ii. Blond Superman
━━ chapter two
blond superman
( jason )
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No pasó mucho tiempo antes de que la tormenta se convirtiera en un huracán en miniatura y furioso. Las nubes con forma de embudo serpenteaban en dirección a la plataforma como enredaderas monstruosas. Los chicos alrededor de Jason empezaron a gritar y echaron a correr hacia el edificio mientras el viento les arrebataba las libretas, las chaquetas, los gorros y las mochilas. Jason se deslizó a través del suelo resbaladizo.
Leo perdió el equilibrio y estuvo a punto de caerse por encima de la barandilla, pero Jason y Savreen lo agarraron por la chaqueta.
—¡Gracias! —gritó sin aliento.
—¡Vamos, vamos, vamos! —el entrenador Hedge gritó por encima del viento, haciendo grandes gestos para que los estudiantes corrieran hacia las puertas.
Savreen miró hacia la tormenta, con los ojos muy abiertos y temerosos.
—¿Cómo es...? —no terminó, pero no era necesario. Jason sabía lo que iba a decir: ¿cómo es posible? Y él también se lo preguntaba.
Piper y Dylan mantenían las puertas abiertas, reuniendo a los otros chicos en el interior. Jason ayudó a Savreen mientras se deslizaba sobre el cristal, con su chaqueta vaquera ondeando en su cara. Ellos, Leo y el entrenador Hedge intentaron llegar a las puertas, pero era como correr a través de arenas movedizas. Dylan y Piper empujaron a un niño más hacia adentro antes de soltar las puertas. Se cerraron de golpe, dejando aislada la pasarela.
Piper se puso a tirar de los pomos. En el interior, los chicos aporreaban el cristal, pero parecía que las puertas estaban bloqueadas.
(Uh, agradable saber que les importaba, ¿no?)
—¡Ayúdame, Dylan! —gritó Piper.
Sin embargo, Dylan simplemente se quedó allí. Su camiseta de los Cowboys ondeaba con el viento. Miró la tormenta con una sonrisa en el rostro, como si la disfrutara.
—Lo siento, Piper. Ya he terminado de ayudar.
Movió rápidamente la muñeca y Piper salió volando hacia atrás, se estampó contra las puertas y se deslizó hacia la plataforma.
—¡Piper! —exclamó Savreen, horrorizada.
Jason intentó avanzar, pero el entrenador lo empujó hacia atrás. Frunció.
—¡Suélteme, entrenador!
El entrenador Hedge arregló su bate de béisbol.
—Jason, Leo, Savreen, quedaos detrás de mí. Esta pelea es mía. Debería haberme imaginado que él era el monstruo.
—¿Qué? —una hoja de ejercicios extraviada le dio a Leo en la cara, pero la apartó de un manotazo—. ¿Qué monstruo?
—¿Monstruo? —Savreen murmuró débilmente, temblando.
La gorra del entrenador voló, mostrando dos cuernos sobresaliendo de su cabello rizado. Levantó el bate de béisbol, pero ya no era un bate normal. De alguna forma se había convertido en una porra tallada toscamente a partir de la rama de un árbol, con ramitas y hojas todavía pegadas.
Dylan le dedicó su sonrisa alegre.
—Venga ya, entrenador. ¡Deje que el chico me ataque! Después de todo, usted se está haciendo demasiado viejo para esto. ¿No se retiró por eso a este estúpido colegio? He estado en su equipo toda la temporada, y ni siquiera se había enterado. Está perdiendo el olfato, abuelo.
El entrenador emitió un sonido de enfado como el balido de un animal.
—Se acabó, yogurín. Ha llegado tu hora.
—¿Cree que puede proteger a cuatro mestizos al mismo tiempo, viejo? —Dylan se echó a reír—. Buena suerte.
—¿Mestizos? —Savreen parecía a punto de desmayarse.
Dylan simplemente se rió de ella antes de señalar con el dedo a Leo. Una nube en forma de embudo se materializó a su alrededor. Leo salió volando de la plataforma como si lo hubieran aspirado. Jason y Savreen gritaron su nombre, pero lo de ella era más un chillido que otra cosa, extendiendo la mano como para intentar atraparlo. De alguna forma consiguió girarse en el aire y chocó de lado contra la pared del cañón. Se iba deslizando, arañando furiosamente en busca de un asidero antes de agarrar un fino saliente situado un metro y medio por debajo de la plataforma y quedarse colgado con las puntas de los dedos.
—¡Socorro! Una cuerda, por favor. Una correa. Algo.
—¡Leo! —chilló de nuevo Savreen.
El entrenador Hedge lanzó un juramento y arrojó la porra a Jason.
—No sé quién eres, muchacho, pero espero que seas bueno. Mantén a esa cosa ocupada —señaló con el pulgar a Dylan— mientras yo voy a buscar a Leo.
—¿Cómo va a ir a buscarlo? —Jason no pudo evitar pensar que sus palabras fueron un poco ridículas. ¿Qué planeaba hacer? ¿Cómo iba a ir hasta Leo?—. ¿Volando?
—Volando, no. Trepando —Hedge se quitó las zapatillas. Savreen se atragantó al ver pezuñas de cabra en lugar de piernas.
Jason se quedó boquiabierto.
—¡Es usted un fauno!
—¡Un sátiro! —le espetó Hedge—. Los faunos son romanos. Pero ya hablaremos de eso más tarde. Dicho esto, saltó de la barandilla y navegó hacia la pared del cañón como un superhéroe en una explosión. Dio brincos e inmediatamente saltó por el acantilado, encontrando puntos de apoyo del tamaño de sellos de correos. Esquivaba torbellinos, volteaba y realizaba movimientos de karate-fauno mientras se abría camino hacia Leo.
—¿No te parece bonito? —Dylan se volvió hacia Jason—. Ahora te toca a ti, chico.
Jason arrojó la porra. Parecía inútil con un viento tan fuerte, pero la porra fue volando directa hacia Dylan. ¡Whack! Le golpeó tan fuerte en la cabeza que se cayó de rodillas.
Piper no estaba tan aturdida como parecía. Sus dedos se cerraron en torno a la porra cuando pasó rodando junto a ella, pero antes de poder usarla, Dylan se levantó. Sangre, sangre dorada, le goteaba de la frente.
La respiración de Savreen se atascó en el fondo de su garganta. Jason no sabía cómo protegerla, pero se movió para pararse frente a ella sin siquiera pensar... ¡diablos, él apenas sabía pelear! ¿Cómo iba a enfrentarse a este tipo?
—Buen intento, chico —lanzó una mirada asesina a Jason—. Pero tendrás que hacerlo mejor.
La plataforma tembló. En el cristal aparecieron finísimas grietas. Dentro del museo, los chicos dejaron de aporrear las puertas. Retrocedieron mientras observaban aterrados. El cuerpo de Dylan se hizo humo, como si sus moléculas se estuvieran despegando. El vapor negro se arremolinaba alrededor, como un pequeño tornado para configurarse en una silueta de pesadillas; un ángel, pero con relámpagos en los ojos, humo por alas y truenos por risa.
Dylan se elevó hacia el cielo y Jason soltó, sin siquiera darse cuenta:
—Eres un ventus —¿de dónde sacaba ese nombre?—. Un espíritu de la tormenta.
Dylan se rió, haciendo que un escalofrío recorriera la espalda de Jason.
—Me alegro de haber esperado, semidiós. Sé lo de Leo, Piper y Savreen desde hace semanas. Podría haberlos matado en cualquier momento, pero mi señora dijo que venía un cuarto: uno especial. ¡Ella me recompensará generosamente por tu muerte!
—¿Muerte? —repitió Savreen débilmente, encontrando la mirada de Jason con un parpadeo lleno de lágrimas. Estaba aterrorizada.
Dos nubes en forma de embudo más aterrizaron a cada lado de Dylan, más venti viniendo a matarlos (sí, pensó Jason con sarcasmo). Piper permaneció tumbada, fingiendo que estaba aturdida, sin soltar la porra. Tenía la cara pálida, pero lanzó una mirada llena de determinación a Jason que decía: Llámales la atención. ¡Yo les romperé la crisma por detrás!
(Guapa, lista y violenta. Jason deseó acordarse de cómo era tenerla por novia.)
Cogiendo aire, Jason apretó los puños y se preparó para atacar, pero no tuvo ocasión.
Dylan levantó la mano, arcos de electricidad corriendo entre sus dedos, Jason solo tuvo tiempo de gritar "¡Apártate, Savreen!" antes de oír un ¡BANG!
Jason se vio tumbado boca arriba. La boca le sabía a papel de aluminio quemado... no es que supiera cómo era su sabor. Se preguntó si saldría humo al abrir la boca, y seguro que su ropa humeaba. El relámpago le había recorrido el cuerpo y había salido por su pie izquierdo. Tenía los dedos del pie negros de hollín.
Los espíritus de la tormenta se estaban riendo. El viento bramaba. Savreen estaba llorando. Piper estaba gritando en actitud desafiante, pero su voz sonaba débil y lejana. Por el rabillo del ojo, Jason vio al entrenador Hedge trepando por el precipicio con Leo a la espalda. Piper estaba ya de pie, blandiendo la porra desesperadamente para repeler a los dos nuevos espíritus de la tormenta, pero ellos solo estaban jugando con ella. La porra atravesaba sus cuerpos como si no estuvieran allí. Dylan se cernía sobre Jason: un tornado de alas oscuras y ojos. Savreen gritó algo entre lágrimas y logró encontrar una parte rota de la barrera de la plataforma para tirarla.
Dylan no se lo esperaba. Lo golpeó en un lado de la cara, destrozándose por la fuerza. Entre sangre dorada, se volvió para mirar a Savreen, quien jadeó y se puso de pie, sorprendida por lo que había podido hacer.
Antes de que pudiera lastimarla, Jason gruñó:
—Basta.
Se puso de pie con dificultad y no estaba seguro de quién estaba más sorprendido: él, Sav, Piper o los espíritus de la tormenta.
—Me toca —dijo Jason.
Metió la mano directamente en su bolsillo y arrojó la moneda al aire. Era una segunda naturaleza para él; ni siquiera miró cuando la atrapó, y en su mano, de repente, había una espada dorada y brillante de doble filo. Jason la giró en su muñeca y se posicionó sin siquiera pensar en ello.
Dylan lanzó un gruñido y retrocedió. Miró a sus dos compañeros y gritó:
—¿A qué esperáis? ¡Matadlo!
A sus espíritus de la tormenta no les hizo gracia esa orden, pero arremetieron contra Jason con los dedos crepitando por la electricidad.
Pero de alguna manera, Jason estaba listo.
Se movió hacia el primer espíritu. La hoja de la espada lo atravesó y la figura humeante de la criatura se desintegró. El segundo espíritu soltó un relámpago, pero la hoja de la espada de Jason absorbió la descarga. Dio un paso adelante, una rápida estocada, y el segundo espíritu de la tormenta se deshizo en polvo de oro.
Dylan gemía indignado.
—¡Imposible! ¡¿Quién eres, mestizo?!
Piper estaba tan pasmada que dejó caer la porra. Savreen tenía la boca abierta.
—Jason, ¿cómo...?
(¿Honestamente? No tenía ni idea.)
Entonces el entrenador Hedge regresó de un salto a la plataforma y descargó a Leo como si fuera un saco de harina. Savreen jadeó y corrió hacia él, comprobando si estaba bien.
—¡Espíritus, temedme! —rugió Hedge, flexionando sus cortos brazos. Entonces miró a su alrededor y se dio cuenta de que solo estaba Dylan—. ¡Maldita sea, muchacho! —espetó a Jason—. ¿No me has dejado nada? ¡Me gustan los desafíos!
Leo se puso de pie, arrastrando a Sav con él. Parecía totalmente humillado, con las manos sangrando de agarrarse a las rocas.
—Oiga, entrenador Supercabra, sea quién sea... ¡Me acabo de caer por el Gran Cañón! ¡No pida más desafíos!
Dylan les siseó, pero había miedo parpadeando en sus ojos.
—No tenéis ni idea de a cuántos enemigos habéis despertado, mestizos. Mi señora destruirá a todos los semidioses. Esta guerra no la podéis ganar.
—... ¿Qué? —murmuró Savreen.
Encima de ellos, la tormenta estalló en un fuerte vendaval. Las grietas se extendieron por la plataforma. Empezaron a caer cortinas de lluvia; tuvieron que agacharse para mantener el equilibrio. Savreen se aferró a Leo con todo lo que tenía. Se abrió un agujero en las nubes: un vórtice negro y plateado.
—¡Mi señora me llama! —Dylan gritó con regocijo—. ¡Y tú, semidiós, vendrás conmigo!
Se abalanzó sobre Jason, pero Piper placó al monstruo por detrás. Pese a estar hecho de humo, Piper logró golpearlo. Los dos cayeron rodando por el suelo. Leo, Savreen, Jason y el entrenador se apresuraron a ayudar, pero el espíritu desató un torrente que los hizo caer. Jason y el entrenador Hedge cayeron de culo. La espada de Jason se deslizó por el cristal. Leo se golpeó la nuca y se acurrucó de lado, aturdido y gimoteando. Savreen aterrizó boca abajo, tosió y rodó, sin aliento. Sin embargo, Piper se llevó la peor parte. Se vio despedida por detrás de Dylan, chocó contra la barandilla y se cayó por un lado hasta quedar colgada con una mano sobre el abismo.
Jason echó a correr hacia ella, pero Dylan gritó:
—¡Me conformaré con este!
Agarró a Leo del brazo y empezó a elevarse. Sav gritó y extendió la mano, agarrando la pierna de Leo para tirar hacia abajo; pronto, también se vio arrastrada por el aire. El tornado empezó a girar más deprisa, tirando de ellos como un aspirador.
—¡Socorro! —chilló Piper—. ¡Que alguien me ayude!
Entonces resbaló y gritó al caer.
—¡Ve, Jason! —gritó Hedge—. ¡Sálvala!
Sin darle a Jason la oportunidad de responder, se lanzó hacia el espíritu con un serio golpe pezuñas, liberando a Leo y Sav de las garras. Savreen golpeó el cristal y Leo cayó encima de ella. Tosió de nuevo, sorprendida por el repentino peso en su estómago. Dylan agarró al entrenador por los brazos. Hedge intentó golpearle con la cabeza y, acto seguido, comenzó a darle patadas y a llamarlo «yogurín». Los dos se elevaron en el aire, ganando velocidad.
El entrenador Hedge gritó una vez más:
—¡Sálvala! ¡Yo tengo a este! —luego el sátiro y el espíritu de la tormenta desaparecieron entre las nubes.
—¡¿Salvarla?! —dejó salir Jason—. ¡Si ha desaparecido!
Pero una vez más su instinto se impuso. Corrió hacia la barandilla pensando: «Estoy loco» y saltó al vacío.
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Sentir el viento de frente era diferente a sentirlo caer a su alrededor. Jason lo atravesó, como un vórtice que envolvía sus piernas y su torso, tirando de él y empujándolo de izquierda a derecha. No sabía si alguien debía sentir el viento así, como si tuviera las manos en los bolsillos de sus jeans, pero pegó los brazos al cuerpo y cayó de cabeza.
Alcanzó a Piper en cuestión de segundos. Se agitaba como loca. La agarró de la cintura y cerró los ojos, esperando la muerte. Al menos no moriría sola, ni tampoco Jason. Estaban juntos en esto, incluso si él apenas sabía quién era ella. El viento silbaba en sus oídos y apretó los dientes. Quería que se detuviera, simplemente darle un poco de paz mientras moría, para darle paz a Piper también. En realidad, deseaba que no alcanzaran nunca el fondo.
Y entonces, sin más, el viento amainó. El chillido de Piper se convirtió en un grito estrangulado. Jason pensó que debían de estar muertos, pero no había notado ningún impacto.
—J... J... Jason —logró decir Piper, y abrió los ojos.
No estaban cayendo. No, no, estaban flotando en el aire, a treinta metros por encima del río.
Abrazó fuerte a Piper, y ella cambió de posición de forma que también pudiera abrazarlo. Su corazón se aceleró, sintiendo su aliento hacerle cosquillas en los labios cuando se acercaron nariz con nariz. A ella le latía tan fuerte el corazón que Jason lo notaba a través de su ropa. Su aliento olía a canela. Era preciosa.
¡Concéntrate, Jason!
—¿Cómo has...? —Piper finalmente habló, su voz no era más fuerte que un susurro entrecortado.
—Yo no he sido. Si supiera volar lo sabría...
Pero entonces pensó: ni siquiera sé quién soy.
Jason se imaginó subiendo. Piper lanzó un grito cuando se elevaron rápidamente unos centímetros. Bajo sus pies, sintió el viento nuevamente, como si estuvieran manteniéndose en equilibrio en lo alto de un géiser.
—El aire nos está sosteniendo.
—¡Pues dile que nos sostenga más! ¡Sácanos de aquí!
Lo más fácil sería caer suavemente al fondo del cañón. Pero Jason miró hacia arriba; Savreen y Leo seguían allí y no tenía idea de lo que le había pasado al entrenador Hedge. Las nubes de tormenta parecían haberse calmado, pero no había garantía de que el espíritu se hubiera marchado.
—Tenemos que ayudarles —dijo Piper, como si le hubiera leído el pensamiento—. ¿Puedes...?
—Veamos... —murmuró Jason. Arriba, pensó, y al instante se dispararon hacia el cielo. Si bien la idea de poder volar sonaba genial, eso no era lo que pasaba por la mente de Jason. Tan pronto como aterrizaron en la plataforma, corrieron hacia Savreen, que estaba ocupada sosteniendo a Leo, temblando y ahogando sus sollozos.
Entonces los vio y su rostro se iluminó de alivio.
—¡Estáis vivos!
—¿Está...? —Piper se agachó junto a ella, frotando su espalda y mirando a Leo.
Sav asintió y le dio un pequeño empujón. Él gimió. Su abrigo militar estaba empapado por la lluvia y su cabello rizado brillaba dorado por el polvo del monstruo. Pero al menos no estaba muerto.
—Cabra... fea... y estúpida —murmuró.
—¿Adónde ha ido? —preguntó Piper a Savreen.
Ella miró hacia arriba.
—En realidad... no ha vuelto.
—Uf, por favor, decidme que no me ha salvado la vida —refunfuñó Leo.
—Dos veces —dijo Jason.
Leo gimió todavía más alto.
—¿Qué ha pasado? El tío del tornado, la espada de oro... Me golpeé la cabeza. Es eso, ¿verdad? ¿Estoy alucinando?
Jason admitirá que se había olvidado por completo de la espada. Se acercó a donde estaba tirada y la cogió. La hoja estaba bien equilibrada. Tuvo un presentimiento y la lanzó al aire. En pleno giro, la espada se convirtió en una moneda y cayó en su mano.
—Sí —dijo Leo—. Decididamente estoy alucinando.
Piper se estremeció bajo su ropa empapada por la lluvia. Se acurrucó más cerca de Savreen y rodeó a su amiga con un brazo para tratar de mantenerlas a ambas calientes.
—Jason, esas cosas...
—Venti —dijo automáticamente—. Espíritus de la tormenta.
—Vale. Pero te has comportado como... como si los hubieras visto antes. ¿Quién eres?
Jason suspiró.
—Es lo que he intentado decir. No lo sé.
La tormenta desapareció. Los demás chicos de la Escuela del Monte miraban horrorizados por las puertas de cristal. Había vigilantes intentando abrir las cerraduras, pero no parecía que estuvieran teniendo suerte.
—El entrenador Hedge dijo que tenía que proteger a cuatro personas —recordó Jason—. Creo que se refería a nosotros.
—Y Dylan se convirtió en... —Piper se estremeció—. Madre mía, no me puedo creer que estuviera intentando tirarme los tejos. Nos llamó... ¿semidioses?
Leo se inclinó hacia Savreen y murmuró algo en español antes de darse cuenta de que no entendían.
—No sé lo que significa semi. Pero yo no me siento muy divino que digamos. ¿Vosotros os sentís divinos, chicos?
—No —asintió Savreen, secándose las lágrimas de sus ojos rojos e hinchados—. Está claro que no —su mirada se posó en los pies de Jason y el brillo bronceado de su piel desapareció, haciéndola parecer repentinamente muy enferma. Sus ojos se abrieron al reconocer algo que Jason no comprendió.
Se oyó un sonido brusco, como de ramas secas partiéndose, y las grietas de la plataforma empezaron a extenderse.
—Tenemos que salir de aquí —dijo Jason—. Tal vez podamos...
—Vaaale —lo interrumpió Leo—. Mirad allí arriba y decidme si eso son caballos voladores.
Al principio Jason pensó que Leo se había golpeado en la cabeza demasiado fuerte, pero entonces vio una forma oscura que descendía por el este, demasiado lenta para ser un avión y demasiado grande para tratarse de un pájaro (y definitivamente no es Superman, aunque Jason no recuerda si ha visto siquiera a Superman). A medida que se acercaba, vio un par de animales alados —grises, con cuatro patas, iguales que unos caballos—, solo que cada uno tenía unas alas de unos seis metros de envergadura. Y tiraban de una caja pintada de llamativos colores con dos ruedas: un carro.
—Refuerzos —se dio cuenta Jason—. Hedge me dijo que vendría una brigada de extracción a por nosotros.
—¿Una brigada de extracción? —Leo se levantó con dificultad. Sav y Piper estaban detrás—. Suena fatal.
—¿Y a dónde nos llevan? —preguntó Savreen nerviosamente.
Jason no respondió. Le estaban haciendo preguntas cuya respuesta sentía que debía saber, pero no las sabía, y lo odiaba. Estaba asustado y se sentía como si estuviera completamente desnudo entre una multitud de personas; era un terrible ataque de culpa. Estas personas actuaban como si lo conocieran como la palma de sus propias manos y él apenas recordaba sus nombres. Una pensaba que era su novio, ¿en qué clase de persona le convierte eso? Tenía miedo, y si no estuviera rodeado de gente que no conocía teniendo que demostrar que era fuerte, podría derramar una lágrima o dos. Le faltaba algo, pero no sabía qué, y eso provocó un gran abismo doloroso en su pecho.
Entonces, Jason simplemente observó cómo el carro aterrizaba en el otro extremo de la plataforma. Los caballos voladores plegaron las alas y se pusieron a trotar nerviosos por el cristal, como si percibieran que se estaba rompiendo. Tres adolescentes estaban de pie en el carro: una chica alta y rubia tal vez un poco mayor que Jason, otra un poco más pequeña con el pelo un poco más claro excepto las puntas, que eran de un color púrpura oscuro como si estuviera perdiendo color y un chico corpulento con la cabeza afeitada y una cara que parecía un montón de ladrillos. La rubia más baja saltó del carro antes de que se hubiera parado. Lanzó hacia arriba un collar en forma de llave y en sus manos apareció un arco. Corrió hacia Jason con los ojos entrecerrados ferozmente.
—¿Dónde está? —exigió.
Jason dio un paso hacia atrás, sorprendido.
—¿Dónde está quién?
Ella frunció el ceño como si esta respuesta fuera inaceptable. Luego se volvió hacia Leo, Savreen y Piper.
—¿Y Gleeson? ¿Dónde está vuestro protector, Gleeson Hedge?
Espera, ¿se refiere al entrenador Hedge? ¿Se llama Gleeson? Jason se habría echado a reír si aquella mañana no hubiera sido tan rara y espantosa. Gleeson Hedge: entrenador de fútbol americano, hombre cabra, protector de semidioses. Claro. ¿Por qué no?
Leo se aclaró la garganta y miró nerviosamente a la chica.
—Se lo llevaron unos... tornados.
—Venti —dijo Jason—. Espíritus de la tormenta.
La segunda rubia saltó del carro y se acercó a la otra. Ella arqueó una ceja y su mirada era de un gris llamativo.
—¿Te refieres a los anemoi thuellai? Este es el término griego. ¿Quién eres y qué ha pasado?
Jason se explicó lo mejor que pudo, pero era difícil mirarlas a los ojos. Los demás ayudaron un poco, aparte de Savreen, que miraba con expresión de asombro. Jason no sabía si debería preguntarle qué pasaba o no. Supuso que todavía estaba horrorizada por todo lo que acababa de suceder y no podía culparla. Hacia la mitad de la historia, el chico del carro se acercó. Se quedó mirándolos con los brazos cruzados. Tenía un arcoíris tatuado en el bíceps, lo cual parecía un poco raro.
Cuando Jason terminó su historia, la chica rubia más baja no parecía satisfecha.
—¿Qué? ¡No! Te has equivocado.
—Es verdad, estuvimos presentes —Leo levantó la mano como si respondiera una pregunta en clase. La chica lo ignoró y miró al cielo.
—¡Me dijiste que estaría aquí! ¡Me dijiste que si venía encontraría la respuesta!
—Claire —gruñó el chico calvo—. Mira —señaló los pies de Jason.
Jason no había pensado mucho en ello, pero todavía le faltaba la zapatilla izquierda. El pie descalzo estaba perfectamente, pero parecía un pedazo de carbón. La otra chica frunció el ceño, como si faltara una pieza de un plano que estaba leyendo.
—El chico con un zapato —dijo el calvo—. Él es la respuesta.
—No, Butch —Claire se volvió hacia él—. No puede serlo. ¡Me han engañado! —gritó furiosamente al cielo—. ¡¿Qué quieres de mí?! ¿Qué has hecho con él?
La plataforma tembló, y los caballos relincharon con insistencia.
La otra chica rubia tomó la mano de su amiga.
—Claire, tenemos que marcharnos. Llevemos a estos tres al campamento y ya lo pensaremos allí. Los espíritus de la tormenta podrían volver.
—Annabeth... —Claire se enfureció por un momento, pero Jason vio algo más en sus ojos. Desesperación, miedo, preocupación... Annabeth inclinó la cabeza y las dos compartieron una conversación silenciosa antes de que ella suspirara—. Bien —miró a Jason con una nueva mirada resentida—. Resolveremos esto más tarde.
Se dio media vuelta y se marchó hacia el carro.
Piper sacudió la cabeza.
—¿Qué mosca le ha picado? ¿Qué pasa?
—Eso digo yo —convino Leo.
—Ajá —murmuró Savreen.
—Tenemos que sacaros de aquí —dijo Butch—. Annabeth y yo os lo explicaremos por el camino.
—No pienso ir a ninguna parte con ella —Jason señaló a Claire—. Parece que quiera matarme.
Annabeth hizo una mueca.
—Mira, Claire es de fiar. No seas duro con ella. Tuvo una visión en la que le dijeron que tenía que venir aquí a buscar a un chico con un zapato. Se suponía que era la respuesta a su problema.
—¿Qué problema? —preguntó Piper.
—Ha estado buscando a un campista que lleva tres días desaparecido —contestó Butch—. Claire se está volviendo loca de la preocupación. Esperaba encontrarlo aquí.
—¿A quién? —preguntó Savreen.
—A su novio y mi mejor amigo —respondió Annabeth con tristeza—. Un chico llamado Percy Jackson.
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