ODÍN.


La música venía de afuera, o de alrededor. La escultural pelirroja le había dado un trago de hidromiel que probablemente lo tenía dopado. Eso, y el aroma a sexo en el aire, lo mantenían con los sentidos nublados.
Las manos de la chica resbalaban por cada parte del cuerpo de él, las suyas también hacían lo propio; tanteando sus pechos, caderas, muslos, lo que estaba húmedo y lo que no, ya ni sabía. Solo era consciente de que salía de un orgasmo y que entraba en otro.
Andaba expuesto, sentía sus poderes adormecidos y odiaba eso.
Cuando logró abrir los ojos, ella le rozó la boca y él giró el cuello para impedir que lo besara, tiró de su brazo haciéndola caer en la cama y sonrió al ver su cara de lujuria; sonrió más cuando la escuchó gemir porque llevó sus dedos a esa zona donde se acrecienta el deseo. Su respiración se agitó, la mujer movía su mano alrededor de su miembro, tentándolo, cada movimiento aumentaba los de él. La escuchó jadear y sus ganas se intensificaron con fuerza.
―Odín…
Se inclinó hacia la chica para comenzar la verdadera faena, acarició su humedad y movió los dedos entre sus pliegues, jugando con ellos, abriéndolos y cerrándolos. Por instinto, la pelirroja se meneó hacia su mano, pero él la apartó con rapidez.
―Odín…
Se le escapó un gruñido y tomó a la mujer por las caderas, le colocó el miembro en la entrada y se adentró con fuerza. Ella gimió y apretó las sabanas, el deseo aumentaba, a pesar de que él había sido demasiado brusco. Trató de besarlo otra vez y él respondió con estocadas profundas, haciendo que se alejara y enloqueciera de placer.
Él cerró los ojos para disfrutar de las sensaciones que iban escapando de su piel. Sonrió al imaginar su rostro, dejándose llevar por las visiones de otro cuerpo bajo el suyo. No había necesidad de que lo dijera en voz alta, ella siempre sería la dueña de todos sus orgasmos.
―Odín…
―¡Maldición! ―exclamó, y aunque no quería, salió del interior de la pelirroja y caminó desnudo hasta la puerta. Allí estaba una mucama esperándolo con su ropa. Detrás de ellos se seguían escuchando los gemidos de la chica, que sin importarle nada había bajado sus manos hasta su centro y se seguía dando placer.
Aun atontado, agachó la boca a la altura del oído de la mucama.
―Ve con ella ―ordenó. No tuvo que repetirlo, la pelinegra se desnudó y se unió a su anterior amante en la cama.
Mientras se vestía las observaba, frotaban sus sexos el uno con el otro mientras se besaban con fervor en la boca. La escena se le asemejó a la de una doncella y una valquiria en su recinto en Asgard. Y es que cuando él pensaba en sexo, en sexo gozoso y sin tabú, solía recordar el lugar donde vivía, o la ciudad que gobernaba en el Valhalla. Y sobre todo, pensaba en una mujer muy femenina que le había enseñado en sueños un placer que jamás encontraría en otra. Y no hablo solo de placer sexual, sino del placer de amar; ese que para disfrutarlo hacen falta dos y que viene bien cuando es correspondido. Solo a ella empotraría todas las noches y le rezaría de rodillas. La necesitaba, le urgía saber quién era.
―¡Odín!
Resopló frustrado y con más molestia que antes se dio la vuelta y abandonó la habitación. Odiaba que lo molestaran, aunque seamos sinceros, ese semental no terminaría en unos minutos con la pelirroja.
El gran Odín no tenía paz. No, él ya no era el gran dios nórdico que montaba a caballo y blandía su lanza en los campos de batalla, ya no medía dos metros ni usaba armadura, solo aparentaba ser un humano más y ya; pero mientras caminaba por la espectacular terraza de su cotizado Beach Clubs en Ibiza, pensaba en cómo torturar a Hugin y Munin por ser tan inoportunos.
Apretó en su mano el anillo de oro para callar las voces que se colaban en sus pensamientos, luego dirigió una mirada fría al muchacho de la chaqueta roja, que de inmediato apretó un botón para poner en marcha el ascensor.  
Al llegar a la planta baja vio a mucha gente en el salón principal, las instalaciones poseían tecnología de última generación, y tener a los mejores djs del mundo le proporcionaba al lugar una algarabía y diversión sin igual. Escuchó risas, vio sombras moverse en la pista, tragos de hidromiel iban y venían, y antes que alguien lo interceptara abrió una puerta blanca de un material exquisito y frío, como la piedra luna, haciendo que un sistema de sensores y pequeños símbolos rúnicos giraran.
Arrugó la frente al ver al dúo de cuervos posados en su escritorio. Los había enviado a recorrer la ancha isla como cada mañana, esperando que alguna noche le susurraran buenas noticias. De esa manera, Odín pasaba los días; ellos le habían jurado que allí encontraría a la criatura de sus sueños. Por eso se mantenía en Ibiza, porque en ese pequeño paraíso de Tierra existía algo que él deseaba con extrema locura.
―Parece que lo disfrutan ―soltó cruzándose de brazos.
Los pequeños cuervos batieron las alas antes de transformarse y quedar de pie ante el guerrero vikingo más fuerte, observándolo con respeto. La melena rubia de Odín se meció con el aire de la noche cuando se sentó junto al ventanal que mostraba las vistas de un mundo mortal.
―Sabes que no te molestaríamos si no fuera importante ―dijo Hugin alisando las solapas de su traje negro. La mirada del otro cuervo viajó a los ojos de Odín, justo cuando chispearon con algún tipo de magia.
―¿Qué sucede? No han traído buenas noticias últimamente ―protestó caldeando el ambiente.
―No creo que este sea el caso, mi señor ―opinó Munin―. Al fin y al cabo, la encontramos, no podía permanecer en el anonimato por siempre.
Odín alzó las comisuras de sus labios, con una sonrisa que muy poco se le veía y que derretía a las féminas enseguida. Y al segundo siguiente estaba frente a sus servidores, que al notar el color gris plomo de sus irises y la enorme ansiedad que le brotaba del cuerpo, casi retroceden.    
―Explíquenme ya ―exigió con voz potente.
Munin abrió la boca para hablar, pero Hugin se le adelantó con la nueva premonición en la cabeza.  
―Apareció ―confirmó este, casi reviviendo lo que ya había visto hace unos días al norte de la isla, en Benirrás―. Todo este tiempo ha vivido como humana, aunque ha sentido tu presencia en sueños, cada caricia que le has dado, cada cosa que le has dicho… Todo. Y ahora es tiempo de que se conozcan. Ella vino a ti.  
―¿A mí? ¿Cómo que vino a mí? 
―Está aquí, mi señor ―respondió Munin―. Sjöfn ha dicho que será el inicio de un amor único y especial. Le sugiere estar preparado para el inicio de una convivencia.
La duda y la cautela bailaron en los ojos de Odín.
―¿Sjöfn dio su bendición? ―Los cuervos asintieron―. ¿Podrían decirme cómo es que entró esa mujer al club?, ¿cómo logró ver el lugar?
―Es una diosa, Odín. ―Se rio Hugin, y se ganó una mala mirada―. El lugar no pasó desapercibido ante sus ojos, pudo entrar igual que cada criatura con poderes. Paradójicamente, sus orígenes no son humanos. En el tratado de paz que hubo entre los Vanir y los Cesir se incluyó un intercambio de rehenes; Hrimnir se negó y trasladó a su hija a la Tierra para protegerla de la gran guerra.  
―¡Creo que están locos! ―respondió finalmente la deidad―. Nunca había escuchado que Hrimnir tuviera un segundo hijo, y menos de su existencia en la Tierra. ¿Quién es?
―Pues la tuvo, mi señor ―agregó Munin―. Su nombre es Frigg y su destino es convertirse en la reina de Asgard, entrenarse para ser su mano derecha en batalla y adorarle hasta que se consume el Ragnarok. 
Odín sintió una ráfaga cálida que le recorrió el cuerpo, como si el conocimiento de tal declaración lo hubiera acariciado. Vio a sus servidores, que sonreían con cara de satisfacción, su instinto le dijo que todo era cierto. Decidió levantarse de la silla y salir al encuentro, no lo dudó más y se adentró en la fiesta.
El canto leve de una canción que sonaba se escuchó claro en sus oídos. Odín se mantuvo cerca de una columna que bordeaba la pista central para ver entre la gente, una risa divertida se le escapó al advertir que ella había ido a parar precisamente a uno de sus lugares en la Tierra. De repente percibió un aroma a Verum, y como resorte giró el cuello hacia una mesa que ocupaba una figura femenina y delicada, que ordenaba una copa de agua mientras se abanicaba el rostro con la mano.
Sin poder evitarlo, se acercó. A Odín le había tocado entregarse, sacrificarse y llorar en numerosas ocasiones, como cuando estuvo colgado boca abajo durante 9 días y 9 noches en el árbol de la vida, así fue como obtuvo el conocimiento de las runas. Pero en ese instante le tocó la enorme dicha, que con una sola mirada, un parpadeo, sintió todo el gozo que podía existir.
«Una verdadera delicia. Que me regalen mucha cordura en este momento o la haré mía. ¡Sí que la haré mía!»
Ella paseó los ojos por los de él y entreabrió la boca. Entonces, ambos lo notaron, esa conexión y ese deseo del que tanto hablaban todos los reinos y los alrededores. Se dio cuenta de que él era…
No sé. No lo sé.
No encontró una palabra exacta para describirlo.
Lo más importante para ella era conocer el alma de la persona amada, pero la humanidad le había metido tanto en la cabeza un prototipo que prefirió fijarse en la belleza física. Ese hombre tenía un cabello rubio tan dorado como el mar en una puesta de sol, y esos ojos… Frigg jamás había visto unas pupilas que parecieran el misterio más guardado de la historia. Y su cuerpo… Ese torso fuerte y definido, esos labios carnosos que rodeaban su boca; ese mentón afilado. Pero lo que terminó de cortar su respiración fue su voz.
―Has estado aquí todo el tiempo ―dijo él sin creerse que hasta entonces la conocía. Frigg se ajustó el abrigo, impidiéndole ver más de su escultural cuerpo. Y replicó.
―Si no dejas de verme así llamaré a un guardia y te echarán de aquí.
A Odín se le escapó una sonrisa al oírla. Ella creía que alguien podía echarlo, de su bar.
―¿Quieres tomar un trago conmigo? ―preguntó, la chica se movió inquieta y cruzó las piernas.
―No lo creo ―respondió, pero a pesar de su negativa, Odín percibió el deseo y lo que le causaba su presencia.
―Veo que tienes calor, incluso escogiste estar lo más lejos posible de la pista.
―Eso no debe importarte. ¿Qué quieres? ―El guerrero advirtió que tenía un reto difícil ante él.
Y pronto escuchó a Hugin a través del anillo. «Piensa que tu voz es preciosa, le encanta». Saber eso le dio más seguridad.
―Aquí lo importante no es lo que quiero o lo que no, sino cómo puedo quitarte el mal humor. ―Eso llamó totalmente la atención de Frigg porque entrecerró los ojos con sus dos capas de pestañas largas y rizadas. 
Él nuevamente escuchó. «Está pensando en un montón de cosas que quisiera que le quitaras». Odín comprobó que era así cuando ella lo barrió de arriba abajo con la mirada.
―¿Y cómo me lo quitarías? ―preguntó de repente, él ya ingeniaba un plan para quedarse a solas con ella.
―Primero, preciosa, nos tomaremos un trago y te contemplaré un poco. Tú eres, sin duda, la mujer más arrebatadora y hermosa que he tenido el placer de conocer.
Él se sentó junto a ella y alzó la mano para pedir el servicio. Tenía unos brazos fuertes y definidos. Con tatuajes de runas en cada dedo de las manos y otros se perdían más allá del borde de la camisa negra arremangada en sus codos. La libido que Frigg estaba tratando de dominar y guardar en un espacio oscuro de su mente asomó y comenzó a fijarse en los más mínimos detalles del hombre que estaba a su lado.
―Me había pedido una copa de agua ―refunfuñó ella, pero de igual manera, él recibió las bebidas que le habían llevado a la mesa.
―Mejor toma esto.
―¿Quieres emborracharme? ―Él se echó a reír―. ¿Qué te da tanta gracia?
―Solo quiero celebrar. ―Frigg lo miró con recelo, los labios de Odín rozaron la piel justo detrás de su oreja, donde susurró―: ¿alguna vez has probado el hidromiel?
―Pues no ―dijo inspirando despacio, bebiendo el primer sorbo mientras un intenso placer se disparaba desde todas sus extremidades.
―Desde el inicio de los tiempos esta mezcla es considerada como una bebida para festejar la nueva vida ―consiguió decir, intentando explicarle un asunto de dioses, no de humanos.
―¿Y qué celebras? ―Él vio una oportunidad bien clara para confesarle sus planes.
―Que me casaré contigo, y que después de eso realizaremos un viaje para disfrutar de una luna de miel eterna ―soltó; ella contuvo la respiración.
Frigg se levantó y echó a correr por la pista de baile, salió del salón principal y apresurada llegó a una muralla que daba hacia la parte de atrás del club, donde trató de refugiarse. El resplandor de la luna dibujaba charcos de luz en el piso, su cabello bailaba con el viento salino, el lugar estaba cerca del mar. Entonces se sobresaltó cuando unos brazos la rodearon, su imponente figura la abrazaba desde atrás. Soltó un grito ahogado y protestó con el corazón a punto de estallarle.
―¿Qué haces? ¡Suéltame!
―¿De verdad quieres que lo haga? ―Al sentir su cuerpo pegado a su espalda cada parte de ella se estremeció, reconociéndolo. Su tacto, la de aquel extraño que no paraba de tocarla en sueños y que la llenaba de tanto amor.
Un aroma a eterno se arremolinó en su nariz, y con el suave murmullo de la brisa se dejó girar, observándolo fijamente, apoyando las manos en su firme musculatura que podía palparse incluso a través de la camisa.
―¿Quién eres? ―preguntó, o eso intentó porque su cercanía la hizo temblar.
―Ya sabes quién soy, ¿recuerdas? He estado contigo muchas veces ―susurró con voz de leyendas de fantasía.
―¿Cómo es posible?
―Lo importante es que ya no será un sueño.
―Pero… no entiendo… ¿Qué tenía esa bebida? ―preguntó un poco aturdida, aunque el hidromiel no tenía nada que ver―. ¿Qué quieres de mí?
―Amor ―respondió sincero, Frigg respiró profundo, sintió su mano rozarle la mejilla y luego su aliento chocar contra esta―. No tengas miedo, te prometo que contestaré todas tus preguntas.
―No lo tengo ―contestó―. No sabría cómo tenerlo porque no sé tu nombre, pero conozco tu voz, y tu aroma.
Odín deslizó una mano por su cintura y la acercó todo lo que pudo.
―Y mi cuerpo. ―Frigg sofocó un grito al notar la firme dureza contra su vientre. Odín observó su boca entreabierta y un calor abrasador lo comenzó a quemar―. Por todos los cielos, tus labios parecen un elixir exquisito. 
Ella vaciló un instante, y luego lo besó en la comisura del labio, sin que sus bocas llegaran a tocarse. Una excitación instantánea le puso el vello de punta al guerrero, pero el disfrutaba del arte de la seducción, así que no la besó. Tiró de su mano y la guio fuera del club, hacia la arena.
La chica se quitó los tacones y avanzaron entre algunas personas hasta el otro extremo de la playa, en donde se sorprendió al ver una residencia lujosa a lo alto de una escalera blanca y con algunos ventanales. Él desde su altura le sonrió y la invitó a entrar. Llegaron a un área con una piscina que le resultó espectacular. Se lo imaginó bronceándose o realizando algo de ejercicio mientras nadaba en ella, eso le produjo calor, mucho calor. Y como si él hubiera sentido lo mismo, comenzó a quitarse la camisa.
Ella no dijo nada, ni siquiera pudo moverse un milímetro cuando vio la piel de su pecho desnudo brillando con el reflejo de la luna. Él se había quedado en pantalones y ¡caramba!, era como ver una obra de arte. Paseó los ojos sobre las colinas de sus pectorales y casi salivó al llegar al valle de sus caderas. Estaba convencida de que él podía escuchar los latidos frenéticos dentro de su pecho.  
―Ven aquí ―ordenó él, su voz sonó profunda y arrolladora.
Ella no pudo resistir más la tentación de tenerlo así y no tocarlo, por lo que accedió sintiendo que no habría vuelta atrás, como si ese fuera su destino.
Odín deslizó las manos por el cuello de la chica y le desató las cintas del vestido. En un instante, la pieza cayó al suelo formando una pila de tela blanca. Tragó saliva cuando Frigg se apartó el pelo que le había caído sobre la parte delantera del cuerpo y lo echó hacia atrás, quedando vestida solo con una braga de encaje y con la piel ardiendo. Conformé él recorría su cuerpo con la mirada, sus pezones se endurecían hasta el punto de ser casi doloroso, y el espacio entre sus piernas se humedeció.
―Date la vuelta. ―Habló él con un tono que se había transformado en control y lujuria. Sus dos cosas favoritas. Ella obedeció y el besó su cuello―, así es, mi hermosa diosa ―murmuró en su oído, el sonido de su voz la hizo gemir, o fue la mano que comenzó a recorrerle el vientre.
Odín la giró de una manera rápida y tras dar algunos pasos, sin dejar de besarla, la condujo hasta una habitación. Una gran cama ocupaba el centro, y a su alrededor, cascadas de tela de raso tocaban el suelo, meciéndose con el viento. Era precioso, una impresionante casa de playa desde donde se divisaba el ancho mar. Nunca había estado en un lugar tan precioso.
Odín se abrió paso entre las telas y la hizo caer contra el colchón, la miró con cautela y paciencia, posándose sobre ella, sintiendo su cuerpo debajo del suyo, cálido, terso y a la expectativa. Comenzó a acariciarla de forma tentadora, ya que sus dedos se deslizaban por sus muslos y costados, luego intercambió los dedos por sus labios, dejando una línea de besos desde su ombligo hasta su escote.
El tibio roce de su boca sobre sus senos dio paso a que la explorara entera. Las oleadas de placer iban llegando a todas sus terminaciones nerviosas. Les gustaba lo que estaban sintiendo. La respiración de la chica se agitó cuando algo tibio rozó su entrepierna, la cabeza de él estaba en sus muslos y ella jadeaba con cada movimiento de su lengua. Lamió una última vez y gateó sobre ella para mirarla a los ojos con un fuego intenso chispeando en los suyos, y dijo:
―Quiero que seas mi esposa. Lo que sigue lo determinará para siempre.
―Pero… ¿cómo que «para siempre» si no sé ni tu nombre? Ni siquiera comprendo por qué te veía en sueños. ¿Acaso alguien casaría a dos personas extrañas? ―farfulló con burla.
―Eso es algo que vas a entender, créeme.
―Pero…
―Frigg de Ibiza, te tomo como mi mujer desde este momento hasta la eternidad, con la bendición de Sjöfn, diosa del amor y de la atracción sexual. ¿Aceptas tú, atarte a Odín, líder de los dioses Aesir, y pertenecerme así como mi corazón ya te pertenece, para toda la eternidad?
―Sí, acepto ―respondió entre risas, sin imaginar todo lo que desencadenaba tal afirmación―. ¿Ese es tu nombre? 
Él sonrió mostrando todos sus dientes y ese gesto a ella le encantó. Empujó la cabeza en su dirección y esta vez los labios del guerrero no se apartaron, al contrario, comenzó a besarla con ansias hasta quedarse sin aliento incluso él. La devoró con fervor mientras se sentía el ser más afortunado del mundo.
Odín besó suavemente su hombro y le dio un bocado. Luego ella disfrutó de su habilidad con la lengua sobre sus pezones, su cuerpo sobreexcitado estaba alerta a cada una de las atenciones. Soltó un jadeo intenso cuando él presionó su erección contra el centro de los deseos, logrando que la braga de encaje que llevaba puesta se mojara.
La acariciaba con adoración, como nunca había acariciado a nadie, era su mujer, con quien había fantaseado incontables veces. Sonrió para sus adentros, pensando en que no había nada más hermoso que sentirla, o tocar su cuerpo, o toda ella.
Frigg gimió alto cuando la mano de Odín se adentró en su sexo húmedo ya preparado para él. Le agradó la invasión, y por iniciativa propia, se deshizo de la prenda que le quedaba, para luego prescindir de las de él. Cuando vio la silueta de ese hombre enteramente desnuda, ni siquiera lo dudó y pasó sus dedos por cada tatuaje. Fue entonces cuando la atracción se hizo más presente en el aire, tanto que casi los ahoga. 
Odín, como dueño de su cuerpo, se acomodó sobre ella, tomando las riendas. Sus ojos se pasearon por los de la chica antes de tomar su miembro y adentrarlo en el paraíso poco a poco, viéndola entreabrir la boca. «Es exquisita». Pensó. Adorando ver la curva de sus labios tensarse, su rostro contenerse, sus pechos, sus caderas al borde de las suyas.
La penetró un poco y… ¡Joder! Le encantó. Ella comenzó a mover sus caderas acompasando los movimientos, jadeando más. Odín la volvió a besar, sintiendo el calor que emanaba de sus cuerpos, envolviéndolos en una burbuja de placer impresionante. La sujetó de la cintura y empujó con más fuerza, Frigg enredó las piernas entorno a él, pegándolo más a su cuerpo. Su interior se iba apretando más y más, eso lo hizo jadear a él, que se introdujo una vez, y otra, y otra. Apretó su cintura y ella le enterró las manos en el cabello, queriendo grabar en su mente cada uno de los sonidos que escuchaba.
―Odín… creo que te amo… ―pronunció; él la besó con arrebato. Ella sonrió y tiró de su labio con suavidad, gimiendo sobre su boca.   
―Yo te amo desde hace mucho ―dijo él, porque era verdad.
Sus palabras calaron hondo porque la chica enterró las uñas en su espalda, acercándolo más, comenzó a gemir más alto y él aceleró las embestidas; segundos después se deshizo en sus brazos, dejándose llevar. Él gruñó y con una última estocada se enterró en su cuerpo liberando todo el placer que podía emanar.
Con la respiración entre cortada, enterró la nariz en su cuello y cerró los ojos.
Le había encantado.
Esa noche, Odín hizo muchas veces el amor dando todo de sí, excepto su verdadera identidad. Luego le revelaría el gran secreto, pero para eso sobraba el tiempo porque ya estaban envueltos en una seducción inmortal.  

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