014. una mala persona
Harry acarició mis mejillas, hundiendo sus manos en mi cabello. Sonreímos a la vez y se acercó a darme un beso en la nariz y luego bajó hacia mis labios, empezando un beso muy lento y suave. Reí levemente y mordí su labio inferior. Me senté sobre él enredando mis piernas alrededor de su cintura. Poco a poco me acostó en el colchón, poniéndose sobre mí. Harry volvió a sonreír y se separó poco a poco de mí.
— Ahora es tu turno.
— ¿Vas a masturbarme? – sonreí.
— Eso no – carcajeó –. Bueno, sí. Pero tienes que contarme sobre tu vida.
— Pero si ya sabes mucho sobre mí... Venga, masturbame.
— Vale, vale... – Harry poco a poco hundió dos de sus dedos en mi húmeda entrepierna.
— Joder... – exclamé.
— Venga, rubia... cuéntame.
— No soy como tú, Harry... no creo que pueda concentrarme y hablar sobre todas las desgracias de mi vida mientras estas masturbándome.
— Entonces paro...
— No, no, no... no puedes parar ahora, por Dios...
— ¿Quieres que vaya más rápido, cariño...? – susurró sobre mis labios.
— ¡Sí!
Harry aceleró el ritmo de sus dos dedos considerablemente, añadiendo a éstos su pulgar, acariciando poco a poco mi clítoris. Mis piernas empezaron a temblar, anticipando un gran orgasmo. Harry realmente sabía como satisfacer a una mujer. Poco a poco descendió por mi cuerpo hasta sustituir su pulgar con su lengua. Mis ojos debieron hasta ponerse en blanco cuando mi respiración se cortó al sentir cómo Harry succionaba, desatando mi orgasmo. Di un pequeño grito y mi cuerpo se zarandeó y jadeé empujando a Harry para poder tomar un respiro. Harry rió, pasando el dorso de su mano para secar sus labios y su barbilla.
— No has tardado mucho, ¿no? – carcajeó.
— Joder es que con la lengua que tienes... ni el satisfyer.
— Lo tomaré como un cumplido – río de nuevo.
— Necesito un momento.
— Claro. ¿Quieres agua? – dijo, dándome un corto beso.
— Ay... ¿no habrá algo de vino en el minibar?
— ¿Seguro que quieres más? Te has tomado la botella de antes prácticamente entera.
— No eres mi padre, Harry.
— Está bien, está bien.
Se levantó para ir al minibar de la habitación, volviendo unos segundos después con una pequeña botella de vino blanco. Me la lanzó y yo la atrapé en el aire. La abrí para darle un largo trago. Harry volvió a sentarse junto a mí en la cama. No sé cómo pero me cargó en brazos para sentarme sobre su regazo. Reí y acaricié su mejilla. Apoyó su espalda en la pared y yo apoyé mi cabeza en su torso. Harry me abrazó y me balanceó suavemente de lado a lado.
— Oye... me gusta mucho estar contigo, rubia.
— Sí, yo también estoy muy cómoda contigo la verdad.
— ¿Eso es una declaración de amor?
— Más te gustaría – reí.
— Eres mala persona.
— Puede ser.
— Era broma, tonta.
— No lo sabes, realmente.
— No creo que seas una mala persona.
— Sigue pensando eso – sonreí tristemente –. Debería irme. James llegará de su despacho dentro de poco... – murmuré, levantándome de la cama.
— Hey, hey... no... – susurró él, agarrando mi muñeca – ¿por qué no te quedas un poco más?
— No es buena idea – negué con la cabeza –. Además, tengo ganas de ver a James.
— Ah... bueno, está bien... si eso es lo que quieres...
— Sí. Gracias por entenderlo.
Se me encogió un poco el corazón al ver lo triste que Harry estaba, aunque intentara disimularlo podía verlo en su rostro. Sonreí levemente, haciéndome la fuerte, como siempre. Me agaché para darle un corto beso en los labios y me separé de él de nuevo. Fui hacia donde estaban mis bragas, poniéndomelas de espaldas a Harry. Luego me puse el elegante conjunto de Chanel que Erika me había dado aquella mañana. Tras eso, fui al cuarto de baño, donde arreglé mi maquillaje como pude y me peiné. Por último fui a buscar mi bolso y las bolsas con la ropa y accesorios que había comprado aquella mañana.
— ¿Nos vemos mañana? – preguntó Harry, mientras yo iba hacia la puerta.
— No lo sé... te llamo.
— Vale – murmuró –. Adiós, Winter.
— Adiós, Harry – sonreí.
Tuve la tentación de girarme, mirarle, sonreírle y acercarme para darle un beso y quedarme un rato más junto a él. Pero cuando le abrazaba podía notar como su corazón palpitaba más rápido de lo normal, y cuando me miraba sus pupilas se dilataban levemente, lo suficiente para que pudiera notarlo. Y yo siempre hacía aquello. Encontraba a un buen chico -o decente, al menos–, hacía que se enamorara de mí para luego decirle que yo no sentía lo mismo... que lo único que había buscado era el cariño que tanto me había faltado toda mi vida. Y aquello no era justo, ni para ellos ni para mí. Porque ellos acababan con el corazón roto, y yo con un gran sentimiento de culpa. Aunque intentara convencerme de lo contrarío, de que yo no había hecho nada malo, de que ellos sabían que yo no quería nada serio, que tan solo quería algunas noches divertidas... en el fondo sabía que sí era mi culpa.
Y no podía hacerle aquello a Harry. Si seguía viéndole, si seguía enamorándole, él terminaría rompiendo su matrimonio, o quizás Erika nos descubriría antes de darle la oportunidad, le arruinaría la vida, y echaría por la borda todo aquello por lo que él había luchado tanto... para que yo terminara abandonándole en cuanto me encaprichara con otro chico. No era justo para él, ni para Erika, que aunque fuera insoportable, también era muy buena. Y, por supuesto, no era justo para James, que me estaba ayudando, sin buscar nada a cambio, que me había abierto las puertas de su casa y de su vida sin siquiera pensárselo. Muchas veces me había preguntado qué había en mí que provocaba aquella reacción en los hombres. Por qué ansiaban más y más de mí. Por qué hacían lo que yo les pidiera sin siquiera cuestionarlo. Tan solo necesitaba un par de aleteos de pestañas para conseguir lo que quisiera de cualquier hombre, y era ridículo. Sin embargo, ya lo había tenido suficientemente difícil como para no aprovechar aquello que se me había entregado en bandeja de plata. Si tenía aquel algo que hacía que los hombres quedaran hechizados conmigo... ¿por qué no iba a usarlo? Sería estúpida si no lo hiciera. Pero debía aprender a dibujar la línea entre conseguir lo que quería y romperle el corazón a alguien más. No necesitaba a ningún chalado más siguiéndome, presionandome a volver con él.
Al llegar al apartamento de James agradecí que él no hubiera llegado todavía, ya que necesitaba darme una ducha, o sino seguro que sería capaz de captar o el olor al perfume de Harry por todo mi cuerpo, o el impregnante olor a feromonas después de todo el sexo que habíamos tenido. Así que una vez en la ducha, me froté a consciencia el cuerpo con la esponja cargada de gel, para hacer desaparecer tanto el olor como la memoria de los dedos de Harry recorriendo mi piel, que todavía sentía cuando cerraba los ojos.
Poco después, ya estaba en el sofá, con una taza de café negro, vestida con una de las anchas camisetas de James. Escuché la puerta abrirse, pero no me moví, seguí dando pequeños sorbos a mi café hasta que James vino al salón, dejando su maletín sobre la baja mesa que había frente al sofá y acercándose a darme un beso en la frente.
— Hola, preciosa.
— Hola, James. ¿Qué tal tu día? – dije, forzando una sonrisa.
— ¿La verdad...? Te echaba de menos... – susurró, acariciando mi brazo antes de sentarse a mi lado – No podía dejar de pensar en ti.
— James... – suspiré.
— Sé que quieres tomarte las cosas poco a poco... pero...
— No sigas esa frase.
— Quiero que seas mi novia, Winter.
— James...
— Me tienes loco... – suspiró – No puedo sacarte de mi cabeza.
— Si de verdad quieres una relación conmigo... tienes que saber la verdad sobre mí, James.
— Cuéntamela.
— Seguro que hace que huyas.
— No hay absolutamente nada en el mundo que me haría huir de ti, Winter.
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