Desobediencia | Mafia Hamato Brothers
⭐ Yandere Raph & Leo & Donnie & Mikey x Fem T/N
⭐ Hamato edad: 26-28 años
⭐ 🔞 NSFW | Smut
⭐ Nota: Mafia AU.
⚠️ Advertencia: T/N dominante, relación jefa–trabajadores, conductas yendere, diferencia de tamaño, mención de violencia y asesinato, gangbang, masturbación, sexo oral, felación, sexo rudo, anal, mordidas, lenguaje vulgar.
«Pobre de ella», «Tan pequeña», «Apenas comenzando su vida adulta» «¿Una chica tan joven será capaz de dirigir la organización?» fueron algunos de los comentarios que escuchaste hace tiempo atrás en el funeral de tus padres. Te sorprendió la percepción equivocada que tenían de ti, la chica sobre la que hablaron con incredulidad.
Tras la trágica pérdida de tu familia a manos del bando enemigo, como su única heredera, te encontraste repentinamente con su legado criminal y la organización quedó bajo tu mando. Siendo la única chica humana en el clan, parecía difícil ganar el mismo nivel de respeto que tu padre, pero gracias a tu fuerte carácter y tu habilidad innata para liderar, lograste esa hazaña sin esfuerzo alguno. Los Yōkai a los que solías saludar amistosamente cuando eras pequeña se convirtieron en tus subordinados, y aquellos que alguna vez te menospreciaron, ahora se veían obligados a inclinarse ante ti cada vez que hacías acto de presencia.
No requeriste llevar a cabo cambios drásticos en la estructura de los cargos, ya que aquellos que estuvieron al servicio de tu familia –y cuidaron de ti– ahora serían tu mano derecha: cuatro hermanos mutantes en los que tu padre confiaba ciegamente. Y ahora en tu mandato, no solo se encargaban de protegerte, sino que también ocupaban roles importantes en cada área de la organización... y de tu vida. Oh, tus lindos subordinados eran tu posesión más preciada.
Desde que tu fiel cuarteto cumplió su primer encargo para ti, se convirtieron en tu obsesión. Esa misión en particular involucraba traer ante ti a un ex subordinado de tu padre, quien los había traicionado al robar armamento y venderlo en el mercado negro. Tal cual los perros de caza, llevaron a su presa hasta tu bodega y la dejaron a tus pies, esperando atentos a tus indicaciones. Les diste libertad para que hicieran lo que quisieran con el hombre... y vaya que te dieron un espectáculo.
El más robusto de los cuatro, tu querido Raphael, aprovechó su imponente fuerza para fracturar varios –o muchos– huesos. A continuación, tus amados gemelos se dedicaron a torturar a su víctima a su manera; Leonardo se entretenía mutilando los dedos del hombre, mientras que Donatello realizaba cortes precisos en áreas extremadamente sensibles que lo hacían gimotear de dolor. Por último, tu dulce Miguel Ángel, el más sádico de todos, disfrutó jugando con los órganos del individuo.
Aquella escena llena de diversión no se limitaba únicamente al cumplimiento de tus órdenes; tus subordinados no perseguían su propia satisfacción, sino que competían entre sí para causar el máximo sufrimiento a su presa, todo con el fin de obtener tu aprobación y atención exclusiva. Confirmaste esta percepción cuando, tras acabar con la vida de aquel hombre, se alinearon frente a ti, esperando algún gesto de reconocimiento. Los asesinos que habías visto minutos antes ahora se comportaban como niños ansiosos por ganarse una estrella en su frente y una palmada en la espalda. Esos perros cazadores se habían convertido en cachorros que necesitaban una caricia tuya.
Al inicio, un «buen chico» a cada uno fue suficiente, pero conforme hacían su trabajo y pasaba el tiempo, te diste cuenta que estaban locamente necesitados de tus sutiles demostraciones de cariño. Cuando decidiste darles el privilegio de «jugar» contigo, quedaron perdidamente enamorados de ti... y tú de ellos. Sin embargo, alimentar su obsesión tenía una pequeña consecuencia: atacaban ferozmente a cualquiera que percibieran como una amenaza para alejarte de ellos. Hasta la fecha, perdiste algunos socios y varios empleados, pero nada que no pudiera solucionarse con una pequeña reprimenda.
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Te encontrabas en tu oficina, sentada en el borde de tu escritorio, esperando a que llegaran tus cachorros. Cuando la puerta se abrió, tus adorables mutantes se dejaron ver, impecablemente vestidos con trajes y camisas negras; dejando protagonismo al rojizo de sus corbatas y bandanas.
—¿Saben por qué los llamé?
Negaron con aparente inocencia, pero sus miradas revelaban que estaban plenamente conscientes de la razón por la que los habías convocado.
—Chicos... —murmuraste con una voz dulce, teñida de reproche—. Volvieron a «eliminar» a uno de mis socios.
Una ligera sonrisa se formó brevemente en sus labios; no mostraban ni el más mínimo rastro de arrepentimiento de sus acciones, pero permanecían sumisos, manteniendo la compostura como muestra de respeto hacia ti.
—Ya habíamos hablado de esto —murmuraste con un puchero, ladeando la cabeza con una expresión que mezclaba dulzura y desaprobación—. No asesinan a menos que yo lo ordene, ¿cierto?
Los cuatro asintieron, en completo silencio. Sabían bien que no era prudente interrumpir cuando estabas en medio de un regaño, por muy encantadora que parecieras. Con elegancia, te deslizaste desde el borde del escritorio y comenzaste a caminar entre ellos, tus tacones resonando en el suelo de madera. Las tortugas permanecían inmóviles, pero sus ojos te seguían de cerca, sin atreverse a moverse ni a hablar. Te detenías brevemente frente a cada uno, ajustando sus corbatas rojas con esmero.
—Vamos, díganme —preguntaste con una sonrisa tan tierna como peligrosa, jugando con el nudo de la corbata de Leonardo—. ¿De quién carajos fue la idea?
Se miraron entre sí, intercambiando una rápida conversación silenciosa, pero ninguno se atrevió a hablar. Sabían que no había forma de ocultarte nada; tu intuición era afilada. Te detuviste frente a Miguel Ángel, jugueteando con el nudo de su corbata. Él, el más impulsivo de los cuatro, apenas pudo contener una sonrisa traviesa.
—¿Mikey? —preguntaste en un tono dulce, pero con una chispa de autoridad en tus ojos—. ¿Qué tienes que decirme?
Él bajó la mirada, incapaz de sostenerla frente a ti por mucho tiempo. Eso lo delató más que cualquier palabra. Aun así, no parecía preocupado, solo resignado.
—Yo... yo solo quería protegerla, jefa —pronunció el más pequeño de los mutantes. —Él... él no te merecía.
Suspiraste, y aunque tu tono seguía siendo suave, había un tinte de frustración.
—Ay, cariño... pero él era mi socio —dijiste, pasando una mano por su mejilla, casi maternalmente—. Sabes que confío en ustedes, pero esto... esto fue una desobediencia directa.
Te giraste hacia Raphael, quien mantenía su postura más calmada, pero había un brillo en sus ojos que sugería que no estaba completamente libre de culpa.
—Y tú, Raphy... —dijiste mientras te cruzabas de brazos, mirándolo con una ceja levantada—. Se supone que eres el responsable aquí. ¿O acaso te has dejado influenciar por las travesuras de tu hermano?
Raphael mantuvo la mirada fija, pero su mandíbula apretada lo traicionaba. Aunque él no había dado la orden, tampoco había hecho nada por detener a sus hermanos.
—Chicos... —volviste a susurrar, esta vez más suavemente—. Me ponen en una posición difícil. ¿Qué voy a hacer con ustedes?
Los cuatro se mantuvieron en silencio, perfectamente alineados, pero sabías que no había miedo en ellos. Lo que había era lealtad. Estaban dispuestos a enfrentarse a tu enojo, pero nunca a fallarte de verdad.
—Tal vez... —dijiste fingiendo un suspiro triste—. Tal vez es mi culpa. Los he consentido demasiado, más de lo que se merecen.
Desviaste la mirada al suelo, y de inmediato, tus subordinados rompieron su formación. Sin poder soportar verte así, se acercaron con cuidado, ignorando el hecho de que esa también era una pequeña desobediencia. No podían quedarse impasibles mientras tú te culpabas por sus errores. Tus mutantes te rodearon, haciéndote ver sumamente pequeña, pero sin la intención de intimidarte.
—No, no... —murmuraste con voz suave, extendiendo una mano para detenerlos mientras uno de ellos, probablemente Miguel Ángel intentaba colocar una mano en tu hombro—. Tal vez simplemente no soy una buena jefa.
Ese comentario golpeó justo donde sabías que les dolería. Los cuatro intercambiaron miradas inquietas. Aunque no mostraban arrepentimiento por sus acciones, el simple hecho de hacerte sentir de esa manera era intolerable para ellos.
—No fue su culpa, jefa —dijo Leonardo.
—Es la mejor jefa que podríamos tener —agregó Donatello con seriedad—. Usted es más fuerte y más astuta que cualquiera de esos socios que tuvo.
—¡Sí! —exclamó el más bajito de ellos—. Siempre es buena con nosotros, nos trata con amor, nos cuida y juega con nosotros y...
—Para mí es perfecta —murmuró Raphael, bajando la mirada al final de su confesión.
Los demás guardaron silencio esperando que eso fuera suficiente para hacerte sentir mejor. No eran expertos con las palabras, no tendrían por qué; su trabajo involucraba su fuerza, no la elocuencia de sus palabras. Levantaste el rostro y esbozaste una ligera sonrisa.
—Entonces... —susurraste, alzando una ceja—, ¿qué van a hacer para remediarlo?
Los tenías justo donde querías: listos para compensar, para demostrar que, a pesar de sus errores, siempre estarían dispuestos a hacer lo que fuera necesario por ti.
Tus subordinados intercambiaron una mirada cómplice antes de moverse al unísono, acorralándote en el centro y acercándose hasta dejar el espacio casi inexistente entre ustedes. Sabían perfectamente qué te hacía feliz y cómo ganar tu perdón. En un instante, tus subordinados te rodearon, acortando la distancia hasta hacerla casi inexistente. Sonreíste y posaste tu mano en el rostro del mutante que tenías frente, Donatello. Lo jalaste hacia ti, haciendo que se inclinara y estampaste tus labios contra los suyos. De inmediato, los demás abalanzaron sus bocas sobre ti, besando tus hombros y cuello. A la par, sentiste sus manos recorrer y toquetear ansiosamente tu cuerpo, de una manera poco suave y apresurada, como si temieran que en cualquier momento les dieras la indicación de que pararan. Realmente estaban necesitados de este contacto y querían jugar contigo todo el tiempo posible.
Leonardo intentó reclamar tus labios, besándote vorazmente; sin embargo, su gemelo lo apartó para retomar su lugar y unir su boca una vez más con la tuya, haciéndote soltar una dulce risa. Te divertías alternando entre ambos, permitiéndoles probar tus labios y juguetear con tu lengua, cada uno ansioso por dominar el momento. A la vez, Raphael te robaba suspiros al manosear tus nalgas con sus grandes manos, y Miguel Ángel, se dedicaba a dejar chupetones en tu cuello mientras masajeaba tus senos. Aunque no los vieras, podías distinguir las manos de estos dos últimos por el tamaño; no obstante, también sentiste una mano traviesa escabullirse hasta tu intimidad.
Con algo de esfuerzo, lograste escapar de aquellas hambrientas bestias, solo para volverte a sentar en tu escritorio. Incluso así, seguías siendo más pequeña que ellos, pero eso no significaba que tuvieran más poder sobre ti.
El más desvergonzado de los cuatro, Leonardo, fue el primero en tomar la iniciativa y sin vacilar, se arrodilló frente a ti. Sus labios comenzaron a deslizarse por el interior de tus muslos, mientras su lengua recorría tu piel. Miguel Ángel observó la escena con una ligera frustración por haber perdido esa oportunidad, aunque no tardó en unirse, inclinándose a besar y manosear tus piernas. El más pequeño de tus subordinados, subió tu vestido a la altura de tus caderas dejándoles paso libre a tu entrepierna. Tanto él como Leonardo, apretaban tu piel con lascivia y al bajar la mirada hacia ellos, podías ver cómo comenzaba a notarse una erección en sus pantalones. De forma simultánea, Raphael y Donatello se colocaban a tus costados y a la par, bajaron los tirantes de tu vestido, haciendo que este resbalara por tu torso y con ayuda de los otros dos, terminaron por quitártelo. Ahora con tus pechos expuestos, Raphael y Donatello comenzaron a besarlos y humedecer tu piel y pezones, succionándolos y dejando pequeños chupetones alrededor de estos.
—Mmm~ —suspiraste con dulzura.
Tomaste del mentón al más robusto, y estampaste tus labios contra los de él. Jugando con su lengua hasta unirse en un hilo de saliva. Entre tus piernas se encontraban Miguel Ángel y Leonardo, que en un abrir y cerrar de ojos, se habían deshecho de tus bragas. Una vez más, Leonardo se adelantó hundiendo su rostro en tu entrepierna, pegando su boca contra tu vulva, comiendo tu coño con un beso francés. Su lengua se movía de forma caótica por toda tu entrada, enfocándose en acariciar de arriba a abajo tu clítoris.
Un gemido salió de tus labios, disparando el instinto animal en cada uno de tus subordinados. No había nada que los provocara más que esos sonidos que dejabas escapar cuando el juego entre ustedes comenzaba. La manera en que te mostrabas tan vulnerable y a la vez tan dominante los volvía locos; verte y escucharte excitada era una adicción para ellos. Eran completamente dependientes de ti, atrapados por esa enfermiza atracción, y estaban dispuestos a todo para saciar esa necesidad irrefrenable de tenerte y complacer cada uno de tus deseos.
Leonardo intercambió su lugar con Miguel Ángel, quien inició succionando tu hinchado botón sensible, provocando que intentaras cerrar las piernas por reflejo. Leonardo mantuvo un firme control sobre ellas y volvió a abrirte para su hermano, permitiendo que continuara. Tus ojos se habían enfocado en ellos dos, pero Donatello te tomó del rostro para que volvieras a besarlo, una forma bastante territorial de pedir tu atención. Raphael, por su parte, masajeaba y jugaba con tus senos, prestando especial atención a tus pezones mientras los pellizcaba y lamía, sumándose al placer que los otros te estaban dando.
Te sentías como una verdadera reina, con tu cuerpo siendo atendido de tan diversas y placenteras maneras. Decidiste reafirmar tu dominio dándoles la orden de desnudarse, y ellos obedecieron al instante, desponjándose de sus trajes. La vista de sus pollas, húmedas y ansiosas por complacerte, te arrancó una sonrisa de satisfacción. Luego, pediste a Raphael que se sentara en el gran sofá de tu oficina, y cuando estuvo en posición, te montaste sobre él, dándole la espalda. Estabas acostumbrada a manejar su regordeta verga, por lo que no tuviste problema para introducirlo en ti. Sus manos sostuvieron tus caderas y comenzaste a moverte hacia atrás y adelante, siseando cada vez que se enterraba profundamente.
Raphael dejó escapar un gemido grave, mientras sus hermanos lo miraban con una mezcla de envidia y deseo. Les hiciste una señal para que se acercaran, y en un instante, se posicionaron frente a ti con sus miembros erectos rozando suavemente tu rostro. Empezaste a atenderlos uno a uno, dedicando a cada uno caricias de tu boca y lengua. Primero fue Miguel Ángel, a quien recibiste con la boca abierta, saboreando su jugosidad con ligeras succiones en su glande. Sus ojos, fijos en ti, te miraban con una mezcla de devoción y anhelo, dibujando en su rostro una sonrisa dulce y a la vez siniestra. Después fue el turno de Donatello; tomó tu rostro y embistió tu boca con un simple movimiento de caderas, alcanzando tu garganta. Raphael continuaba moviéndote sobre él; te sujetaba de las caderas, marcando el ritmo, llenando por completo tu pequeño coño con su inmenso falo. Cada vez que bajabas sobre él, un gemido se ahogaba en la polla de su hermano, estimulándolo con las vibraciones de tu boca. Finalmente, Leonardo, incapaz de contener su impaciencia, presionó su miembro contra tus labios. Dejaste de chupársela a Donatello para atender al último de tus subordinados. Dando lengüetazos probaste la humedad de su miembro y después lo albergaste en su totalidad dentro de tu boca.
Raphael te sujetaba firmemente de los muslos mientras rebotabas sobre su verga; detrás de ti escuchabas sus gruñidos cada vez que topaba con tu límite, y tú, gemías ruidosamente sin miedo a que te escucharan fuera de la oficina, ya que nadie se atrevería a cuestionar tus acciones, porque al final, tú eras la jefa.
Te sentías satisfecha con cómo te follaba la tortuga caimán; sin embargo, no sería un juego divertido si te limitaras a disfrutar únicamente a uno de los cuatro mutantes. Con un cambio de posición, te recostaste boca abajo en el sillón, permitiendo que Donatello se colocara detrás de ti. Él levantó tus caderas, acomodando su erección contra tu vulva y tú mordiste tu labio al sentirlo abrirse paso en tu interior. De pronto, sus caderas comenzaron a empujar con fuerza, chocando contra tu culo y enterrándose sin piedad en ti.
—¡Ngh ah!~ —gemiste con agudeza, dibujando una sonrisa en Donatello.
El ruido de sus pieles chocando hizo que invadiera de celos a los demás. Miguel Ángel, incapaz de resistir, se sentó en el sofá con su miembro frente a tu cara para follar tu boca a la par que su hermano mayor follaba tu coño. Donatello, aunque más pequeño en dimensiones que Raphael, te causaba igual placer por la forma agresiva de embestirte. Miguel Ángel por su parte, se deleitaba con tu saliva, deslizándose en el interior de tu boca; tu lengua se movía en círculos y tus labios se ajustaban a la perfección a su contorno. Y a corta distancia, Leonardo y Raphael se masturbaban viendo la escena, esperando a que terminara el turno de sus hermanos.
Donatello arremetía en tu interior con violencia y sus manos marcaban tu piel con palmadas firmes y sonoras, dejando un ardor que se mezclaba con el placer profundo de sus embestidas. Se inclinó sobre ti, posando tus labios sobre tu hombro para besarlo y morderlo. La combinación de sus nalgadas, las profundas estocadas y la mezcla de sus chupetones y mordidas te acercaban cada vez más a tu límite. Y de pronto, sentiste tus piernas temblar y tu corazón se aceleró, alcanzando el orgasmo.
Aún sintiendo los espasmos entre tus piernas, jadeando, le ordenaste a Leonardo recostarse en el sillón. Tus piernas temblaban ligeramente, pero te montaste sobre su venosa y dura verga. Asimismo, le diste permiso a Miguel Ángel de colarse detrás de ti; este tomó su miembro y lo acomodó entre tus nalgas, empujando hasta llenar tu pequeño orificio anal. Comenzaste a moverte sobre Leonardo, penetrándote con pequeños saltitos. Llevó sus manos a tus senos, masajeándolos y manteniéndote firme mientras te ayudaba a moverte. A tus espaldas, Miguel Ángel se aferraba a tus caderas, saliendo y entrando salvajemente en ti. Jadeabas balbuceos, haciéndoles saber lo bien que te hacían sentir y gemías que no se detuvieran, ordenando que te dieran más fuerte y ellos obedecieron.
Intentaste inclinarte para unir tus labios con los de Leonardo, pero Donatello te detuvo. Tomó tu rostro y te atrajo hacia él para que lo atendieras con tu boquita sucia. Al mismo tiempo, Raphael tomó tu mano y la guió hasta su gran falo, para que lo estimularas manualmente. Así, estabas jugando con tus cuatro subordinados a la vez, sin excluir a ninguno. Te embriagaba escucharlos jadear y sisear locos por ti. Te encantaba cómo te devoraban con la mirada y cómo se relamían los labios al verte tan jodidamente caliente, gimiendo por sus pollas. Te encantaba sentir cómo tu pequeño cuerpo luchaba por albergar sus duras y monstruosas pollas. Te obsesionaba tener el control absoluto sobre ellos, que hicieran lo que les pidieras sin dudar ni contenerse... ellos simplemente te daban lo que querías.
Te sentías tan llena; tu coño, tu culo, tu boca, tus manos y cada rincón de tu piel estaba ocupado por ellos y marcado con su saliva, sus fluidos y sus chupetones. Notaste que de pronto sus movimientos se volvieron más erráticos; los cuatro empezaron a jadear y gruñir gravemente, las embestidas de Miguel Ángel y Leonardo ya no seguían un ritmo, Donatello golpeaba con fuerza tu boca y Raphael palpitaba en tu mano. Justo en ese instante, un segundo clímax te alcanzó, dejándote exhausta y satisfecha.
Tus adoradas tortugas no querían quedarse atrás; estaban al límite y deseaban con locura llenarte de su cálido semen... de marcarte como suya. Pero cuando estaban a punto de hacerlo, los detuviste.
—Paren —ordenaste, con una sonrisa de satisfacción y una mirada traviesa.
Ellos se frenaron. Aunque obedientes, podías ver la confusión en sus rostros. Muy a su pesar, Miguel Ángel se apartó de ti y tú te bajaste de Leonardo. Donatello y Raphael también se detuvieron.
—No crean que por esto voy a pasar por alto su indisciplina —les recordaste, manteniendo la misma sonrisa maliciosa—. Su castigo será no tener un orgasmo en esta ocasión.
Los cuatro emitieron suspiros resignados, y aunque sus ojos parecían implorar una segunda oportunidad, tú mantuviste la compostura.
—No me miren así~ —respondiste en un tono de falsa compasión—. Ustedes me obligan a ser mala cada vez que rompen las reglas —sin poder replicar, se limitaron a asentir—. Ahora, vístanse y retomen sus labores.
—Sí, jefa —dijeron al unísono.
Por más que desearas terminar cubierta con sus blanquecinos fluidos, no podías olvidar tu posición. No podías permitirte ser indulgente; sabías bien que, si lo hacías, ellos podrían olvidar quién realmente tiene el control en ese lugar.
ʕ´•ᴥ•'ʔ hola, soy la escritora, Mafer.
Este oneshot estaba en mis borradores hace tiempo y decidí terminarlo de escribir, espero les haya gustado ✨
LOS DEJO CON LA PUBLICIDAD NO ENGAÑOSA
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