━━ 𝟒𝟎
【𝙲𝙰𝙿Í𝚃𝚄𝙻𝙾 𝟺𝟶】
𝐯𝐢𝐞𝐫𝐧𝐞𝐬, 𝟐 𝐝𝐞 𝐟𝐞𝐛𝐫𝐞𝐫𝐨 𝐝𝐞 𝟐𝟎𝟐𝟒
𝓓afne
𝐄𝐍𝐂𝐎𝐍𝐓𝐑𝐀𝐑 𝐏𝐀𝐙 𝐏𝐀𝐑𝐀 𝐌𝐈 𝐌𝐄𝐍𝐓𝐄 𝐘 𝐌𝐈 𝐂𝐎𝐑𝐀𝐙Ó𝐍 𝐇𝐀𝐁Í𝐀 𝐒𝐈𝐃𝐎 𝐔𝐍𝐀 𝐁Ú𝐒𝐐𝐔𝐄𝐃𝐀 𝐂𝐎𝐍𝐒𝐓𝐀𝐍𝐓𝐄 𝐃𝐄𝐒𝐃𝐄 𝐋𝐀 𝐏𝐀𝐑𝐓𝐈𝐃𝐀 𝐃𝐄 𝐌𝐈 𝐏𝐀𝐃𝐑𝐄. Las noches se convirtieron en un campo de batalla interno, donde las pesadillas y los recuerdos dolorosos se entrelazaban para atormentar mi descanso. Sin embargo, esa noche, al dormir abrazada a Matías, todo cambió.
La sensación de tenerlo a mi lado, sentir su calor y su presencia reconfortante, fue como un bálsamo para mi alma. Por primera vez en meses, pude cerrar los ojos sin temor, sin el peso de la angustia y la incertidumbre que solían acompañarme en la oscuridad de la noche. Sus abrazos actuaron como un escudo protector, disipando los fantasmas del pasado que solían acosarme en la noche.
Y al despertar por la mañana, una extraña sensación de calma me envolvió por completo. Me sorprendí al darme cuenta de que, por primera vez en mucho tiempo, mi descanso no había sido interrumpido por las pesadillas que solían atormentar mis noches. La tranquilidad que había experimentado al dormir abrazada a Matías parecía haberse extendido hasta mis sueños, y esa ausencia de pesadillas me llenó de un alivio profundo.
Ahora, Matías y yo estábamos sentados juntos en la ventana, contemplando cómo el sol despertaba el mundo con sus cálidos rayos. La escena frente a nosotros era un espectáculo de belleza indescriptible; los tonos dorados del amanecer pintaban el cielo y las sombras de la noche se desvanecían lentamente.
Compartir ese momento con él, después de las fotos que me mandó, era como recibir un regalo del universo, una experiencia que atesoraría por siempre en mi corazón. Me sentía profundamente agradecida por tener a Matías a mi lado. Juntos, éramos capaces de encontrar belleza en lo más simple, de apreciar la magia de la vida en su forma más pura y auténtica. Mientras observábamos el amanecer juntos, supe en lo más profundo de mi ser que no había otro lugar en el mundo donde preferiría estar.
Cuando el amanecer llegó a su fin, no pude contener el impulso de abrazar a Matías, agradeciéndole silenciosamente todo lo que había hecho por mí. Después, nos levantamos de la ventana, preparándonos para comenzar el día.
─ ¿Y qué onda, gila? ¿Por qué estás en corpiño? ─preguntó Matías con una sonrisa traviesa bailando en sus labios, fijándose en mi atuendo improvisado.
─ La remera de ayer quedó hecha un desastre ─respondí con una risa, fingiendo indiferencia─. Pensé en preguntarle a Melanie si tiene algo de repuesto.
Matías no dijo nada y se dirigió al armario. Con un gesto despreocupado, sacó una de sus camisas y me la lanzó con habilidad. La atrapé al vuelo, sorprendida y agradecida. Observé la camisa detenidamente: tenía una mezcla de colores, pero el rojo, el verde y el azul destacaban especialmente.
─ Aquí tenés ─dijo Matías con una sonrisa amable, como si compartir la ropa fuera la cosa más natural del mundo.
Agradecida, deslicé mis brazos dentro de su camisa, envolviéndome en la suave tela que parecía abrazarme con ternura. El sutil aroma de su perfume llenaba mis sentidos, creando una sensación reconfortante y acogedora que me hizo sonreír.
─ ¿Y? ¿Qué te parece? ─no pude evitar preguntar.
Matías me miró con atención, como si estuviera evaluando la situación, y luego respondió con sinceridad.
─ ¡Te queda bárbara! Es mi camisa preferida, así que espero que hoy te traiga suerte.
Sus palabras resonaron en mi mente como un eco lejano. Ni siquiera me había percatado de que hoy sería el día en el que sabría si sería una de las elegidas para desfilar en el majestuoso Teatro Colón al día siguiente.
Una oleada de nervios y emoción se apoderó de mí, sintiendo la ansiedad y la anticipación burbujeando en mi interior mientras me preparaba para enfrentar lo que el día me depararía.
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𝐌𝐈𝐄𝐍𝐓𝐑𝐀𝐒 𝐄𝐍𝐙𝐎 𝐂𝐎𝐍𝐃𝐔𝐂Í𝐀 𝐀 𝐓𝐎𝐃𝐀 𝐕𝐄𝐋𝐎𝐂𝐈𝐃𝐀𝐃, zigzagueando entre los coches con una audacia temeraria, sentí cómo la adrenalina fluía por mis venas. Al lado de Enzo, Matías estaba tratando de disimular su nerviosismo, aunque sus manos aferradas al asiento del copiloto revelaban su inquietud. En los asientos traseros, Melanie, Emilia y yo intentábamos mantener la compostura, con expresiones que oscilaban entre el asombro y la preocupación.
Isadora no estaba con nosotros, de hecho, se había marchado abruptamente de la fiesta después del incidente de anoche. Desde entonces, nadie había tenido noticias de ella.
El recuerdo de aquella noche en la que Enzo nos llevó a casa con la misma imprudencia se deslizó en mi mente como un relámpago. Esa misma noche en la que todo cambió. Mientras el paisaje pasaba velozmente frente a nosotros, sentí una extraña sensación de déjà vu, como si estuviéramos repitiendo los mismos pasos de aquella noche.
─ Che, Enzo, ¿no te parece que venís medio rápido? ─preguntó Emilia, con un dejo de preocupación en su voz.
─ Tranqui, Emi, estamos bien. Solo quiero llegar a tiempo ─respondió Enzo con seguridad, sus manos firmes en el volante, mientras mantenía la mirada fija en la carretera.
─ Pero falta banda de tiempo todavía ─intervine, tratando de calmar la situación─. Tenemos tiempo de sobra para ir a las tres casas y llegar a la facu.
─ Dale, está bien. Voy a bajar un poco la velocidad, pero solo un toque ─concedió Enzo finalmente, mostrando una leve sonrisa mientras disminuía un poco la velocidad.
La primera parada fue en casa de Emilia, que estaba bastante alejada. La chica subió corriendo las escaleras y desapareció en su hogar. Los demás nos quedamos esperando en el coche, y en solo unos minutos, Emilia bajó, ya cambiada de ropa y con una carpeta en mano.
Después, Enzo arrancó de nuevo, esta vez hacia la casa de Melanie. A pesar de nuestras quejas anteriores sobre la velocidad, parecía decidido a seguir conduciendo rápido, como si estuviera en una misión de vida o muerte. Cada giro brusco y cada acelerón hacía que mi corazón latiera a mil por hora.
Al llegar, frenó de golpe, sacudiendo a todos en el interior. La tensión se podía cortar con un cuchillo mientras Melanie soltaba un quejido por la forma en la que conducía Enzo.
─ Nos vas a matar si manejás así, amigo ─exclamó Melanie antes de bajar del coche con rapidez.
Mi mejor amiga subió corriendo a su casa, y unos minutos después descendió con una carpeta en mano y una sonrisa de emoción iluminando su rostro.
Enzo arrancó de nuevo, esta vez con rumbo a mi hogar. El viaje, que normalmente tomaría unos cinco o seis minutos en coche, se completó en apenas dos minutos, indicando la velocidad vertiginosa a la que nos desplazábamos.
Bajé del coche con rapidez y me encaminé hacia mi casa con grandes zancadas. Abrí la puerta y subí corriendo las escaleras hasta mi habitación.
Una vez en mi cuarto, decidí que no necesitaba cambiarme de ropa; la camiseta que me había prestado Matías me encantaba, y sinceramente, creo que me quedaba genial. Además, había algo en ella que me hacía sentir segura, como si el llevarla puesta me trajera suerte, tal como Matías había mencionado.
Decidida a no perder ni un segundo más, me dirigí hacia mi mesa de estudio y tomé el dibujo que estaba allí, esperando su momento. Lo guardé con cuidado dentro de una carpeta y bajé las escaleras a toda prisa, cerrando la puerta tras de mí con un portazo antes de lanzarme hacia el coche de Enzo.
Abrí el móvil para comprobar la hora; eran casi las 09:30 de la mañana, lo que significaba que aún teníamos media hora antes de que comenzara nuestra clase en la universidad. Sin embargo, la impaciencia parecía haberse apoderado de Enzo, quien arrancó el coche con tal brusquedad que nos hizo dar un pequeño brinco en nuestros asientos.
A medida que avanzábamos por las calles, la velocidad del coche parecía aumentar con cada segundo que pasaba. Los edificios y los árboles pasaban velozmente por la ventanilla, difuminándose en un borrón de movimiento.
Los minutos parecían fundirse en segundos mientras Enzo conducía. Y así, en un abrir y cerrar de ojos, llegamos a nuestro destino con la sensación de que el viaje había sido tanto vertiginoso como fugaz.
Enzo estacionó el coche con un ligero chirrido de frenos. Con un suspiro de alivio, abrí la puerta y salí, sintiendo de nuevo el aire fresco de la mañana acariciar mi rostro. Mis dos amigas salieron detrás de mí, cada una con su carpeta en mano, listas para enfrentar el día. Con un gesto de mano, nos despedimos de los chicos y comenzamos a caminar hacia el edificio.
─ ¡Dafne! ─de repente, una voz familiar rompió el silencio. Matías estaba llamándome desde la ventana del copiloto.
Me detuve en seco y me giré, encontrándome con la mirada de Matías. Un instante de duda pasó por mi mente mientras miraba a mis amigas, quienes me animaron a ir.
─ Dale, anda ─dijo Mel con una sonrisa alentadora─, te esperamos acá.
Me encaminé de nuevo hacia el coche, intrigada por la razón por la que Matías me había llamado.
─ ¿Me olvidé de algo? ─pregunté justo cuando llegué, inclinándome un poco para quedar a la misma altura de Enzo y Matías, para que ambos pudieran verme.
─ Sí, te olvidaste algo ─dijo Matías con una chispa traviesa en los ojos.
Arqueé una ceja, intrigada. Me acerqué un poco más a la ventana, mi idea era meter la cabeza dentro para ver qué era lo que me había dejado. Revisé los asientos traseros, pero no había rastro de nada.
─ Dale Matías, córtala. ¿Qué me olvidé? ─pregunté con una mezcla de impaciencia y nerviosismo.
Antes de que pudiera pronunciar una queja más, Matías se inclinó hacia mí con una determinación firme. Sus labios encontraron los míos en un beso ardiente. Nuestras lenguas se entrelazaron en un baile juguetón, explorándose con deseo y complicidad. Finalmente, Matías se apartó, dejando un rastro de deseo en mi labio inferior al morderlo con suavidad.
─ Mirá lo que te olvidabas ─dijo Matías, su voz suave y cálida, mientras uno de sus dedos acariciaba mi labio inferior. Una sonrisa juguetona bailaba en sus labios mientras me miraba con complicidad─. ¡Suerte, gila!
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