v. sigue mi voz
CAPÍTULO CINCO — sigue mi voz
( el fantasma de la casa creel, parte final )
( ANTES DE LEER )
volviendo a la carga ! este capítulo contiene
descripción de body horror, esto es, descripciones
gráficas de degeneración del cuerpo. también hay
menciones de sangre y la incoherencia narrativa
durante todo el capítulo simboliza el estado
mentalmente inestable de enid. si estos tópicos
te incomodan no dudes en saltar el capítulo y
mandarme un mensaje para que te lo resuma
de la forma más family friendly y trigger-free
posible <333 cuidaos mucho y recordad que
estoy aquí para todo !!!
Cubierta bajo una penumbra nocturna y solitaria, la casa Creel se aproxima más a la definición de casa encantada que a la de casa de ensueño, y por sus largos y dejados pasillos, unos pies se balancean de un lado a otro, dando torpes pasos hasta llegar al pie de las escaleras, donde paran en seco.
El rastro de sangre dibuja un inconsistente camino y deja sus huellas allá por donde pasa, y cubre su pelo y su frente, chorreando por su cuello, colándose por dentro de su camiseta. No es suya, y aunque en algún momento esto la asustará, ahora mismo, Enid Webster, la chica obsesionada con la Muerte y abandonada a lo que el destino le tenga preparado, es incapaz de pensar en algo que no sea esta sensación de victoria que corre por sus venas.
Lo absurdo no existe; tampoco la duda. Lo único que Enid sabe y concibe es que su madre está viva, después de todo. Y ella va a encontrarla, y a salvarla, como debió hacer desde un principio. Su propósito sigue siendo válido; no es una asesina. Es la salvadora. Es la recién nacida. Es alguien que puede enmendar todos sus errores con tan solo poner un pie en las escaleras frente a ella.
La voz de Linda Webster sigue haciéndose paso en su mente, ocupando un gran porcentaje de pensamientos, si no todos. A veces suena lejana, otras, es como si estuviese a su lado. Por la misma cercanía, parece más real. Estoy en el ático. Ven a buscarme y todo parará.
La retahíla se repite cada pocos minutos, recordándole para qué está ahí, y sobre todo, que debe cumplir su promesa.
La noche en Hawkins, iluminada por la luna, se siente como estar en medio del campo; como una bocanada de aire fresco; como la vida; como una segunda oportunidad para ser Enid Webster, una hija modelo. Alguien que consiguió, contra todo pronóstico, salvar a su madre.
Ignorando el rastro de sangre que dejan sus pasos, Enid sube las escaleras poco a poco, concentrándose en el crujir de la antigua madera, en el viento que entra a través de las ventanas, y al mirar hacia atrás no puede evitar fijarse en la cristalera rota de la puerta. Si algo está claro, es que no es la única que ha pisado esta casa abandonada, y que los otros inquilinos no deben haberse marchado hace mucho tiempo.
Enid no sabe si es por el reciente terremoto, pero la casa está destrozada. Las paredes tienen grietas, y la puerta entreabierta del ático, allí donde Linda debe esperar impaciente, está descolgada de su posición y cuelga. Algo ha arrasado con todo a su paso sin importarle las consecuencias ni el daño.
Te veo, mi querida Enid.
Con solo apoyar la mano en la puerta, las astillas arañan su piel, y con un leve esfuerzo, la barrera entre el pasillo y el ático cae, dejando ver lo que alguna vez fue un lugar de regocijo. Enid recuerda haber pasado la mayor parte de su infancia en el ático de la casa de Howard, dibujando. Siempre ha sido una niña muy callada, obsesionada con algo sobre lo que no tenía potestad, y los pequeños ratos en el ático de Howard le permitían hacerse creer que podía llegar a ser feliz con su propia compañía. ¿Qué hay de malo en la soledad? Una vez se aprende a estar solo, no hay mejor amigo que uno mismo.
La madera del suelo chirría bajo sus pies, desnivelada, y Enid para junto a la entrada para quitarse los zapatos. Sus ojos viajan de la suela manchada hacia atrás, siguiendo el rastro de sangre que llega hasta sabe dios dónde.
El camino de madera rota para a unos metros de ella, extendiéndose y formando una grieta mayor que no terminó de crearse. Justo frente a ella espera una figura esbelta familiar, de corto cabello rubio. Difícilmente puede verse lo que hay tras la grieta, pero allá donde deberían verse las cañerías, una luz parpadeante brilla entre tonos azules y rojos.
La voz de Enid se alza temerosa.
❝¿Mamá?❞
Veinte años sin ella han causado un dolor irreparable que nada le podría haber arrebatado. Por mucho que Howard se hubiese esforzado en ser una figura paterna cariñosa, no podía compararse al amor de una madre, ni podía aliviar la culpa en su pecho cada vez que veía fotos de Linda, o vídeos caseros en los que se la veía disfrutar de una vida de la que fue despojada, y que Enid tendría que haber salvado al nacer.
❝Cariño.❞
Por primera vez, la voz no suena en su cabeza, sino fuera. A su lado. A unos metros. Enid no sabe en qué momento los brazos de Linda la arropan como una manta calentita, pero es lo más real que ha sentido en mucho tiempo.
Y, sin embargo, ahora, en este mismo momento, las dudas nacen.
Linda se separa de su hija y da un par de pasos hacia atrás, colocándose junto a la grieta.
❝Gracias por venir a buscarme,❞ dice con voz serena. ❝He estado muy sola.❞
❝No entiendo nada,❞ admite Enid, rascándose los brazos. El ático está sumamente destrozado, y al mirarse las manos, sus ojos se agrandan temerosos.
Sangre. Sangre por todas partes.
❝Enid.❞ Linda alarga su brazo para consolarla. ❝Has hecho lo que debías hacer. Has cumplido tu promesa. Eso es lo único en lo que debes pensar ahora. No te preocupes por nada más, ¿entiendes? Estoy orgullosa de ti. Y lo siento mucho.❞
Ella es incapaz de apartar la vista de sus manos manchadas, y se pregunta si, al mirarse al espejo, sería capaz de reconocerse. No recuerda por qué hasta este momento no ha sentido la pegajosidad de la sangre adherida a su piel o el olor férreo al que ya se ha acostumbrado. Mareada, la mirada de Enid se pasea de un lado a otro del ático de aquella casa abandonada hasta posarse en la grieta tras Linda.
❝¿Qué es eso?❞
No hay respuesta.
Enid traga saliva.
❝¿Dónde estoy?❞
❝Conmigo,❞ responde Linda, arrastrando los pies descalzos por el suelo de madera, ignorando por completo las heridas que le hacen las astillas. ❝Estás conmigo después de mucho tiempo. Has cumplido tu promesa. Eres merecedora del descanso, Enid. Puedes confiar en que todo irá a mejor. Y estaremos juntas.❞
Su mano roza la de Enid, y es entonces que ella lo nota. No es una calidez familiar lo que viaja por su cuerpo, sino una frialdad mortífera y áspera que se asienta en lo más profundo de su corazón, encogiéndolo, devorándolo y pudriéndolo. Como si estuviese absorbiendo su esencia, Linda no deja ir del agarre, sino que cierra su mano sobre la muñeca de la hija.
❝Estaremos juntas para siempre. Unidas.❞
Sus pies se hunden en la madera sin previo aviso, haciendo temblar las paredes del ático y obligando a Enid a tirar para sí en un acto instintivo por huir.
Linda ladea la cabeza. ❝No puedes cambiar de opinión ahora. Me prometiste que me ayudarías a salir. Y no puedo salir de aquí si no es en ti.❞
❝Yo no—❞
Yo no prometí nada de esto.
No puede decirlo. El nudo de su garganta es demasiado grande como para permitirle hablar. En su lugar, Enid vuelve a tirar hacia atrás para librarse del agarre, sollozando. Déjame ir. Tú no eres mi madre.
Mi madre está muerta.
El lugar se ha quedado en silencio, y es libre del agarre, como si nunca hubiese estado atrapada. Por un momento, Enid piensa que, inconscientemente, lo ha dicho en voz alta y Linda, la verdadera Linda, a unos metros de ella, se ha enfadado tanto que le ha retirado la palabra y le ha dado la espalda, mirando hacia la grieta que tiembla junto a las paredes.
Alrededor de su muñeca, las marcas del forcejeo desaparecen poco a poco hasta desvanecerse por completo, fundiéndose en la piel y la sangre; en la carne viva que refleja bajo los tonos azules y rojos.
El inquietante silencio sólo dura unos segundos de extrema tensión en los que Enid se ve casi obligada a golpearse la cabeza para despertarse y, para su sorpresa, los susurros vuelven, y los reconoce como si los hubiera escuchado mil veces.
❝¿Por qué me has hecho esto?❞ Es la voz de Linda frente a ella: dulce, melodiosa, la voz de alguien tan gentil como un ángel. ❝¿Por qué, Enid? ¿Por qué? Estoy aquí por ti, y lo único que te he pedido ha sido tu ayuda. Una simple compensación...❞
Por qué, una y otra vez, sin parar. Por qué, por qué, por qué, por qué. Las palabras se amontonan en su cabeza. No fue tu culpa. No fue tu culpa. No fue tu culpa.
❝Sabes que lo es,❞ vuelve a hablar Linda. ❝Sabes que es tu culpa. Te persigue. Te devora. Te consume tanto que eres incapaz de pensar en otra cosa que no sea la Muerte, ¿o me equivoco?❞
Girando sobre sus talones, por fin, su pálido semblante se alza de nuevo, obligándola a mirar hacia otro lado y conteniendo la respiración para no ceder al pánico. La mitad de la cara de la madre está completamente putrefacta, con la piel roída por los años, cubierta de suciedad y guisa y sangre seca; la otra mitad parece pertenecer a ella, pero sigue atada lejos de la mujer de las fotografías que cuelgan por toda la casa de Howard.
Sus piernas son raíces enterradas en el suelo. Más allá, la grieta se abre un poco más, crujiendo y rompiéndolo todo a su paso, como el terremoto.
❝¿Qué quieres de mí?❞ murmura Enid. Tal vez esté perdiendo la cabeza. Ni siquiera ha escuchado lo que acaba de decir. Sólo oye la voz de Linda martilleando las paredes de su mente.
Ella esboza una sonrisa. ❝Admítelo,❞ dice. Y de nuevo, las palabras se acumulan. ❝Admítelo, Enid. Admítelo. Dilo de una vez por todas. Dilo en voz alta.❞
Es mi culpa.
Las raíces se desprenden del suelo y abandonan a la mujer y luego envuelven el torso de Enid impidiendo que intente salvarse, alzándola. Presionan contra sus brazos, contra su estómago y sus pulmones, obligándola a tomar una bocanada de aire tan grande que siente que el oxígeno colapsa contra ellos, ahogándola lentamente. Aun así, Enid golpea las raíces con las manos y los puños, y en un acto de pura desesperación utiliza las uñas e intenta morderlas, pero nada funciona.
Su cuerpo la arrastra hacia abajo mientras el aire contenido se le escapa por la boca en un suspiro de agotamiento; al mirar hacia abajo, la grieta ha alcanzado adonde ella se encontraba, y ahora crece a lo ancho y a lo largo, subiendo por las paredes, hundiendo el piso y desprendiendo el techo. Linda, o lo que al principio parecía ser ella la mira con ojos enormes y completamente blancos.
Esto es su culpa. Si no hubiese venido a Hawkins, nada de esto estaría pasando; si hubiese ignorado las voces, tal vez ahora estaría volviendo a casa con Howard y podría llorar en paz al no haber encontrado nada sobre su madre y su antigua vida. Podría haber sido alguien nuevo, desconocido, mortal. Pero no. La curiosidad la ha consumido hasta este punto y ahora debe aceptar las consecuencias. Una de las raíces se alza frente a ella...
Y perfora su estómago a toda velocidad.
Los primeros segundos, acompañados de un grito ahogado con el que el oxígeno abandona sus pulmones, la vista se le nubla y la cabeza le cae hacia atrás, haciendo que sus ojos enfoquen al cielo nocturno cubierto de estrellas. Una vez lo asimila, el dolor atraviesa cada centímetro de su cuerpo pinchándola repetidas veces, pero al mismo tiempo le impide gritar. Ni siquiera está segura de que siga con vida. Tiene los ojos llenos de lágrimas que le caen por las mejillas de forma involuntaria y se le entremezclan con la sangre seca, y la vida se va de sus ojos, que se apagan poco a poco.
Enid cierra los ojos; en cierto modo, siente que se está quedando dormida, y quizá sea esta la mejor forma de morir. En paz. Ya no escucha el crujir de la madera, ni el crecer de la grieta, ni la voz culpable, ni sus propios pensamientos.
Ahora flota en el aire, mecida por el viento y arropada por su más fiel amiga y compañera. Siempre han observado juntas, y ahora, solo una observa a la otra mientras danzan en un bucle infinito de soledad.
❝Enid.❞
Su nombre se escucha lejano, en una voz desconocida.
❝Enid, ¿puedes oírme? ¡Enid!❞
El cielo nocturno se aproxima a ella, o al revés. Su cuerpo liviano se alza hasta atravesar lo conocido, y la oscuridad la consume.
La danza ha llegado a su fin.
La Muerte le extiende la mano, ofreciendo una tregua. Me has estudiado durante mucho tiempo. Déjame mostrarte lo que sé y lo que hago, parece que dice. Pero al mismo tiempo una luz se alza tras ella.
❝Enid, sigue mi voz. Abre los ojos.❞
¿Y si aún no es su momento? ¿Y si esta danza con la Muerte ha sido solo momentánea? Predecesora de otra mayor. De una danza colectiva. Un pequeño inciso en algo mucho más importante, en lo que ella debe ser partícipe. Una segunda oportunidad, esto es.
Enid se vuelve hacia la luz, dándole la espalda a lo inevitable, y la oscuridad desaparece, consumida por la luz.
Definitivamente, debe estar delirando, porque al obedecer, lo primero que ve es un rostro conocido. El semblante de un fantasma acusado de ser el recipiente de Satanás. La persona cuyos últimos rastros deberían haberla llevado a descubrir el pasado de la verdadera Linda Webster.
Eddie Munson.
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( fake all ! )
A/N.
holi :)
por fin, «el fantasma de la casa creel» está completo. pero esto es solo el principio. ascenso es mucho más grande que esto, y queda un largo camino por recorrer.
enid estará con vosotres para siempre :)
palabras: 2300
publicado: 30 de septiembre de 2022
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