35. "Pelea"

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Se podía apreciar a simple vista la manera en la cual el rostro de Astrid lanzaba llamas e incendiaba el semblante de Helen con sólo otorgarle una prolongada mirada voraz.

—No te atreverías —balbuceó Astrid, tensando su mandíbula y puños.

La colorina retrocedió unos pasos y rio disimulando el medio que corrió por sus venas un segundo.

—Ponme a prueba.

—Claro que te pondré a prueba, arrebatando cada extensión de tu cabello —amenazó la morocha, siendo detenida por los brazos de su novio.

Él miró al contrincante de ambos en ese momento y le lanzó una mordaz mirada. Se paró frente a ella arrebatándole una cabeza y provocando que se asustara con su mera mirada. ¿Cómo no hacerlo? Los ojos de Connor en ese momento proyectaban odio y rencor, algo tan insano y fuerte que cohibía a Helen. Dio solo un paso más hasta ella, penetrando con más fuerza sus ojos, como si quisiera atravesar su alma y crear un hoyo de fuego en él.

—¿Qué dirá la Universidad cuando se entere que compartió sábanas con uno de sus profesores? ¿Usted... quiere el resto se entere? Yo creo que no, señorita. Le sugiero que se meta en sus asuntos y no en los del resto, que su vida este jodida en estos instantes no es de mi incumbencia y no me interesa, y aquel no es motivo para querer arruinar la vida de otro. Si es tan amable, y si todavía hay algo de racionamiento en su interior, le sugiero que se largue de mi vista o haré que la expulsen de su Universidad, aunque eso no le importará, ¿verdad? Es claro que usted capaz de acostarse con el director con tal de no perder su beca. Como dije anteriormente, lárguese de mi vista y de mi vida, señorita, no querrá ver de lo que soy capaz de hacer con tal que no cruce una palabra más conmigo o con la señorita Portinari —sentenció, con una gruesa vena prominente en su cuello y su mandíbula más tensa que nunca.

Helen tragó en seco, sintiendo sus lágrimas abordar por sus mejillas y caer con facilidad por estas. ¿Llorando? No podía ser posible, se prometió muchas veces jamás llorar frente a sus rivales, pero el profesor Hurst la hizo ver débil e idiota. No tenía cómo responder a sus palabras, eran justas y precisas, con una promesa gravada en ellas. Acomodó su cabello a un lado e intentó sonreír despreocupadamente, pero le salió fatal. Un sollozó salió de sus labios y lo siguiente que hizo fue salir corriendo de la escena, avergonzada y humillada.

Astrid cubrió su boca impresionada. ¿Era posible? ¿Realmente esas palabras salieron de sus labios? Le dolió más a ella que a Helen, porque estaba viendo a la persona que más amaba sacando su lado más oscuro y profundo. «¿Era capaz de destruir la felicidad de otro, o expectativas, con tal obtener la suya?» No creía que fuese posible y se esforzaba por no contradecirse a sí misma en cuando a ello.

Abrió la puerta de su departamento y fue directamente a la cocina. Se sirvió un té con la poca agua hervida que tenía en el termo, y le dolió la cabeza un momento. Cerró los ojos abrumada y recargó sus palmas contra su rostro, pensativa. Las manos de Connor rodearon su cintura, pero las apartó con cuidado. Se sintió mal por Helen y por las palabras que Connor le dijo, porque por más que no quisiera se posicionó en su lugar y en sus zapatos. ¿Cómo hubiese reaccionado ella si alguien la destruye con palabras que son ciertas? Se largaría a llorar como si no le importase en lo absoluto, pero se marcharía humillada y avergonzada por dentro. Se apenó, por un momento.

—¿Así es el profesor Hurst? —preguntó, sin voltear a verlo—. ¿Tú... destruyes con facilidad el ego y a la persona tan fácil y rápido?

—¿Qué querías que hiciera? ¿Qué me quedara callado mientras ella se adelantaba dos pasos en nuestros caminos y tomaba las riendas al asunto?

Le recordó a ella y sonrió, porque en algún momento de su vida pensó igual. ¿Por qué debía callar cuando las palabras las tenía? Era injusto, pero a veces necesario. Uno de vez en cuando amerita guardar silencio, no siempre debe explotar y era algo que Astrid estaba aprendiendo con el paso de los días.

—No, pero la destruiste.

—Ella te destruyó a ti y en su momento te avergonzó.

—No por eso hay que destruir—le dijo, volteando hacia él—. Me dañó, me destruyó y ofendió, pero ¿qué más da? Las cosas pasan y la vida sigue. Uno debe tomar las instancias como lecciones, no como futuras venganzas.

—¿Cómo puedes ser así? Astrid, debes dañar de vez en cuando...

—¿A qué costo? ¿Será esa mi felicidad? Ya me han dañado, una infinidad de veces y sé cómo se siente. Yo también he dañado y me he arrepentido, ¿por qué volver a destruir? No es necesario que esas metas rodeen nuestro corazón, hay cosas más importantes —confesó, acercándose más a él.

Él se apartó, moviendo su rostro.

—No interesa. Astrid, ¿puedes entender que estuvo a punto de acabar con el resto de tu carrera y vida con sólo abrir su boca? ¿Piensas en ti de vez en cuando?

Astrid meditó y siguió meditando la respuesta por algunos segundos, pero nada le atravesaba por su mente. Las puertas podían estar abiertas, pero los recuerdos y momentos en los cuales pensó en ella misma no existían, o por lo menos ella no era capaz de recordarlos. Tragó en seco, sintiendo su garganta doler ante ello y luego soltó una risa forzada y melancólica. Sus hombros se encogieron y arrugó su nariz, no era capaz de formular la respuesta.

—No —susurró tan bajo que rompió sus cuerdas y resecó más su garganta. Bebió del té a su lado y sonrió como pudo. Sus mejillas no podían alzarse y oraban para que se aflojaran—. No pienso en mí. Esa es la verdad.

—Astrid...

—Quiero que el resto sea feliz primero, ¿y eso qué? —dijo Astrid, bebiendo de un sorbo el contenido líquido de la taza—. Mi felicidad ya existe, ahora importa el resto.

—¿Por qué dices eso? Dios, Astrid. ¡Vales mucho más de lo que piensas! Yo daría todo por ti para que tu felicidad sea mayor.

—¡No importa! Ya lo soy.

—¡¿Cómo mierda no va importar?!

—Por tú me haces feliz, eres parte de mi felicidad —confesó con las lágrimas quemando su mejilla—. No necesito nada ni nadie más ahora.

Connor no esperó un momento más y tomó el rostro de Astrid entre sus manos. Besó sus labios como si su vida dependiese de ello, como si su cuerpo necesitara consumir sólo de ella para vivir. La besaba como si se separaran para siempre. La besaba porque temía que Londres los separaba y porque la amaba tanto que beber de su cuerpo era más saludable que pensar en los momentos que han pasado juntos.

La levantó para cargarla hasta el sofá, besando cada parte y centímetro de su cuerpo. Saboreando su textura y sintiendo el exquisito aroma que emanaban sus poros. Recorriendo desde su cuerpo hasta su torno y retirando su camiseta para presionar con más fuerza sus labios sobre ella. Acarició sus caderas y luego retiró sus vaqueros, dejándola sólo en ropa interior.

Los temblorosos dedos de Astrid desabotonaron su camisa, mientras besaba su cuello sintiendo el fuego caminar dentro de ella. Sentirlo tan cerca de ella, le encantaba, pero apreciar la manera en la cual sus ojos iban directos y fijos hacia ella no tenía palabras. Removía su cuerpo y acomodaba las piezas rotas en su interior.

Lo besó nuevamente, sintiendo sus dedos acariciarla por encima de la tela que cubría su zona íntima.

Los siguientes días para Astrid fueron mejores y mucho más memorables, los momentos indescriptibles que experimentaba junto con su novio siempre quedarían en su cabeza; la manera en la cual la miraba y abrazaba, como sus labios se juntaban con los suyos y las sorpresas que le ofrecía cada vez que encontraba un momento. Con Connor las cosas cada vez iban más de maravilla y eso no se podía negar.

En la Universidad no se podía opinar lo mismo. Todo se reducía a estrés y cansancio debido a los trabajos por cada uno de sus profesores. El óleo y el acrílico se les estaban agotando y no era algo que fuese muy fácil de conseguir, sobre todo los que ella tenía desde hace bastante tiempo y que le regaló Colin cuando ingresó a su facultad. Su otra cámara que funcionaba gracias a un rollo (la ocupaba únicamente para trabajos en la Universidad) sentía que moriría en cualquier momento y lanzaría chispas, también que los rollos se estaban agotando e irlos a comprar no era tan sencillo para ella.

En sí, sus semanas se habían reducido al inquietante estrés de su último año.

Se sentó finalmente en una banca y descansó ahí luego de un largo rato en busca de sus óleos y acrílicos, el rollo fotográfico ya lo tenía por lo que un problema menos era mejor. La puerta de la tienda se abrió con furor y de allí salió Colin con una alocada bufanda desordenada debido a su imprudente salida. Se sentó a su lado y exhaló con fuerza el pesado aire de sus pulmones, mientras abrazaba a su amiga.

—Encontraremos las pinturas, Astrid, ya verás que lo lograremos —la animó, acariciando su espalda y besando su cabeza.

—Eso lo espero, no quiero regresar a clases y no tener por lo menos dos de mis pinturas listas. ¿Qué mayor decepción y vergüenza para mí?

—No seas ridícula, sabes que de todos esos profesores Kyler entenderá si no entregas el trabajo. Él es más comprensivo que el resto de esos idiotas. No te estreses más, mañana serán vísperas de Navidad y debes disfrutarlas, ¿vale?

Asintió, separándose de él y observándolo directamente a los ojos. Luego le sonrió con picardía.

—¿Qué harás para Navidad?

—Planeaba ir donde mi familia y llevar a Rylie...

Oui, mon Dieu, mon ami, ¡te felicito! Entonces, ¿cada vez mejor con Rylie?, ¿ya no es sólo sexo?

—Nunca fue sólo sexo.

Astrid chilló emocionada. Golpeó el brazo de Colin con furor y besó sus mejillas con emoción. ¿Colin en algo serio? Eso era algo más que impresionante, considerando que el no incluía mucho los sentimientos de su parte cuando estaba junto a una chica y que mejor demostración que enseñársela a su familia. Era más que seguro que la aceptarían, Rylie era un alma bondadosa y traviesa que cualquier hombre caería rendido a sus pies, se alegraba que Colin la pudo conocer antes que cualquier otro porque Astrid participaba en el Team Cylie (equipo de los que apoyan a Colin y Rylie) y no tenía en mente que ellos de separaran.

—Eres tan tierno —suspiró dramáticamente.

—¿Y tú? ¿Lo presentarás alguna vez a tu "familia"?

Ella rodeó los ojos y frunció los labios, con asco. No planeaba que su familia conociera a Connor y prefería que así se mantuviese, sabía que su madre se lo comería con los ojos con sólo verlo y aquello le provocaba unas horribles ganas de vomitar. A quién podría presentarle a Connor era a Beatrice —su segunda madre, como le decía ella— y a su padre, si es que seguía vivo. Su familia que vivía en Francia era tan tóxica y letal como el veneno, por lo que evitarla sería el plan ideal hasta siempre.

—No, no pienso hacerlo.

—Así me parece. Sabes que no insistiré.

—Lo sé a la perfección, mi querido Colin —dijo entre risas—. ¿Cómo está tu hermanita Christine?

—Perfecto, ¿ya te comente que cumplirá cinco dentro de unos días?

—¡Maravilloso! Exijo estar en ese cumpleaños, la última vez que la vi tenía dos años y dudo que me recuerde —admitió con una sonrisa en sus labios.

—¿Bromeas? Mamá me llama sólo porque Christine no para de hablar de ti. ¿Quién no te recordaría, Astrid Portinari? ¡Eres inolvidable! Sobre todo cuando estás con los niños.

—Eres adorable. Estaré esperando mi invitación Colin. ¿Qué le gusta a tu hermana?

—Lo mismo que les gusta a todas las niñitas, muñecas con un cuerpo de modelo.

—Toda mi vida esperé por ver a una Barbie con unos kilitos de más o como realmente lucimos todas en la realidad.

—Todos esperamos por eso.

—Mm... Claro, Colin. Ahora tienes a una Barbie contigo, ¿no? —preguntó Astrid, provocando que su amigo se sonrojara.

—¿Rylie? No es una Barbie para todos, esas muñecas son catalogadas por todos como perfectas, pero la verdad es que sólo para mí es perfecta.

—Eres tan tierno que me das asco, Bouvier.

El teléfono de Colin comenzó a vibrar y lo atendió con una sonrisa.

—Hola, Rylie. Sí, estoy con ella, ¿por qué? Ajá. Vale. ¿Es enserio? —una pausa—. Como digas, voy para allá, cariño.

—¿Era tu futura novia?

—Sí. Lo lamento, tengo que irme.

—No te preocupes, tengo otras cosas que hacer.

Besó su mejilla por última vez y fue caminando en la dirección opuesta.

Lo siguiente de la lista que había planificado Astrid en su cabeza era comprar los regalos para sus amigos y novio. A Olive le compró un lindo y adorable sweater de Forever 21 con unos bordados un tanto invernales y navideños de color blanco y negro, sabía que le gustaría por lo que agregó un gorro con un gran pompón en la punta. A Colin una bufanda con cuadros junto a un cardigan color crema, nada complejo para los gustos de su mejor amigo. A Rhiannon un set de decoraciones para sus sabrosos cupcakes y una taza estampada con su frase favorita.

Recordó la vez que Rylie le comentó lo mucho que adoraba la pintura por lo que optó por regalarme un set básico de acrílicos junto con algunos pinceles, a su hermano Kyler le regaló un libro sobre fotografía uno cual probablemente no tenía.

Todo estaba listo, excepto por una persona, Connor. No sabía qué regalarle y eso ya era un grave problema. Se pasó el resto de la tarde buscando algún regalo, pero la espera se le estaba haciendo imposible y el tiempo se reducía cada vez más, nada se le pasaba por la cabeza.

Las vísperas de Navidad se olían en el departamento de Astrid, sus galletas debían quedar tal cual como lo tenía en mente o sería un desastre. Con ayuda de una manga pastelera decoró los hombres de jengibre con colores de la época. Sonrió con autenticad en cuanto el timbre del departamento retumbó contra las paredes. Dejó el glaseado intacto y corrió a abrir la puerta.

Mordió su lengua al ver a su novio frente a ella con un ramo de rosas, chocolates y algunos regalos. Vestía bien, como siempre, pero esa vez lo podía comer con la mirada; de pies a cuello vestía de negro, excepto la camiseta que era de un tono más claro. Sobre su cuerpo un abrigo de grandes botones le sentaba de maravilla, derritiendo por completo a Astrid.

Connor alzó un muérdago sobre sus cabezas y le sonrió a su novia, acercándose a ella para besarla en los labios. Posterior le entregó las rosas y los chocolates con un beso en la mejilla y entró al departamento, el cual estaba bastante cálido, mucho más que afuera. Observó la decoración de Astrid en el departamento; luces en las paredes al igual que unas cuantas guirnaldas. Recordaba haberla ayudado y habían terminado ambos en el suelo, besándose, con las luces rodeando sus cuerpos. Volteó hacia su novia y le entregó un presente, extendiendo sus brazos hacia ella.

—Ten, lo compré con mucho cariño y amor.

Le sonrió, acercándose hasta él y comenzando a desabrochar el abrigo que tenía puesto de una manera bastante sensual y provocativa. Dejó este en su sofá junto al regalo y se abalanzó sobre él para besarlo con furor. Envolvió su cuerpo entre sus manos y continuó moviendo sus labios sobre los de ella, enlazando sus lenguas como siempre. Jaló el labio de Astrid con sus dientes y lo soltó para sonreírle.

—¿No crees que hace mucho calor? —preguntó Connor.

—¿Por qué crees que te he quitado el abrigo?

—Te agradezco por hacerlo, amor. ¿Qué has preparado?

Astrid envolvió sus dedos con los suyos y lo guio hasta la cocina.

—Galletas de jengibre. ¿Te gustan?

—Lo siento, olvidé mencionarte que soy alérgico al jengibre.

—¿Quién mierda es alérgico al jengibre?

—Yo. Lo siento, amor —se lamentó Connor.

Ella le intentó sonreír, pero le salió fatal. Connor envolvió su cuerpo entre sus brazos y besó su cabeza entre risas.

«Maldito hijo de...»

—¿Crees que es muy gracioso?

—Sí. Ámame —dijo haciendo un puchero con su labio inferior.

—Es imperdonable, rompiste mi corazón —confesó haciéndose la ofendida.

Connor la acercó a su cuerpo, quedando a una escasa distancia y mordiendo su labio al verla. Era tan hermosa, tan sensual y a la vez adorable que le entraban unas ganas de hacerle el amor en ese momento, en esa mesa. Se resistió y le sacó la lengua traviesamente. Fastidiarla era su pasamiento favorito —luego de besarla— le encantaba ver como su entrecejo se fruncía y como sus mejillas se sonrojaban por ello.

—Te lo compensaré, arreglaré tu corazón roto, amor mío.

—Es imposible —siguió con el juego, reteniendo la risa en su interior—, no existe nada que pueda reparar un corazón roto, cariño. —Abanicó dramáticamente su rostro y lo inclinó un poco hacia atrás.

Connor no resistió esa instancia; el cuello de su novia estaba en una posición tan tentadora que quería morderlo y besarlo como nunca antes. Estaba deseoso de ella esa noche y no sabía por qué. Poco a poco junto sus labios con su cuello y comenzó a desplazarlos por todo su entorno, provocando un gemido de sus labios una vez que succionó con fuerza bajó su mandíbula. Se iban a perder la cena, pero a Harry no le importó en lo mínimo. Astrid acercó su rostro al suyo y besó sus labios con la misma desesperación que él, sintiendo las miles de sensaciones abordando por todo su cuerpo. Alzó sus caderas y con rapidez la trasladó a su habitación, cerrando la puerta de una patada.

—Había reservado un lugar para ir a comer. Lo siento, Astrid —susurró Connor, acercando el cuerpo desnudo de Astrid bajo las sábanas.

—No importa, estoy contigo y eso cuenta —admitió, besando su barbilla.

Harry bajó la mirada y miró a su novia, deleitado con su belleza.

—¡Tus galletas!

Mon Dieu, ¡mierda! —exclamó Astrid, golpeando su frente y preparando levantarse, pero Connor se lo impidió tomando con fuerza de su brazo

—No, tú te quedas conmigo, amor.

Escuchó un chillido de los labios de Astrid e inmediatamente soltó su brazo, sin ser consciente del daño que le hizo. La chica trago en seco y acomodó su cabello en una coleta, mirando con preocupación a Connor.

—¿Te sientes bien? —indagó Astrid.

—Sí, ¿a qué va la pregunta?

—Te estás comportando de una manera... Inquietante, no lo sé. Tal vez sea mi imaginación.

—No, ¿por qué crees eso? —preguntó Connor.

—Desde que entraste parece que lo único por lo cual viniste es para tener un polvo, ¡deje mis primeras galletas de Navidad abandonadas! El glaseado debe haberse secado.

—¿Qué hablas, Astrid? —Se levantó un poco, dejando a la vista su torso desnudo al contrario de Astrid que cubría sus pechos con ayuda de las sábanas—. ¿De verdad te hago pensar eso? Discúlpame.

—¿Seguro que no te ocurre nada? ¿No tiene nada que ver con tu familia, el trabajo o el año que se vendrá?

—No te preocupes, no me ocurre nada enserio —la tranquilizó Connor, acariciando las puntas de su cabello con sus dedos.

—No te creo.

Connor rodeó los ojos.

—No me creas entonces.

—Connor, me preocupo por ti, ¿qué tiene de malo eso? —indagó con su entrecejo junto y sus labios tensos.

—No hay necesidad, no me ocurre nada.

Astrid dio media vuelta y abrochó su brasier, luego se colocó sus pantaletas para salir de la habitación en busca de sus galletas. Al dar un paso dentro de la cocina su muñeca fue inmovilizada, provocando que voltease. Rodeó los ojos e intentó zafarse de su agarre. Los penetrantes ojos de Connor se concentraban sólo en ella y aquello la inquietó aún más.

—Deja de mirarme, por favor.

—No.

—Me inquieta que no apartes la vista sobre mí.

—Escúchame, no me ocurre nada, mi familia está bien en Londres y ella no tiene nada que ver en mis cambios de humor. El trabajo está bien, exceptuando que debo volver a Londres en cuando termine este concurso de Fotografía y no me preocupa lo que se vendrá el siguiente año. Si te digo que estoy bien, es porque lo estoy, no necesito que alguien se preocupe de mí.

—Lo que sea, suéltame. Si no quieres que te de importancia me lo dices y haré como que no existes.

—No seas inmadura, Astrid —sentenció Connor con la mandíbula tensa.

—¿Qué quieres que te diga? Eso es lo que me das a entender. Estamos en algo, ¿no? Somos novios, si uno siente alguna inquietud sobre algo se supone que debe decirlo. Te noto inquieto y desesperado. Se nota a millas.

—¡Por la mierda! Nada me ocurre —mintió una vez más.

—No te atrevas a gritarme. Es mi casa y no toleraré que me faltes el respeto frente a mis ojos, ¿me escuchaste? Si tanto te molesta mi aflicción por ti, vete de mi casa en este momento y ve con otra persona —espetó con los ojos cargados de ira y sin ninguna señal de lágrima sobre ellas.

—Astrid, ¿por qué malinterpretas todo?

—Tú me das a entender eso, Connor.

—¿Por qué me haces tan difícil todo?

—¡La puerta está sin cerrojo! Puedes irte si lo deseas, no obligo nunca a nadie a permanecer a mi lado.

Connor caminó hasta el sofá y le entregó un sobre con el entrecejo fornido. No lo aceptó y se cruzó de brazos, Connor lanzó el sobre al suelo y se acercó peligrosamente a ella. Pensó que la golpearía por la manera en la cual caminaba hasta ella y su rostro palideció. Su corazón latió de una manera desesperada y sus ojos se estaban llenando de lágrimas. El miedo recorrió cada parte de su cuerpo y lo siguiente que hizo fue apegar sus piernas con su pecho, haciéndose bolita.

—Astrid, yo no... Amor, no... No te iba a golpear... Ven para acá, por favor. Jamás lo haría —suplicó Connor, abriendo sus brazos y acurrucando el cuerpo de Astrid sobre su pecho—. No era mi intención arruinar el momento, te lo prometo es sólo...

«¿Sólo qué? No te atreves a decirle» le dijo su interior.

—Quieren que regrese a Londres antes, Astrid, no quiero dejarte.

—Connor...

Él le tendió el sobre, con las lágrimas cayendo por sus mejillas pero siempre con una sonrisa en sus labios.

—Ábrelo, te gustará...

—No, no quiero.

—Por favor —imploró con las lágrimas saliendo con fuerza por sus mejillas—, por mí... Astrid.

Ella con ojos secos abrió el sobre, impresionada. Observó mejor el interior sin poder creerlo y secó las lágrimas que caían por los ojos de Connor.

—No quiero aceptar esto.

—Sería un buen año nuevo —le sonrió con los ojos rojos.

—Lo sé...

—Podrías hallar a tu padre.

—Connor... No puedo, tengo trabajos que entregar de regreso. No puedo quedarme afuera por todo el mes de Enero.

—Yo me las arreglaré. —Besó sus nudillos—. Te lo prometo, Astrid.

De los labios de Astrid salió un suspiro cargado de miedo y angustia.

—¿Esto te hará feliz? ¿Ir a Florencia conmigo te hará feliz?

—Más de lo ya soy.

—Entonces, iremos —proclamó Astrid, acariciando con dulzura su mejilla.

Sabía que existía algo detrás de este viaje, y no era el regreso a Londres.


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