━━𝐍𝐢𝐧𝐞

❛❛Nos asesora un caniche rosa❜❜

𝐀𝐋𝐋𝐄𝐆𝐑𝐀
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ESA NOCHE NOS SENTIMOS BASTANTE HECHOS MIERDA.

Acampamos en el bosque, a unos cien metros de la carretera principal, en un claro que los chicos de la zona al parecer utilizaban para sus fiestas. El suelo estaba lleno de latas aplastadas, envoltorios de comida rápida y otros desechos.

Habíamos sacado algo de comida y unas mantas de casa de la tía Eme, pero no nos atrevimos a encender una hoguera para secar nuestra ropa. Las Furias y la Medusa nos habían proporcionado suficientes emociones por un día. No queríamos atraer nada más.

Decidimos dormir por turnos. Percy se ofreció voluntario para hacer la primera guardia.

Annabeth se acurrucó entre las mantas y empezó a roncar en cuanto su cabeza tocó el suelo. Yo la imité, dándoles la espalda, pero me estaba costando un poco más conciliar el sueño. Grover revoloteó con sus zapatos voladores hasta la rama más baja de un árbol, se recostó contra el tronco y observó el cielo nocturno.

—Duerme. Te despertaré si surge algún problema.

El murmullo de Percy rompió la quietud de la noche, apenas había grillos, pero su voz sonó demasiado alto por más que intentó que sonara bajo.

—Me pone triste, Percy.

—¿El qué? ¿Haberte apuntado a esta estúpida misión?

—No. Esto es lo que me entristece. Y el cielo. Ni siquiera se pueden ver las estrellas. Han contaminado el cielo. Es una época terrible para ser sátiro.

—Ya. Debería haber supuesto que eres ecologista.

Hubo un silencio tenso unos segundos, y luego Grover habló con una mezcla de enojo y decepción.

—Sólo un humano no lo sería. Tu especie está obstruyendo tan rápidamente el mundo... Bueno, no importa. Es inútil darle lecciones a un humano. Al ritmo que van las cosas, jamás encontraré a Pan.

—¿Pan? ¿En barra?

—¡Pan! —exclamó airado—. P-a-n. ¡El gran dios Pan! ¿Para qué crees que quiero la licencia de buscador?

Una brisa extraña atravesó el claro, anulando temporalmente el olor de basura y porquería. Trajo el aroma de bayas, flores silvestres y agua de lluvia limpia, cosas que en algún momento hubo en aquellos bosques. De repente, sentí nostalgia de algo que nunca había conocido.

—Háblame de la búsqueda.

No debería estar escuchando a escondidas, pero pues ellos son los que se ponen a hablar con nosotras a un lado. 

Grover le relató toda la historia de los buscadores, a veces tenían demasiada confianza en algo que venían esperando dos mil años, admiraba su fe. Pero después me acordaba que en Argentina seguimos pensando que seremos campeones del mundo desde el 86. No soy quién para juzgar.

—Y tú quieres ser un buscador de ésos.

—Es el sueño de mi vida. Mi padre era buscador. Y mi tío Ferdinand, la estatua que has visto ahí atrás...

—Ah, sí. Lo siento.

—El tío Ferdinand conocía los riesgos, como mi padre. Pero yo lo conseguiré. Seré el primer buscador que regrese vivo.

—Espera, espera... ¿El primero?

—Ningún buscador ha regresado jamás. En cuanto son enviados, desaparecen. Nunca vuelven a verlos vivos.

—¿Ni uno en dos mil años?

—No.

—¿Y tu padre? ¿Sabes qué le ocurrió?

—Lo ignoro.

—Pero aun así quieres ir —dijo asombrado—. Me refiero a que... ¿en serio crees que serás el que encuentre a Pan?

—Tengo que creerlo, Percy. Todos los buscadores lo creen. Es lo único que mantiene la esperanza cuando observamos lo que han hecho los humanos con el mundo. Tengo que creer que Pan aún puede despertar.

Volvieron a quedarse en silencio, y pensé que quizá Grover por fin se había dormido, y tal cual, pronto sentí sus leves ronquidos. Cerré los ojos, intentando no pensar tanto, o sino no podría dormir nada.

En mis sueños, me encontraba de nuevo en el prado, y Apolo estaba allí a mi lado.

Solo que esa vez, estaba serio y parecía de verdad preocupado. 

—¿Vienes a dar un consejo?

Negó con la cabeza.

—Más bien un obsequio —dijo extendiendo la mano hacia mí—. No debí dejarte salir del campamento sin darte esto primero.

Abrió la mano y en ella había un collar de oro con un dije de un sol, en el medio tenía un cuarzo naranja, mejor conocida como una piedra del sol.

La tomé con cuidado, observando los detalles. Era preciosa. 

—Irás al Inframundo, allá abajo no hay luz del sol —dijo colocando un mechón de cabello detrás de mí oreja—. Esta piedra posee un rayo de sol en su interior, te mantendrá a salvo y con energía suficiente, pero trata de salir rápido, no te servirá mucho si pasas demasiado tiempo allí. 

No había pensado en eso. La oscuridad en el Inframundo sería más de lo que podía soportar. Como hija del dios del sol, sería una tortura. 

—Gracias.

—Desearía poder hacer más, pero a Zeus no le gusta que interfiramos en las misiones. Solo podemos hacerlo así...o a escondidas.

—Gracias, Apolo, en serio.

Me sonrió  con tristeza. No le gustaba que no lo llamara papá, pero había pasado tan poco tiempo con él que se me hacía extraño, incluso con todo lo que había hecho por mí, conocía más a mi madre que a él. 

Y me molestaba. Porque ciertamente Apolo era mejor en su paternidad que lo que mi madre había sido. 

—Te dejaré para que descanses.

Se inclinó para intentar darme un beso en la frente, pero al final, solo se apartó y resplandeció en una luz incandescente.

Aún estaba oscuro cuando me desperté, encontré a Grover jugando con su flauta.

—Hola.

Me quité el cabello de la cara.

—Buenos días.

—¿Ya saldrá el sol?

—Sí.

Siempre confíen en un hijo de Apolo para saber cuándo amanecerá. No podemos dormir por más que lo intentemos. 

—Si quieres volver a dormir, hazlo —dije sujetando mi cabello en una coleta—. Yo vigilo.

Grover asintió, y no se lo pensó mucho. Cinco minutos después ya estaba roncando de nuevo.

Me toqué el cuello. El collar estaba ahí, inundándome con un calor acogedor.

Una hora más tarde, él y Annabeth se despertaron. Grover se fue a caminar por la senda, y nosotras entramos de regreso a la casa de la tía Eme para cambiarnos, que bueno que traje más de un cambio de ropa, y por más comida. Al salir, ella se puso a preparar el desayuno. Por alguna razón que no comprendí, estaba molesta conmigo. No me habló en un buen rato, hasta que al final, respiró profundo y dejó caer el cucharón en la ollita con fuerza.

—Bien hecho —dijo sin mirarme—. Fue muy valiente.

—¿Qué? —pregunté frunciendo el ceño.

—Ayer...lo que hiciste de saltar encima de Medusa...fue estúpido y peligroso, pero muy valiente —reconoció—. Ayudaste más que yo.

Ah. Ahora entendía todo. 

—Ayudaste mucho en el autobús —le recordé—. Sólo hice con Medusa, lo mismo que tú con la Furia, de hecho, me diste la idea.

Ella asintió, no muy conforme.

—Sentí miedo —admitió—. Cuando me di cuenta que era ella, solo podía pensar en que no pararía hasta matarme. Los monstruos pueden ser muy vengativos, y morir de esa manera...bueno, me asusté.

Le di una pequeña sonrisa.

—Es de humanos tener miedo, Annabeth. Es normal, preocúpate cuando dejes de sentir.

Luego de eso, ella siguió cocinando el desayuno y yo me puse a preparar mi mate. Desde ayer que quería uno, pero los malditos monstruos no me dejaban. 

Unos minutos después, Grover regresó de su caminata con un caniche llamado Gladiolus. 

«Pobre bebé, ojalá el que le hizo eso, se pudra en el Tartaro».

Grover nos explicó que había encontrado a Gladiolus en los bosques y habían iniciado una conversación. El caniche se había fugado de una rica familia local, que ofrecía una recompensa de doscientos dólares a quien lo devolviera.

«Menos mal que lo encontró Grover y no algún humano».

Me agaché a su lado y acaricié su cabeza.

—Aww pobre Gladiolus —dije con voz aniñada—. Eres una cosita bella, que bueno que pudiste escapar de esos horribles humanos.

—Dice que le agradas —comentó Grover.

Y sí, es difícil que te caiga mal si soy re iconic. 

Unos diez minutos después, Gladiolus estaba tomando su desayuno cuando Annabeth despertó a Percy.

—Vaya —dijo ella—. El zombi vive.

Percy se restregó un ojo.

—¿Cuánto he dormido?

—Suficiente para darme tiempo de preparar un desayuno —Le lanzó un paquete de cortezas de maíz del bar de la tía Eme—. Y Grover ha salido a explorar. Mira, ha encontrado un amigo.

Con los ojos llenos de lagañas y muerto de sueño, miró a Grover estaba sentado con las piernas cruzadas encima de una manta, tenía a Gladiolus sobre su regazo.

El pichichu le ladró.

Grover dijo:

—No, para nada.

—¿Estás hablando con... eso?

El caniche gruñó.

—¿Cómo que eso, boludo? Más respeto con el pobre Gladiolus, que ya es de la familia o te acomodo la jeta con la rama del paraíso.

—Sé amable con él —tradujo Grover.

—¿Sabes hablar con los animales?

Grover no le hizo caso.

—Percy, éste es Gladiolus. Gladiolus, Percy.

Procedió a contar de nuevo la historia del caniche. 

Nos miró a Annabeth y a mí, convencido de que empezaríamos a reírnos con la cargada que le estábamos gastando, pero sólo lo miramos con seriedad.

—No voy a decirle hola a un caniche rosa. Olvidenlo.

—Percy —intervine—. Le vas a decir hola a Gladiolus o te meto una patada en el culo que a Magoya te van a tener que ir a buscar. Annabeth le dijo hola. Yo le dije hola. Vos le vas a decir hola, la concha tuya.

—Hola, Gladiolus. —El caniche gruñó.

—Entonces, el plan es comprar billetes a Los Ángeles —dijo Annabeth con su mejor voz de estratega—. Es fácil. 

Pensé en mi sueño: en las voces susurrantes de los muertos, en la cosa del abismo. Todo aquello podría estar esperándonos en el oeste.

—Otro autobús no —dijo Percy con recelo.

—No —Annabeth señaló colina abajo, hacia unas vías de tren que no había visto por la noche en la oscuridad—. Hay una estación de trenes Amtrak a ochocientos metros. Según Gladiolus, el que va al oeste sale a mediodía.

—Por ahora, desayunemos —dije poniendo agua en el mate.

Percy meneó la cabeza de un lado a otro y se dispuso a comer, se notaba que aún le costaba acostumbrarse a toda la locura del mundo divino. 

Tomé un sorbo de mi mate, amargo porque para dulce estoy yo.

—Allegra. —Levanté la vista hacia Percy, que me miraba con una mezcla de confusión y horror—. ¿No te estás drogando, verdad?

Annabeth y Grover cerraron los ojos, negando con la cabeza.

Ah más gringo no podes ser, boludo.

Si me seguía saliendo con otra pelotudez más, le iba a dar tremendo sopapo que ni Poseidón lo iba a reconocer. 

—Cuatro, por favor —pedí entregando mi tarjeta.

El empleado de la estación nos entregó los boletos y nos deseó un buen viaje, sin sospechar nada.

Salimos de la estación con los billetes en la mano y nos dirigimos hacia el andén donde esperaría el tren. Gladiolus nos seguía felizmente, moviendo la cola y explorando alegremente su nuevo entorno. 

Annabeth estaba revisando los horarios de salida del tren mientras Grover le explicaba a Gladiolus el camino al campamento. 

—Voy a comprar para morfar —digo sin esperar respuesta.

Me acerqué a una tienda de consumibles, y mientras revisaba las galletas, Percy se paró a mi lado.

—Hola.

—Hola. —Miró por encima de mi hombro al paquete que tenía en las manos—. Esas son deliciosas.

Hice una mueca de desagrado.

—Eso porque no has probado las Don Satur.

—¿Las qué?

Suspiré, dejando la bolsa en el estante.

—Extraño muchas cosas de casa que antes podía tener cruzando la calle, la comida principalmente —dije haciendo un puchero—. Extraño las facturas y el dulce de leche y las torta fritas y....

—Allegra, no sé de qué estás hablando.

Solté un bufido.

—Y por eso insisto a Quirón que ponga clases de español en el campamento.

Tomé una bolsa de papas.

«Bueno...confía en la enorme variedad de comida chatarra para elegir».

—Seguro que podemos conseguir algo bueno —dijo Percy revisando los paquetes en el otro lado de la estantería.

Ladeé la cabeza, observándolo a detalle. Se veía inquiero, su ceño fruncido se acentuaba cada vez más, pero era difícil de descifrar qué le molestaba. 

—¿Estás bien? —pregunté, intentando sonar casual.

Él se sobresaltó ligeramente al escucharme, como si mis palabras lo sacaran de sus pensamientos turbios.

—Sí, sí, estoy bien. Solo estaba pensando en... en algunas cosas.

—Bueno, si necesitas hablar sobre algo, estoy aquí —ofrecí, tratando de mostrarle que podía confiar en mí.

Percy asintió con una leve sonrisa forzada, pero no dijo nada más. Sentí un nudo en el estómago mientras lo observaba volver a revisar los productos en el estante. Había algo en él que me hacía sospechar que las cosas no estaban tan bien como él quería hacerme creer.

Regresé la vista hacía unas barritas de chocolate, tomé seis. Estas sí eran buenas.

—¿Cómo vamos a entrar en el inframundo? —cuestionó de repente, llamando mi atención—. Quiero decir, ¿qué oportunidades tenemos contra un dios?

«Ah...así que ese es el problema».

Fruncí el ceño. Esa era una excelente pregunta

—No lo sé. Pero en casa de Medusa, mientras rebuscabas en el despacho, Annabeth me dijo...

—Oh, se me había olvidado, claro. Annabeth ya debe de tener un plan.

—No seas tan duro con ella, Percy. Ha tenido una vida difícil, pero es una buena persona. —Él meneó la cabeza inconforme—. Pero como iba diciendo, en casa de Medusa, Annabeth y yo coincidimos en que está pasando algo raro en esta misión. Hay algo que no es lo que aparenta.

—Es obvio. Me culpan por robar un rayo que se llevó Hades, ¿recuerdas?

—No me refiero a eso. Las Benévolas parecían contenerse. Igual que la señora Dodds en la academia Yancy... ¿Por qué esperó tanto para matarte? Y después, en el autobús, no estaban tan agresivas como suelen ponerse.

—A mí me parecieron agresivas de sobra.

Negué con la cabeza.

—Nos gritaban: "¿Dónde está? ¿Dónde?"

—Preguntaban por mí.

—Puede... pero tanto Annabeth como yo tuvimos la sensación de que no preguntaban por una persona. Cuando preguntaron dónde está, parecían referirse a un objeto. 

—Eso es absurdo.

—Ya lo sé. Pero si hemos pasado por alto algo importante, y sólo tenemos nueve días para encontrar el rayo maestro... 

Lo miré esperando una respuesta, pero supongo que él no las tenía.

Pensé en las palabras de Medusa: estaba siendo utilizado por los dioses. ¿De que estaba hablando?

—No me importa nada el rayo maestro —admitió—. Accedí a ir al inframundo para rescatar a mi madre.

—Me lo suponía, pero...¿Estás seguro que es la única razón?

—No lo hago por ayudar a mi padre. No le importo, y a mí, él tampoco me importa.

Me mordí el labio y asentí. 

—Es normal, todos nos sentimos así, solo...a pesar de eso, en algún punto y de forma muy retorcida, la mayoría queremos hacerlos sentir orgullosos. Demostrarles que pueden sentirse complacidos de habernos tenido, no siempre y casi todo el tiempo preferiríamos mandarlos al carajo, pero al final del día, son nuestros papás. Tal vez...por eso mandaste la cabeza de Medusa al Olimpo. Querías que se enterara de lo que has hecho.

—No es mi caso. No me importa lo que él piense.

Asentí de forma condescendiente.

—Ok.

Continúe caminando entre las estarías, con él siguiéndome. 

—Además, no he hecho nada meritorio. Apenas hemos salido de Nueva York y ya nos han atacado dos veces, no sé cuánto más podremos seguir escapando.

Me giré hacia él con incredulidad.

—¿Perdón? ¿Es en serio? —cuestioné—. ¿Sabes? Estoy en contra de los excesivamente aduladores de sí mismos, los que viven para vanagloriarse de todo lo que hacen, pero que te des palmaditas en la espalda, fingiendo que lo que has hecho no es nada, también es innecesario.

Percy retrocedió con los ojos bien abiertos.

—¿Qu..é...?

—¿Qué quieres? ¿Qué todo el tiempo te digan que eres un gran héroe? 

—N-No...no es...

—Percy Jackson, escúchame bien porque esta es la única vez que lo diré, la próxima vez te clavaré una flecha en el culo —siseé tomándolo de la camiseta y acercándolo a mí—. Eres un niño y ya mataste a dos monstruos, uno de ellos sin ningún tipo de entrenamiento, solo con tus manos. Mataste a Medusa, uno de los monstruos más peligrosos de todos, Perseo, tu tocayo, era adulto cuando la mató, tú lo hiciste de un solo movimiento.

—P-Pero...me ayudaste...

—¡¿Y qué?! Todos necesitamos ayuda de vez en cuando, tú nos salvaste de las Furias en el autobús —exclamé molesta—. Perseo fue aconsejado por Atenea, muchos de los grandes héroes del pasado recibieron ayuda de los dioses, y a nosotros nos dejaron solos. Somos cuatro pendejos atravesando uno de los países más grandes del mundo, yendo a buscar el coso de mierda de Zeus, sin siquiera saber si Hades va a escucharnos. Ni tu padre, ni el mío, ni la mamá de Annabeth parece que vayan a ayudarnos. Sus culos divinos están más al pedo que mis ganas de vivir. Estamos solos. Creo que vamos bastante bien considerando toda esa mierda. Así que deja de ser tan mala onda, porque me estás empezando a bajonear y no quieres verme bajoneada. Canto canciones depresivas y vas a ponerte a llorar.

Lo aparté dándole una última mirada y fui a pagar.

Esperaba haberle metido algo en la molleja.

—Lo siento... —murmuró finalmente, con la voz apenas audible.

Miré por encima de mi hombro, y asentí.

—Lamento el tono, no lo que dije.

Y él asintió.

—Creo que lo necesitaba. Gracias.

—¿Estamos bien, entonces, pecesito?

Percy sonrió de lado.

—Estamos bien, brillitos.

Pasamos dos días viajando en el tren Amtrak, a través de colinas, ríos y mares de trigo ámbar. No nos atacaron ni una vez, pero tampoco me relajé. Me daba la sensación de que viajábamos en un escaparate, que nos observaban desde arriba y puede que también desde abajo, que había algo acechando, a la espera de la oportunidad adecuada.

Percy intentaba pasar inadvertido porque su nombre y foto aparecían en varios periódicos de la costa Este. El Trenton Register-News mostraba la fotografía que le hizo un turista al bajar del autobús Greyhound. Tenía la mirada ida. La espada era un borrón metálico en las manos. Habría podido ser un bate de béisbol o un palo de lacrosse. En el pie de foto se leía: 

"Percy Jackson, de doce años de edad, buscado para ser interrogado acerca de la desaparición de su madre hace dos semanas. Aquí se le ve huyendo del autobús en que atacó a varias ancianas. El autobús explotó en una carretera al este de Nueva Jersey poco después de que Jackson abandonara el lugar. Según las declaraciones de los testigos, la policía cree que el chico podría estar viajando con tres cómplices adolescentes. Su padrastro, Gabe Ugliano, ha ofrecido una recompensa en metálico por cualquier información que conduzca a su captura".

No tenemos dónde ir, somos como un área desvastada, carreteras sin motivo, cómo podremos olvidar —tarareé luego de leer el artículo. Les entregué el períodico y me puse a dibujar—. No seas tan cruel. No busques más pretextos. No seas tan cruel. Siempre seremos...siempre seremos prófugos los dos.

—No te preocupes —dijo Annabeth interrumpiéndome—. Los policías son mortales, no podrán encontrarnos. 

Pero no parecía muy segura de sus palabras.

Pasé el resto del día paseando por el tren, lo pasaba fatal sentada quieta tanto tiempo, o mirando por las ventanillas.

Una vez vi una familia de centauros galopar por un campo de trigo, con los arcos tensados, mientras cazaban el almuerzo. El hijo centauro, que sería del tamaño de un niño de segundo curso montado en poni, me vio y saludó con la mano. Miré alrededor en el vagón, pero nadie más los había visto. Todos los adultos estaban absortos en sus ordenadores portátiles o revistas.

En otra ocasión, por la tarde, vi algo enorme moviéndose por un bosque. Habría jurado que era un león, sólo que no hay leones sueltos en América, y aquel bicho era del tamaño de un todoterreno militar. Su melena refulgía dorada a la luz de la tarde. Después saltó entre los árboles y desapareció.

El dinero de mi mamá alcanzó más que suficiente para un camarote de camas, ninguno tenía para 4 personas, pero era bastante cómodo. Annabeth y yo compartiríamos una y Percy y Grover la otra.

Esa noche, mientras nos preparabamos para dormir, Percy salió con otra de sus dudas.

—Chicos, ¿saben los símbolos de poder de los dioses? 

—¿Sí?

—Bueno, Hade... 

Grover se aclaró la garganta.

—¿Te refieres a nuestro amigo de abajo?

—Esto... sí, claro. Nuestro amigo de muy abajo. ¿No tiene un gorro como el de Annabeth?

—¿El yelmo de oscuridad? —dijo ella—. Sí, ése es su símbolo de poder. Lo vi junto a su asiento durante el concilio del solsticio de invierno.

—¿Estaba allí? 

Asintió.

—Es el único momento en que se le permite visitar el Olimpo: el día más oscuro del año. Pero si lo que he oído es cierto, su casco es mucho más poderoso que mi gorra de invisibilidad.

—Le permite convertirse en oscuridad —confirmé—. Puede fundirse con las sombras o atravesar paredes. No se le puede tocar, ver u oír. Y es capaz de irradiar un miedo tan intenso que puede volverte loco o paralizarte el corazón. ¿Por qué crees que todas las criaturas racionales temen la oscuridad?

—Pero entonces... ¿cómo sabemos que no está aquí justo ahora, vigilándonos?

Los tres intercambiamos sendas miradas.

—No lo sabemos —repuso Grover.

—Gracias, eso me hace sentir mucho mejor.

La siguiente mañana, en cuanto nos sentamos en el comedor para desayunar, Annabeth soltó la primera pregunta. 

—¿Quién quiere tu ayuda?

—¿Perdona?

—Hace un momento, cuando estabas durmiendo, murmurabas "No voy a ayudarte". ¿Con quién soñabas?

Dejé de jugar con mi lápiz. Percy no parecía tener muchas ganas de contarnos, pero supongo que le inquietaba demasiado como para guardarlo para él solo. Nos habló de la voz en el abismo que le pedía unirse a él.

«Mala señal, ese no suena como Hades».

Tragué saliva. ¿Una voz siniestra saliendo de un abismo oscuro, y todos sospechan de Hades?

Sí, seguro, y Mirtha Legrand no regresa el año que viene.

—Ah...genial —dijo Grover con voz aguda—. El señor de los Muertos sólo te ofreció un trato. Un día normal.

—No parece que se trate de Hades —comenté—. Siempre aparece encima de un trono negro, y nunca ríe.

—Me ofreció a mi madre a cambio. ¿Quién más podría hacer eso?

—Si lo que quería es que lo ayudaras a salir del inframundo, si lo que busca es desatar una guerra contra los Olímpicos, ¿por qué te pide que le lleves el rayo maestro si ya lo tiene? —pregunté enarcando una ceja.

Negó con la cabeza. Pensé en lo que le había contado de mi conversación con Annabeth, sobre las Furias buscando algo. "¿Dónde está? ¿Dónde?" 

Acá había gato encerrado.

—Percy, no puedes hacer un trato con Hades. Ya lo sabes, ¿verdad? —dijo Annabeth—. Es mentiroso, no tiene corazón y mucha avaricia. No me importa que sus Benévolas no se mostraran tan agresivas esta vez...

—¿Esta vez? ¿Quieres decir que ya te habías encontrado con ellas antes?

Annabeth sacó su collar y le mostró una cuenta blanca pintada con la imagen de un pino, uno de sus premios por concluir un nuevo verano.

—Digamos que no tengo ningún aprecio por el Señor de los Muertos. No puede tentarte para hacer un trato a cambio de tu madre.

—¿Qué harían ustedes si fueran sus padres?

—Eso es fácil —contestó Annabeth—. Lo dejaría pudrirse.

—Yo misma la entregaría—dije al mismo tiempo.

Grover hizo un ruido de cabra. Muy nervioso aparentemente de ver que no bromeábamos.

Percy nos miró a una y luego a la otra con asombro.

—¿A qué viene eso?

Annabeth lo miró fijamente con sus ojos grises. Tenía esa expresión de "decime algo y te arranco los ojos".

—A mi padre le molesté desde el día que nací, Percy —dijo—. Nunca le gustaron los niños. Cuando me tuvo, le pidió a Atenea que me llevara y me criara en el Olimpo, porque él estaba demasiado ocupado con su trabajo. A ella no le hizo mucha gracia. Le dijo que los héroes tienen que ser criados por su padre mortal.

—Pero ¿cómo...? Es decir, supongo que no naciste en un hospital.

—Aparecí en la puerta de mi padre, en una cesta de oro, transportada desde el Olimpo por Céfiro, el Viento del Oeste. Cualquiera recordaría el momento como un milagro, ¿no? Y hasta sacaría unas fotos digitales o algo así. Pues bien, siempre hablaba de mi llegada como si fuera lo más molesto que le hubiera sucedido en la vida. Cuando cumplí cinco años, se casó y se olvidó por completo de Atenea. Se buscó una mujer mortal "normal" y un par de hijos mortales "normales", e intentó fingir que yo no existía.

Percy meditó su respuesta unos minutos.

—Mi madre se casó con un hombre absolutamente espantoso. Grover dice que lo hizo para protegerme, para ocultarme tras el aroma de una familia humana. A lo mejor tu padre intentaba hacer lo mismo.

Annabeth seguía jugueteando con su collar. No dejaba de pellizcar el anillo de oro de la universidad, que colgaba entre las cuentas. Se me ocurrió que el anillo probablemente era de su padre. 

—No le importo —dijo—. Su mujer, mi madrastra, me trataba como a un monstruo. No me dejaba jugar con sus hijos. A mi padre le parecía bien. Cada vez que pasaba algo peligroso, lo típico, que llegaban los monstruos, los dos me miraban con resentimiento, como diciéndome: «¿Cómo te atreves a poner en peligro a nuestra familia?» Al final lo entendí: no me querían. Así que me escapé.

—¿Cuántos años tenías?

—Los mismos que cuando entré en el campamento. Siete.

—Pero... no podías llegar sola hasta la colina Mestiza.

Grover apartó la vista, encontrando más interesante el paisaje fuera del tren.

—No, sola no. Atenea me vigilaba, me guió hasta conseguir ayuda. Hice un par de amigos inesperados que cuidaron de mí, al menos durante un tiempo.

Se notaba de Ushuaia a la Quiaca que Percy quería seguir preguntándole más, pero Annabeth estaba demasiado absorta en sus pensamientos. 

En su lugar, se centró en mí.

—¿Qué hay de tí, Allegra? ¿Por qué odias tanto a tu madre?

—No sé si la odio —admití—. No la soporto y prefiero ser picada por un escorpión antes que pasar un día entero con ella, eso es seguro, pero es mi mamá. A veces...muy pocas veces, ha sido una buena mamá, pero todo queda opacado siempre por lo malo —murmuré con voz monótona—. Quizá hayas oído de ella: Celina Solgvier. 

Percy me sostuvo la mirada.

—¿Quién?

Me reí a carcajadas. Celina Solgvier era muy famosa, quizá no como Messi, pero ahora que ganó el Oscar, le habían dado un libreto para participar en una película de Hollywood. Hasta el New York Times había dado una reseña sobre la película y su actuación. 

Se moriría de bronca si se entera que alguien no conoce su nombre. Mucha gente no lo hace, pero andá a hacerle entender eso a ella.

—Una actriz —respondí con una sonrisa. Miré por la ventanilla mientras el sol filtraba destellos contra el cristal—. Mi mamá es...la persona más odiosa, vanidosa, egocéntrica y manipuladora que pueda existir. Una Karen total. Pero también es carismática y risueña, ya sabes, ella sabe muy bien la imagen que vende a sus fans y ellos se lo creen, pero créeme, si conocieran su verdadera cara.... —Me hice una trenza cocida sin mirar a ninguno de ellos—. Y eso que es solo su cara como persona, no hablemos de ella como madre.

Annabeth me puso una mano en el hombro. Solo le había contado a mis hermanos porque...son mis hermanos. 

—Yo tenía ocho cuando llegué al campamento, había tenido una horrible discusión con mi mamá y me escapé de casa. Sí, una discusión nada más, muchos dirían que exageré, pero...

—¿Pero?

Miré mis manos. No me sentía muy cómoda contando aquello.

—Dijo que iría a España a grabar una serie, se iría por un año y yo quería ir con ella. Me dijo que no necesitaba distracciones estúpidas y solo le estorbaría, que me enviaría a casa de un amigo suyo. Yo no quería, él...me ponía incómoda, solía venir siempre a casa y era asqueroso. —Podía sentir la mirada de ambos, supongo que comprendieron de qué hablaba—. Pero ella no me escuchó, dijo que estaba exagerando y estaba siendo arrogante al insinuar algo así. 

Después comprendí porque estaba tan negada a creerme, él era su amante, así que la idea de que a él le pudiera gustar alguien más que ella le parecía ilógico.

—En fin... —continúe—, armé mi mochila y me escapé. No iba a llegar muy lejos, solo lleva 30 pesos, que pasado al dólar es...nada, un peluche y dos bolsas de Lays. Deambulé por la 9 de julio toda la noche, dormí en el Subte y al amanecer, Apolo apareció. Estaba enojado, no conmigo, con ella. Pero me reprendió lo imprudente que había sido. Había estado expuesta a una enorme cantidad de peligros, no solo de monstruos, sino de otros humanos. Dado que no quería saber nada de mi mamá, decidió traerme aquí, pero me aconsejó hablar las cosas con ella. Lo intenté, supongo que la alteró el no saber dónde estaba, así que volví a casa al terminar el verano. Y todo pareció ir bien. Más tarde me enteré que su preocupación era más bien lo que los medios dirían si se enteraban que su única hija escapó de casa y ella no sabía dónde estaba.  Luego de eso, las cosas empezaron a empeorar y empeorar. No importaba cuánto lo intentara, todo lo que ella hacía me enojaba, y todo lo que yo hacía, ella lo veía como un ataque directo hacia su persona, me ve como si fuera una competencia. 

Ambos estaban paralizados observándome con la boca abierta. 

—Allegra.... 

Pero lo que Percy estaba por decir, se vio interrumpido por la llegada de un policía.

—Disculpen, ¿podría ver sus boletos, por favor?

Los cuatro nos miramos confundidos, pero Annabeth me asintió con la cabeza. Saqué los boletos de mi morral y se los di.

El policía los revisó. 

—¿Están en la cabina 17B?

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