✏ Capítulo 36 ✉
Mi madre entró en mi habitación y me puso delante una caja pequeñita.
— Kookie, necesito que me hagas un favor —dijo.
Distraído, levanté la mirada del cuaderno.
Había estado intentando ahogar mis penas escribiendo canciones, pero no me salían.
Seguía muy disgustada por lo que había pasado con Mingyu después del castigo.
— Eh... Vale —le dije a mi madre.
Cerré el cuaderno y me quité el pelo de los ojos.
— Necesito que vayas a entregar esto por mí —mi madre señaló la caja con la cabeza.
— ¿Qué es?
— Una pulsera.
— Vale. ¿Tienes la dirección? —me levanté.
Mi madre ya me había pedido que entregara pedidos a clientes otras veces.
— ¿Van a pagar cuando llegue o han pagado ya?
— No van a pagar. Es un regalo para pedir disculpas.
— No lo entiendo.
— De tu parte.
— ¿De mi parte? ¿Por qué? ¿Para quién?
Mi madre se puso las manos en las caderas.
— Porque el otro día vino un invitado y lo trataste muy mal. No hablamos de ello ese día porque era Acción de Gracias, pero ahora sí que vamos a hablarlo. Ese chico no pudo ser más amable y tú le hiciste sentir que no era bienvenido.
Estaba demasiado horrorizado para hablar, pero al final me encontré la voz.
— Lo sé. Lo siento...
Lo sabía y lo sentía de verdad, pero también tenía muy claro que no quería entregar esa caja y esperé con todas mis ganas que mi madre, al ver que mi arrepentimiento era sincero, no me obligara a hacerlo.
Porque, aunque nuestro invitado no se hubiera merecido el trato que le di aquel día, se lo merecía mil veces más por cualquier otro.
Y el novio tan horrible que tenía se merecía algo peor.
— Bien. No te resultará tan difícil, entonces —mi madre le dio un toquecito a la tapa de la caja y se alejó.
— ¡Mamá! ¡Espera!
Se detuvo.
— ¿No se lo puede dar Binnie el jueves durante el entrenamiento de béisbol? No hace falta que vaya yo ahora con tu coche.
El coche de mi madre estaba hecho casi polvo, estaba sucio y era muy de madre.
Aunque representaba bastante bien la historia de mi vida, intentaba evitar conducirlo a toda costa, especialmente por un barrio super fino en dirección a la casa de un chico que no necesitaba más razones para reírse de mí.
— O puedo dárselo en el instituto.
«O puedo no dárselo jamás en la vida»
— Me gustaría que se lo llevaras ahora, Koo —señaló la caja con la barbilla— Venga. Y asegúrate también de decir las palabras «lo siento» cuando estés allí.
Eso iba a ser imposible...
[🥀]
Llevaba años sin ir a la casa de Kim Tae Hyung y había esperado no tener que volver a pisarla jamás, pero ahí estaba yo, frente su enorme puerta de doble hoja.
Cuando llamé al timbre, recé para que no estuviera en casa.
O para que abriese un mayordomo u otra persona.
Entonces podría tirarle la caja y salir corriendo.
Sin embargo, la suerte no estaba de mi parte últimamente.
Entre el asunto de la guitarra, lo del castigo y lo de Mingyu, no debería haber esperado que las cosas me saliesen como yo quería.
Kim abrió la puerta con sus casi metro ochenta de altura, el pelo ligeramente húmedo y aquella sonrisa suya tan resplandeciente.
— Buenas —dijo, como si fuera lo más normal del mundo que yo estuviera ahí, en su puerta.
— Hola —murmuré con la vista baja.
— Pasa.
¿Le habría dicho mi madre que iba a ir?
Entré en el enorme vestíbulo.
Pensaba que lo había exagerado en mis recuerdos, pero, en todo caso, era más grande de lo que yo recordaba.
Y más blanco:
Suelos de mármol, jarrones blancos y un cuadro abstracto enorme que no tenía nada más que líneas blancas.
Nunca entendería el arte de los ricos.
Le alargué la caja.
— Esto es de mi madre.
— ¿Y eso? —abrió la caja y sacó la pulsera que le había hecho en la muñeca en Acción de Gracias— ¡Cool! La pulsera de hombre. ¿No habías dicho que sólo me estaba usando como modelo?
— Bueno, así era hasta que fui grosero contigo —dije— Es un regalo para decir «siento que mi hijo haya sido grosero contigo»
— Si es ese el caso, me debe como unas quinientas más —había una sonrisa en su voz.
— Qué gracia. En fin, no tienes por qué ponértela —no tenía plumas, así que, al menos, eso se llevaba— Puedes dársela a tu madre o algo así.
Él tomó aire, fingiendo estar indignado.
— Es una pulsera de hombre, Koo. Mi madre no es un hombre. Voy a ponérmela. Y cuando la lleve puesta, me recordará que te has disculpado por haberte portado mal conmigo.
— No me he disculpado.
— Ah —levantó una ceja— Entonces, ¿tu madre se está disculpando porque tú te has portado mal conmigo?
Solté una corta carcajada.
— Sí.
— Pero, ¿tú no?
— Vale. Yo también. Hasta luego.
— Espera.
Me disponía a marcharme, pero me detuve.
— Tienes que enseñarme cómo usarla.
— ¿Usarla?
— Cómo ponérmela —Tae Hyung se volvió y se alejó.
Asumí que eso quería decir que tenía que seguirlo.
Pensé no hacerlo, pero entonces seguro que tendría que darle otra pulsera.
Lo alcancé en su gigantesca cocina.
Había dejado la caja y la pulsera sobre la isla y estaba en el otro lado, haciéndose un sándwich.
Era obvio que lo había interrumpido en mitad de la merienda.
Me aseguré de que la isla quedaba entre los dos y me coloqué junto a la caja.
Él le puso la rebanada de pan de arriba al sándwich y le dio un bocado.
— ¿Quieres algo? —preguntó con la boca llena.
— No, estoy bien —agarré la pulsera— En fin, es un cierre normal. Lo abres por aquí y lo enganchas a la anilla.
— Un momento. Déjame que termine de comer y me lo enseñas en la muñeca.
No iba a enfadarme porque, evidentemente, era lo que estaba intentando hacer:
Enfadarme.
Volví a dejar la pulsera en la caja, me apoyé en la encimera y esperé.
Por encima de su hombro derecho había una cristalera a través de la cual pude ver la piscina.
Me acordé de la fiesta de su decimocuarto cumpleaños.
Después de comernos el cáterin, nos fuimos todos a la piscina.
Muchos de los chicos se bañaron y los demás chicos nos sentamos en el borde, como si fuéramos a derretirnos si nos tocaba el agua.
Yo llevaba el bañador puesto, pero no iba a bañarme si SeokJin tampoco lo hacía, especialmente porque lo había heredado de mi hermano y me quedaba un poco grande.
En un momento dado, hablando con SeokJin, me metí la mano en el bolsillo del pantalón corto y noté un trozo de papel.
Cuando lo saqué, vi que era un billete de cinco dólares.
Hacía mucho que no me ponía esos pantalones, y me sorprendí tanto al verlo que solté un gritito de felicidad y dije:
— ¡Es el mejor día de mi vida!
Kim, que en ese momento debía de estar acercándose a nosotros para ver a Jin, dijo:
— ¿Solo necesitas eso para ser feliz? Si te diera cinco dólares cada mañana, a lo mejor serías más agradable.
El asiento que había a mi lado arañó el suelo y pegué un salto, saliendo del recuerdo.
Tae Hyung estaba sentado de lado en la silla como si llevara ahí todo el día.
¿Cuánto tiempo había estado mirando por la cristalera?
Kim había extendido el brazo sobre la isla con la muñeca hacia arriba y me estaba dando la pulsera.
Suspiré, la tomé y le rodeé la muñeca con ella.
— No es difícil, es un cierre normal. Lo abres empujando esta palanquita, lo metes en el círculo y lo sueltas. Fin.
— Tú lo has hecho con las dos manos. ¿Cómo se supone que voy a hacerlo yo con una?
— No lo sé. Apóyate en la encimera —le pasé la pulsera y lo observé durante varios minutos mientras intentaba abrocharse el cierre de distintas maneras con una sola mano.
Me mordí el labio para no reírme.
— ¿Te hace gracia? ¿Puedes hacerlo tú con una mano?
— Sí.
— A ver.
Me pasé la pulsera por encima de la muñeca y la abroché por el extremo.
— Vale. Parece fácil, pero te dedicas a esto, así que habrás entrenado.
Me reí.
— No me dedico a esto.
— Es el negocio familiar.
— Lo dices como si fuéramos una banda criminal.
Había vuelto a intentar abrocharse los extremos en la muñeca.
Soltó un gruñido de frustración varios minutos después.
— Trae el brazo —di un paso hacia él y al segundo me di cuenta de que me había puesto entre sus rodillas.
Las tenía muy separadas, sentado en la silla.
Habría quedado un poco raro retroceder, como si su cercanía me hubiera afectado, así que no lo hice.
Sin embargo, su perfume almizclado no me dejaba respirar con normalidad.
Sujeté los dos extremos de la pulsera y traté de cerrársela en torno a la muñeca.
Solo que ahora me temblaban las manos.
— Qué bien hueles —dijo en voz baja.
Cerré los ojos un momento, intentando recobrar el aliento.
— Estate quieto.
— No soy yo el que se está moviendo.
— Para.
— ¿Qué hago?
— Me lo estás poniendo muy difícil.
— ¿Puedo preguntarte una cosa?
¿Por qué olía tan bien?
Esa era la pregunta que iba a hacerle yo cuando él terminara con la suya.
— Sí.
— ¿Por qué nos peleamos tanto?
Abrí y cerré la boca, sorprendido.
— No nos peleamos. O sea... Es que... Nuestros antecedentes no son muy
buenos.
— Nunca he sabido por qué.
— Me pusiste un apodo horrible en medio de una clase en la que ya me estaban humillando.
— Creía que te estaba ayudando. Te estaban cosiendo a balonazos. Pensé que, si hacía una broma con ello, la gente se reiría contigo y no de ti.
— Pues no funcionó.
— Ya lo veo, supongo. ¿Y ya está? ¿Me inventé un apodo y me gané un enemigo para toda la vida?
— Se lo haces a todo el mundo —contesté, mirándolo a los ojos— Los humillas en nombre de la caridad. Luego sueltas tonterías y nunca me queda claro si lo haces porque quieres ser gracioso o es que no te das cuenta de que son desagradables, pero lo son. Hoy precisamente te has reído de mi pelo.
— ¿Cómo? No me estaba riendo de tu pelo. Tienes un pelo precioso.
Eso me hizo tartamudear un momento.
— Sí, bueno, eh... ¡Además!, lo más importante es que tratabas fatal a SeokJin.
— ¿Que yo trataba fatal a Jin? ¿Yo? ¿Y cómo le tratabas tú?
Fruncí el ceño.
— ¿Yo? ¿Qué hice yo? Era mi mejor amigo. Sigue siendo mi mejor amigo.
— Hacías cosas muy raras. Te llamaba para quedar, lo cancelabas en el último minuto porque tenías que hacer de niñero y yo tenía que verlo decepcionado todo el tiempo.
Esa forma de describirme hizo que me estremeciera.
— Tengo obligaciones familiares que cumplir. Él lo sabe.
— Y luego me hablabas mal, como si fuera yo el que le dejaba solo en medio de un restaurante o una actividad.
Lo miré a los ojos.
— No, eras tú el que lo dejaba solo, hasta cuando estabas con él. Te daba todo igual. Estabas con el móvil o lo ignorabas de alguna otra manera.
Hizo una mueca.
— Por aquel entonces, yo estaba pasando por... Algo.
— ¿Algo? Tú nunca le contabas nada, ¿no? Nunca le contaste nada sobre ti. No le cuentas nada a nadie, excepto...—me callé, sorprendido por haber llegado tan lejos.
Casi me había descubierto.
Me miró fijamente.
— ¿Excepto qué?
— A tu novio. Seguro que a Mingyu se lo cuentas todo.
— Deja de llamarle así. No es mi novio.
— ¿Eso lo sabe él?
Su rodilla me rozó la cadera y un escalofrío me recorrió el cuerpo.
¿Por qué seguía tan cerca de él?
Posiblemente porque continuaba sujetando los dos extremos de la pulsera con las manos.
No estaba seguro de si era por el enfado que me invadía o por pura determinación, pero le abroché enseguida la pulsera y di un paso atrás.
— Disfruta de tu pulsera de hombre.
— ¡Me encanta mi pulsera de hombre!
Había algo en lo absurdo de esa frase que me dió ganas de reír.
No sabía si él quería reírse también, pero una luz brillaba en su mirada.
Se levantó y, de pronto, estábamos más cerca que nunca.
Mientras lo miraba, me empezaron a llorar los ojos y me di cuenta de que no había parpadeado.
Mis ganas de reír desaparecieron completamente.
Otro tipo de ganas empezaron a sustituirlas.
Ganas que yo sabía que él no compartía.
Acababa de decirme básicamente por qué me odiaba, y yo estaba furioso conmigo mismo por los sentimientos que me estaban invadiendo.
Me volví y huí...
Cuando llegué al auto, tuve que esperar casi cinco minutos hasta que estuve lo bastante tranquilo para conducir.
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⚘ Atte. ⚜☦ Ðҽʋιℓ Ɱιɳ ☽⋆
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