Capítulo XIII
Al igual que un castillo medieval, Caledonia contaba con un área de caballerizas muy cerca de la salida principal. Los elfos no eran criaturas arcaicas ni mucho menos, sin embargo, disfrutaban más de la compañía de los caballos que los contaminantes vehículos actuales.
Mar acariciaba a su yegua favorita, Pam, cuyo color crema con la luz del día parecía destilar reflejos dorados. La maestra Raven, no vestía en esa ocasión sus típicos vestidos, lo cual había llamado la atención de muchos en el monasterio, pocas personas tenían el honor de verla usar pantalones para cabalgar y muchos otros, ni se imaginaban que pudiera tenerlos en su guardarropa.
—Llegas tarde, Nate —exclamó, al sentir el caos que el joven emanaba a sus espaldas, desde que lo conoció supo que tenía un gran poder contenido en su interior, aunque ella era una elfa de aire, había nacido con susceptibilidad al poder de los demás, es por ello que sus pasos la guiaron a ser maestra.
—Lo siento, mi clase anterior se alargó un poco —murmuró en respuesta el aludido, Mar lo vio sobre su hombro, no llevaba el labio hinchado, pero si un ojo morado.
—¿Ajax? —temprano en la mañana, mucho antes de que el sol saliera, el consejo se había reunido para determinar que debían hacer con Nate. Ajax se opuso rotundamente a que se quedara en el monasterio, asegurando que el chico necesitaba una mano dura y mucha vigilancia; sin embargo, el resto de los miembros —y los ancianos incluidos—, llegaron a la conclusión de que Nate no parecía una amenaza y que lo mejor, sería aumentar la carga de sus entrenamientos y clases, con el fin de que drenara la mayor cantidad de energía posible mientras que aprendiera autocontrol.
Por supuesto, Ajax no estuvo de acuerdo, pero se comprometió a exprimir todo lo que pudiera al muchacho. Le asignó nuevos entrenamientos antes del desayuno, el doble de horas en clases de combate y obligó a Mar, a que sus clases fueran más exigentes.
La maestra no sabía si Ajax tenía algo en contra del chico, pero definitivamente sentía que disfrutaba lastimándolo o haciéndolo sufrir. Nate no tenía buena pinta, se veía cansado y adolorido, no era algo agradable de ver para ella.
—No es nada.
—Nunca es nada, uno de estos días llegarás sin dientes o con una hemorragia interna. Hablaré con él.
—No es necesario, de verdad.
—Vamos, Mar, deja que pelee sus propias batallas —Camille salió del establo con otras dos monturas y las riendas en sus manos, un caballo tan blanco como la nieve y otro color chocolate—. ¿Sabes cabalgar? —le preguntó a Nate.
—Puedo aprender —contestó ensimismado con los animales, jamás había visto uno de cerca y ni se hubiera imaginado que en su vida tendría oportunidad de montarlo.
—De acuerdo, Camille puede ayudarte con Lolly —la aludida se acercó a Lolly, la yegua de color chocolate, con su mano resplandeciente tocó su cabeza y en un momento el animal calmó su brío. Nate se armó de valor, lo menos que deseaba era comportarse como un niño asustado frente a Camille. Montó a la yegua con dificultad, pero sin caerse.
—Lolly seguirá nuestros pasos, tú solo concéntrate de no caerte —dijo Camille subiendo a su montura. Ambas mujeres encabezaron la marcha y la yegua, siguió automáticamente a Camille bajo su control mental.
Las enormes puertas de madera que una vez recibieron a Nate se abrieron en esta ocasión para despedirlo. Cuando Mar y Camille, aceleraban el paso, Lolly las imitaba; Nathanael intentaba con todas sus fuerzas no caerse, nunca había tenido muy buen equilibro, no era su fuerte ni antes de llegar a Caledonia, ni mucho menos luego.
El trayecto lleno de colinas y arboles concluyó aproximadamente una hora después, cuando llegaron a un acantilado cuyas faldas estaban rodeadas de mar y piedras; a lo lejos, una playa de fuerte oleaje se divisaba, aunque las palmeras brillaban por su ausencia y era seguro, que con el frío otoñal el agua también estaría gélida.
Todos bajaron de sus monturas con la brisa despeinando sus cabellos y jugando con las capuchas, el cielo como de costumbre estaba nublado, pero al menos agradecían que no estuviera lloviendo.
—En tus tiempos libres, intenta aprender a cabalgar..., no me gusta manipular sus mentes —le dijo Camille al pasar junto a él, se acercó al barranco y abrió los brazos para recibir el rocío del mar, si fuera por ella, viviría en un país más cálido, donde el sol dominara la mayor parte del año y las playas fueran más agradables.
—¿Qué hacemos acá? —preguntó Nate acercándose un poco a ella, estuvo tentado colocarse a su lado, sin embargo, algo le decía que era una mala idea, después de la experiencia del día anterior, lo más probable era que lo lanzara a las rocas a ver si volaba.
—Tienes mucho poder en tu interior, necesitábamos un lugar seguro, donde pudieras sacarlo sin miedo a lastimar a alguien —respondió Mar, incorporándose al grupo.
—Y, ¿por qué ella está aquí?
—El consejo cree que lo mejor para todos es que un telequinético nos acompañe, solo por precaución en caso de que algo se salga de control. Camille es la única disponible en estos horarios y además también es elemental, quizás sea la única que te iguale en fuerza en todo el monasterio —sentimientos contradictorios vagaron en el interior de Nate, por un lado, estaba extasiado por poder pasar más tiempo con ella, pero por el otro algo le decía que era muy mala idea—. De acuerdo, empecemos. ¿Recuerdas cuál fue la primera regla de oro que te enseñé?
—Tengo que controlar el caos, no dejar que él me controle —respondió, luchando por ignorar la brisa que le traía el aroma dulzón de Camille.
—Los elementales tienen cantidades exorbitantes de poder, muchos dicen que podría ser ilimitado. Esto los hace susceptibles a ceder ante la dominación del caos..., no lo puedes permitir. Por más adictivo que sea, tienes que lograr someter esa llama en tu interior antes de que te consuma —asintió, por su mente pasaban las imágenes de la horrible visión de su futuro; no podía dejar de preguntarse si ese era el motivo que lo condenaría.
—¿Cómo lo hago?
—No es sencillo al principio, pero lo lograrás. Lo primero que debes hacer es encontrar el caos y comenzar a manejarlo —Mar señaló al océano—. Controla las olas —Nate no daba crédito a lo que había oído.
—¿Puedo hacer eso? —Camille no pudo contener un bufido ante su pregunta.
—Eres un elemental, por supuesto que puedes —le dijo con una sonrisa burlona en su lindo rostro, mientras se sentaba en una piedra plana cerca de los caballos—. Oh vamos, haz que se retire un poco el mar de la orilla. Eso es bastante sencillo.
—Puede que crees un pequeño tsunami, pero no te preocupes, Camille y yo estamos aquí para ayudarte, no estás solo y estamos lo suficientemente lejos de Caledonia o algún pueblo como para que afecte en algo. Confía en mí.
—¿Si intervendrán?, ¿esta vez sí lo harán?, porque ayer si mal no recuerdo, Camille prometió que me atraparía y sobreviví por pura suerte —la aludida se incorporó de un salto con una expresión divertida en su rostro al recordar el día anterior, caminó con ese andar felino hacia él y le tomó las manos.
—Te prometo que esta vez, si te ayudaré —Camille era una muy mala mentirosa, así que cuando decía la verdad, no importaba cuan burlona pudiera ser su sonrisa o cuan juguetones se vieran sus ojos, simplemente se veía que no mentía.
Nate se conformó con su promesa, aunque incluso si no la hubiera hecho igual lo habría intentado; puede que no lo dijera en voz alta, pero en su interior se moría por saber de lo que era capaz.
Se alejó de Camille y dirigió al barranco, frente a él el mar se extendía en toda su gloria y el viento, le daba a probar una pizca del salitre. No sabía por dónde empezar, pero tampoco quería hacer el ridículo con preguntas tontas, así que simplemente, cerró los ojos e inhaló profundo.
—El caos está en todos lados al igual que Gaia, dentro y fuera de ti —la voz de Mar llegó como un susurró a sus oídos—. Dentro y fuera de todas las cosas, encuentra el caos del océano.
Nate recordó la caída, el calor de su cuerpo y de su entorno; pensó en el mar, en su fuerza y de pronto, comenzó a sentir el poder de su presencia. Sus manos ansiosas cosquilleaban y supo, que su caos interior estaba deseoso por salir. «¿Cómo no lo vimos antes?» la Voz, al igual que él, disfrutaba la deliciosa e intoxicante sensación que por su cuerpo corría mientras la misma pregunta vagaba por su mente; si el caos lo había acompañado siempre, ¿por qué jamás lo había sentido como ahora lo hacía?
Nunca en su vida probado ninguna droga, ni siquiera el alcohol le resultaba atractivo y, sin embargo, estaba seguro de que así era como se sentía estar bajo la influencia de la más poderosa de ellas. Reconoció que Mar y todos los que se lo habían advertido tenían razón, la sensación era exquisita y peligrosamente adictiva.
—Tranquilo, no te desesperes..., disfruta lo que sientes, pero no lo absorbas todo tan de prisa, despacio... —la voz de Mar fue su cable a tierra durante todo el proceso. Gracias a ella, logró concentrarse en el objetivo, disfrutó de la sensación sin dejarse llevar.
El calor en sus manos ya le resultaba familiar, no fue necesario vérselas para confirmar que ya estaban encendidas, así que, sin esperar más, las alzó a la altura de su rostro y con ellas, el mar se retiró de la orilla lentamente y con mucha protesta.
Su corazón galopó en su pecho a medida que luchaba contra el caos del océano, el cual era tan volátil e indomable como un caballo salvaje.
—Muy bien... tranquilo...
—No..., no podré sostenerlo más —el océano se había retirado más de lo que esperaba y ya no encontraba la manera de devolverlo pacíficamente a su estado natural—. Camille —la aludida se colocó a su lado, clavando los pies en el suelo con toda la fuerza que tenía, alzó sus manos brillantes y a pesar de que no dijo nada, Nate entendió que ya estaba lista para que lo dejara ir.
Nathanael la miró de reojo una última vez antes de liberar el agua, todo su cuerpo temblaba y no pudo evitar caer al suelo casi simultáneamente. Camille quien no esperó ni un segundo para actuar, creó una barrera invisible que actuó como un rompeolas gigante. La euforia y la adrenalina embargaron su cuerpo, hace mucho que no usaba una cantidad de poder tan grande y sin saberlo, lo extrañaba más de lo que pensaba.
—¡Eso fue genial! —gritó con una carcajada que llegó directo al corazón de Nate.
Jamás había escuchado campanas angelicales, pero Nathanael estaba seguro de que la risa de Camille debía ser lo más similar a ellas que se encontraría en la tierra. En su pecho despertó de nuevo ese curioso calor que aparentemente solo con ella sentía.
Saber que fue el causante de aquella carcajada, no solo le daba calor sino también cierta sensación de felicidad que jamás había experimentado. «¿Soy feliz haciéndola sonreír?» se preguntó a sí mismo, más confundido que al principio. No entendía como podía sentir aquellas fuertes emociones por una persona que lo sacaba de quicio.
En ese momento se dio cuenta de que ya no le importaba cuanto lo molestara, lo insultara o lo hiciera perder la razón con su lengua viperina, nunca podría odiarla o guardarle rencor, incluso si la chica decidía arrojarlo por el barranco justo en ese momento, se lo perdonaría al día siguiente solo por escuchar de nuevo su risa.
Camille se sentó a su lado aún con la sonrisa en su rostro, inconscientemente los ojos de Nate descendieron hasta su pecho que no era voluptuoso ni mucho menos contaba con un atrevido escote, sin embargo, con cada respiración acelerada subía y bajaba seductoramente. Nathanael tragó en seco ante el bombardeo de pensamientos lascivos que se desarrollaron en su mente, no era la primera vez que fantaseaba con una mujer, aunque si era la primera vez que ocurría con alguna a su alcance.
Nate sintió la intensa mirada de Camille sobre su rostro, desconocía el por qué, pero casi siempre podía hacerlo desde hace un tiempo. Sus ojos tenían un brillo nuevo, totalmente desconocido y sus labios carnosos ya no sonreían, solo estaban entreabiertos necesitados de aire.
—Ahora que ya estas cansado, intentemos que controles el fuego —la voz de Mar fue la tijera que cortó la tensión entre ellos.
—Solo dame unos minutos —respondió Nate, esquivando la mirada de Camille y recostándose en la grama.
—¿Qué sentiste cuando controlaste el agua? —preguntó Mar.
—No lo sé, creo que calor por todo mi cuerpo —Mar ladeó su cabeza y Camille terminó de acostarse en el suelo a su lado, apoyando la cabeza sobre su brazo—. Es..., como una droga.
—Lo es, pero recuerda la primera regla, tienes que dominarlo y no dejar que te domine a ti. Lo que sentiste, está en tu interior también. Si dejas que te domine el poder..., nunca serás el mismo —por más que Nate se esforzara en prestarle atención a Mar, el delicioso aroma de Camille lo distraía.
Lo que más deseaba era girarse y caer sobre ella como un león sobre su presa. «¿Qué demonios me pasa?» se reprendió, se sentía como un pervertido desesperado y la vergüenza lo carcomía, sin embargo, le era imposible e inevitable contener el deseo de tocar su piel, pasar sus dedos por esos rosados labios e inhalar de cerca su exquisita fragancia.
—Si ya estás listo, me gustaría que hicieras una pequeña fogata antes de que llueva... —dijo Mar, de nuevo actuando como su cable a tierra.
—Muy bien, ¿cómo lo hago?
—Ya reconoces como se siente el caos, en esta ocasión la única diferencia es que tendrás que sacarlo de tu interior —Nate se sentó con las piernas cruzadas e inhaló profundo con los ojos cerrados—. Escucha tu entorno, relaja tu cuerpo, poco a poco siente el fuego en tu interior.
La fuerza del viento parecía arreciar con cada una de sus respiraciones, conteniendo todo el poder del caos que lo rodeaba. Nate fue consiente de como la tierra misma respiraba y latía al mismo tiempo que lo hacía su corazón. El fuego, un elemento tan caprichoso e irascible, no era fácil de controlar, sobre todo cuando no lo conseguías a simple vista como el aíre, la tierra o el agua
En su interior, encontró esa cálida llama que Camille había despertado, no sabía sí ese era el fuego, pero se aferró a ella y extendió sus manos. A pesar del esfuerzo que hacía, sintió como el calor fluía naturalmente hasta incendiar sus palmas borgoña.
—No te presiones, acabas de controlar al mar, eso implica mucha energía. Aprender a conocer tus límites, también es muy importante —susurró Mar acuclillándose a su lado. «¿Límites?» la Voz mostró interés en lo que estaba ocurriendo «¿Enserio cree que puede ponernos límites?» Nathanael meneó la cabeza, una parte de él quería ser fiel a lo que su maestra decía, pero muy en sus adentros, la Voz y la exquisita adrenalina que acompañaba al poder lo empujaban a seguir el camino contrario—. Nate, detente. —la voz de Mar fue un eco en algún lugar muy lejano—. ¡Nathanael!
—Nate, tienes que parar —no quería hacerlo, quería sacar todo el poder que tenía adentro, si esta era la punta del iceberg, necesitaba saber que más podía encontrar—. No quiero lastimarte —el dulce aroma de Camille fue capaz de sacarlo de ese extraño vórtice adictivo en el cual estaba cayendo. Abrió los ojos y se encontró con los suyos, sus manos acunaban su rostro y de alguna manera, la chica estaba arrodillada frente a él entre sus brazos flameantes.
El miedo lo embargó al darse cuenta del peligro que Camille corría, apagó el fuego e inspeccionó cada parte de su figura para asegurarse que estuviera bien sin ninguna quemadura.
—¡Estoy bien! —exclamó Camille apartando las manos que palpaban su cuerpo, sabía que Nate no tenía intenciones de propasarse con ella y solo estaba preocupado por su seguridad, pero aun así no pudo evitar sonrojarse ante el atrevimiento—. Usé mi telequinesis para evitar el fuego, no me quemaste —tomó de nuevo su rostro entre sus manos, pero esta vez le alzó la cabeza sin delicadeza.
—Ten —Mar le dio un pañuelo y Camille se lo colocó en la nariz para detener una hemorragia de la cual Nate no se había percatado—. Tienes que conocer tus límites. Manejar el caos es como hacer ejercicio..., si nuestro cuerpo no está acondicionado podemos lastimarnos. No podemos usar imprudentemente nuestros poderes, podría matarnos.
—No sentí que estuviera llegando a mi límite —Camille estrujó su nariz consiguiendo un gemido en respuesta.
—Tu cuerpo dice lo contrario —masculló.
—¿Al menos encendí la hoguera? —Camille puso los ojos en blanco.
—Casi incendias el maldito bosque.
—Pero no te preocupes, lo contuve —intervino Mar con una sonrisa—. Segunda regla, identifica tus límites y no ocasiones una catástrofe.
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