Prólogo

"Si tuviera que visitar el mismo infierno para recuperarla, lo haría. 
Por ella entregaría mi vida entera".

                                  Alejandro Connor

Marruecos 1960

Alejandro mira con atención la  argolla que su esposa llevó puesta desde aquella noche en que él mismo la colocó en su dedo.
Desde entonces no se la quitó en ningún momento.

Las lágrimas escurren por sus ojos, prueba evidente de que se niega a aceptar su ausencia.

Pero la dura realidad se estampa en su rostro como una ráfaga de viento huracanado: Natalie ya no está con él.

Las cenizas dentro de la pequeña caja de madera que lleva consigo son lo único que queda de la mujer que fue su esposa.

¿Cómo soportará una vida sin verla a los ojos, sin tocarla, sin volver a sentir esa alegría que le provocaba escuchar su voz?

Hacía unas cuantas horas la tenía justo en sus brazos y le había susurrado al oído un "Te amo, Alejandro".

Aún puede respirar su exquisito aroma. Continúa impregnado en su piel, llenándolo todo.

<¡Y dicen que tengo que resignarme a perderla!>, grita a la nada, lleno de rabia y dolor.

Aquel hombre enamorado no puede entender qué ha sucedido.

¿Cómo en un abrir y cerrar de ojos la muerte se la ha arrebatado de las manos?

Lo embriaga un infinita tristeza y la desolación lo tiene prisionero.

<Sin ella, todo se quedó a medio vivir>, dice mientras se deja caer de rodillas.

Mira con recelo un cielo cubierto de estrellas.
Tiene la impresión de que la vida se burla de él.

— ¿Quieres volver a verla? —pregunta una mujer mayor que ha llegado sin que Alejandro la notara.

Lleva puesto un vestido negro que le llega hasta los tobillos y un fino velo del mismo color cubre parte de su rostro.

Alejandro jamás la ha visto, pero aquella pregunta lo obliga a prestarle atención.
Algo en esa mujer llama su atención, y aquella posibilidad lo distrae.

<¿Volver a verla?>, repite en su cabeza.

La respuesta es obvia.
¡Por supuesto que quiere!

Confundido se cuestiona quién es esa mujer y por qué le propone algo así.

¿Qué sabe del amor que siente por Natalie?

— ¿Quién es usted? —la cuestiona desconfiado.

—Eso no importa, solo responde —lo reta la anciana.

—Es lo único que deseo  —confiesa mirándola fijo a los ojos.

Son grandes y de un color negro tan intenso que le provocan escalofríos.

—Yo puedo ayudarte —comenta sin vacilar.

Aquella extraña mujer provoca la ira de Alejandro quien de inmediato se siente burlado.

— ¡Usted está loca!  —contesta malhumorado.

Su revelación lo congela.

¿Qué ha querido decir?
¿Cómo podría ayudarlo si Natalie está muerta?

Invadido por la ira contra la anciana quien no tiene derecho a burlarse de su dolor, se pone de pie dispuesto a alejarse.

Lleva las manos en los bolsillos.
Tirita a causa del frío de enero.

Lo único que desea es estar solo con sus recuerdos.
Es la única forma que encuentra para lograr sentir que Nat continúa a su lado.
Lo único que lo hará olvidar que se ha ido para siempre.

— ¡Tienes en tus manos el poder de ver de nuevo a Natalie! —grita la mujer pronunciando el nombre de su esposa

No había notado que caminaba detrás de él.

<¿Cómo lo sabe?>

Alejandro se detiene.

La anciana parece tan segura que enciende una esperanza.

— ¿Por qué sabe su nombre, acaso la conoció? —la interroga desafiante.

—Tal vez —responde sin titubeos—. Se que murió hace poco tiempo, el dolor en tus ojos es evidente. Llevas contigo una gran carga. Tu dolor es inmenso y por eso, deseo ayudarte.

— ¿Cómo? —desea saber a punto de la locura.

— ¿Estarías dispuesto a todo sin importar las consecuencias? —quiere saber la anciana.

Alejandro retrocede unos pasos.
Sus ojos se abren como platos.

— ¿Me está tomando el pelo?  —pregunta indignado.

— ¿Por qué eres tan incrédulo? !Te estoy brindando la oportunidad de estar con tu esposa! Respóndeme.

Un silencio abrumador los posee.
Se miran uno al otro en busca de respuestas.

—Sí existiera en verdad una mínima posibilidad de estar con Natalie, aunque sea un momento para poder mirarla a los ojos y decirle cuanto la amo, haría cualquier cosa.
Incluso daría mi vida.

Responde sin pizca de cuidado, motivado por ese gran amor que le profesó a su mujer.
Sin detenerse a reflexionar en las palabras de esa desconocida.
Con la razón nublada por los sentimientos.

—Acompáñame —pide la anciana dando la vuelta para caminar en dirección contraria, en espera de que la siga quien sabe a donde.

Alejandro duda unos segundos, pero pronto nace en él la necesidad de acompañarla, como si una fuerza invisible lo obligara a hacerlo.

Tiene miedo, pero la sola posibilidad de ver a Natalie una vez más, le da el valor para acallarlo.

La sigue unos pasos atrás, ajeno a lo que el destino le tiene preparado.

Quizá si en aquel momento hubiera conocido el precio que debía pagar... también la habría seguido.

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