Campeón | Future Leo
⭐ Leo del futuro x Fem T/N
⭐ Leo edad: 40 años
⭐ 🔞 NSFW | Smut
⚠️ Advertencia: Leo dominante, T/N dominante, diferencia de edad (T/N mayor de edad), diferencia de tamaño, lealtad forzada, esclavitud, abuso de poder, manipulación emocional, mención y descripción de violencia, asfixia, dependencia emocional, relación nociva, sexo rudo, lenguaje vulgar.
Podías decirlo con total seguridad: eras la jefa criminal más poderosa de la Ciudad Oculta. Y no solo la más poderosa, sino también la más joven en toda su historia. Como heredera de Gran Mamá, todo por lo que ella trabajó ahora te pertenecía, y con ello, el control absoluto de la Batalla del Nexo.
Desde que tomaste las riendas, el espectáculo se volvió más famoso que nunca. Las peleas eran más brutales, más intensas… y sobre todo, más entretenidas. Sangre, sudor y gritos de emoción llenaban la arena cada noche, atrayendo a más espectadores y combatientes ansiosos por demostrar su valía. Bajo tu mandato, la Batalla del Nexo pasó a ser un evento de élite, el centro de la violencia más pura y adictiva de la Ciudad Oculta. Te aseguraste de reunir a los mejores luchadores: los más temibles, los más implacables y los más letales. Yōkais, seres mágicos, monstruos y, por supuesto, mutantes. Querías que la Batalla del Nexo fuera un espectáculo digno de una diosa como tú… y lo lograste. Pero entre todos esos guerreros, hubo uno que capturó por completo tu atención: Leonardo.
Reclutarlo no fue fácil, y mucho menos convencerlo de participar. Bueno, "convencer" era una forma amable de decirlo; lo obligaste, como hacías con todo lo que querías. Y desde su primer combate, supiste que habías hecho la mejor elección. Leonardo era perfecto. Rápido, fuerte, inteligente y endemoniadamente atractivo, aunque un poco mayorcito para ti. Desde que lo viste, sentiste esa necesidad de tenerlo, de hacerlo tuyo, aunque él no sintiera más que desprecio por ti.
Te odiaba con cada fibra de su ser. Odiaba tu arrogancia, tu manera de manejar la arena como si los luchadores fueran simples juguetes para tu diversión. Odiaba que fueras traicionera, manipuladora, que prometieras cosas que jamás cumplirías. Para él, no eras más que una tirana sin escrúpulos. Cada vez que terminaba una pelea y lo encerraban de nuevo en su celda, te lo dejaba claro con insultos y miradas llenas de desprecio. Pero tú solo le respondías con una sonrisa coqueta y un beso lanzado al aire, disfrutando de cada segundo de su ira y del peligroso juego que estabas construyendo entre ambos. Lo más retorcido de todo era que, a pesar de su odio inicial... Leonardo terminó rindiéndose a ti.
Cada vez que salía victorioso en la arena, lo llamabas a tu sala privada, donde disfrutabas del espectáculo con la mejor vista y el mejor confort. Ahí, lejos de las miradas del público y los demás peleadores, lo mimabas a tu manera: con caricias, besos y atenciones "íntimas" que ningún otro recibía. Porque Leonardo no era solo el campeón estrella… era tuyo. Y si ya habías logrado doblegar su cuerpo en la batalla, no tardaste en hacer lo mismo con su voluntad.
No importaba cuánto se resistiera al principio, al final siempre terminaba a tus pies. Tu actitud de niña caprichosa, tu personalidad seductora y encantadora, tu manera de provocarlo, de jugar con sus límites… lo llevabas al borde de la locura. Y él, por mucho que lo negara, terminaba buscándote con la misma necesidad con la que buscaba el aire después de una pelea. Porque, antes que mutante, era un animal, y los animales tienen instintos, necesidades primarias que no se pueden reprimir para siempre. Tú lo sabías y usabas eso a tu favor, empujándolo cada vez más hasta que él mismo cruzaba la línea sin que tuvieras que ordenárselo.
Él te odiaba, claro que sí. Te odiaba por tenerlo encerrado, por forzarlo a luchar, por jugar con su mente y su cuerpo como si fueran tuyos. Pero también te deseaba, aunque nunca lo admitiría en voz alta. Era una relación retorcida, tóxica y peligrosa… pero tú disfrutabas cada segundo de verla desarrollarse. Leonardo podía engañarse a sí mismo todo lo que quisiera, repetir en su cabeza que esto estaba mal, que te despreciaba, que nunca cedería. Pero su cuerpo contaba otra historia. Se resistió con todas sus fuerzas, lo intentó una y otra vez, pero ni siquiera él pudo escapar de la atracción enfermiza que lo ataba a ti.
♡
Sentada en tu sofá, observabas con una sonrisa satisfecha cómo Leonardo terminaba con la vida de su cuarto oponente de la noche. La forma en que destrozó el cuello del yōkai fue tan limpia, tan precisa, que no pudiste evitar retorcerte de emoción en tu asiento.
Amabas verlo pelear. Cada vez que entraba en la arena, sabías que sería un espectáculo digno de admirar. Y lo mejor de todo: siempre ganaba. No importaba cuántos luchadores lanzaras contra él, ninguno había logrado derribarlo. El público también lo adoraba. Cada golpe, cada fractura, cada grito de agonía que provocaba arrancaba aplausos y vítores de los asistentes. Leonardo se había convertido en la estrella del torneo, tu campeón indiscutible. Y por supuesto, la gente pagaba fortunas por verlo en acción.
Tan pronto como el yōkai cayó al suelo, el referí dio por terminada la batalla, anunciando la victoria de Leonardo. Sin embargo, él no reaccionó. Su expresión era la misma de siempre: agotada, indiferente. Las líneas de expresión alrededor de sus ojos y labios se marcaban con más profundidad cada vez que terminaba un combate. Su mirada no reflejaba nada. Ni siquiera se inmutó ante los gritos eufóricos del público. Estaba harto.
La puerta de la arena se abrió para que él pudiera salir. Desde tu cómodo asiento, lo observaste con una sonrisa satisfecha, tomando tranquilamente tu bebida refrescante mientras lo esperabas.
Pasaron unos minutos hasta que finalmente cruzó la puerta de la sala. Apenas lo viste entrar, extendiste los brazos para recibirlo con una sonrisa amplia y juguetona.
—¡Cariñ...! —comenzaste a decir, pero fuiste interrumpida de inmediato por él, que se acercaba con paso firme, visiblemente enfurecido.
—¡Prometiste que no pelearía esta noche! —gritó, plantándose frente a ti con los brazos cruzados y una mirada que podría haber derretido hielo.
Levantaste la mirada hacia él, sin inmutarte. Aunque su altura y su expresión eran intimidantes, no le temías ni un poquito. Suavizaste tu mirada y le dedicaste una sonrisa que, aunque aparentaba ternura, escondía una pizca de malicia.
—Oh, querido —canturreaste con falsa inocencia, ladeando la cabeza como si estuvieras explicándole algo obvio a un niño—. Dije que "probablemente" no pelearías esta noche. Pero, ¿qué podía hacer? El público te adora, y sería una lástima desaprovechar tu talento. Además, ¿quién más podría haber hecho ese espectáculo tan impresionante? —añadiste, jugueteando con las palabras mientras te acercabas un poco más a él.
Leonardo apretó la mandíbula, sus músculos tensándose bajo la piel mientras la frustración burbujeaba en su interior. Discutir contigo era inútil; siempre tenías una respuesta lista, siempre encontrabas la manera de torcer las cosas a tu favor. Pero eso no impedía que el enojo lo consumiera.
—No soy tu juguete —espetó, su voz cargada de veneno. Sus ojos brillaban con una mezcla de ira y frustración.
Soltaste una risa ligera y alzaste una ceja con diversión, recargando tu rostro en tu mano, como si su enojo fuera algo adorable.
—¿No lo eres? —preguntaste con una dulzura exagerada, acercándote un poco más a él, invadiendo su espacio como siempre lo hacías—. Porque yo recuerdo claramente que anoche no decías lo mismo cuando estabas debajo de mí, rogando por más.
Leonardo gruñó, sus puños cerrándose con fuerza a los costados.
—Eres una maldita… —soltó entre dientes, pero se detuvo antes de terminar la frase. No valía la pena.
Volviste a reír, completamente entretenida con su reacción. Te encantaba verlo así, furioso pero atrapado. Él no podía hacer nada en tu contra.
—Tranquilo, campeón~ —deslizaste un dedo lentamente por su plastrón, sintiendo cómo su respiración se agitaba sutilmente bajo tu tacto—. Sabes que siempre termino recompensándote.
Él te miraba desde arriba con menosprecio, al mismo tiempo, tus manos subían por su torso. Tu cuerpo se pegó al suyo, sintiendo cómo este te rechazaba, pero no te importó. Con un movimiento deliberado, te separaste de él y regresaste al sofá, haciéndole una seña con los dedos para que se sentara a tu lado.
Leonardo permaneció inmóvil por un momento, sus ojos cerrados como si estuviera maldiciéndose a sí mismo, a ti y a todo lo que representabas. Pero, como siempre, al final cedió. Con un suspiro pesado, caminó hacia ti y se dejó caer en el sofá. Sonreíste con satisfacción, pasando una mano por su rostro marcado por el cansancio y la frustración.
—¿Ves? No es tan difícil, amorcito —dijiste en un tono dulce pero burlón, como si estuvieras hablando con un niño pequeño.
Leonardo no dijo nada. Solo te miró con ese vacío en sus ojos, resignado a su destino. Tú, en cambio, no podías evitar sonreír mientras te acomodabas a horcajadas sobre su regazo, deslizando tus manos por sus hombros hasta entrelazarlas detrás de su cuello.
—Siempre con tus jueguitos… —murmuró con voz ronca y su ceño fruncido.
—A ti te encantan mis jueguitos —susurraste contra sus labios, disfrutando de la manera en que su respiración se entrecortaba. Te inclinaste más, dejando que tu aliento cálido acariciara su mandíbula antes de comenzar un lento camino de besos sobre su piel.
Sus manos, casi por inercia, subieron hasta aferrarse a tus caderas. Sonreíste victoriosa antes de deslizar tu lengua por su cuello, saboreando el ligero rastro salado de su sudor. Su piel era áspera, curtida por los años de batalla, marcada por cicatrices. Pero a ti te encantaba recorrerlas con tu boca, mimarlas con besos suaves y mordidas juguetonas. No te molestaste en ser delicada cuando atrapaste la curvatura de su hombro entre tus dientes, lo suficiente para hacer que gruñiera levemente.
No podías sentirte más orgullosa. Dominar a un mutante como él, un guerrero tan formidable, era la mayor prueba de tu poder. Leonardo, en cambio, se odiaba un poco más con cada segundo que pasaba. Se preguntaba por qué carajos le excitaba tanto una mocosa mimada y jodida de la cabeza. ¿Había caído tan bajo? ¿Estaba tan desesperado por satisfacer su instinto animal que se dejaba humillar de esta manera? Pero ahí estaba la respuesta. Su parte animal no razonaba. No analizaba, no cuestionaba. Solo exigía saciarse, atender la frustración sexual que solo tú parecías poder aliviar.
Regresaste a su rostro y te encontraste con su mirada, ahora oscura y hambrienta. Sus ojos eran el reflejo del deseo que ardía en los tuyos. No quisiste esperar más. Atrapaste sus labios en un beso urgente, rudo desde el principio, exigiendo toda su atención. Leonardo gruñó contra tu boca y apretó su agarre en tus caderas, pegándote aún más a él. Sus lenguas se encontraron en una lucha intensa y el beso se volvió cada vez más desesperado, sus bocas devorándose sin tregua, creando una pequeña sinfonía húmeda entre ustedes.
Mordisqueaste su labio inferior con una mezcla de picardía y provocación, y él, en respuesta, bajó sus manos por debajo de tu vestido hasta tus nalgas, aferrándose a ellas con fuerza. Sus dedos se hundieron en tu piel, masajeándote con descaro antes de apretarlas con un poco más de intensidad. Pero no se quedó solo con eso. Un golpe seco resonó en la sala cuando una fuerte nalgada hizo que un escalofrío recorriera tu cuerpo. Un jadeo escapó de tus labios, rompiendo el beso. Sonreíste, divertida, pero no tuviste mucho tiempo para regodearte en ello antes de que él volviera a repetir el gesto. Leonardo aprovechaba al máximo estos pequeños momentos en los que podía ejercer control y dominio sobre ti, y hacerte sentir diminuta, sumisa, como un objeto más, así como hacías con él.
El sonido de tu boca y tu respiración acelerada provocaron que la temperatura entre ambos se elevara, sobre todo en Leonardo. No tardaste en sentir debajo de ti su dura erección ya palpable bajo sus pantalones. El ligero movimiento sobre su regazo lo provocaron. Leonardo empezó a moverte sobre él, presionandote contra su bulto. Sonreíste ante su desesperación por tenerte y antes que pudieras burlarte de él, Leonardo te giró, aprisionandote contra el respaldo del sillón, quedando a tus espaldas.
Lo sentías completamente encima de ti, su cuerpo pesado presionándote contra el sofá con fuerza. Sus manos no tardaron en moverse, explorándote con una rudeza que te hacía temblar de excitación. No había delicadeza en su tacto, solo deseo puro y urgente. En un arranque de impaciencia, agarró la tela de tu vestido y la rompió, despojándote de él en cuestión de segundos. Soltaste un quejido, más por sorpresa que por molestia, pero él te ignoró, demasiado enfocado en lo que quería.
Sus manos te reclamaban, recorriendo cada curva de tu cuerpo como si fueran suyas. Su aliento caliente rozaba tu piel, enviando un escalofrío por toda tu columna. Se inclinó como depredador, atacando tu cuello. Su boca era implacable, su lengua trazando caminos húmedos por tu hombro para luego hundir sus dientes en tu piel, marcándote con una mezcla de placer y dolor que te hacía arquear la espalda. Jadeaste ante el primer mordisco, una sensación punzante pero adictiva. A la par, su pelvis presionaba contra ti, frotándose sin reparo, buscando su propia satisfacción antes que la tuya. Sin embargo, cada roce, cada apretón de sus manos sobre tu cuerpo, te hacía disfrutarlo. No había parte de tu cuerpo que no estuviera marcada por él; mordidas, chupetones, enrojecimientos donde sus manos se habían aferrado con fuerza. Te estremecías bajo su toque, tus jadeos cada vez más sonoros, mientras él respondía con gruñidos profundos, propios de la bestia mutante que era.
Tanteó lo suficiente a su presa para saber que quería comérsela. El resto de tu ropa interior igualmente te la arrancó, dejando caer los restos de tela sobre el sillón. Rápidamente desabrochó su pantalón, liberando su verga. Con una mano la sostuvo firmemente, mientras con la otra te agarró del culo, frotándose entre tus nalgas para mancharte de su preseminal. Mordiste tu labio al sentir cómo descendía hasta tu entrada, ya empapada por la excitación que llevaba acumulándose desde hacía rato. Un chillido agudo escapó de tu garganta cuando se introdujo de una sola vez, embistiéndote con una fuerza que te hizo enterrar las uñas en el respaldo aterciopelado del sofá. Leonardo no te dio tiempo para recuperarte; apoyó sus manos a los lados de las tuyas, cubriéndote con su sombra mientras echaba sus caderas hacia atrás y volvía a enterrarse en ti, provocando que otro gemido escapara de tus labios.
—¡Ahmhm~! —tus gemidos eran tan ruidosos que no te sorprendería si el personal fuera de la sala los había escuchado. Pero en ese momento, no te importaba. ¿Cómo podría importarte? Su polla, gruesa y regordeta, superaba con creces las dimensiones de tu coño, estirándote de una manera que te hacía sentir en el paraíso.
Con cada embestida, tu cuerpo se movía hacia adelante, aunque no había mucho espacio para ir. También manipulaba tu cuerpo a su antojo, levantando tus caderas para tener un mejor ángulo para follarte. Para él, eras insignificante a su lado; tan pequeña que no sabía ni cómo podías albergarlo por completo ni cómo podías soportar cada arremetida en tu interior. Él juraba que te cogía como para que estuvieras llorando del dolor, pero no era así; lo estabas disfrutando como la anterior vez, y la anterior a esa. El sonido de su pelvis chocando contra tu culo resonaba en la habitación, mezclándose con tus jadeos incesantes y con los gemidos reprimidos de Leonardo, que traicionaban el placer que lo consumía.
Esto no era solo sexo para él. Era su manera de desquitarse, de liberar la tensión acumulada tras cada batalla, tras cada orden tuya que lo irritaba y lo hacía sentir atrapado y, por supuesto, el estrés que tus niñerías le provocaban.
Para él, tu interior era tan perfecto que lo enfurecía tener que reconocerlo: cálido, mojado y tan ajustado que sentía cada contracción de tus paredes alrededor de su miembro. A pesar de lo grande que era y de lo apretada que estabas, se deslizaba con facilidad. Elevaste tu rostro hacia arriba para verlo, dedicándole esa mirada que tanto le jodía; aquella que solo gritaba "sigue así" o "más duro" y una sonrisa que le recordaba que, al final, aunque te tuviera atrapada bajo su cuerpo, él terminaba haciendo lo qué tú querías. Era como si, incluso en ese momento de supuesto control, tú siguieras llevando las riendas.
Su polla empujaba bruscamente, frotándose contra cada rincón de tu interior, dejando claro que no había espacio en ti que no quisiera reclamar. Sus manos se apoderaron de tus caderas, agarrando con fuerza mientras te movía hacia él, sincronizando sus embestidas salvajes. Cada golpe era una descarga de placer puro, llegando tan profundo que te hacía gritar sin control. Tus chillidos de gozo eran los protagonistas. Sonabas como una puta necesitada, rogando por su verga, y él sonaba como un animal en celo, desesperado por saciar su hambre. Hoy, en particular, su enojo contigo se reflejaba en cada movimiento. Sus caderas golpeaban con una furia que casi parecía vengativa, como si quisiera castigarte por cada una de tus provocaciones.
—¡Ahh~ L~Leo...! —gemiste con una sonrisa burlona—. ¿T~Tan necesitado estabas p~por tenerme~? —añadiste, arqueándote para verlo fijamente a los ojos.
Leonardo gruñó, sus ojos oscuros, pero llenos de lujuria. No le gustaba que te burlaras de él, pero tampoco podía negar lo mucho que le excitaba tu actitud desafiante. Con un movimiento brusco, llevó una mano a tu boca, tapándola mientras su otra mano seguía agarrando tu cadera.
—Cállate —murmuró con voz áspera. Sus caderas no dejaban de moverse, cada estocada más intensa que la anterior.
Tú, por supuesto, no te quedaste callada del todo. Entre gemidos ahogados y mordiscos a su mano, seguías provocándolo, tus ojos brillando con esa chispa de desafío que tanto lo enfurecía y lo ponía cachondo al mismo tiempo. Además de su mirada asesina queriendo atraversarte, sentías su respiración errática en tu oído mientras aumentaba el ritmo, hundiéndose en ti con una fiereza que hacía que tus piernas temblaran. Su agarre dominante, asegurándose de que no te movieras ni un centímetro de donde él quería. No tenía piedad, ni la buscabas. Te encantaba sentir su fuerza y su deseo crudo descargándose en ti.
Cuando Leonardo se hartó de esa posición, te jaló con brusquedad, tumbándote a lo largo del sofá. Se acomodó entre tus piernas, dejando caer su falo sobre tu vientre antes de deslizarse nuevamente hacia abajo y hundirse en ti con un solo movimiento. Un grito entrecortado escapó de tus labios al sentirlo tan profundo, arqueando la espalda de puro placer. Levantó tus piernas y las apoyó en sus brazos, inclinándose sobre ti para atraparte en un beso hambriento. Podías sentir sus jadeos vibrando contra tus labios, al igual que él sentía tus gemidos sofocados en su boca. Sus caderas se movían frenéticamente, golpeando sin descanso, arrancándote siseos y súplicas ahogadas entre cada beso. Leonardo te tomó del rostro, afianzando su agarre, obligándote a recibir sus labios. Su lengua se abrió paso entre tu boca, reclamándote con la misma intensidad con la que poseía tu cuerpo. Mordisqueó tu labio inferior, hinchándolo y dejándole una marca rojiza. Su mano descendió hasta tu cuello, rodeándolo con sus dedos, apretando apenas. Pero al escuchar tu jadeo entrecortado y esa orden pidiéndole más, no dudó en obedecer. La presión aumentó poco a poco, lo suficiente para que tu respiración se volviera inestable, para que el aire te faltara y tragar saliva fuera cada vez más difícil. Pero tu sonrisa retorcida seguía en tu rostro.
Entonces, una idea cruzó por su mente: si quisiera, podría acabar contigo en ese instante. Podría cerrar el puño, sentir cómo tu tráquea cedía bajo su fuerza y ver la vida extinguirse de tus ojos. Un solo movimiento y todo terminaría. Tu control sobre él, tu manipulación, tu maldita risa burlona… todo. ¿Pero realmente Leonardo quería eso? No. Era más su obsesión contigo y el ambivalente afecto que te tenía. No quería perderte, no cuando su adicción por ti era más fuerte que su deseo de libertad... así que aflojó el agarre y dejó que el aire volviera a tus pulmones. Te observó mientras jadeabas y tosías, con la marca de sus dedos en tu cuello a modo de collar y una satisfacción morbosa en tu rostro.
A partir de ahí, Leonardo se limitó a llevarte al orgasmo. Hundió su rostro en tu cuello mientras sus caderas no dejaban de moverse. Solo unas cuantas embestidas más bastaron para que te corrieras, empapándolo por completo con tus fluidos. Gemiste alto, ahogando su nombre en su hombro mientras tu cuerpo temblaba bajo el suyo, completamente abrumado por el placer.
Como su jefa, podrías haber sido lo suficientemente cruel como para ordenarle que se detuviera, dejándolo al borde sin permitirle correrse. Pero decidiste dejarlo continuar hasta que alcanzara su propio clímax. Y así lo hizo, follándote hasta que se sació. Continuó penetrándote sin piedad, hasta que su miembro dolía de placer y ya no podía aguantar más. Con un gruñido ronco y gutural, se corrió violentamente dentro de ti, llenándote con su esencia caliente, manteniéndose profundamente enterrado en ti hasta exprimir cada gota de su esperma.
Leonardo se dejó caer exhausto sobre ti, aunque sin aplastarte por completo. Lo abrazaste del cuello, cual enorme peluche. En ese momento, parecías tan inofensiva y vulnerable, tan inocente, que hasta a él mismo le costaba creer que fueras la misma tirana de siempre.
Cuando él intentó levantarse, lo tomaste del rostro con suavidad, deteniéndolo.
—Llévame a mi cuarto, amorcito —pediste con un tono dulce, casi infantil—. Quiero que durmamos juntos.
Leonardo suspiró, pero asintió. Aunque no le convencía del todo la idea de dormir contigo, este era el descanso que tanto te había pedido, y al menos no tendría que pasar la noche en su fría celda.
ʕ´•ᴥ•'ʔ hola, soy la escritora, Mafer.
Aquí uno de esos capítulos que me gusta escribir, con muchas advertencias JAJAJA espero les haya gustado 🫶💖 nos vemos en el siguiente oneshot
AH, Y FELIZ SAN VALENTÍN 💖✨💕
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top