CAPÍTULO 27

LA NOCHE DE LA CENA BENÉFICA, Aspen se puso el esmoquin oscuro que había alquilado.

Ce había hecho la elección por él y se había encargado de que lo entallaran a su medida. Se veía bien. Era «elegante, pero conservador»; ella había usado esas palabras para describirlo.

Aspen contempló su imagen en el espejo por otro segundo. Luego recogió la invitación y abandonó el apartamento.

Un taxi estaba esperando en la entrada. Él le entregó la dirección e intentó relajarse, pero sus hombros se mantuvieron tensos. La expectación flotaba a su alrededor y presionaba presionando su pecho, y eso lo ponía inquieto y preocupado. No podía quitarse de la piel la sensación de que algo iba a salir mal.

Era la noche que lo cambiaría todo.

La noche que Ce había esperado al comenzar aquel viaje de venganza, y la que él había estado evitando. Sin embargo, era decisión de Ce, su plan. Y ahora Aspen no tenía más opciones que convertirse en un espectador.

Cuando llegaron a Chicago Loop, su ansiedad se duplicó. La cena sería ofrecida en el hotel Palmer House Hilton.

Una hilera de autos esperaba su turno para dejar pasajeros. Aspen detuvo el taxi y prefirió caminar.

En la entrada había un desfile de personas con trajes de gala, abundantes joyas y aires de sofisticación. Algunas posaban para el grupo de fotógrafos y reporteros que se habían alineado en una esquina.

Aspen no se entretuvo en la entrada. Continuó su camino, siguiendo las direcciones del staff del hotel que intentaba organizar a la multitud. Él se detuvo en medio del vestíbulo y sus ojos recorrieron el lugar. Nunca había estado en un hotel tan lujoso. El lobby era casi una obra de arte, exuberante y majestuoso; estaba decorado con murales, una escalera de mármol y candelabros dorados.

A su alrededor, los invitados hacían pequeños círculos exclusivos y el murmullo de sus conversaciones saturaba el ambiente. Aspen caminó entre ellos y fingió indiferencia, pero no podía evitar sentirse fuera de lugar. Nadie se cruzó en su camino ni intentó iniciar una conversación con él, pero podía sentir el peso de sus miradas, que lo recorrían. Ce se lo había advertido: una cara nueva no pasaba desapercibida.

—¿Matt Coleman?

Aspen se detuvo, pero tardó en reaccionar y en darse cuenta de que se estaban dirigiendo a él. Giró y se encontró con una mujer que usaba el uniforme del hotel. Ella lo miraba fijamente como si estuviera segura de que él era Matt Coleman. Y lo era, al menos por esa noche. Ce había pensado que sería mejor que no utilizará su nombre real; además, había conseguido la invitación a la cena utilizando aquel nombre falso.

—Esto es para usted —le dijo la mujer, ofreciéndole un sobre pequeño—. Su acompañante lo está esperando.

Aspen tomó el sobre y lo abrió cuando la empleada se marchó.

En el interior, encontró la llave de una habitación. Levantó la mirada y se guardó el sobre en el bolsillo. Se alejó del vestíbulo con discreción. Marcó el piso en el ascensor y esperó. Ante él se abrió un largo pasillo alfombrado e iluminado por una suave luz dorada. Aspen buscó el número de la habitación y abrió la puerta. El lugar era casi tan elegante como el lobby, pero un poco más sutil, acogedor... Y vacío.

Entró y cerró la puerta, inspeccionando la habitación. Encontró a Ce detrás de las cortinas que cubrían la salida hacia el balcón; contemplaba el cielo. Esa noche no había luna, pero el cielo estaba estrellado.

—Viniste.

Aspen pestañeó. Apartó la mirada del cielo y la observó. Ce estaba radiante, incluso en su simplicidad. Llevaba un sencillo vestido de gala; su rostro apenas maquillado, y nada más que un anillo y un par de aretes.

—Estas... preciosa —declaró y sus palabras le provocaron un sonrojo tenue a Ce.

Ella sonrió y acortó la distancia entre ellos. Sus manos se levantaron y se posaron sobre las solapas de su traje, alisando los pliegues inexistentes. Sus dedos largos y finos se detuvieron sobre su corazón. Aspen contempló su rostro; sus ojos tenían un sereno tono azul.

—¿Cómo estás?

—Estoy bien. —Sonrió, pero sus labios no eran tan sinceros—. Un poco nerviosa.

Aspen asintió. También sentía un nudo en la garganta.

—¿Y...?

—En el dormitorio —respondió Ce, leyendo sus pensamientos—. No te preocupes, todo está listo. La señora Thomas me dará un lugar en el programa. Estaba casi emocionada de que quisiera compartir cosas sobre Rosie.

—¿Estarás bien?

Ce asintió.

Él no dijo nada, pero levantó su mano izquierda y cubrió la de ella, apretándola contra su corazón. Sus miradas se entrelazaron. Aspen se inclinó y sus labios rozaron su frente, luego el puente de su nariz y, finalmente, su boca. Ce separó los labios y aceptó su beso; quizá sería el último, antes de que cada uno volviera a la vida a la que pertenecían.

A Aspen le dolió ese beso más que ningún otro. Intentó verter todo lo que sentía en él, pero, cuando Ce se alejó, supo que no había sido suficiente. Él también se apartó y la soltó.

Dejaron juntos el balcón y regresaron a la habitación. Ce consultó el reloj. La cena comenzaría pronto.

—Sé cuidadoso —le advirtió.

Ella se acomodó el vestido y caminó hacia la puerta. Aspen la detuvo. Quería decirle muchas cosas, pero había algo que le importaba más que todo.

—No vas a matarlo, ¿verdad? —preguntó.

Ellos no estaban preparados para eso. Él no estaba preparado para que sucediera algo inesperado. Si Ce actuaba de forma impulsiva, él no podría protegerla; y ella lo sabía. Aun así, sonrió.

—No, solo voy a destruirlo. 

~~*~~

EL EVENTO SE ESTABA DESARROLLANDO en uno de los salones principales del hotel.

Ce ingresó con un grupo de personas después de que revisaran su nombre en la lista y verificaran sus datos de contacto. Aquello no le sorprendió; los nombres, los correos y los números de contactos era una información valiosa y privilegiada en ese mundo.

Los Thomas siempre se habían relacionado bien. Sus cenas benéficas y sus eventos de caridad siempre eran una excusa para adquirir información, conocer nuevas personas y generar conexiones. Nadie rico o lo suficientemente exitoso pasaba desapercibido en Chicago para la familia de Eli, que provenía de un largo linaje de abogados y cuya especialidad era usar la información en contra de otros.

Ce avanzó entre los invitados, en medio de susurros y conversaciones murmuradas. Hizo caso omiso de las miradas, pero se detuvo en seco cuando sus ojos se posaron en el escenario. Estaba decorado con rosas blancas y rojas, y en el centro, sobre un pedestal, había una fotografía de Rosie. Estaba radiante; su brillante cabello rubio flotaba alrededor de su rostro, sus grandes ojos azules estaban iluminados y tenía una sonrisa tierna de labios juntos.

Tragó saliva con fuerza y apartó la mirada, fingiendo indiferencia.

La visión de Rosie despertó varios sentimientos en ella, desde nostalgia hasta enojo y resentimiento, pero sabía que no era el momento indicado para tenerlas.

Continuó su camino y buscó a sus padres entre los rostros desconocidos. Estaban en una de las mesas principales, muy cerca del escenario. Se estaba acercando cuando una mano se apretó alrededor de su brazo y la detuvo.

Eli le sonrió débilmente cuando sus ojos se encontraron. Ce contuvo las ganas de zafarse de su agarre, pero se percató de la presencia de los periodistas y los fotógrafos, quienes estaban dando vueltas por el salón.

—Te agradecería que me soltaras —dijo Ce con voz contenida.

Eli obedeció. La dejó ir y guardó sus manos dentro de los bolsillos de su pantalón, en un gesto casi inocente. Ce lo miró sin expresión, hasta que empezó a hablar:

—Escuché de mi madre que habías pedido un espacio para hablar en el programa.

Ce se encogió de hombros.

—Lo hice —respondió con acritud—. No era un secreto.

—Pero sí una sorpresa —la contradijo—. ¿De qué quieres hablar? Nunca fuiste muy divertida o sociable.

—Debo estar cambiando.

Su sonrisa se volvió más dulce y un par de mujeres que cruzaban junto a ellos le dieron miradas cargadas de interés. Él las saludó con un asentimiento, como todo un caballero. Ce miró el intercambio con desagrado.

—¿Cuál es tu problema, Eli? ¿Por qué de repente te importa lo que hago? —exigió—. ¿Es relevante esta conversación o ya puedo irme?

—No seas insolente, pequeña Grace.

—Y tú no seas condescendiente —espetó ella.

Retrocedió para intentar esquivarlo, pero Eli volvió a bloquear su camino. Ella le dirigió una mirada sombría. Eli ni se inmutó.

—Es relevante porque le dije a mi madre que te comunicaría que, lamentablemente, ya no hay espacios libres en el programa. Entre las rondas de subasta y las presentaciones musicales estaban copados.

Ce frunció el ceño.

Su corazón inició una repentina marcha presurosa. La angustia se reveló en su semblante por breves segundos.

—Pero dijo que sí, cuando la llamé ayer...

—Tal vez no lo recordaba o mintió —repuso Eli con un encogimiento desinteresado.

—Pero tú tienes un espacio, tu madre lo mencionó. ¿También mentía?

—No, daré el discurso final este año —le anunció como si fuera una victoria ante ella—. Te prometo que será un discurso encantador.

Ce endureció su mirada y apretó los labios con fuerza para no decir todas las palabras que quemaban su garganta. Los ojos de Eli brillaban como si hubiera identificado la chispa de angustia en su rostro y casi parecía victorioso, así que Ce se obligó a controlar sus sentimientos y no dejó escapar nada; incluso obligó a su cuerpo a relajarse.

—¿Crees que es justo? —inquirió—. Rosie era mi hermana.

—Y también mi prometida.

Eli se acercó y se inclinó hacia Ce, hasta que sus rostros quedaron muy cerca. Sus ojos azules se tornaron más oscuros cuando murmuró:

—Todo el mundo espera que sea yo quien hable, así que no te agobies por esto; haré lo mejor que pueda. —Sus miradas se cruzaron—. Después de todo, conocía a tu hermana mejor que cualquiera.

Se apartó, pero continuó observándola, como si se estuviera preparando para afrontar una discusión o descubrir más expresiones frustradas o preocupadas en el rostro de Ce por haber desbaratado algún plan secreto. Sin embargo, sin decir más, Ce le dio la espalda y se marchó. Sintió su mirada sobre ella hasta que se mezcló entre los invitados. Evitó mirar hacia atrás y se dispuso a buscar a sus padres.

La mesa que les habían asignado era exclusiva para la familia, pero cada uno estaba enfrascado en sus asuntos. Su padre estaba hablando con un hombre mayor de la mesa contigua sobre inversiones en China, mientras que su madre estaba actualizando sus redes sociales.

Ce se sentó entre ellos, aunque hubiera preferido no estar allí. Levantó una copa de vino y bebió despacio mientras repasaba la conversación con Eli.

—¿Por qué estás sonriendo así? —inquirió su madre cuando la miró.

Bebió otro sorbo y probó el dulzor del vino en sus labios.

Cuando no despegó los labios para responder, su madre la miró confundida por un par de segundos. Luego la ignoró y volvió a sus propios asuntos.

Ce sacó su celular de su cartera y se inclinó sobre la mesa. En el centro, como un adorno en todas las mesas, había una pantalla táctil sostenida por un aparato giratorio. Podría parecer confusa su utilidad, pero no era la primera cena benéfica de los Thomas a la que asistía.

La pantalla servía como un monitor para la subasta. Todos los celulares y dispositivos electrónicos de los invitados estaban conectados a un software de pujas, y cada vez que alguien ofertaba una cantidad, esta aparecía automáticamente en todas las pantallas, llevando un control y un registro masivo.

Ce descargó la aplicación en su celular y se relajó mientras esperaba que iniciara el evento. Sin embargo, no tuvo que esperar mucho. Unos segundos después, la madre de Eli subió al escenario y las conversaciones se fueron apagando. Las luces se enfocaron sobre ella y los fotógrafos sacaron varias fotos antes de regresar a sus puestos en los laterales.

Ce distinguió un par de rostros conocidos en medio del grupo de reporteros, que seguro escribían artículos de calidad. Había confiado en que los Thomas invitaran a lo mejor de lo mejor.

—Antes de iniciar esta velada, quiero agradecer la presencia de todos. Sin ustedes, este evento no podría llevarse a cabo. Además, quiero recordarles que este año todas las ganancias serán divididas entre varias clínicas y centros especializados en salud mental. —dijo la señora Thomas. Sus ojos se posaron sobre la fotografía de Rosie y sonrió—. En memoria de nuestra querida Rosie Carlson, una maravillosa joven que nos dejó muy pronto a causa de esta terrible enfermedad.

Hubo una ronda de aplausos y Ce se sintió muy consciente de sí misma. Mantuvo un rostro neutral mientras la atención se centraba en su mesa. Su padre también empleó un semblante inexpresivo y calmo, mientras que su madre dibujaba una sonrisa perfecta en su rostro. Ce no la miró y no pudo estar segura de si estaba siendo hipócrita o si realmente estaba emocionada, por primera vez en toda su vida, de aceptar que había tenido una hija con una enfermedad mental.

Poco después, se inició la primera ronda de subasta.

Ce intentó mostrarse interesada, pero la verdad era que aquellos eventos siempre le habían parecido muy aburridos. Antes solía llevar novelas consigo para distraerse leyendo, pero esa noche no podía permitirse una distracción, así que intentó mantener toda su concentración. De vez en cuando, su madre la pellizcaba para criticar sobre algún objeto en la subasta o sobre la importancia de comprar un tapiz horrible del siglo pasado.

Hubo un primer receso en el evento, y luego se sirvió la cena mientras empezaban las presentaciones musicales. Se habilitó la pista de baile y varias parejas se levantaron de sus mesas, incluso sus padres. No le sorprendía. Siempre que asistían a eventos públicos se obligaban a bailar al menos una vez; tenían una fachada que sostener. Aun así, Ce se quedó mirándolos.

Había una elegancia casi innata en sus movimientos, una gracia cautivadora que parecían haber perfeccionado con los años. Eran buenos bailarines. Eran una pareja esplendorosa. Y Ce... casi podía creer que no estaban pretendiendo, pero conocía muy bien la sonrisa tímida y falsa de su madre y las líneas de tensión en el rostro de su padre.

Desvió la mirada y también se levantó de la mesa.

Con los invitados distraídos, era un buen momento para buscar a Aspen, aunque sabía que lo mejor sería no tener ningún contacto con él. No obstante, Ce quería asegurarse de que estuviera bien.

Pero no lo encontró.

Buscó entre las mesas, en la pista de baile, entre los invitados, pero había desaparecido. Su corazón se desbocó, inquieto e inseguro. Estaba a punto de abandonar el salón, cuando lo vio entrar. Sus miradas se encontraron y Aspen acortó la distancia entre ellos, pero, en lugar de detenerse, deslizó una mano alrededor de su cintura y la llevó hasta la pista de baile. Tampoco opuso resistencia cuando empezaron a bailar. Ella lo miró.

—Subí a la habitación —dijo, respondiendo a las preguntas en sus ojos—. Todo está listo.

Su cuerpo se relajo y asintió. Aspen no agregó nada más, pero su semblante estaba cargado de emociones.

—¿Qué sucede?

Sus intensos ojos azules se clavaron en ella y Ce se estremeció. Sin importarle los invitados, la atrajo más cerca y se inclinó sobre su rostro. Creyó que iba a besarla y se sintió más agitada por esa idea que por el hecho de que sus padres pudieran verla.

—¿Estás segura de esto? —murmuró. La mano que sostenía la suya le dio un apretón—. De esta manera, expondrás a Rosie, y te expondrás a ti misma.

—Lo sé. —Y no mentía, Ce sabía que era la única opción—. Estoy preparada para eso.

Él asintió, pero aún había mucho en su rostro y en sus ojos, y Ce no se sentía capaz de ignorarlo.

—¿Hay algo más que quieras decirme? —preguntó, conteniendo la respiración.

Aspen sonrió con aquella sonrisa que siempre crecía lentamente en sus labios, suavizaba sus ojos y lo volvía completamente irresistible.

—Hay muchas cosas que quiero decirte —susurró y luego se detuvo, corrigiéndose a sí mismo—. No, hay muchas cosas que te he dicho y no has querido escuchar. —Su mirada era una confrontación, la retaba a negar que estaba mintiendo, pero sabía que él tenía razón.

La música terminó y Ce supo que tenían que separarse. Contempló a las parejas, que estaban dispersándose, y también se alejó, pero no antes de apretar su mano con fuerza.

—Cuando todo esto termine, espérame en el departamento —dijo antes de marcharse.

Regresó a la mesa y solo encontró a su padre; su madre estaba apartada, hablando con un par de reporteros. Ce se sentó. Aunque tenía la respiración un poco agitada, intentó actuar con tranquilidad.

Estaba distraída cuando su padre posó una mano sobre la suya. Al parecer le había estado hablando. Ella lo miró sorprendida. Él apartó su mano casi avergonzado. Ce sintió un nudo en la garganta.

—¿Qué estabas diciendo?

Su padre negó con la cabeza.

—No tenía importancia —respondió. Luego regresó la atención a su celular y la ignoró.

La última ronda de la subasta se inició y Ce no pudo evitar impacientarse. De pronto, le pareció que todo se volvía demasiado real. Fue muy consciente de la presencia de sus padres, de los reporteros, de Eli, de su venganza...

Podría decir que tenía miedo, pero sería una mentira. No tenía miedo. No podía tenerlo cuando estaba muy cerca de probar que todos se habían equivocado con Eli, que todos se habían equivocado con Rosie.

Cuando llegó el momento del discurso final, Ce estaba más que preparada para escucharlo. La madre de Eli dijo unas breves palabras, pero luego toda la atención cayó sobre Eli.

En medio de una ronda de aplausos, subió al escenario y se colocó detrás del atrio. Una sonrisa nació en sus labios y esperó hasta que los aplausos se fueron apagando; parecía un político preparándose para dar el discurso de su vida. A Ce le pareció el momento de la calma antes de la tempestad.

El salón se quedó en silencio y, entonces, Eli continuó. Su voz era suave y profunda, y con su porte elegante y distinguido, tenía cautivadas todas las miradas.

—Nuevamente quiero agradecer a todos por habernos acompañado esta noche. Mi familia y yo continuamos haciendo esta grandiosa obra porque sabemos que siempre contaremos con su apoyo para ayudar a los que más nos necesitan; en este caso, a las personas con enfermedades mentales.

Hubo otra ronda de aplausos.

—Este año, tengo el honor de decirles estas últimas palabras, y me siento muy feliz por ello porque tendré la oportunidad de hablar sobre una mujer que quizá no todos conozcan, pero que era una maravillosa persona: Rosie Carlson.

Más aplausos.

—Rosie no solo fue mi mejor amiga, sino mi primera novia, mi prometida y el amor de mi vida —Eli hizo una pausa. Su rostro se contrajo con una expresión de gravedad y pura tristeza—. Muchos de ustedes quizá no lo sabían, pero Rosie lidió por muchos años contra sí misma, contra su salud mental y los problemas que la enfermedad traía a su vida. Cuando la conocí, me enamoré perdidamente de ella, y desde entonces decidí quedarme a su lado y apoyarla. Rosie odiaba su enfermedad, se culpaba por ello, pero yo nunca pensé en ella como una persona enferma. Nunca la juzgué, solo la amé.

Ce tragó con fuerza y una lágrima se deslizó por su mejilla, pero no era a causa de aquel discurso tan conmovedor que se estaba fijando en la mente de todos y agrandando el engaño, sino por que Rosie le dolía en cada respiración, en el recuerdo de no haber podido salvarla.

—Amaba tanto a Rosie que rompió mi corazón cuando tomó la fatídica decisión de terminar con su vida. Me sentí desolado, perdido y devastado luego de su partida. Sentía que no podía continuar con mi vida. Y entonces se me ocurrió la idea de hacer esto por ella. Si no pude ayudarla, entonces podría hacerlo por otras personas. Esta noche, todos estos meses después de su muerte, creo que tomé la decisión correcta. Y creo que, si ella pudiera estar aquí, también sería muy feliz porque....

El murmullo de conversaciones se inició desde la parte posterior y se expandió como una plaga rápidamente. Ce sabía lo que significaba.

«Lo siento, Rosie, por todo y por esto».

La pantalla en su mesa se apagó y, cuando volvió a cobrar vida, había nuevas fotografías, videos y audios. Estaban en todos los dispositivos y pantallas, incluso en el monitor central del escenario. Los números de la subasta fueron reemplazados. Ahora Rosie estaba allí, y Eli también.

La verdad se esparció como pólvora.

Vera había hecho un maravilloso trabajo. Había conseguido hackear todo el sistema.

Ce levantó el rostro y se encontró con la mirada silenciosa de su padre. Ella no intentó ocultar la verdad de su rostro.

El caos se armó en un segundo cuando la prensa se involucró.

Cayeron como buitres sobre la mesa de los Thomas, sobre Eli atónito en el escenario, y sobre ellos. Su madre soltó un grito, sorprendida. Su padre se levantó, al mismo tiempo que los Kroos se abrían paso entre los invitados y los reporteros.

Ce cruzó miradas con Kylian unos segundos antes de que él la ayudara a levantarse y a evadir la multitud.

Y así la cena se acabó.

Ce no pudo ver nada más; ni a Aspen, ni a Eli o al resto de su familia.

Los Kroos los sacaron del salón con la prensa pisándoles los talones. Ce entrecerró los ojos para que los flashes de las cámaras no molestaran su vista. Escuchó palabras sueltas y preguntas inconclusas. No necesitó que Kylian le dijera que no respondiera, ella lo sabía perfectamente. Lo que Ce había conseguido allí dentro no solo era armar un escándalo entre familias y miembros de la sociedad elitista de Chicago. Al involucrar a la prensa, había involucrado también a la policía.

Cuando llegaron a la salida del hotel, ya había autos esperándolos. Su padre se marchó en el primer coche, seguido por otro con seguridad. Ce se subió con su madre en el siguiente; Kylian decidió irse con ellas.

El auto arrancó y el silencio inundó aquel pequeño espacio. El panel oscuro que separaba la parte frontal y posterior del auto estaba levantando y, quizá por ello, su madre decidió romper el silencio:

—Tu lo hiciste, ¿verdad? —dijo su madre—. ¿Tu planeaste todo esto?

Había más que acusación en su voz, pero Ce ni siquiera se inmuto. Así como tampoco se preocupó en mirarla.

—Solo dije la verdad. Alguien tenía que hacer justicia.

El silencio se volvió más tenso.

—¡Eres un monstruo! —la acusó.

Ce frunció el ceño y su sangre se agitó. Sin remedio, sus ojos se entrelazaron.

—¡Eli es el monstruo! —sentenció con frialdad—. ¡Despierta, mamá! ¡Él nos engañó a todos!

—¡Pero no tenías que exponerlo así! ¿Te imaginas lo que dirán de nosotros? ¿Te imaginas como nos tratarán ahora? —Había genuina preocupación en su voz. Su rostro estaba fruncido y contrariado—. ¡Casi había convencido a la revista People para que nos diera una portada, pero con este escándalo, eso jamás va a suceder!

Ce la observó incrédula y sintió cómo su genio se encendía.

—¿Acaso te estás escuchando? ¿Podrías solo por un momento dejar de hablar de ti? ¡Esto es más grande que tus estúpidas necesidades y que ese maldito mundo de mierda, hipócrita y corrupto al que perteneces!

—¡No me insultes, no tienes derecho a hacerlo! ¡Y tampoco tenías derecho a actuar por tu cuenta! ¿Por qué tenías que hacerle eso a los Thomas? ¡Son casi como nuestra familia!

—¡Porque Eli asesinó a Rosie! —gritó Ce, furiosa—. ¡Viste el video! ¡No puedes negarlo!

—¡Tu hermana estaba enferma! —la contradijo.

—¡Porque él la envenenó hasta matarla!

Su madre negó con la cabeza. Parecía desquiciada; sus ojos estaban agrandados y oscurecidos.

—¡No tienes pruebas de eso! ¡Pudiste falsificar ese video! ¡Quizá estabas celosa de él, de la relación que tenía con tu hermana, y por eso hiciste esto! —la acusó. De pronto, soltó una exclamación como si hubiera descubierto algo terrible—. ¡Tal vez estás tan loca como tu hermana! ¡Siempre fueron iguales! ¡Siempre quisieron arruinar mi vida! ¡Y lo consiguieron! ¡Las dos...!

Su mano actuó casi por voluntad propia y se estrelló contra el rostro de su madre con fuerza. Fue una bofetada que Ce llevaba años conteniendo, que intentaba hacerla despertar.

—Es todo, madre. Di todo lo quieras, grita todo lo plazca, pero no me arrepiento de nada.

Ambas se quedaron en silencio. Ce intentó recuperar el aliento.

Y entonces sucedió el choque.

El impacto fue poderoso e inesperado. El sonido fue aún más aterrador. El auto patinó sobre el asfalto, con movimientos bruscos y desenfrenados, hasta que se volcó y dio vueltas sobre la calle. A Ce le pareció que todo se movía en cámara lenta. Escuchaba gritos, pero no podía gritar. Sentía su corazón latiendo, pero no podía respirar.

Su cuerpo se sacudió hacia los lados y su cabeza chocó con el cristal de la ventana. Las astillas de vidrio cayeron como una lluvia sobre su rostro mientras intentaba sostenerse de algo, pero sus dedos no encontraron nada, y luego dejaron de obedecerla.

Todo se oscureció.

El tiempo le pareció inexistente.

Cuando logró reaccionar y abrió los ojos. Estaba de cabeza. Su cuerpo apenas se mantenía sujeto por el cinturón de seguridad. Algo húmedo y espeso resbalaba por su rostro. Ce probó la sangre en sus labios e intentó moverse, pero estaba atrapada. Giró el rostro y vio a su madre; también estaba sujeta por el cinturón, pero no se movía.

Ce volvió a cerrar los ojos, aturdida. Había un zumbido en su cabeza que no se detenía. Su cuerpo estaba entumecido y su visión un poco borrosa.

«No voy a morir. No aquí».

Ce vio que unos zapatos se acercaban a ella antes de poder escuchar algún sonido. Quiso estirar la mano y pedir auxilio, pero no logró moverse. De repente, los pasos se detuvieron junto a su ventana destrozada, y alguien se agachó frente a ella.

Un hombre. Un Kroos.

Pero su mirada se aclaró lentamente, al mismo tiempo que un rostro desconocido le sonreía y rociaba un spray en su cara. Y entonces todo se apagó.  

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