote siempre lo incapaz que eres, lo inútil, y que sin ellos no puedes hacer nada. Te hace crear una dependencia tal, que la ansiedad te arropa. Y aunque no quieres perder el control, terminas haciéndolo, y luego ya no queda nada de ti. O al menos, eso crees, y cuando aparece un rayo de esperanza para salir adelante, resulta que te das cuenta que estás roto y que para armar las piezas de ti no solo llevará tiempo, sino que necesitas de alguien que te ayude a encontrarlas. Te vuelves un maldito rompecabezas.

David permaneció en silencio. Seguía mirando a la nada. Por primera vez, escuchaba algo que no eran sus propios pensamientos o las órdenes de un cliente. Y estando allí, se dio cuenta de lo extraño que le resultaba ese espacio desconocido.

Desde que recordaba, había estado entrenando desde que aprendió a atarse los cordones de los zapatos. Horas y horadas de ejercicios, práctica en Capoeira, Taekwondo, Bokator, Krav Maga, Kung-fu, Aikido y Karate Kyokushinkai, sumadas a un conocimiento exhaustivo de armas y balística, además de todas las herramientas necesarias para su profesión. No tenía recuerdos de sus padres; según lo que sabía, había sido rescatado de las calles de Nueva York y enviado directamente a entrenar en la agencia. Fue adoctrinado para ver el mundo de una manera distinta: no había bien, solo males menos problemáticos que otros. Las personas eran objetivos, no individuos.

Pero escuchar a Gabriel llorar y verlo de esa forma le hizo sentir una pena inesperada por su situación. Tenía tanto y no era feliz. ¿Y él? Había creído que su felicidad se había construido solo con sus propios esfuerzos, pero nunca había sentido realmente nada hasta ese momento. Anotó en su mente: "Pena". Era el primer sentimiento genuino que había experimentado en mucho tiempo, además del enojo constante.

—¿Estás listo? —preguntó David, tratando de deshacerse de esa sensación invasora y desconcertante.

—¿A dónde iremos? —inquirió Gabriel, levantándose del capó.

—Iremos a descansar por ahora. Mañana me contarás más sobre ese senador, y veré si puedo encontrar una manera de eliminarlo, si así lo deseas.

Gabriel sonrió, negando con la cabeza. El sujeto tenía que estar loco.

Ambos subieron al auto, y justo cuando David lo encendió, Gabriel se atrevió a levantar la mano y rozar suavemente la mejilla de David, tocando los vellos amarillentos de su barba recortada. Se detuvo justo en la comisura de sus labios. David lo miró con curiosidad, pero no pudo evitar decir:

—La próxima vez que hagas eso, perderás una mano.

Gabriel asintió, respiró hondo y se dejó caer sobre el espaldar del asiento, reposando la cabeza sobre su mano con el codo apoyado en la puerta. Había dicho que ya no le gustaba el asesino, pero todos esos argumentos se desmoronaron al ver a David de esa manera, en silencio, oyéndolo, permitiendo, aunque escasamente, acercársele de esa forma. ¿por qué lo hacía?


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