Mil facetas

—¿A qué hora sales de tu hoyo, mi amor? —pregunté coqueto sin miedo a que alguien me escuche.

—Esperaré quince minutos más a ver si alguien viene a reclamarme por su nota, cariño —su respiración hacía notar un aire de nerviosismo —, ¿crees que alguien venga?

—No lo sé, ¿cuál fue la mínima nota que colocaste?

—Fue tres —suspiró —. No entiendo como alguien puede tener tantas faltas al momento de escribir... ¿qué le cuesta poner tildes?

Reí mientras me dirigía al salón de Gabriel.

—Te espero afuera, ¿de acuerdo?

—Absolutamente.

Al quedarme afuera mandándole mensajes me encontré con varias personas, las cuales tenían miedo de entrar al salón, ¿tan intimidante era Gabriel? ¿O sería que ya me había acostumbrado a él que no causaba terror en mí?

Poco a poco las personas se iban yendo, no se atrevían a entrar, yo me quedaba feliz porque así nadie le robaría el tiempo a mi hermoso Gabriel Mercer.

—¿Debería entrar? —detrás de mí preguntó Ulises.

Volteé a mirarlo, estaba devastado por su nota.

—Depende, ¿cuál fue su explicación para bajarte puntos? —pregunté como si me hablara a mí.

—No poner nombre.

—¿Cuánto te bajó? —pregunté intentando tomar su trabajo.

—Cinco malditos y mal nacidos puntos —se moría de rabia al decirlo —, ¿crees que haya sido por lo que le dije?

—Lo dudo, es tu punto de vista —levanté los hombros —, creo que sí deberías entrar.

Al mirarme rió por lo que había dicho, no lo veía gracioso.

—Me da miedo, siento que me tratará como la basura que cree que soy —suspiró.

—Él te trata como lo que tú crees que eres.

—¿Entro?

—¿Qué le dirás?

Eso era lo más importante, o acrecentaba el fuego de Gabriel Mercer o lo apagaba como un bombero experto, probablemente Ulises por ser como era lo acrecentaría más.

—Pues —mordió su pulgar —, que no es justo.

—Será para que te patee y te haga llorar —reí —mejor dile lo que te voy a escribir, te voy a dar la fórmula secreta para ganarte a Gabriel Mercer —dentro de mí reía —, solo debes estar arrepentido o al menos parecerlo, ¿aceptas? —escribía en un papel apoyándome en la pared.

Ulises asintió y sin nada de delicadeza, arrancó el papel de mis manos.

—Esto —señaló el papel y rió —suena marica.

—Es la única manera...

Ulises contó hasta cinco, intentó provocarse el vómito para tener los ojos cristalizados y entró al salón donde Gabriel Mercer estaba. Yo entré oculto por detrás para que ni él ni Mercer se dieran cuenta de mi existencia en la sala.

—Buenas tardes, profesor —dijo inseguro la palabra profesor.

Gabriel levantó la mirada arrogante y se dio cuenta de que era Ulises, sonrió de oreja a oreja, se quitó los lentes y cruzó los brazos.

—¿Cuál es tu reclamo? —preguntó mirando a otro sitio.

—En realidad...

—No tengo todo el tiempo del mundo —lo calló —, al grano.

—No le vengo a reclamar por mi nota, ni mucho menos vengo a reclamarle algo —sonaba arrepentido —vengo a disculparme con usted y si se puede con su clase porque le he faltado el respeto y le he arrebatado la dignidad a las personas criticándolas de manera desmesurada —suspiró —admito mi error y en este poco tiempo, quizá por las malas, he aprendido lo que es valorar a cada persona que existe en el mundo —ya estaba dramático —o al menos en la clase —hizo su cabello para atrás —, por favor discúlpeme si ofendí alguna de sus enseñanzas, me arrepiento mucho.

Gabriel estuvo pasmado por unos minutos, nunca se habría imaginado a Ulises ofreciendo disculpas de esa manera. Por último, Ulises se arrodilló ante Gabriel Mercer y comenzó a llorar ofreciendo disculpas una y otra vez.

—Niño —lo agarró de la cabeza —, no te humilles tanto, creo que fue suficiente.

Gabriel me vio y con sus labios dijo "fuera", negué rotundamente con la cabeza y suspiró.

—Bueno —se paró —, muchas gracias.

Ulises caminó hasta la puerta y Gabriel lo detuvo.

—Si es que en realidad estás arrepentido por todo lo que dijiste —suspiró —hoy has ganado muchas cosas, incluyendo que solo te baje dos puntos por no colocar nombre, tu trabajo se me hizo muy interesante por lo que tienes ocho, ya no cinco —sonrió —y tu otra compañera que sacó tres...tiene seis y ya no tres, avísale y anda con Dios.

Ulises se fue del salón contento y yo salí solo para que me diera las gracias aprovechando que Gabriel Mercer ordenaría todas sus cosas para irse.

Cuando Ulises me vio corrió a estrujarme hasta levantarme.

—Te pasaste, bro —sonrió —muchas gracias, te daré lo que quieras.

—Luego te digo lo que quiero —susurré porque Gabriel Mercer estaba saliendo.

Lo seguí y salimos juntos de la escuela, él solo era un sustituto por lo que no era necesario que se quede hasta las cinco de la tarde como los demás. Yo caminaba posicionando mis manos en los tirantes de la mochila que recaían sobre mis brazos y trataba de caminar erguido para no verme tan pequeño a su lado, y él caminaba de manera elegante con el maletín negro de cuero cuya correa pasaba por su cuello y sus manos reposaban en sus bolsillos como si ocultara algo. Aunque tenía su compañía me sentía muy solo, Gabriel Mercer no me dirigía la palabra, ¿estaba molesto conmigo?

Lo siguiente que Gabriel hizo fue extraer un cigarrillo de uno de sus bolsillos y del otro un encendedor, sin embargo, no prendió el objeto de nicotina, solo lo dejó entre sus labios como si fuera lo más normal del mundo.

—Pareces asustado —habló con el cigarro entre su boca —, ¿pasa algo?

Inmediatamente me sonrojé y evité mirarlo, ¿yo? ¿Algo pasaba conmigo?, si yo era el raro... ¿él qué sería?

—¿Quieres contaminar tus pulmones un rato? —preguntó agitando el encendedor con una sonrisa atrevida.

—Pensé que al fumar no te contaminabas tanto, al menos no como un fumador pasivo.

—Te pregunté si querías ser un fumador pasivo —suspiró —, debido a que no sabes fumar.

Levanté los hombros como si no me importara y seguimos caminando. Llegamos hasta un parque, cuya vereda era muy alta. Los dos nos sentamos ahí como si el tiempo no corriera y esperé a que Gabriel pusiera un tema de conversación.

—Hoy fue un día muy extraño para mí —prendió el cigarrillo —, quizá con extraño me refiero a malo —sus ojos se cristalizaron.

—No siempre salen bien las cosas...

—No es que no me hayan salido bien las cosas —bajó la mirada y expulsó el humo —, sino que me gustaría poder complacer a todo el mundo pero no puedo, estoy consciente de que cada persona es un mundo diferente, y como cada uno de estos...tiene un vacío —apoyó los codos en sus piernas —y me gustaría poder llenar ese vacío que muchos poseen, admitiendo que algunos son más grandes que otros, pero no puedo, me siento muy impotente.

—Gabriel —acaricié su espalda para que me mirara —, te va a parecer muy feo lo que te voy a decir —suspiré —, pero a veces debes ser egoísta, no dejes que esos vacíos y esa gente tan horrible te afecte, ¿te sientes impotente? La única manera de no sentir nada es que no te importe, ¿por qué te importan unos mocosos que no conocen la vida?

—Porque recién la están empezando, porque muchos me recuerdan a mí.

Volteé mis ojos, quizá parezca una persona horrible pero era muy tonto preocuparse por alguien que ni si quiera conocía.

—Me odio porque me importa en cierto grado —una lágrima vacía cayó de sus ojos.

—Mierda, a veces me dan ganas de golpearte.

—¿Quieres golpearme porque lloro? —rió con sus ojos vidriosos.

—No —respondí escandalizado —, quiero golpearte porque eres muy bueno y dedicas eso a personas que no valoran nada, ¿te refieres a los chicos de mi clase? Porque si es así haré algo al respecto, me llena de rabia que llores.

—Hoy he aguantado muchas cosas —hizo una mueca —, quizá no sirvo de profesor sustituto porque al final todo termina explotándome por dentro.

Yo estaba completamente indignado, ¿quién demonios había hecho que Gabriel piense así?

—¿Bromeas? —reí —eres el mejor del mundo.

Alguien como Mercer necesitaba muchas veces de esas palabras, de esas que aunque muchos se las repetían una y otra vez, solo las valorarían y les gustaría escucharlas del aliento de una sola persona. No sabía si era única persona que Gabriel Mercer quería oír era yo, pero de todas formas se lo dije, y no porque él lo necesitara...sino porque yo necesitaba decírselo, porque yo también exploto por dentro a veces y necesito liberar tensión diciendo cosas que pienso y porque lo amo, lo amaba.

—Mi "profesor" sustituto favorito —revolví su cabello y reí.

—Odio ser tu profesor —tomó el cigarro con sus dedos —, odié mucho mirarte hoy directamente y no poder besarte...por cierto, tengo una pequeña duda existencial con respecto a ti.

—Dime.

—¿Por qué te sientas al frente del pupitre del profesor? —preguntó un poco molesto.

—Es una explicación muy estúpida con un gran motivo —sonreí inocente —; primer motivo: este año me propuse sacar buenas notas y si se puede...un mérito de primer puesto.

—¿Y eso qué tiene que ver? —tomó un papel y enrolló la colilla del cigarro.

—Me distraigo mucho, créeme que mis notas siempre fueron un asco por sentarme atrás —apoyé mis manos en el pasto —y la segunda razón es porque si quiero ganarle al enemigo debo de usar la misma arma pero mejorada al cien por ciento.

—Explícame eso.

—Me he dado cuenta en todos estos años estudiando en esa maldita escuela que los lame medias sacan buenas notas —lo miré —y no estoy convirtiéndome en uno, solo estoy siendo simpático con los profesores, ¿puedes creer que en mi boletín anterior de calificaciones salí en el cuarto puesto?

Gabriel aplaudió feliz y me sonrió con mucho amor, sabía que me costaba sacar buenas notas aun cuando todo estuviera arreglado y comprado.

—Eso amerita un buen trago.

—Gabriel —negué —, eso fue el mes anterior.

—Pero nunca me lo dijiste —levantó su mirada.

—Quería darte la buena noticia cuando antes de vacaciones de medio año saque el primer puesto.

—Será tuyo, he visto que te has esforzado —sonrió como si en realidad lo supiera.

—Sí, claro —dudé.

—Por supuesto, mi pequeño Ariel —se apoyó en mi hombro derecho —, toda la mañana me la pasé buscando tus notas a ver qué tan bien estabas y me di con la sorpresa de que tus calificaciones eran casi perfectas, amerita un buen trago.

Dejé caer mi rostro sobre mis manos las cuales descansaban en mis piernas y comencé a reír, un buen trago decía.

—Según tú —levanté mi cabeza para mirarlo —, ¿qué es un buen trago?

Gabriel sonrió sensualmente y dijo que dentro de diez minutos nos viéramos en la casa abandonada: él llevaría la bebida y yo las copas.

Busqué dos copas decentes e iguales para que se viera elegante y cuidadosamente las metí en una bolsa para no andar caminando mostrándolas.

Cuando llegué, ya la ventana tenía vestigios de su entrada y al entrar él estaba en el piso sentado revisando el pequeño maletín de cuero.

—Dime un número del uno al tres —dijo Gabriel sonriente.

Hice un dos con mis dedos y esperé su reacción frente mi elección. Gabriel rió internamente, extrajo una botella con agua tibia y dos sobres de café con crema.

—¿Café en copas? —levanté mi ceja ante el descubrimiento del número dos —¿qué sigue? ¿Vino en tazas?

Gabriel volteó los ojos y comenzó a mezclar el café.

—Pensé que te gustaba el café.

—¿Elegí la mejor opción?

—¿Te gusta el jugo en caja? —preguntó divertido.

—Solo si es de naranja —esperé una respuesta —con gajos —hice otra pausa porque su rostro me afirmaba que el número tres o el uno era eso —, olvídalo, prefiero brindar con café —sonreí —se ve más maduro.

Hacía mucho que no bebía café. Sí, Gabriel influía mucho en mi comportamiento; sí, dejé el café solo para complacerlo y también para que mis dientes regresaran un poco a su color original. Por lo que esa copa de café fue tan gratificante para mí que lo sentía como si fuese alcohol, o más bien como si hubiera estado en un desierto por mucho tiempo y esa fuera la gota de agua que necesitaba para tener fuerzas y vivir, así era el café para mí, un mundo. Podía admitir que beber café era como amar a Gabriel Mercer: adictivo, placentero, gratificante, fantástico y todos los adjetivos buenos que puedan existir. Al ver el café en la copa transparente sabía que sentir el café con mis papilas gustativas era como inundarme en los ojos de Gabriel, aunque cuando los veía más bien pensaba más en la infusión de manzanilla que en el café cargado.

—¿En qué piensas, pequeña criatura? —preguntó Gabriel tocando mi frente.

—En —callé, no quería subir su ego —que tú no bebes café.

Gabriel sonrió solo con sus labios, sus gestos corporales eran claves para que yo sepa que él se había dado cuenta de mi mentira.

—No es que no me guste —movió la copa de un lado a otro —, no me gusta exceder con mis adicciones, me hacen débil —bebió un sorbo —ahora es tiempo de los cigarros, además...haría lo que sea por ti, ¿aún no lo comprendes, dulzura?

—¿Lo que sea? —bebí un sorbo corto y rápido —Me pregunto si algún día, no muy lejano, estemos en una cama...bebiendo café como una buena pareja con futuro, ¿qué opinas?

Gabriel rió e ignoró mi comentario, saboreó el café y me dio un beso en la mejilla como para que yo también lo olvidara.

—El café no estuvo nada mal —comentó Gabriel.

Y yo también noté que había evadido uno de mis comentarios. Usualmente en una relación estable y normal, por así llamarlo, se habla sobre el futuro: la convivencia, las actividades que harán juntos, lo que comerán, las películas que verán en los tiempos libres...pero no, a Gabriel Mercer le espantaban los compromisos o más bien le espantaba el futuro y mi gran error fue pensar que podía luchar contra sus traumas y sus monstruos internos.

—Ahora que lo pienso —bebí la copa completa —necesito alcohol.

—¿Con la cafeína no es suficiente?

Negué y comencé a rebuscar sus bolsillos traseros.

—¿Planeas abusar de mí o quitarme la billetera para comprar alcohol? —tomó mis dos muñecas y me detuvo —si hay cafeína no hay alcohol, eso podría deshidratarte y mañana tienes clases.

Besó mis muñecas y me soltó de inmediato. Maldito Mercer, siempre tan correcto, siempre tan aferrado a las reglas, siempre tan...diplomático.

—Entonces solo dame tu billetera —extendí mi brazo —sabes que me encanta revisar cosas.

Gabriel suspiró profundamente y me entregó su billetera, esta tenía varias cosas: tarjetas negras, identificaciones, boletas de pagos con las tarjetas negras y como era de esperarse...una estampita de un santo, pero no de cualquiera, sino de San Judas Tadeo...santo de las causas perdidas.

—No me mires así, Ariel —dijo cuando vio mi expresión al encontrar la estampa —, mi padre me la dio —pasó sus dedos por sus sienes —. Ariel —dijo exasperado —, no saques la estampa.

A pesar de su lenguaje corporal igual saqué la estampa, algo singular de estas era que a veces tenían oraciones y yo, con curiosidad como siempre, quería leerla. Sin embargo, al sacar la estampa, observé una foto extraña detrás y también decidí sacarla. Era una foto mía durmiendo, al parecer sí usaba la cámara que le regalé por su cumpleaños.

—Además de ser una causa perdida también eres un acosador —levanté la foto como prueba del delito —está bien que no hagas ruido al entrar en un lugar y eso, pero no puedes andar como un paparazzi por la vida tomándome fotos, y peor es si estoy durmiendo.

—¿Solo puedo tomarte fotos cuando estás despierto? —preguntó arrebatando la foto.

—Ni eso, deberías avisarme —bufé —, es...raro.

—Es que le quitarías la naturalidad a la foto.

—Digo...tienes buen ojo y todo —me apoyé en su hombro —pero no hagas eso, ¿tienes más?

Sus ojos brillaron y sacó su celular para mostrarme varías fotos en donde yo sonreía naturalmente, las fotos no eran malas...es decir, para ser mías eran perfectas, yo siempre salía mal en las fotos hasta que Gabriel me mostró todo eso.

—Me gusta esa —señaló —, me encanta como es que la luz natural del sol te favorece tanto, genera una sombra linda en tu rostro y lo resalta más por lo que lo primero que miras en la foto son tus rasgos —sonrió —principalmente los que van desde tu frente hasta tu clavícula, pasando por tus pómulos llenos de lindas pecas.

Y así me fue describiendo un montón de fotos que le gustaban de mí; que mis ojos, que mis labios, que mis mejillas...que todo mi rostro era perfecto para él, solo lo escuchaba aunque sabía que no era cierto. Mis ojos solo tenían un color bonito y nada más, mis labios eran secos y pequeños, mis mejillas...no resaltaban tanto porque mi rostro es un tanto escuálido, ¿qué de atractivo tenía un chico pelirrojo y desabrido? Solo Gabriel Mercer podía responder a eso, solo Gabriel Mercer podía hacer que florezcan rosas en el desierto.

—Oye, Mercer —interrumpí sus abultadas descripciones —, está oscureciendo, ¿no deseas ir a mi casa a disfrutar de unas galletas?

¿Y qué clase de persona se negaba unas galletas?, Gabriel Mercer era extraño pero no se negaba a los dulces jamás, y menos si tenía mi compañía en una noche desolada y triste de luna nueva.

Caminamos hasta mi casa y entramos escalando por el árbol gigante, me gustaba más que entrar por la puerta, además... ¿para qué entrar por la puerta? Prefería distraerme salvando mi pellejo en el árbol que fingir mirar a mi madre como si no pasara nada con mi padre.

—Mañana hay clases —dijo Gabriel.

—¿Y? Quiera o no siempre asisto —me recosté en la cama —, más ahora que hay un sustituto guapo al que me encanta mirar cuando finjo ir al baño.

—A mí ya me gustó ir —se recostó a mi lado —, más aún porque los de primer año me dan manzanas verdes, y también porque me gusta ver al chico de cabello rojo que cursa el último año.

Él se acercó mucho más a mí y comenzó a acariciar mis labios con sus pulgares como una antesala a un gran beso, sonreía mientras me miraba directamente a los ojos y susurraba que me amaba, ¿cómo no creer en sus palabras si me las decía de una manera tan hermosa?, si acariciaba todo mi rostro para finalmente acercarse a mis labios y rozarlos con los suyos ocasionando que dentro de mí haya una explosión de emociones resumidas en éxtasis y pasión, si con su tacto hacía que se me revuelva el estómago haciendo que las famosas mariposas se liberen, si con sus besos me llenaba de excitación y de amor...porque nosotros no teníamos sexo, porque yo pensaba que hacíamos el amor.

—Deberías dormir —besó mi puntiaguda nariz —es tarde.

—Tiempo atrás me contaban historias de amor para dormir...

—¿Qué haré contigo? —rió y suspiró, lo único que tenías que hacer, querido Gabriel Mercer, era complacerme —Amor, ¿verdad? —esperó a que asintiera y nos escondimos debajo de las sábanas —no sé tantas historias... ¿te molestaría que fueran mitos griegos?

—No soy amante de los griegos —pensé —pero si me das una breve explicación de lo que me contarás no tengo ningún problema, de paso que me ubico un poco.

—Hay un mito que trata sobre Perséfone y Hades, es...

—¿Se amaban? —interrumpí.

Gabriel hizo una mueca y siguió pensando.

—Hay otra de Apolo y Dafne, interviene Eros...

—¿Eros? —pregunté levantando una ceja.

—Más conocido como Cupido hablando de romanos —explicó —, ¿sabías que algunos pensaban que él era el encargado de unir a dos hombres? ¿Y sabías que podía hacer que las personas se enamoren, pero él no podía enamorarse?

—Creo que sí sé esa historia —tomé sus manos —, pero no se amaban, todo fue parte de la venganza de Eros.

Gabriel dejó de mirarme para ponerse recto como un tronco en la cama, pensaba dirigiendo la mirada al techo blanco.

—Y... ¿conoces a Ganímedes? —preguntó sonriendo.

Negué con la cabeza.

—Pues —apoyó su cabeza pasando sus manos por detrás —, se dice que un día Ganímedes estaba en un monte con sus ovejas y Zeus lo raptó porque quedó impresionado por su belleza.

—Espera, espera —lo callé —. Primeramente, Zeus siempre se coge a todos; y segundo...Ganímedes es hombre y Zeus también...pero Zeus es mucho mayor, es como pedofilia.

—¿No que no sabías de griegos? —preguntó ofendido.

—O sea sí, pero no —suspiré —por ejemplo, jamás había oído de ese del que me hablas.

—Continuando...lo raptó y le encomendó el puesto de copero del Olimpo —volvió a mirarme —participaba de orgías y eso...

—En conclusión —interrumpí de nuevo —es el amante gay de Zeus.

—Hay dos versiones de la historia, no soy muy buen narrador —pasó su brazo detrás de mi espalda y me apegó a él —la primera cuenta que fueron eternamente felices, y en la segunda versión...Ganímedes se suicida porque creía que su relación con Zeus ya era solo por deseo carnal, se corta las venas con una daga desde el cielo y cae en un lugar donde reposaba el vino, su sangre se mezcla con la sustancia etílica, Zeus lo encuentra y llora creando la constelación Acuario.

—El vino dejó de ser dulce porque él ya no lo servía...

—Eres todo un poeta —susurró burlándose —disculpa si no soy tan bueno en esto, hago mi mejor esfuerzo.

—Oh, no hay problema —me acurruqué —, tus descripciones tan aburridas y secas me causan sueño —bostecé —. Buenas noches.

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