6






Cuando los primeros rayos de sol golpearon su rostro, Suwon ya se encontraba con los ojos de par a par. No había conciliado el sueño en toda la noche. Escribió al menos cinco borradores de como le iba a argumentar a Suko sobre que realmente necesita su ayuda para volver con el pelirrojo que, probablemente, ahora le odie.

Al final, ninguna de sus ideas funcionó y decidió que antes de hacer una cita y volver a hacer el ridículo, hablaría con él en la universidad, solo que todavía no sabe exactamente qué decir para abordarlo.

Suwon se levanta de su cama con pereza y se da una ducha fría para calmar sus nervios. Cierra los ojos cansado y deja que su cuerpo se sumerja en un estrambótico temblor. La recuerdos de la noche anterior lo golpean con brutalidad y un escalofrío le recorre la espina dorsal. Los gemidos y jadeos de Minho, su suave piel, el aroma a canela que emana su cuerpo, y su cabello rojo es lo único que revolotea su cabeza. Debió dejar que lo tocara, debió dejar de ser tan cobarde. Si tan solo no lo hubiese detenido.

Deja que su imaginación lo lleve más allá de lo que debería permitirse. Minho tocando su cuerpo; Minho besando su glande; Suko bombeando con delicadeza.

«¡¿Suko?!», grita en su interior y abre los ojos sorprendido.

Sacude su cabeza y espabila el extraño rumbo que comenzaban a tomar sus pensamientos.

Sale de la ducha se coloca un nuevo conjunto deportivo gris, se deja caer los rulos en la frente y sale de su departamento en busca de su auto.

Por lo general, suele caminar hasta la Universidad porque no queda tan lejos como parece, además le ayuda a espabilar el sueño en las mañanas somnolientas; pasa por su café matutino y llega a tiempo para su primera clase. Sin embargo, ahora después de lo sucedido por la noche, lo único que necesita es saber si Suko está dispuesto a aceptar una tercera cita con él y ayudarle.

El motor del auto se detiene en el estacionamiento de la facultad de artes. Suwon suspira y deja caer su cabeza en el volante, cansado y aturdido. Ni en mil años hubiese pensado que un servidor sexual estuviera en su cabeza, mucho menos que fuera su única opción para terminar con su tortuosa inexistente relación con Minho. Se replantea si realmente quiere volver con el pelirrojo, y tan pronto lo cuestiona, su cuerpo protesta. Los recuerdos están demasiado frescos como para dudar de su lucha.

La ventanilla del pasajero es golpeada con suavidad. Suwon gira en dirección a quien le ha causado un susto. Yeri se encuentra del otro lado con una media sonrisa, y tan pronto Suwon le sonríe ella entra dejando caer su peso muerto en el asiento.

—¿Estás bien? —murmura con genuina preocupación.

—Estoy un poco cansado —le responde en un suspiro—. Debería detenerme.

—Sé que voy a arrepentirme de decir esto pero, Hyo tiene razón —musita con pesadez. Suwon mira a su amiga ceñudo, es la primera vez le da la razón a Hyo—. No tienes que demostrarle nada a nadie, Suwon. Ni siquiera a Minho.

—Voy a perderlo para siempre.

—Tal vez ya lo perdiste —suelta sin filtro.

La idea estremece hasta la punta de su cabello. No quiere ni siquiera aceptar en que aquello pueda ser una posibilidad.

—Lo que digo es... —continúa—, si debes cambiar tu forma de ser por Minho, entonces tal vez no vale la pena.

—No es mi forma de ser el problema, Yeri —masculla—. No puedo llegar a mi orgasmo cuando estoy con él, necesito masturbarme antes, e incluso así tardo demasiado.

Las palabras salen como cuchillas. Decir en voz alta lo que pasa con su cuerpo, solo provoca que se sienta aún más ridículo consigo mismo.

Yeri lo mira ladina y suspira pesada.

—Lamento haberte obligado a ir a ese lugar, no debí.

—Descuida, de hecho intento volver —se sincera.

—¿Qué? —dice sorprendida

—No estabas tan equivocada —murmura.

Suwon mira hacia al frente, con el rostro del pelinegro en su mente. Su penetrante olor y su profunda voz. Es increíble que con solo aquello reemplazara el nerviosismos e incomodidad a una sensación que no es capaz de describir. Está seguro que si le dice la verdad sobre su problema le pueda ayudar; porque se nota a leguas la experiencia que tiene.

Yeri habla a su lado sobre algún proyecto que debe presentar, sin embargo, sus palabras suenan demasiado lejos como para entenderlas. Necesita solucionar su problema cuanto antes para no dejarse caer en el mismo círculo vicioso de: tocar a Minho en secreto; ser rechazado; ir a la habitación de Suko; huir, y volver a repetir todo una y otra vez.

—¿Estás escuchándome? —dice Yeri a su lado, levantando un poco la voz.

—No, necesito estar solo —se sincera.

La menuda chica sonríe ladina y sale del auto, no sin antes abrazar a su amigo en un intento por aminorar sus tortuosos pensamientos. Suwon le sigue poco después y camina a paso pesado hasta el salón de la profesora Kim. Sabe que encontrará a Suko allí, y aunque debe enfrentarlo, no se siente listo. Entra cabizbaja y pasa directo a las gradas más bajas, donde se sienta a menudo. Suko, por lo general, se sienta en las gradas más altas, al final de todo y en una esquina, lejos del alboroto de los alumnos y cerca de la salida.

La señora Kim no tarda en llegar y comienza a dar su clase con entusiasmo.

Suwon despeja su mente y presta completa atención a las palabrerías que suelta sin respirar su profesora. Anota en su cuaderno todo aquello que cree necesitar para el examen final. Su entrecejo se arruga cada que una idea se le escapa porque la señora Kim no detiene su discurso.

La señora Kim abandona el salón al mismo tiempo que los alumnos comienzan a vaciarlo. Kim Suwon no puede mover un solo pie fuera, ya que si lo hace la idea principal de lo que está escribiendo se escapará y no habrá vuelta atrás. El lapicero se mueve de forma rápida y concisa sobre el papel blanco. Cada segundo que pasa, parece desesperarse ante la idea de que lo que dijo la señora Kim se esfume de su mente.

—Suwon... —lo sobresalta una voz, haciéndole respingar.

El castaño de rulos respira con normalidad al ver al rubito parado frente a él con una sonrisa amplia y las mejillas sonrojadas.

—Oh, Choi —musita y termina de escribir las dos últimas palabras antes de cerrar el cuaderno—. ¿Qué haces aquí?

—Me preguntaba si tenías tiempo, dijiste que harías espacio y... —murmura tímido.

—Voy a ser sincero contigo, Choi —formula Suwon y se pone de pie—. No tengo intenciones amorosas con nadie. Si pretendes una salida de amigos lo haremos, pero no más.

El rubito deja salir el aire de su poca con pesadez, asiente casi ofendido por el abrupto rechazo de Suwon y abre la boca para replicar, pero el castaño ya comenzó a caminar fuera del salón. No está listo para agregar otro nombre en su dañada mente, no hasta solucionar el problema con Minho de una vez por todas.

Arrastra sus pies hasta la entrada del comedor cuando su estómago gruñe en protesta. Se dirige directamente hasta los jugos y compra uno de manzana y una fruta. Gira para ir a la caja registradora, sin embargo, ve a Suko sentado en una de las mesas, sumergido en el libro que lleva entre sus manos. Suwon respira profundo y vuelve por otro jugo.

—Hola, Suko. Quiero que me enseñes a coger porque mágicamente lo olvidé y no puedo llegar, así pueda recuperar a Minho —susurra por lo bajo.

Niega con la cabeza al darse cuenta que es una pésima idea empezar así.

—Hola, Suko. ¿Qué tal tu mañana? La mía excelente, en fin quiero pagarte para que me hagas venir —vuelve a intentar, pero parece empeorarla cada vez más—. ¡Joder! —murmura frustrado.

Se adelanta y paga los jugos y la fruta. Con el corazón martillando contra su pecho, y el sudor corriendo por su frente, camina decidido hasta Suko. Toma la silla frente a él y se deja caer con sonoro.

El pelinegro lo mira por un segundo y vuelve a su lectura, como si la presencia de él fuera insignificante. Suwon no puede sentirse más nervioso y expuesto, es como si todos quienes pasan por su lado supieran a qué se debe la pequeña reunión espontánea. El castaño deja caer uno de los jugos cerca de Suko en un golpe sonoro. No quería que sonara tan fuerte, pero está tan nervioso que le sorprende no desmayarse en este momento.

Lee Suko, marca la página que estaba leyendo con un separador y lo cierra. Se cruza de brazos sobre el pecho y lo mira expectante. Suwon traga duro y las ganas de salir corriendo le tientan, pero se las arregla para hablar.

—Hola —susurra en un hilo. Se golpea mentalmente por sonar tan débil y carraspea—. ¿Cómo estás?

—¿Qué quieres, Suwon? —escupe ronco y pausado.

Suwon siente un escalofrío recorrerle desde los pies hasta la punta de sus dedos al rededor del jugo. Vuelve a tragar duro y antes de seguir fingiendo que nada de lo que está pasando le afecta, deja caer su cabeza sobre la mesa, con genuino cansancio.

—No lo sé —susurra y hace una pausa—. Necesito volver a la habitación.

Se siente tan expuesto que podría cavar su tumba ahí mismo y enterrarse, sin embargo, un gran peso sale de su espalda al pronunciar aquello. Necesita volver a la habitación, y ahora Suko lo sabe; él lo sabe.

—Pero nadie puede saber que hago esto. —Levanta el rostro para encontrarse con la escrutadora mirada de Suko—. Tiene que ser secreto.

El pelinegro sonríe de lado y se acerca un poco al rostro abochornado de Suwon.

—¿Me pides ser tu prostituto privado? —dice con diversión. Suwon aprieta la mandíbula y mira alrededor que nadie lo escuche—. Pero tú no pagas por sexo, solo vas a verme y luego te largas.

Suwon se deja caer sobre el respaldar de la silla y lo mira con el entrecejo arrugado. Lo que dice Suko no está alejado de la verdad, sin embargo, no puede tomarlo como algo concreto; después de todo, la intención de huir no estaba en sus planes en ninguna de las dos ocasiones. Lo que realmente le causa estragos, es que quien le ayudará a venirse, es su compañero con el que nunca habló, y de pronto tendrá intimidad y un proyecto que entregar para la clase de la profesora Kim.

—Dime, Suwon, ¿qué es lo que realmente quieres de mí?

—No lo sé —susurra con pesar.

—Aunque me gusta jugar contigo, me cuestas dinero. Así que como no sabes qué demonios quieres, te propongo algo —menciona y saca de su mochila una libreta y un lapicero—. Ven a la habitación. Solo una noche, y luego puedes seguir con tu vida y yo con la mía. Y no te preocupes, no voy a cobrarte.

Suko le tiende una hoja con la hora y el lugar; como si no supiera como llegar. Suwon asiente y guarda el papel dentro del bolsillo de su buzo y lo mira expectante, esperando que las palabras que soltó le ayuden a minimizar su incomodidad, pero nada pasa.

—Sobre el proyecto —murmura Suwon.

—No cambiaré de tema por tu error. —La postura de Suko cambia a una más indiferente—. Lo tomas o lo tomas.

—No iba a decir eso —se defiende—. Quiero saber que tienes en mente. Después de todo, hayas elegido el tema o no, estamos los dos en esto.

Suko sonríe ladino y lo mira arrugando el entrecejo, pero a diferencia de lo que su pausada y ronca voz demuestra, parece divertido ante la escena. Suwon deja que las imágenes de él acorralándolo contra la puerta le invadan la mente, y se remueve incómodo, sin embargo se las arregla para mantener su postura firme y fija.

—Tengo un par de ideas interesantes —formula y saca una carpeta de folios de su mochila.

Suwon, mientras espera a que se la entregue, se permite observarlo a detalle. Su cabello con ondas cae por los costados hasta sus pómulos; sus cejas negras y rectas se encuentras arrugadas por la mueca que hace; nariz respingada; labios gruesos y alargados; sus mejillas carecen de carne; su recta y afilada mandíbula; sus ojos de dragón y su tez lechosa. Es sin duda, un chico que llama la atención de cualquier persona, pero ¿porqué no lo vio antes?, tal vez la respuesta circule en el pelirrojo de mejillas regordetas.

El castaño de rulos se atreve a ver más allá que sus simples facciones. Sus dedos largos y finos toman con delicadeza la carpeta negra, como si todo fuese de cristal; sus largos brazos están envueltos en el algodón gris de su remera: puede notarse la espalda ancha que posee, y aún así, es mejor contemplar su cuerpo en la habitación, bajo el reflector rojo.

—Toma —espeta.

Suwon toma la carpeta entre sus manos y mira lo que hay dentro. Fotografías sobre partes del cuerpo se muestran dentro de los folios. El ángulo y enfoque con el que se muestran es tan perfecto que le cuesta creer que son fotografías. Es demasiado talentoso, y lo puede decir con solo ver un par de fotos. Su sonrisa se amplía al darse cuenta que no tiene idea de si aquellas partes desnudas son de una mujer o un hombre.

—Son hermosas —susurra con admiración.

—Esperaba presentar algo así para el proyecto —dice Suko y chasquea la lengua—. Pero no estoy muy seguro.

—Podemos agregar un poco de pintura, ya sabes, es lo que mejor se hacer —menciona Suwon de vuelta. Intenta cambiar de página para ver qué más posee aquella carpeta, sin embargo Suko se la arrebata de un solo movimiento y la guarda.

—Sí, eso pensé.

Suwon saca de su bolso una libreta con sus mejores dibujos en acuarela, en su mayoría de objetos pequeños. Se lo tiende a Suko pero este ya se encuentra de pie.

-—Debo irme, pero... —Suko toma la libreta de Suwon y la menea en su mano.

—Sí, llévatela y dime que piensas o qué se te ocurre —menciona emocionado por el proyecto.

Suko tiene un talento único, lo sabe; por eso el imaginar lo que ambos podrían crear para el proyecto lo emociona más de lo que debería. Lo importante es sacarse un sobresaliente para ya tener la materia aprobada y no volver a ver a la exigente señora Kim y sus monólogos extensos que suelen durar más que la clase misma.

—De acuerdo —menciona y se acerca a Suwon, a centímetros de su rostro—. Te veo en la habitación.

Suwon deja salir un jadeo sorprendiéndolo. Está seguro que Suko no le escuchó, o al menos fingió no hacerlo lo que lo avergüenza un poco menos. Exhala con fuerza por lo que acaba de decir su compañero; al ver las fotos de la carpeta, olvidó por completo quién es el pelinegro que se va sin prisa, caminando a paso lento fuera del comedor con un aura misterioso. El castaño toma de su jugo para humectar su seca garganta y traga duro.

Suwon se deja caer sobre el respaldar de la silla, agotado. Sonríe al darse cuenta que a pesar de la hora, pudo terminar los dos informes que debe entregar para dentro de una semana. Por fin está al día con esa única materia, ahora solo le quedan cuatro más y el proyecto con Suko.

Es sábado por la noche. Faltan dos horas para su cita con el pelinegro y no está seguro de que si puede ir, pero de no hacerlo, estaría perdiendo su última oportunidad.

Agradece todo el montón de tarea que debía hacer, así no pensaba demasiado en el caos de su visa social y amorosa. Minho se mantuvo fuera de su radar o solo le ha estado ignorando por el retraso en los informes; cualquiera que sea la razón, el que durante estos días no tuviera que huir de él o acecharlo para recibir migas de cariño que le proporciona, le mantuvo enfocado en la universidad que debería ser su prioridad.

Suko desapareció de su vista, no es de sorprender, después de todo solo comparten una clase. Tampoco le escribió o le devolvió la libreta. Espera que pronto lo haga, porque el que tenga algo suyo le pone un poco nervioso.

La alarma de su celular suena.

Su cuerpo tiembla en protesta al saber lo que significa aquello y se levanta, ordena todas sus libretas y libros. Pasa directo al baño y se da una ducha prolongada, limpiando cada parte de su cuerpo con paciencia y delicadeza. No puede huir esta vez por eso prefiere ir listo.

Se coloca un pantalón deportivo negro de algodón, una remera del mismo color manga corta y seca sus rulos con la secadora. Toma una chamarra fina de algodón azul marino y desliza sus temblorosos brazos por ellos. Toma una gorra negra y esconde lo más que puede sus rulos, finalmente, toma el cubrebocas descartable del mismo color que toda su ropa y camina hasta la salida de su departamento. Toma sus zapatillas deportivas blancas con suela marrón y se las coloca.

No está seguro de lo que hace, pero si se detiene un solo segundo a pensarlo, se arrepentirá; y ya no puede hacerlo.

Toma las llaves de su auto y sale directo al ascensor. Respira profundo y cierra los ojos despacio. Con el conjunto de ropa que eligió, nadie podrá reconocerlo, y ese es el punto de todo esto. Aunque no está seguro si es capaz de decirle a Minho lo que hizo para volver a él; claro, si es que Suko logra arreglar su problema.

Al salir del edificio, es golpeado por una suave brisa provocando que su piel se erice.

Suwon levanta la mirada para apreciar la bella noche de sábado que se muestra delante de él, pero un cabello rojizo que le pasa por el lado lo sobresalta. No necesita voltear para saber que se trata de Minho.

El castaño mira su reloj de pulsera, solo quince minutos para su cita y él todavía no se montó al auto, pero ahora, con la aparición del menor no puede siquiera moverse. Su celular comienza a vibrar en el bolsillo delantero de su chamarra y antes de que Minho se de cuenta, se aleja lo suficiente para que no le escuche, pero pueda verlo.

—Suwon, ¿estás en casa? —murmura Minho, incómodo.

—No, no lo estoy —miente—, ¿sucede algo?

—Solo quería platicar contigo, sobre lo que sucedió en el bar —formula con incomodidad.

Suwon cierra los ojos con fuerza. No tiene idea de lo que el pelirrojo puede decirle, sin embargo, no es capaz de verlo ahora; no cuando Suko espera por él. Y no es que prefiera la compañía del pelinegro, pero si no arregla lo que le sucede, nunca podrá hacer feliz a Minho.

—No puedo ahora, Minho —susurra en agonía—. Lo siento.

Observa cómo el menor cierra los ojos y hala su cabello con fuerza para atrás en frustración. Sacude su cabeza y asiente.

—No te preocupes, adiós —dice y corta tan rápido que no le da tiempo a replicar.

Suwon pelea consigo mismo ante la tentación de ir a consolar al menor que sale a toda prisa del edificio y se monta en un taxi.

Su móvil vuelve a vibrar.

«No llegues tarde
-Suko»

El castaño deja salir todo el aire contenido y sacude la cabeza, no puede perder de vista su objetivo ahora. Corre hasta su auto y se monta.

Nunca fue aficionado de las señalizaciones, y aún así, siempre las respetó. Ahora, sin embargo, se encuentra conduciendo a una velocidad que no debería, con la radio apagada y el corazón martillando sin piedad sobre su pecho.

Es tanta la adrenalina por llegar, que ni siquiera entiende porqué le urge tanto estar allí en un principio.

Estaciona dos calles más abajo, por si alguien logra reconocer su auto, y comienza a correr hasta la entrada del destartalado y oscuro edificio. En recepción, se encuentra el mismo sujeto que en las veces anteriores, solo que al verlo rueda los ojos. Está seguro que él está involucrado en el negocio de Suko, y que por alguna razón, sabe sobre sus huidas cobardes.

Ignorando aquella mirada reprobatoria, sube al ascensor. Cuando las puertas se cierran, deja salir todo el aire y la adrenalina; dándole paso a un temblor efusivo que recorre sus piernas y manos. Está a un par de metros de Suko y su propuesta; a solo unos minutos de comprobar si él será de ayuda o solo fracasará en el intento.

Las puertas se abren y sale con cuidado. Mira el reloj de muñeca. Cinco minutos tarde. Respira profundo para tranquilizar su acelerado corazón y camina hasta la puerta con el número 493 y un cartel con las palabras Open en ella. Toca con suavidad y, como las dos veces anteriores, Suko le da el permiso de entrar.

Toma el pomo entre sus largos dedos y lo gira, la puerta sede demasiado fácil para su gusto. Entra con cuidado, pero esta vez, ve la ancha espalda de Suko que se encuentra de frente al bar. Suwon entra con cuidado y cierra la puerta detrás de él.

—Te dije que no llegaras tarde —menciona lento.

—Tuve un problema —responde con seguridad. No esperaba tomar tanta después de cómo temblaba en el ascensor.

—¿Quieres? —pregunta Suko y se gira para tender un vaso con un líquido amarillento dentro, Suwon niega ligeramente sin moverse de su lugar—. Ponte cómodo, ¿o estás a punto de asaltarme?

Suwon deja salir el aire contenido en una débil risa. Está demasiado nervioso y su vestimenta no le favorece del todo. El castaño intenta dar un paso pero su cuerpo parece no reaccionar.

—Te aseas tú, ¿o lo hago yo?

—Lo hice antes de venir —anuncia en un hilo.

Suko asiente complacido de lo que acaba de decirle y lo mira de pie a cabeza cuando no puede moverse.

—Si te largas, no vuelvas —sentencia el pelinegro sin verlo—. Iré a ducharme.

Suko toma de un solo sorbo el líquido del vaso y lo deja sobre la barra para encaminarse al baño. Sin embargo, la puerta no se cierra, el pelinegro se desviste y comienza a ducharse a la vista del castaño que mira un punto fijo sobre el suelo, incómodo. Su cuerpo tiembla en protesta y de pronto es asaltado por una tenue risa.

«¿Qué demonios hago aquí?», piensa con diversión.

Se saca el barbijo en un acto cansado y luego la gorra para sacudir su cabello con violencia. No puede creer que estaba a punto de tener relaciones con un sujeto que a penas si conoce, pero sobre todo, que Minho se haya metido tanto en su cabeza para convencerlo de que aquello era lo correcto. No puede hacerlo, y nadie le hará cambiar de opinión.

Debería haberse quedado en su departamento, tal vez ahora estaría hablando con Minho y solucionando el problema de alguna forma, o solo poniendo fin a su relación de la forma más amistosa y pacífica posible.

Suwon camina hasta la barra donde el trago que le ofreció Suko se encuentra y lo toma de un solo sorbo. El líquido que quema su garganta le hace fruncir el entrecejo.

Suko aparece más tarde, con el cabello mojado y una bermuda entre sus piernas. Su cuerpo está mojado y desnudo, pero lo que más le sorprende es su entrecejo ceñudo al ver la risa casi descontrolada de Suwon.

—¿Qué es lo divertido? —formula.

—Tú —suelta casi con burla—, yo, esto. Esta mierda no es lo mío, y solo me convencí de que sí porque estaba desesperado.

Suko se cruza de brazos y relaja su semblante, como esperando que huya una vez más, pero a diferencia de antes, Suwon no piensa huir, se irá con la cabeza en alto y el orgullo latente.

—Púdrete, Suko. Me largo —dice y toma la gorra entre sus manos—. Y devuélveme mi libreta.

Suwon camina decidido hasta la puerta, pero ni siquiera logra llegar hasta ella ya que una mano se envuelve en su cuello y lo estrella contra la pared. Sus ojos se abren en sorpresa al ver que Suko lo ha acorralado una vez más. De un movimiento ágil, logra separar sus piernas y se coloca entre ellas, pegando su cuerpo como antes lo hizo.

—Hablas demasiado, Suwon —ronronea Suko cerca de su oído—. ¿Quieres irte?, demuéstramelo.

Suwon abre la boca para protestar, pero el pelinegro pasa una mano por encima de la tela de su pantalón en la zona de su miembro que se eriza. Un jadeo ronco sale de la boca de Suwon tan rápido que no tiene tiempo de evitar sentirse expuesto. Suko lo mira con una sonrisa ladina, penetrando cada fibra del tembloroso cuerpo de Suwon.

—¡Vamos, Suwon! —susurra cerca de su boca—, sabes que puedes zafarte.

El castaño levanta su mano para detenerlo, sin embargo, Suko mete una mano debajo su remera y delinea uno de sus erectos pezones. Suwon deja escapar otro jadeo involuntario y cierra sus ojos y manos con fuerza.

No puede entender porqué siente tanto placer con los insignificantes toques de Suko, tampoco el porqué no lo detiene y se va lejos de su agarre. Entonces, como si pudiera leer sus pensamientos, se separa de él dejándole un sabor amargo en la boca.

—Vete —ordena y se sienta en la esquina de su cama, donde anteriormente lo hizo.

Suwon camina rápido hasta la puerta de salida y toma el pomo entre sus manos. Su cuerpo tiembla, pero no sabe exactamente por qué. Cierra los ojos una vez más y lo hace. Coloca seguridad sobre la puerta y gira sobre su propio eje para encarar al chico de mirada penetrante.

—Eso pensé —comenta soberbio.

Suko se levanta de su posición y camina hasta el castaño que se ha quedado inmóvil. Lo toma de la mano y lo obliga a pararse frente a un espejo que antes no estaba ahí. Es claro que Suko lo sacó precisamente para el encuentro.

—Solo relájate —musita detrás de él.

Pasa sus manos delineando su cintura hasta el cordón de su pantalón, sin embargo, no lo toca. Sigue la línea del cierre de la chamarra de algodón que aún tiene puesta y baja el cierre con tanta lentitud que Suwon no puede desesperarse más. Suko sube las manos hasta sus hombros y desliza la chamarra fuera de su cuerpo, tirándola en el sofá rojo.

Mira a Suwon por el reflejo del espejo y vuelve a tomar el borde de su remera para subirla lento, pero ahora, rosando sus fríos dedos con la temblorosa piel de Suwon que se estremece. El castaño no puede sentirse más expuesto y diminuto, algo que jamás sintió, ni siquiera cuando comenzaba a experimentar su sexualidad. Suko logra quitarle la remera de encima.

El pelinegro delinea la cintura desnuda de Suwon y deposita un beso sobre el hombro, provocando que el castaño cierre los ojos con lentitud, disfrutando de los húmedos y delicados besos que le otorga el chico a su espalda. Suko juguetea con el cordón de su pantalón y finalmente lo delinea intentando sacarlo de su camino, sin embargo, Suwon lo detiene de inmediato, preso del miedo.

—Llegaremos hasta donde me lo permitas, Suwon —susurra lento y pastoso.

Suwon afloja el agarre y es entonces que Suko mete una de sus manos dentro del pantalón de Suwon, delineando la latente erección que posee, pero sobre su ropa interior, sin tener contacto directo con su piel.

El pelinegro, con su mano libre delinea el abdomen de Suwon y sube hasta su cuello. Sube un poco más hasta tocar su frente y lo obliga a tirar la cabeza hacia atrás, para que este la apoye sobre su hombro.

Suko se encuentra justo por detrás de Suwon, con una mano sobre su miembro y la otra en su abdomen, mientras que Suwon apoya la cabeza en el hombro de su compañero, con los brazos tendidos a los costados y termina en puños cerrados; a merced de lo que el pelinegro quiera hacer con su cuerpo.

Nunca estuvo así de entregado; así de sumiso.

Suko delinea con un poco de presión sobre el miembro de su compañero. Cuando Suwon frunce el entrecejo en protesta, se permite acortar la distancia entre su mano y la piel húmeda. Suwon deja salir un jadeo ronco. El pelinegro no deja de ver sus expresiones por el espejo, de alguna forma, lo logra excitar. Suko saca su mano lo que obtiene un gruñido en respuesta. Toma las manos de Suwon entre las suyas y lo obliga a colocarlas entre la liga de su pantalón y el boxer. El castaño de rulos lo mira confundido.

—No avanzaré a más, hasta que tú lo decidas —ronronea sobre su oído.

Suwon sabe lo que quiere Suko; sabe que quiere que le suplique por atención, suplique por su toque. Pero él jamás necesito pedir, a él le gustaba que le pidiesen. Su orgullo y su sentir comienzan una lucha campal contra lo que debería hacer, y lo que siente. Entonces, como si fuera un pedido de auxilio, Suko mete una de sus manos dentro de su pantalón nuevamente y toma su latente miembro entre sus manos haciendo un poco de presión.

Suwon deja salir un gemido casi inaudible y sus manos tiemblan.

—Vete a la mierda, Suko —farfulla ronco y comienza a bajar su pantalón tanto como sus largos brazos le permiten.

Suko frunce el entrecejo divertido por la forma en que Suwon intenta mantener su puesto de alfa cuando solo es un cachorro que necesita atención. Entonces comienza a bombear su miembro de arriba hacia abajo cuando es liberado de la prisión. Suwon deja que los jadeos salgan de su boca con pesadez, como si hacerlos fueran un pecado para él.

—Mírame —susurra sobre el oído de Suwon, este abre los ojos lentamente y lo ve a través del reflejo del espejo.

Aprieta la mandíbula con fuerza al ver la oscura mirada de Suko sobre él, sin dejar de atender su miembro con cuidado y detenimiento.

No puede sentirse más excitado al ver como Suko que se encuentra detrás de él, lo complace. Sus manos tiemblan por acunar su rostro y besarlo, pero no se atreve a moverse ni un centímetro, mucho menos sin la autorización de quien ahora bombea su pene.

Suko se detiene y lo toma de la mano para guiarlo hasta los pies de la cama. Toma la liga de su pantalón y bóxer para deslizarlos hasta los pies. Suwon saca uno por uno, quedando completamente desnudo ante el chico de mirada penetrante. Suko sube despacio por las extremidades del castaño, sin sacarle la vista de encima y cuando le llega a la altura, cree que le va a besar, pero no lo hace, Suko baja hasta uno de los pezones y lo lame con cuidado provocando que Suwon se remueva extraño ante la desconocida sensación que ahora emana de su pectoral. Suko desliza su mano hasta su miembro y comienza a bombearlo nuevamente, un poco más lento que antes, con la intención de no hacerlo venir hasta que él lo ordene.

Luego de un instante, pasa al siguiente pezón y hace exactamente lo mismo que con el anterior. Suwon sin poder evitarlo, cierra los ojos y se aferra a los hombros del pelinegro ejerciendo un poco de fuerza. Suko sonríe de lado y continúa con su trabajo.

Suwon abre levemente los ojos al darse cuenta cuan excitado se encuentra y que en realidad Suko está provocando sensaciones exquisitas que nunca sintió. Decide seguir la línea del brazo de Suko hasta llegar a la mano que envuelve su miembro, pero no se detiene ahí y sin previo aviso ingresa su mano dentro de la bermuda de Suko quien se sorprende de inmediato y se separa de su trabajo para verle a los ojos. Suwon aprieta la latente erección de su compañero que no deja de mirarle.

Suko parece luchar contra algo en su interior y se separa abruptamente del toque del castaño. Antes de que Suwon replique, el pelinegro se arrodilla y besa el glande del castaño, provocando que suspire en respuesta y olvide por completo la reacción que tuvo.

Suwon sube sus manos y mete sus largos dedos en el sedoso cabello del pelinegro sin ejercer presión ni tomarlo con fuerza. Solo para seguir los movimientos de su boca.

Suko ingresa el glande a su boca y con su mano bombea con suavidad. Sus movimientos comienzan a profundizarse a medida que aumenta el ritmo, acariciando sus testículos con suavidad, aún ayudando a sus embestidas bucales con su mano libre, provocando que Suwon se llene de espasmos. El pelinegro se separa de su trabajo y se aparta para empujar a Suwon sobre la cama, sin darle tiempo a protestar. Este se levanta sobre sus codos, pero Suko toma las piernas de Suwon y las coloca sobre sus hombros y vuelve a su trabajo, profundizando sus embestidas.

Suwon se deja caer nuevamente gimiendo con dolor ante lo bruscos movimientos de Suko. Puede sentir como un escalofrío le recorre todo el cuerpo para terminar justo sobre su miembro que es atendido por los gruesos labios de Suko. El rimo y la presión que ejerce el pelinegro sobre su miembro latente aumentan consideradamente.

Sus manos comienzan a temblar a la par de sus piernas. Sabe que está apunto de llegar. Quiere detener a Suko, pero este no le deja. Es como si el miembro de Suwon fuera su juguete divertido y no piensa soltarlo, entonces, con dolor, siente cómo su glande expulsa el semen acompañado de un jadeo doloroso. El cuerpo de Suwon se sumerge en espasmos flemáticos y sus piernas quieren cerrarse, pero Suko aún se encuentra entre ellas, succionando el líquido que expulsa, como si pudiese sacar más de lo que tiene.

Siente como si todas aquellas veces fallidas en las que tendría que haber eyaculado s ehubiesen acumulado solo y únicamente para este momento. Para deshacerse en la cálida boca de Suko.

Suwon jadea en una mezcla de dolor y placer que nunca antes fue capaz de sentir. Es entonces cuando se levanta sobre sus codos que Suko se separa de él.

El castaño se deja caer una vez más sobre el edredón suave, con la respiración agitada y el corazón martillando sobre su pecho. Lo ha logrado; Suko lo logró.

El pelinegro se aleja hasta la barra y detrás de ella saca un paquete nuevo de toallas húmedas. Toma dos de ellas y una la pasa por la comisura de sus labios, limpiando el liquido que se le escapó de la boca. Luego, con la segunda, limpia el pene de Suwon que protesta en respuesta, aún está demasiado sensible como para que lo vuelva a tocar, sin embargo, Suko se las arregla para no ser demasiado invasivo.

—Yo... —musita Suwon, incapaz de formular palabra alguna que describa lo que sintió.

—Debes irte —responde, ronco y lento.

Suwon arruga el entrecejo confundido. Es como si por un momento hubiese olvidado que quien estaba entre sus piernas, brindando el mejor sexo oral que alguien puede hacer, fuera nada más que un servidor sexual.

Humillado y avergonzado, se levanta. Suko aún intenta ayudarle a limpiarse, pero se siente tan expuesto que lo último que puede hacer es verle a los ojos. Suwon lo hace a un lado sin ser demasiado brusco y toma su ropa entre sus manos para cambiarse tan rápido como puede.

Abre la puerta y antes de salir, mira hacia atrás en busca del pelinegro, pero este no se encuentra. El sonido de la regadera abierta inunda la habitación y Suwon sonríe ladino, casi con decepción.

Entonces, sale.







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