Retrato | Yandere Mikey
⭐ Mikey yandere x Fem T/N
⭐ Mikey edad: 26 años
⭐ 🔞 NSFW | Smut
⚠️ Advertencia: non-con (no consentimiento), relación nociva, conducta posesiva, dependencia y chantaje emocional, manipulación, confinamiento, sumisión, juguetes sexuales, sobreestimulación, sexo oral, masturbación, squirt, sometimiento, humillación, ataduras, lenguaje vulgar.
En algún momento de tu vida, antes de casarte con él, Miguel Ángel se había convertido en todo para ti, tu universo entero.
Fue él quien te mostró lo hermoso que podía ser el amor. Te hacía sentir en el cielo, como si fueras la mujer más afortunada sobre la faz de la Tierra. Aunque su naturaleza mutante lo hacía diferente, fue precisamente esa peculiaridad, junto a su carisma y su personalidad dulce, amable y encantadora, lo que terminó por enamorarte por completo. Pero también se encargó de mostrarte el lado horrible del amor... aunque a este punto te preguntabas si realmente era amor lo que Miguel Ángel sentía por ti.
Se conocieron al finalizar la adolescencia y, casi de inmediato, comenzaron una relación que al principio parecía perfecta. Los recuerdos de aquellos días todavía te hacían sonreír... Claro, hubieron discusiones, pero siempre fueron resueltas con diálogo y cariño. Miguel Ángel siempre fue atento, gentil y protector contigo. Su relación era como un sueño hecho realidad, tanto que cuando te propuso matrimonio, no lo pensaste dos veces antes de aceptar.
Tras la boda, él te propuso mudarse a una casa en las afueras, cerca del bosque, lejos del bullicio de la ciudad. La idea te pareció inusual, sobre todo porque significaba vivir lejos de sus hermanos, su familia, a quienes siempre había demostrado amar profundamente. Pero confiaste en él. Creíste que su intención era simplemente construir un hogar tranquilo para los dos. Lo que no sabías, lo que entendiste demasiado tarde, era que la distancia no era para tu comodidad. Miguel Ángel quería alejarte, no del ruido de la ciudad, sino de sus hermanos...
Todo se rompió el día que le propusiste visitar a su familia. Toda la percepción que tenías de Miguel Ángel, se quebró como un cristal. Tu esposo te confesó que, durante todo ese tiempo, él había albergado una especie de celos enfermizos. Cada interacción tuya con sus hermanos había sido para él una agonía que escondía detrás de una sonrisa ensayada. Había interpretado su papel a la perfección, dejando esos sentimientos oscuros fuera de tu vista, hasta que no pudo contenerlos más. Pero ahora, él, siendo tu esposo y teniendo su propio hogar, según sus palabras: "No necesitabas nada ni nadie más para ser feliz. Solo a él".
Entonces, salir a cualquier parte se volvió muy complicado. Incluso acompañada por él, las salidas eran contadas y estrictamente controladas. Miguel Ángel prefería que permanecieran encerrados, donde podía tenerte exclusivamente para él. Y no se trataba solo de estar en casa, tenía que estar a tu lado, literalmente. Cualquier actividad se convertía en una excusa para la intimidad. Ya fuera abrazados en el sofá, acostados juntos o fingiendo pequeñas citas dentro de las cuatro paredes de su mundo, todo solía culminar en sexo.
La intimidad con Miguel Ángel había cambiado drásticamente. Cuando eran novios, tu primera vez con él había sido dulce y romántico. Pero ahora, como su esposa, todo se había torcido. En la cama, se mostraba posesivo, territorial, y casi salvaje, acorde a su naturaleza animal. Adoraba marcar tu piel con chupetones y mordidas, reclamándote como de su propiedad. Su obsesión contigo lo llevaba a exigirte más allá de tus límites; le encantaba alargar el acto hasta dejarte exhausta, y ahí, ignoraba tus súplicas de detenerse, diciéndote con suavidad que "podías aguantar un poco más".
Su amor por ti era absoluto, pero estaba distorsionado. Te trataba con dulzura... pero todo dependía de que te "portaras bien". Esto significaba no mencionar salir de casa, no hablar de su familia ni de la tuya, no mencionar a ningún otro hombre que no fuera él y, en especial, no rechazar sus caricias, besos o abrazos. Si cumplías con esas reglas, él era el mismo Miguel Ángel amable y amoroso que te había enamorado. Pero si cruzabas alguna de esas líneas, su actitud cambiaba, desde hacerte sentir culpable con chantaje emocional hasta actuar de forma violenta contigo.
Su afecto, que antes te hacía sentir viva, ahora drenaba tu energía. Miguel Ángel, a quien consideras indispensable en tu vida y necesario para ser feliz, se convirtió en alguien que te asfixiaba y que al contrario, te mataba lentamente por dentro. Para él, el mundo exterior era irrelevante; tú eras su universo entero, su única razón de ser, y no estaba dispuesto a compartir ni una fracción de ti con nadie más.
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Tu querido esposo había planeado una encantadora actividad para ambos. Como él gustaba del arte, te propuso retratarte en un cuadro. ¿No sonaba mal, verdad? Pero Miguel Ángel tenía una idea muy específica en su cabeza acerca de cómo quería pintarte: desnuda.
Te negaste, pero tu negativa fue recibida con un cambio abrupto en su comportamiento. Su mirada dulce se oscureció, y antes de que pudieras intentar razonar con él, usó la fuerza. Te quitó la ropa a tirones, ignorando tus súplicas y tus intentos de zafarte. Sin miramientos, te tumbó al suelo y buscó una cuerda, atando tus muñecas por encima de tu cabeza y asegurándote al picaporte de la puerta de su habitación. Con lágrimas en los ojos y el pecho agitado por el miedo, observaste cómo se acomodaba frente a ti. Sacó su lienzo y colocó las pinturas en el suelo con una tranquilidad que daba miedo, como si todo lo ocurrido antes no hubiese sido más que un malentendido menor. Su expresión había vuelto a ser la de siempre: serena, cálida, casi tierna. Ese contraste te estremecía; ¿cómo podía actuar con tanta dulzura después de haberte reducido a un objeto para su inspiración artística?
Cada trazo que daba parecía calmarlo, devolviéndolo a ese personaje amoroso y atento que, en realidad, te aterraba más que cualquier otra cosa.
—No te muevas, linda —sonrió, entrecerrando los ojos mientras alzaba un pincel frente a ti para medir tus proporciones—. ¡Así estás perfecta!
Sentiste un nudo formarse en tu garganta. Tragaste profundo y te quedaste inmóvil, completamente rígida. Sabías que cualquier movimiento fuera de lugar podría desatar algo que preferías evitar. Tus ojos permanecían fijos en él, vigilando cada uno de sus gestos, siguiendo la dirección de su mirada cada vez que alzaba los ojos hacia ti. Pero en esos ojos, en ese rostro familiar, no encontrabas ni rastro del novio cariñoso que una vez te hizo sentir amada. Uno a uno, los recuerdos felices comenzaron a desmoronarse en tu mente, volviéndose afiladas espinas que se clavaban en tu pecho; las lágrimas comenzaron a brotar, deslizándose silenciosamente por tus mejillas
—Hasta llorando te ves hermosa —murmuró, dejando escapar un suspiro que sonaba casi melancólico, como si realmente creyera que lo que hacía era un acto de amor-. Amor, ¿puedes... abrir más tus piernas para mí?
El calor subió a tus mejillas mientras sentías cómo el rubor de la vergüenza te invadía. Dentro de ti, te negaste rotundamente, pero la resistencia fue breve. Conforme pasaban los segundos sin que obedecieras, la sonrisa dulce de tu marido comenzó a desvanecerse. Tu sentido de autopreservación, ese que había aprendido a mantenerte a salvo, terminó por obligarte a ceder. Lentamente, abriste las piernas, odiándote a ti misma por hacerlo. Sus ojos se posaron en tu entrepierna; podías sentir cómo te devoraba con la mirada y veías como se relamía descaradamente los labios. Por un momento, pensaste que abandonaría su pintura y se lanzaría sobre ti ahí mismo, pero en cambio, respiró hondo y retomó su pincel
—Relájate, nena —murmuró con dulzura—. No quiero retratarte tensa.
Hiciste un esfuerzo por obedecer, relajando tu cuerpo lo mejor que pudiste. Intentaste no mirarlo, pero tus ojos se desviaban. Cada vez que bajabas la mirada, tus ojos caían inevitablemente en la protuberancia bajo sus pants, su erección, una muestra cruda de lo que sentía al verte así. Era evidente que planeaba satisfacer sus deseos contigo, pero la incertidumbre de cómo lo haría te carcomía. ¿Sería aquí mismo, mientras aún estaba pintándote? ¿Esperaría a terminar su "obra maestra"? No lo sabías, y lo único que podías hacer era esperar.
Pasó el tiempo, y tus brazos comenzaron a adormecerse por la posición en la que estaban atados. Sentías un leve hormigueo en tus muñecas, pero no te atreviste a quejarte. Durante ese lapso, Miguel Ángel no dejó de hablar, llenándote de elogios con cada trazo que daba en el lienzo. De vez en cuando, giraba la pintura hacia ti para mostrarte sus avances. Pero entonces, algo en su rostro cambió. Una mueca de inconformidad cruzó su expresión, y dejó el pincel a un lado.
—Creo que le falta algo de emoción a la pintura... —comentó, girándose hacia la mesita de noche y abriendo uno de los cajones. Lo observaste mientras sacaba una pequeña caja, y cuando se volvió hacia ti con una sonrisa ladeada, tu cuerpo entero se tensó—. ¡Hagamos esto más divertido! ¿quieres? —se acercó a ti, mostrando lo que había dentro de la cajita.
El objeto que sacó fue un pequeño vibrador. Tus ojos se abrieron de par en par y comenzaste a negar frenéticamente con la cabeza.
—No... no, por favor... —susurraste, pero tu voz apenas salió como un débil hilo.
No era la primera vez que Miguel Ángel usaba juguetes contigo, y sabías perfectamente cómo terminaba cada vez. Él parecía encontrar un extraño placer en verte llevada al límite: desesperada, temblando, suplicando por que parara, mientras tu cuerpo reaccionaba de formas que no querías. Para él, todo eso era un espectáculo fascinante, una prueba más de que te poseía completamente, cuerpo y mente.
—Shhh, cariño, tranquila... —murmuró mientras se agachaba frente a ti, sosteniendo el vibrador entre sus dedos—. Te va a encantar.
Lo encendió, y el leve zumbido te hizo estremecer incluso antes de que lo acercara a tu piel. Intentaste moverte, pero las cuerdas que ataban tus muñecas no te permitían retroceder ni un centímetro. Miguel Ángel te dedicó una sonrisa suave y bajó su mano hasta tu vulva, acercando el vibrador a tu entrada y lo introdujo en ti por completo.
—Cierra las piernas y manténlo dentro, linda.
Obedeciste, aunque cada fibra de tu ser quería hacer lo contrario. Miguel Ángel regresó a su lugar, dejando que el vibrador comenzara a hacer su trabajo. Al principio, la vibración era leve, apenas un cosquilleo que podía llegar a ser agradable si no estuvieras en una situación tan humillante. Sin embargo, sabías que nada de eso se trataba de complacerte, sino de alimentar su enfermizo deseo de controlarte en todos los sentidos. Miguel Ángel, impaciente al notar tu esfuerzo por mantener la compostura, tomó el pequeño control remoto que había venido con el juguete y subió la intensidad un par de niveles, arrebatándote el escaso dominio que tenías sobre tu cuerpo.
El cambio fue inmediato. Tus muslos se tensaron, y un suspiro que intentaste reprimir amenazó con escapar de tus labios. Cerraste los ojos con fuerza, luchando contra las sensaciones que invadían tu cuerpo, pero tu marido notó el cambio en tu respiración y la forma en que tus piernas temblaban.
—Ahí está~ —una sonrisa triunfal curvándose en sus labios mientras daba un trazo más en el lienzo-. Esa es la emoción que necesitaba.
En tu interior, tus paredes se contraían involuntariamente en respuesta a la incesante vibración. Era una mezcla insoportable de vergüenza y humillación al notar cómo tu cuerpo empezaba a lubricarse, traicionándote. Intentaste cerrar más tus piernas, en un intento por contener los fluidos que podían filtrarse por tu entrada.
—Ah, amor, no hagas eso —comentó con una dulzura inquietante a la par que levantaba el control remoto.
Sin previo aviso, subió dos niveles más de intensidad. El repentino aumento te arrancó un jadeo que no pudiste contener. Tus piernas se tensaron aún más y tus manos tiraron instintivamente contra las cuerdas que ataban tus muñecas. Sentías cómo tu vulva palpitaba contra el vibrador y una ola de sensaciones te recorría como una descarga eléctrica. De un momento a otro, te estremeciste y un chillido agudo salió de tu boca; cerraste los ojos con fuerza y echaste la cabeza hacia atrás, entregándote a tu orgasmo.
—Eso es, cariño —te animó—. Déjate llevar, esto está quedando perfecto~
Tu pecho subía y bajaba agitado como si te hubieras ejercitado sin parar por un largo rato, pero en cierto modo, resistirte también conllevaba un gran esfuerzo y demandaba toda tu energía. Respirabas con dificultad y los jadeos empezaron a pronunciarse entre tus labios, robándole un suspiro a tu marido. Tus brazos dolían, y tus piernas, que apenas lograban sostener el vibrador en su lugar, amenazaban con ceder. Entre lágrimas, levantaste la mirada hacia tu marido con súplica, esperando que algo en él se apiadara de ti. Pero no fue así. Miguel Ángel apretó el botón del control una vez más, llevando la vibración al máximo. El gemido que escapó de tu boca fue la gota que derramó el vaso.
—Al carajo —exclamó con una risa oscura, dejando el lienzo a un lado.
Se acercó a ti y se sentó a tu lado, tomando tu mentón con firmeza para girarte hacia él y besarte. Su lengua invadió tu boca, obligándote a recibirlo. Sin querer, dejaste escapar un gemido contra sus labios.
—Eres tan hermosa cuando estás así... —susurró antes de volverse a inclinar y capturar tus labios.
La forma en la que te besaba era brusca, desesperada. Había pasado un largo rato sin tocarte. Intentaste apartarte, pero su agarre en tu mentón te lo impidió. Su mano descendió lentamente por tu cuerpo hasta atrapar uno de tus senos desnudos, masajeándolo. Sus labios abandonaron los tuyos para trazar un camino por tu mandíbula y cuello, dejando suaves lamidas sobre tus clavículas. Bajó hasta tu pecho, donde su lengua dibujó círculos alrededor de tu pezón antes de atraparlo con su boca. Desviaste la mirada, como si eso frenara las sensaciones en tu cuerpo, pero nuevamente bajaste tus ojos hacia él cuando lo sentiste succionar con fuerza, dejando marcas sobre tu piel. Sus labios recorrieron el mismo camino de regreso hasta tu boca, donde te dio un pequeño pico antes de sujetar tu rostro.
—Eres mía, ¿lo entiendes? —susurró. Tú lo miraste con lágrimas en los ojos, y al ver tu silencio, él apretó ligeramente tu mejilla, repitiendo la pregunta—. Te pregunté si lo entiendes, cariño.
Asentiste de inmediato, las lágrimas cayendo por tus mejillas mientras respondías en voz baja
—S-sí...
Su sonrisa se amplió, satisfecho con tu respuesta. Entonces, su mano bajó, acariciando tus piernas, en dirección a tu intimidad. Sus dedos recorrieron tus pliegues húmedos con lentitud.
—Cielo, estás tan mojada~ —canturreó con deleite, mientras su índice se detenía en tu clítoris, masajeándolo en movimientos circulares.
La vibración constante había dejado tu coño tan sensible que cada movimiento de sus dedos se sentía al triple. Tu esposo, sabiendo exactamente lo que hacía, presionaba tu clítoris con movimientos rápidos y rítmicos, jugando con la velocidad y la presión sobre este. Tu cuerpo temblaba y gemías entrecortada, rogándole que parara, pero él estaba lejos de detenerse. Su dedo se movía frenético, frotando tu clítoris de arriba abajo mientras tu respiración se volvía un desastre, hasta que, por fin, obtuvo lo que quiso: que te corrieras por segunda vez. Un espasmo te recorrió de los pies hasta la cabeza y un gemido ruidoso desgarró tu garganta.
—Sabía que podías darme más~ —dijo sin dejar de tocarte, disfrutando de cómo tu cuerpo seguía reaccionando a su tacto.
Paulatinamente, tu vista comenzó a nublarse entre las lágrimas y la estimulación excesiva que recibía tu cuerpo. Cerraste los ojos y al abrirlos, Miguel Ángel ya estaba entre tus piernas, con el rostro enterrado en tu vulva. Su boca se pegó a tu cavidad y su lengua buscó tu clítoris. Empezó a comerte completamente en un beso francés, saboreando los fluidos de tus dos orgasmos anteriores. Su lengua pasaba una y otra vez entre tus pliegues, asegurándose de limpiar cada gota de tu esencia mientras te lamía con desesperación, como si no pudiera tener suficiente de ti.
—Sabes tan jodidamente bien —musitó, y después volvió a pegar sus labios contra tu coño.
La vibración se volvió abrumadora, sus labios en tu entrepierna eran casi insoportables, y sus comentarios obscenos te hacían llorar sin parar. Sus manos se aferraban con fuerza a tus piernas, manteniéndote abierta para él. Su lengua se movía erráticamente sobre tu entrada, cada succión y lamida resonando en sonidos húmedos que solo te humillaban más. Todos aquellos fluidos que escapaban de tu cuerpo eran un premio para él. Tu cuerpo llegó al punto de quiebre, aquel donde el cansancio físico y la fatiga psicológica se hacían presentes; tu cuerpo ya no reaccionaba a tus órdenes mentales. Empezaste a gemir y jadear sin contenerte.
Miguel Ángel levantó la mirada hacia ti y sentiste esa sonrisa cruel dibujarse en su rostro; te amaba así, destruida y completamente bajo su control. Lo más jodido era que él genuinamente creía que esto era lo más romántico, que hacerte sentir así era un acto de amor para ti, que así lo amaría más... pero estaba lejos de la realidad. Aunque eso ya no importaba; la realidad en la que te había sumergido estaba totalmente distorsionada y era algo de lo que no podías escapar.
Tus piernas temblaron nuevamente con espasmos, y un hormigueo ardiente en tu vientre, junto con tus jadeos entrecortados, alertaron a tu esposo. Se apresuró a ayudarte a alcanzar tu tercer orgasmo, aunque no necesitaba hacer mucho, ya que el vibrador hacía la mayor parte del trabajo por él. Cuando sintió que estabas cerca, lo sacó de tu coño y terminó el trabajo por sí solo, llevándote al clímax. Gimoteaste entre lágrimas y te corriste de manera violenta en su boca, empapándolo con tus jugos, manchando su rostro y parte del suelo.
Tu esposo parecía estar más que feliz, completamente inmerso en el sabor de tu cuerpo. Mientras tanto, tú luchabas por regresar de ese trance que se sentía más como una pesadilla; las sensaciones aún dominaban cada rincón de tu ser. Cerraste los ojos en un intento de desconectarte de la realidad, pero el sonido de Miguel Ángel levantándose te obligó a abrirlos nuevamente.
—Es hora de un descanso —anunció mientras se relamía los labios y limpiaba los restos de tus fluidos de su rostro—. Prepararé algo ligero para comer y, cuando terminemos, continuamos con el retrato, ¿te parece?
Lo miraste sin emoción, con un peso asentándose en tu pecho y un vacío profundo en el corazón. Sin fuerzas para siquiera responder, simplemente asentiste.
—De acuerdo —respondió él, inclinándose para dejar un beso rápido en tu frente—. No tardo. Te amo, nena~
Y con esa frase, salió de la habitación, dejándote sola con tu mente atormentada y tu cuerpo y corazón hecho un desastre.
ʕ'•ᴥ•'ʔ hola, soy la escritora, Mafer.
Espero que les haya gustado 💖 Los invito a darse una vuelta por los demás libros de oneshots de mi perfil ✨
ANUNCIO: cuando llegue a los 2K seguidores, haré el libro de oneshots de Usagi 🗣️
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