11

Suwon baja a toda velocidad con el corazón latiendo a mil por hora, con el deseo de lo que sea que Yeri está a punto de decirse no sea tan importante y pueda volver a su encuentro íntimo con Suko.

La pelinegra se encuentra al comienzo de la montaña con el rostro empapado en lágrimas. Suwon apresura el paso y llega hasta ella con genuina preocupación.

Yeri es el tipo de chica que no llora con facilidad, algo le debe estar afectado demasiado para que aquél escudo falle y se empape en lágrimas y nervios.

Al llegar a su lado la envuelve entre sus brazos para hacerle saber que está ahí para ella, sin embargo, la pelinegra se separa con violencia y toma una profunda inhalación.

—Es... Es Minho —dice sin aire. Suwon abre los ojos de par en par con miles de imágenes catastróficas pasando por su mente por segundo—. Debes ayudarlo...

Yeri señala hacía el centro del patio donde hay un grupo de personas. Suwon sin pensarlo demasiado corre a toda velocidad hasta el amontonamiento, empujando y haciéndose paso para llegar hasta el centro. Los gritos, alientos y advertencias se escuchan de todos lados, como una cancha de fútbol, solo que no hay nadie jugando, en cambio, Minho se encuentran con la boca ensangrentada y las manos arriba en forma de puño.

Suwon arruga el entrecejo al ver qué el pelirrojo peleando con quién se suponía que era su cita. El sujeto de abalanza una vez más contra el menor, sin embargo, Suwon es más rápido y detiene el golpe en el aire, aún con una mueca de confusión. El sujeto levanta otro puño e intenta colisionarlo contra el rostro del castaño, y lo hubiese logrado de no ser porque Hoy aparece con su semblante serio y lo empuja lo más lejos que puede.

—¿Qué mierda sucede aquí? Fui al baño cinco minutos —masculla Hyo con genuino enojo.

Suwon gira sobre su propio eje y ve las mejillas sonrojadas de Minho que respira con dificultad.

—¿Estás bien? —musita.

Minho asiente incapaz de verle al rostro y retrocede. Suwon ve a su alrededor como las personas comienzan a murmurar por lo bajo. Él es sensible a los rumores, pero Minho le tiene pánico a los malos entendidos, los rumores y las habladurías. Es por eso que una parte de su forma de ser se basa en agradarles a todos. Por eso, Suwon lo toma de la mano e intenta alejarse con él.

—Maldito prostituto —escupe el sujeto con violencia.

Suwon para en seco, se gira sobre su propio eje y estrella un puño contra el rostro del sujeto tirándolo al suelo en un golpe seco. Hyo desvía la mirada, pues él hubiese hecho exactamente lo mismo si se tratara de su ex novia, o Yeri. Por eso, mientras algunos graban lo sucedido, se abre paso entre la multitud llevando a rastras al sujeto con la nariz ensangrentada. Suwon vuelve a girar sobre su eje y pasa un brazo por los hombros del menor.

Minho le mira con vergüenza, como si quiera que lo soltara pero al mismo tiempo que lo salvara de los posibles rumores que van a circular por toda la facultad.

El castaño se hace paso entre la multitud para llevar a Minho lejos, sin embargo gira para ver a Yeri que se encuentra en consuelo entre los brazos del rubito que le sonríe cálido. Más allá de ellos, como una sombra, Suko mira toda la escena con el semblante serio.

Suwon tiene el impulso de correr a él y explicarle que en realidad está salvando a su exnovio de su abusivo novio. Pero no lo hace, después de todo, Suko solo es un servidor sexual. Nada de lo que sucedió antes tiene relevancia.

«¿Por qué no se siente así», piensa casi con desesperación.

—¿Suwon? —lo llama Minho.

El castaño mira al pelirrojo para darse cuenta que se ha detenido para observar al pelinegro que aún le ve. Él asiente y saca la mirada para seguir el camino hasta fuera de la casa. Sin embargo, antes de llegar al garaje, coge sus pertenencias que las tenía Hyo guardadas y le susurra que vigile a Yeri por el momento hasta que vuelva.

Suwon saca el auto del garaje y Minho se sube tan rápido como puede. La imagen familiar del menor a su lado, por la carretera a altas hora de la noche cantando las canciones favoritas de Minho, riendo y coqueteando, le estruje el corazón. No puede dudar sobre Suko, no cuando tiene a Minho que aún espera por él.

Pasa una de sus manos de forma involuntaria por sus sensibles y rojizos labios. Los recuerdos de lo que acaba de suceder con Suko lo invade tan rápido que no puede evitar espabilarlos.

Los labios de Suko sobre los suyos, dando pequeñas mordidas, succionando y saboreando su carne como si fuera el último día que se viesen. Si cálida mano sobre su miembro. Él moviendo su cadera generando fricción. La mirada oscura y llena de sed de placer del pelinegro. Sus gemidos y jadeos. Estaba vulnerable, y él era la razón.

Una sonrisa se instala en sus labios ante  deseo de volver a sentir aquella caricia, pero sobre todo, porque puede hacerlo. Puede volver a probar aquellos besos cuánto sea necesario, solo debe verle en la habitación y nada más existirá. Nada podes interrumpirles. Ni Yeri. Ni Minho. Nada. Solo ellos dos, disfrutando de caricias y placer tanto tiempo como quiera.

—¿Por qué estás mojado? —musita Minho, sacándolo de su ensimismamiento.

—No tenía muchas ganas de estar en la fiesta —miente. Aunque en parte es cierto, no es aquella la razón principal por la que no entró a la casa.

Suwon decide que por el momento mantendrá los recuerdos de Suko fuera de su mente, y se concentra solo en el pelirrojo a su lado que sorba la nariz con timidez.

—¿Qué sucedió? —susurra Suwon, sin dejar de ver la oscura carretera.

—Quise terminarle —musita en un abogado sollozo.

El corazón de Suwon se salta un marido y tiene el impulso de estacionar el auto y abrazarle, sin embargo no lo hace. Si cuerpo no parece reaccionar como antes lo hacía ante la presencia del menor, y su corazón ya no se acelera. Algo está cambiando y no es capaz de ver con claridad lo que sucede, solo que no puede dejarle ir con facilidad. No después de todo lo que pasó y lo que hizo.

—No es tu culpa, Minho. Lo que sea que pasó, ese sujeto es un abusivo —menciona sin intentar sonar tosco—. No eres la razón por la que reaccionó así, está enfermo.

—Lo sé, pero no significa que duela menos —musita de vuelva—. Solo me hace sentir inútil.

Suwon arruga el entrecejo al darse cuenta que en realidad si le apreciaba, al menos lo suficiente para salir juntos a todos los lugares que antes hubiese visitado con él. O solo se quiso reemplazar lo que tuvo antes.

—Lo siento.

—Tranquilo, pasará —menciona y se acomoda en el asiento para ver las luces de la cuidad.

—Debes hacer una denuncia.

—Solo van a reírse de mí —musita con vergüenza.

—A la mierda eso, debes hacer la denuncia. Yo te compañaré.

Minho le mira un segundo, como si quisiera abalanzarse sobre él y abrazarlo por siempre estar a su lado, sin embargo se limita a susurrar un inaudible;

»Gracias.

—Te aprecio mucho, Minho. Espero que lo sepas —menciona Suwon.

—Antes era un te quiero, ¿qué cambio?

Suwon calla porque en realidad no tiene idea de qué responder. Algo cambio, de eso está seguro pero no tiene idea de lo que es. Minho siempre será el chico con quién quiera pasar toda su vida, solo que ahora no encuentra aquella desesperación con la que antes lo anhelaba. Y no puede sentirse más perdido por eso.

Minho parece percatarse de la incomodidad con la que se mueve el castaño y decide callar el resto del camino. Conoce a Suwon lo suficiente para saber que se encuentra en un dilema con su cabeza y su corazón, solo que espera no estar involucrado, de lo contrario está seguro que es probable que se encuentre en su cabeza y no en su corazón.

(...)

Es martes por la tarde y Suwon lleva suspirando al menos cinco veces en diez minutos. El aburrimiento se apodera de él tan rápido que ni siquiera puede conciliar el sueño para que el tiempo pase. Y no es que no tuviera cosas que hacer, solo no encuentra la motivación necesaria para sentarse y terminar esos informes que parecen tomar forma y vida en sus sueños.

Tecleo en la sala de chat de sus amigos si había alguien libre, pero Hyo respondió un «No molestes, debemos estudiar», para desaparecer, mientras que Yeri comentó que estaba en el departamento de Choi y que se sentía feliz de que sus mejores amigos supieran sobre su relación secreta, porque ahora podía presumir tanto como quisiera del rubito.

Suwon se recordó que debe hablar con Yeri en cuanto se de la oportunidad, pero por mensaje no lo haría. Probablemente reaccione mal y debe contenerla, así que se anota en su agenda mental una cita con Yeri.

Por otro lado, le escribió a Minho preguntando sobre su estado a lo que recibió como respuesta un simple «Estoy bien». Después de eso, no supo más nada, y es que no logra entender al pelirrojo. Primero le pide que le deje en paz, luego en la fiesta le confirma que sigue esperando por él, y de pronto le ignora como si no existiera. Ni siquiera el lunes le dio la cara para hablar sobre lo sucedido. De hecho parecía ignorar todo eso, como si en realidad los morados de su cara fueron productos de una caída y no de un golpe ocasionado por el abusivo de su amigo íntimo.

Tampoco es que puede señalarlo por hacer eso, después de todo él también actuó de esa manera e ignoró a Suko en la cafetería de la universidad, como si aquella noche nunca hubiese pasado. Pero no es que sintiera vergüenza, es que una parte de él comienza a sentirse a gusto jugando a los desconocidos mientras se devoran a escondidas.

Incluso Suko pareció ignorar su presencia, y agradece que sea ese tipo de persona. Tan reservado, tan misterioso. De lo contrario estaría en algún lugar en el Mediterráneo fingiendo ser una persona que no es con tal que no lo reconozcan como el chico que no se podía venir con su novio y contrato un servidor sexual.

Suwon toma su celular con vacilación y presiona en llamar justo por encima del nombre de Suko. Después del tercer pitido, lo manda directo al buzón de mensajes. El castaño cuelga y se deja caer el móvil a un lado. 

—Vamos, Suwon. Debes ponerte al día con las materias —se regaña en voz alta. 

Suspira pesado preso del estrés que conlleva llevar las clases al día y se sienta sobre la cama. Vuelve a tomar el celular con la esperanza de salir de su departamento y comer en compañía de alguien. Entra a la sala de chat de Suko donde no hay más de dos mensajes y escribe con precisión.

«Debemos hablar sobre el proyecto
-S».

Se muerde el labio ansioso por una respuesta inmediata. La lectura del mensaje es casi de inmediato por lo que el pánico le asalta y bloquea el celular para dejarlo sobre la cama y tomar cuanta distancia pueda de él.

El aparato vibra sobre el edredón y Suwon de un brinco llega a él para tomarlo entre sus dedos y verificar que el chico de mirada penetrante respondiera.

«Te espero en lo de Bonhwa
-L.S».

Suwon sonríe complaciente porque no tendrá que pasar lo que queda de la noche mirando los detalles arquitectónicos de su departamento, ni buscando videos del los top 10 de ballenas asesinas o muñecos poseídos.

Corre hasta su clóset y saca uno de sus habituales conjuntos deportivos, toma las llaves de su auto en la entrada de su departamento y se coloca las primeras zapatillas que encuentra. 

La carretera está inundada de vehículos que van a diferentes lugares. Sin embargo, agradece que no haya algún tipo de amontonamiento. Después de quince minutos de viaje, llega al kiosco que una vez le llevó donde Bonhwa trabaja. Fuera de el, se encuentra Suko, riendo a carcajada por algún chiste que dice el rubio frente a él. Nunca le había visto sonreír tan amplio, mucho menos reír de aquella forma. Su risa es igual de ronca y rasposa que su voz, la comisuras de sus labios se elevan en una fina línea, sus ojos se rasgan aún más y su entrecejo arrugado se relaja por completo. 

Suko estira sus manos y las coloca detrás de su nuca con tranquilidad. Como si aquél acto en donde sus desnudos brazos se tensan marcando las venas, no fueran a derretir a nadie. Parece tan inofensivo y salvaje al mismo tiempo, como si pudiera mantenerse en una invisible línea entre lo que está mal y bien, lo sexy y lo tierno, lo puro y el pecado mismo. 

Suwon traga duro al recordar la noche en la que se atrevió a más de lo que creía. Pestañea con rapidez para ahuyentar los recuerdos y pensamientos sobre el chico de cabello ónix y vuelve su mirada a él aun sin bajarse del auto. Pero, a diferencia de antes, Suko se encuentra mirándole fijamente a los ojos.

El castaño traga duro y desvía la mirada para bajar del carro, sin antes tomar la mochila que se encuentra en el asiento del copiloto. Toma una profunda inhalación para tranquilizar su cuerpo y camina con normalidad hasta la mesa donde se encuentra Suko y Bonhwa mirándolo.

—Hola —saluda nervioso—. ¿Cómo están?

—¡Hola, Suwon! De maravillas, la fiesta de Yeri fue una de las mejores en mi vida —chilla Bon.

Suwon mira de reojo a Suko quien aparta la vista hacia un lado, como si tenerlo cerca el causara alguna clase de rechazo. El castaño toma una silla y la coloca en medio de los dos chicos.

—¿Te divertiste? —pregunta el castaño, aún sin poder dejar de ver de reojo a Suko. 

—¡Sí! Aunque debo admitir que me sorprendí saber que Choi es el novio de Yeri, creí que el tipo solo salía con hombres —menciona Bon con una mueca. Suwon sonríe ante el rubito que no deja de hablar de forma animada y hasta graciosa. 

—Sí, creía lo mismo.

—Tú ya no están con Minho, ¿verdad? —formula y toma de su cerveza.

La sonrisa de Suwon tiembla y no puede evitar conectar mirada con Suko que parece prestarle completa atención de pronto. Un debate sobre lo que tendría que decir, con lo que siente le hace sonreír de forma forzada. 

—Es complicado —masculla. 

Suko ríe por lo bajo y aparta la mirada, ahora enfocando su atención en el aparato entre sus largos dedos.

—¡Oh! No quiero sonar entrometido pero, ¿se encuentra bien? —pregunta haciendo una mueca—. Lo vi salir contigo después de la pelea, ¿quién era ese sujeto, de todas formas?

—Un idiota. No volverá a molestarle —dice Suwon un tanto incómodo. 

Bonhwa coge aire para seguir su inesperado interrogatorio sobre lo que ha sido el mejor y más fresco rumor de toda la facultad de artes, y apenas están empezando la semana. Sin embargo, un grupo de chicas con uniforme de preparatorio entran al kiosco y es la señal para que el rubito camine entre una vez más. 

Suwon suspira pesado al darse y cierra los ojos con fuerza. No esperaba que esas preguntas fueran a incomodarle tanto, de hecho, no tendría que haberlo hecho en absoluto. 

—¿Qué querías hablar sobre el proyecto? —farfulla Suko sin mirarle. 

—Adelantar un poco la idea, o al menos saber lo que deberíamos hacer o no —menciona Suwon, mandando todos los pensamientos tortuosos al fondo de su cabeza, donde no le van a molestar por un rato. 

—¿Tienes ideas? —formula, y ahora deja a un lado el aparato. 

—Pensaba en recrear una de tus fotografías y convertirla en una pintura —anuncia sacando su cuaderno, en busca de uno de sus dibujos en acuarelas de los que más se siente orgulloso. 

—Pero estarías haciendo todo el trabajo —escupe.

Suwon levanta la mirada hacia el pelinegro. Hay algo en su tono de voz que no lo deja tranquilo. Es como si aquella noche solo fue producto de algún alucinógeno que respiro mientras subía a la colina. Pero sabe que eso no pasó. Suko lo besó. Suko lo tocó. No es un sueño, fue real. 

—Podríamos dividir el cuadro, una fotografía que continúe con acuarela —dice y carraspea. 

No puede permitir que su tono de voz le afecte de esa manera. No lo hará. Toma toda la valentía que puede y la transforma en indiferencia, para hacerle saber que para él tampoco fue tan especial como su mente dice. 

—Podría funcionar, pero los contrastes de una cámara son difíciles de hacer con acuarela.

—No para mí —masculla más tosco de lo que pretendía. 

Suko ladea la cabeza con media sonrisa, divertido de la situación. En otra ocasión, Suwon habría perdido la batalla, se pondría nervioso y terminaría por obedecer cada palabra que el pelinegro le diga; sin embargo, algo en su actitud le ha golpeado el orgullo y dignidad. Se siente expuesto y sobre todo vulnerable. Así que lo último que piensa es en ceder.

—Hagamos un borrador —suelta, con la voz ronca y rasposa, inclinándose un poco más sobre la mesa. 

—Elige tu la fotografía —lo reta de vuelta. 

Suko le mira ahora arqueando una ceja y asiente complacido de la actitud del chico con rulos. Se coloca de pie y entra a la tienda. Suwon suspira pesado preso de los nervios que no lo dejan tranquilo. No puede tomar la actitud de Suko personal, después de todo, lo que pasó entre ellos solo fue su trabajo del que debe pagar más tarde. Decide hacer un par de inhalaciones profundas para relajar sus tensos músculos. 

El pelinegro sale de la tienda con una bolsa negra y le hace una señal. Suwon se permite observarlo un poco antes de seguirle. Viste una remera que le anda a medida con cuello redondo color negra; botas estilo militar, pantalón de mezclilla con una abertura en la rodilla, y su cabello cae por los lados en ondas perfectas. 

Suwon se coloca de pie y sigue a Suko de cerca, con las manos en los bolsillos mirando hacia el frente. El pelinegro prende un cigarrillo y lo fuma durante el viaje a quien sabe donde. El castaño decide mirar a su alrededor para concentrarse en algo más que los brazos venosos de Suko que se balancea a su lado. 

Las casas demuestra que ya no se encuentra en el centro de la cuidad, mucho menos en el barrio de sus padres. Es una parte de la cuidad donde la clase media baja tiene el poder, y se puede notar por el estado de las paredes, las calles y lo silenciosa que es. 

—¿A dónde me llevas? —pregunta Suwon.

—¿No crees que es un poco tarde para preguntar eso? —ronronea el pelinegro. 

—No preguntaré de nuevo —farfulla. 

Suko larga una carcajada al aire y dice:

—Vamos por mi álbum.

Suwon se limita a asentir sin intención de alargar más la plática. De alguna forma, comenzó a sentirse cómodo con el pelinegro, y nunca debió permitir que ese sentimiento se apoderara de él, después de todo, no lo conoce en absoluto. Probablemente tenga cervezas regadas por toda su casa, una habitación con cajones llenos de sustancias, y posters de alguna revista sexista.

Suko pisa el cigarrillo al mismo tiempo que lo pisa para apagar la colilla. Abre una pequeña reja gris y coloca una llave en la cerradura. Suwon baja la guardia esperando cualquier clase de vivienda de un servidor sexual y entra una vez que el pelinegro le hace paso.

Olor a lavanda lo golpea con brutalidad. Las luces cálidas rodean la estancia y el silencio absoluto es todo lo que puede escuchar, a excepción por un extraño pitido rítmico que suena en alguna esquina de la casa.

—¿Esperabas luces neones y drogas? —le susurra Suko sobre el oído por detrás, sorprendiéndole por completo.

Las mejillas de Suwon se encienden de pronto y la vergüenza se apodera de su sistema. No dijo en voz alta todas las cosas prejuiciosas que pensó, y aún así tiene el impulso de disculparse, sin embargo, la risa de Suko lo tranquiliza un poco. 

—No hagas demasiado ruido, a mi hermana no le gustan los extraños —menciona.

Suko se saca las botas y se pierde entre los pasillos de la pequeña casa, mientras que Suwon se saca las zapatillas y camina con cuidado por el frio piso de madera. Mira en las paredes de la entrada fotos de Suko con dos mujeres más. Se pregunta si una será su madre y la otra su hermana, o tal vez alguna prima o novia. Aunque no tiene idea de cual es la verdadera orientación sexual del pelinegro. 

El pitido rítmico le llama cuan canción mágica. Suwon mira hacia los lados en busca del pelinegro pero no le ve, así que se aventura a seguir el ruido para saber de que se trata todo. La puerta de una habitación está abierta y se replantea si debería ir sin el permiso de Suko, sin embargo, un nuevo pitido le convence y se acerca hasta la entrada. 

Una mujer delgada hasta los huesos se encuentra tumbada sobre una cama especial, con maquinas a su alrededor que son las que emiten el sonido, un respirador conectado por un tuvo en su garganta y más cables que se camuflan por la frazada. 

Suwon traga duro, es la misma mujer de la fotografía. No tiene duda alguna que es su madre. El mantenimiento de esas máquinas deben valer una fortuna. El castaño se golpea mentalmente por imaginar que el chico con quien tuvo una de las mejores noches de su vida, fuera alguien involucrado de mafias o drogas como lo creyó.

Se deja caer contra el marco de la puerta, sin dejar de ver a la mujer que respira artificialmente. Debe doler. Que Suko vea a su madre en ese estado le debe doler mucho más de lo que puede decir. 

—Lleva así cuatro años —menciona Suko, apareciendo por un lado. 

Se afirma al otro extremo del marco de la puerta con los brazos cruzados, mirando a la mujer que descansa en paz. Suwon tiene el impulso de lanzarse contra sus brazos y pedirle disculpas por lo que dijo, pero sabe que aquello no solucionará nada, ni le responderá a la pregunta del porqué lo llevó ahí en un principio. No es intimo amigo de él, y sabe que Suko es consciente de ello.

—¿Estás bien? —susurra Suwon con calidez.

—No te traje aquí para que te compadecieras de mí, Suwon —escupe Suko—. Vamos a buscar mi álbum.

Suko gira sobre su propio eje y se pone en marcha por el pasillo. Suwon sonríe al darse cuenta que en realidad no ha cambiado en lo absoluto, que sigue siendo igual de tosco y bruto, incluso cuando reveló su verdadera cara detrás de aquella apariencia de chico malo. 

El castaño hace una reverencia de noventa grados y gira sobre su propio eje para seguir al pelinegro de mirada penetrante. Suko desaparece por una puerta y es entonces que Suwon respira profundo para prepararse a lo que le espera. Conocer la habitación de alguien, es como conocer su alma, porque todos nos sentimos seguros en el cuarto de cuatro paredes donde no solo dormimos. Por eso, se arma de valor y avanza. 

El olor a vainilla lo golpea con brutalidad. Paredes color lila pastel lo sorprende, en las paredes se encuentran dibujos pintados con carbón de siluetas similares a las de las fotografías. Una cama simple contra la ventana, frente ella el closet, y aun lado un escritorio con una biblioteca flotante llena de libros que no es capaz de ver con claridad.

Suko busca en una pila de papeles con cuidado. Suwon cierra la puerta detrás de él y se deja llevar observando los detalles de la habitación con cuidado. 

—Espérame aquí —menciona y sale cerrando la puerta detrás de él.

Suwon asiente aunque no puede verle y se tira sobre el suave edredón gris. El perfume a vainilla no se compara con la de las velas de su casa, en cambio aquí es más fuerte y dulce, como el sabor de los labios de Suko.

El castaño sacude la cabeza al darse cuenta hacia donde se dirigen sus pensamientos y se levanta. Camina hasta la biblioteca y pasa sus dedos por el lomo de los libros perfectamente ordenados. Sin embargo, lo áspero de un lomo le hace detenerse y lo toma entre sus dedos. No hay nombre, ni fecha, solo un cuero sintético lo envuelve. Suwon se sienta en la cama una vez más y lo abre. 

Fotografías similares a las que le mostró antes lo sorprende, pero a diferencia de antes, estas fueron tomadas en la habitación 493. No se puede ver con exactitud si aquellas siluetas le pertenece a un hombre o a una mujer, solo que las envuelve el rojo edredón de gamuza. Su cuerpo se estremece al mismo tiempo que se aventura a ver más allá. De pronto se encuentra con una foto de Bonhwa, en una extraña y comprometedora pose, más tarde aparece el recepcionista del motel. 

La idea de que todas aquellas personas hayan pasado por la habitación para obtener un poco de placer por parte de Suko lo tortura más de lo que creía. Es lo que él hace, sin embargo, parece más real cuando son personas a las que él conoce quienes le frecuentan. 

La puerta se abre y Suwon cierra con violencia el álbum entre sus dedos. Suko quien entró balanceando una de sus carpetas lo mira con el entrecejo fruncido al ver lo que Suwon sostiene entre sus dedos. Corre a él para arrebatárselo, y aunque Suwon tendría que haberlo entregado, solo brincó lejos de su agarre con una sonrisa en su rostro. 

—¿Qué haces? Devuélvemelo —farfulla intentando alcanzarlo.

Suwon niega con la cabeza y lo levanta en lo alto. Suko lo toma de la muñeca y lo estampa contra la puerta de su habitación pegando su cuerpo contra la del castaño. Suwon traga duro y su sonrisa desaparece. El pelinegro coloca una de sus manos en la cintura de Suwon y con la otra sostiene su muñeca por encima de su cabeza. 

Suko le mira amenazante, como si lo que acaba de hacer mereciera un castigo de vida o muerte. Su respiración se agita cuando el pelinegro se acerca un poco más a su rostro y le sonríe con malicia. 

—Te dije que me lo dieras —ronronea.

—Tómalo —susurra en un hilo.

Suko sigue la línea del brazo del castaño y toma el álbum para lanzarlo a la cama, sin embargo no se separa del castaño. Toma su otra muñeca y la junta en un solo agarre sobre su cabeza para examinarlo a detalle, sin despegarse ni un solo centímetro. 

Suwon cierra los ojos de forma automática, siendo preso de los nervios que Suko puede generar en él, pero no quiere que se detenga, quiere que se aventure mucho más allá de lo que podría hacerlo él.

Suko sube hasta su rostro y se acerca a sus labios, rozándolos con malicia. Es como si estuviera luchando contra algo o alguien para no besarlo, y Suwon muere por dentro por volver a probar sus labios.

—¡Suko! —grita Ryuk del otro lado y es entonces que el pelinegro se separa del castaño con las mejillas encendidas y el entrecejo fruncido.

—Elige tu la foto. —Le entrega la carpeta a Suwon, tira su cabello hacia atrás y dice—: Es hora de que te vayas.


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