❣️ Capítulo 18

Las luces titilaron, cambiando momentáneamente su color de rojo a azul oscuro, de azul a blanco y de blanco nuevamente a rojo, dejando un segundo de total oscuridad con cada parpadeo.

Pero la música, aquella dulce melodía, era tan fluida y tan embriagadora, que por un instante Catherine imagino estar en algún lugar fuera de la realidad.

Por más dulces que sean los sueños, tarde o temprano siempre habrá que despertar.

Catherine se acercó a la puerta, sintiendo el palpitante dolor de su pecho cada más fuerte, y la golpeó, golpeó, golpeó en vano, hasta que cayó de rodillas al piso.

El frío comenzó a ascender dentro del salón mientras la magia se desvanecía, y comenzó a calar hasta sus huesos, haciéndola tiritar. Catherine se levantó torpemente del suelo, y llevo sus pasos débiles hasta la ventana al otro lado, dónde la noche oscura se colaba dentro de la habitación y la luna resplandecía en el cielo, y el último vestigio del sol moría lentamente.

La imagen de una cañada al amanecer cruzó la mente de Catherine, y un chico de ojos dorados se materializó en sus pensamientos; mientras recordaba aquel primer beso, apasionado y lejano, su cuerpo entero tembló.

¿Por qué recordaba eso precisamente ahora?

Algo entró volando por la ventana, y los pensamientos de Cath se fracturaron al instante, haciéndola volver su mirada atrás. En el centro del salón, revoloteando en circulos, había una pequeña ave de plumas negras.

Cath entrecerró su mirada hacía el ave y aventurandose a preguntar, dijo: –¿Cuervo, eres tú? –Ella tragó saliva, mientras los segundos en silencio se prolongaba, y un graznido era lo único que llenaba la habitación.

Entonces el ave comenzó a cambiar.

En su lugar, apareció un muchacho de cabellos negros y ropas oscuras. Él no era Cuervo, no. Ella sabía quién era incluso antes que él se diera la vuelta y sus ojos miel se clavaran en los suyos.

Jest– susurró Cath.

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