Hora Uno - 7:00 pm
(Si, a esta historia le agregué ilustraciones hechas con IA para darle un toque más interesante al fic, disfrutenlas ♡)
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Se llamaba Dove.
—Sí, fíjate —añadió tras revelar ese detalle—. Las strippers tienen nombre, como las personas de verdad.
Sodia esbozó una sonrisa desprovista de humor y por fin le dirigió la mirada a su compañera. La chica estaba sentada con las rodillas dobladas contra el pecho y los brazos alrededor de estas, mientras observaba a Sofia con unos ojos esmeralda que amenazaban tormenta.
—Oye, ya que tenemos que estar aquí juntas, ¿crees que podrías intentar tratarme con un poquito de educación?
—Hagamos un trato, «Dove» —propuso Sofia.
Era un bonito nombre, a juego con sus bonitos pechos.
Sofia se reprendió por el cariz que tomaban sus pensamientos y se apresuró a continuar.
—Tú te estás quietecita en tu lado del ascensor y yo hago lo mismo en el mío.
Si eres capaz de hacer eso, nos llevaremos bien.
Dove le lanzó una mirada desdeñosa.
—En serio, ¿qué problema tienes? Estoy dispuesta a empezar de cero si tú lo haces. Quedarnos atrapadas no tiene por qué ser el peor rato de nuestras vidas, que es en lo que tú pareces empeñada en convertirlo.
Cansada de discutir, ¡y encima con una maldita stripper!, Sofia no se dignó a contestar. Lo último que quería era hacerse amiguita de una mujer que Thomas había contratado con el objetivo expreso de demostrar algo sobre su estilo de vida. Desde el momento en que la humillante sorpresa de cumpleaños se había presentado en su oficina y había llenado el aséptico despacho con su
música y su embriagador perfume, Sofia se había sentido vulnerable y desnuda.
Quedarse atrapada con ella en un espacio tan pequeño le parecía un
castigo especialmente cruel.
Levantó la vista hacia las tenues luces de emergencia que iluminaban la cabina del ascensor. ¿Podía confiar en haber guardado su documento a tiempo de que el corte de luz no le hubiera borrado horas de trabajo?
Apoyó la cabeza en la pared y empezó a darle vueltas a la propuesta.
La voz de Dove la sobresaltó.
—Mi gato Peanuts me va a matar —informó a Sofia—. Le había prometido que esta noche nos bañaríamos juntos.
Le gusta sentarse en el borde de la bañera y meter la nariz en las burbujas. Normalmente me molesta, sobre todo
cuando estornuda, pero ahora mismo daría cualquier cosa por darme un baño.
Sofia notó que sus labios se curvaban en una sonrisa, pero evitó la reacción a tiempo y frunció el ceño. La mención al «baño» le había traído a la cabeza imágenes que no iba a permitirse.
—Bueno, siento que en lugar de eso estés aquí conmigo.
Dove esbozó una sonrisa perezosa. Sus dientes blancos y aquellos labios carnosos y rosados distrajeron a Sofia, hasta el punto de olvidarse de mantenerse fría y desinteresada. Pese a sí misma, le devolvió la mirada con
cariño. Y, a continuación, igual de rápido, se obligó a pensar en la propuesta que había perdido porque Thomas había decidido enviar a Dove «Pechos Perfectos» a interrumpirla. De nuevo de mal humor, le volvieron las
ganas de hacerle daño a alguien.
Se fijó en los pezones de Dove, que se le marcaban bajo la camiseta de algodón. El sujetador, que se suponía que tenía que evitar que Sofia perdiera el norte, seguía en la mano de la joven.
—¿Te importaría ponerte el sujetador? —le preguntó Sofia con voz ronca. Acalorada, añadió—: Me siento
observada, como si esas cosas me señalaran.
Dove estiró las piernas e inclinó la cabeza. Entonces reprimió lo que parecía una sonrisa divertida y dijo:
—Como quieras, Sofia.
Dicho aquello, se levantó y se quitó la camiseta. Por segunda vez en la tarde, Sofia tuvo que esforzarse para no
quedarse mirando los pechos desnudos de Dove con ojos desencajados. Su reacción fue girar la cabeza para no caer en la tentación.
—¿Qué coño haces?
—Ponerme el sujetador, como me has pedido —repuso sarcástica—. Te dan miedo las mujeres desnudas, ¿verdad?
Sofia miró a Dove; el sujetador negro le quedaba de vicio. Con él puesto, sus pechos seguían siendo espectaculares. Aun así, Sofia no podía dejarse llevar.
—No me dan «miedo» las mujeres desnudas —replicó con firmeza—. Supongo que, si ese fuera el caso, tendría un problema al mirarme al espejo cada mañana.
Dove le dio un buen repaso a Sofia.
—Para que conste, creo que muy poca gente tendría un problema con mirarte en el espejo cada mañana.
¿Y aquello a qué venía? Tras dudar unos instantes, Sofia expresó en alto la duda que la carcomía.
—¿Thomas te ha pagado para que te acostaras conmigo?
Dove pestañeó varias veces y frunció los labios.
—No.
Enseguida, se metió la camiseta por la cabeza y se la alisó sobre el torso con manos temblorosas.
—No soy una puta.
Sofia se encogió de hombros, sin inmutarse.
—Siento haberte ofendido. No estaba segura.
Dove volvió a su rincón.
—Tienes razón —dijo con voz hueca—. ¿Qué tal si nos limitamos a estar aquí sentadas en silencio hasta que nos
rescaten?
Misión cumplida. Sofia se preguntaba por qué se sentía tan mal por haberla insultado. Observó ausente los botones
del panel de control del ascensor. Por amor de Dios, aquella mujer era una stripper. Se desnudaba por dinero.
¿Por qué se ofendía tanto porque alguien pudiera pensar que por un poco más de dinero estaría dispuesta a ir más allá?
Sofia no fue capaz de estar callada ni cinco minutos, porque la culpabilidad le pudo.
—Oye, lo siento. ¿Vale, Dove? Lo siento.
Dove se encogió de hombros.
—¿Por qué?
—Por suponer que practicabas el sexo por dinero. No ha estado bien y siento haberte ofendido.
Dove no respondió y Sofia suspiró ruidosamente.
—¿Sabes? Cuando haces cosas como cogerle la mano a alguien y ponértela en las tetas…
—Solo intentaba que te soltaras un poco.—Dove fulminó a Sofia con una mirada gélida—. Parecía que querías comerme viva, pero que ni siquiera sabías por
dónde empezar.
—¡No es verdad! —negó Sofia—. Estaba
preguntándome qué coño hacías encima de mí. Estaba tan escandalizada que no sabía cómo reaccionar.
—Bueno, pues perdona por haberte ofendido. Es más, perdona por haber aceptado este estúpido trabajo.
Dove sorbió las lágrimas y se enjugó la mejilla con la mano. A Sofia se le encogió el estómago.
—¿Estás llorando? —tragó saliva para aflojar el nudo de puro terror que se le había puesto en la garganta—. Por
favor, no me digas que vas a ponerte a llorar.
—No lloro —respondió Dove, demasiado deprisa. Volvió a pasarse la mano por los ojos y se irguió un poco contra la pared—. Estoy de maravilla: atrapada en un ascensor un viernes por la noche con nada que hacer salvo ser insultada por una mujer que me odia y cree que soy una zorra. Lejos de la gata, el libro y la bañera que esperaba disfrutar esta noche. ¿Por qué no iba a estar en el puto séptimo cielo?
Sus palabras hicieron que Sofia se sintiera como la mayor cretina del planeta. «Genial —pensó mientras se
pasaba los dedos por el pelo—, sencillamente genial.» Sin
saber qué otra cosa hacer, intentó justificarse.
—De verdad que lo siento, Dove. Es que no entendía por qué habías dicho lo de… ya sabes, lo de mirarme en el espejo.
Dove la miró durante varios segundos, sin pronunciar palabra. Finalmente murmuró:
—Lo he dicho porque eres una mujer físicamente atractiva —hizo una pausa—. Pese a tu carácter tan poco
seductor.
A Sofia, el suave comentario le sentó como una patada.
—Oh.
No sabía qué otra cosa decir. Se miró las manos.
«Adoro a esta chica. Llevo cuarenta y seis minutos con ella y ya me doy cuenta de que soy una gilipollas de tomo y lomo.»
—Te perdono —le dijo Dove.
Sofia notó que los ojos se le llenaban de lágrimas de frustración y bajó la mirada para que su compañera no se diera cuenta. Sofia no era una mujer que se hundiera bajo presión. Creyó que habían vuelto al régimen de silencio anterior, hasta que Dove habló.
—¿De verdad pensaste que tu amigo pagaría a alguien para que se acostara contigo?
—No lo sé.
—No me pareces la clase de persona que aprecie ese tipo de gesto.
Sofia levantó los ojos.
—No lo soy.
—Entonces, ¿por qué un amigo tuyo te haría eso?
Dove sonaba realmente interesada, y Sofia no era capaz de percibir el menor atisbo de malicia en su mirada. Por
unos instantes estuvo tentada de hacerse ella misma aquella pregunta, pero había sido un día muy largo.
—No lo sé —respondió—. Cosas de hombres, quizá.
Dove asintió, como si la respuesta le pareciera lógica.
—Bueno, es tu cumpleaños. —Con una sonrisa, preguntó—: ¿Te lo has pasado bien? Aparte del striptease y tal…
—Como cualquier otro día. He venido a la oficina, he trabajado, me he quedado atrapada con una mujer medio desnuda que me hace sentir como una idiota…
—Lamento que te sientas como una idiota.
De repente, Dove entornó los ojos, como si acabara de ocurrírsele algo.
—¿No se te habrá jodido algún superplan esta noche por quedarnos aquí?
Sofia volvió a pensar en su propuesta y suspiró. Se suponía que aquel proyecto «urgente» tenía que evitar que pensara demasiado en que iba a pasar el día de su cumpleaños sola y aburrida. Thomas y Dove le habían fastidiado la estrategia.
—No —murmuró—. No tenía ningún plan. Tenía pensado alquilar una película mañana, pero ahora tendré
que reescribir la propuesta.
—¿Por qué «reescribir»?
Sofia alzó el brazo y señaló las luces de emergencia con irritación.
—Se ha ido la luz. Estoy segura de que hacía rato que no guardaba el documento. Eso si mi ordenador sobrevive.
—Ah —dijo Dove—. Bueno, no es que sea culpa mía, pero… espero que no tengas que reescribirla entera.
Aguardó a que Sofia respondiera, pero cuando no lo hizo, preguntó:
—¿De qué iba la propuesta?
Sofia trató de hallar la manera de hacer que sonara lo suficientemente importante.
—Es para un proyecto de desarrollo de software — explicó—. Queremos venderle al cliente una funcionalidad
adicional aparte del paquete estándar que programamos para él. Quiero que le llegue por correo electrónico el
lunes por la mañana.
Dove parpadeó, admirada.
—¿Tú programas?
—No. —Sofia soltó una carcajada y negó con la cabeza —. Coordino a los programadores que crean el software.
Ellos hacen que la aplicación funcione y yo hago que ellos funcionen.
—¿Y te gusta?
—Sí, mucho.
—Suena un poco… aburrido. No te ofendas, pero no me va.
Sofia se puso a la defensiva.
—Es un buen trabajo. Me supone un desafío. —Incapaz de resistirse, añadió—: No me digas que tú puedes decir lo
mismo de tu carrera.
Dove no perdió la sonrisa.
—No es mi carrera, aunque no sea de tu incumbencia. Y supongo que lo mejor de mi trabajo es la gente estupenda a
la que conozco. —Su sonrisa se tornó irónica—. Como tú.
—¿Y la oportunidad de ganar dinero sin tener ninguna habilidad en especial? —atacó Sofia.
Dios, ¿por qué le era tan fácil enzarzarse con aquella mujer?
—¿Piensas ganarte la vida a costa de tus perfectos pechos?
Dove inclinó la cabeza.
—¿Te parecen perfectos?
Sofia se puso como un tomate e intentó retirarlo.
—La verdad, no me he fijado mucho.
Laurel soltó una sonora carcajada.
—Ajá. Por eso aún tengo las marcas de cuando me comías con los ojos.
—Tú alucinas —gruñó Sofia.
—Si tú lo dices…
Sofia no tenía la menor intención de admitir la fascinación que le producía el cuerpo de la stripper y decidió echar mano de su última carta.
—No soy lesbiana.
La sonrisa de Dove se desvaneció y la sustituyó una mirada de sorpresa.
—¿Qué?
El asombro de Dove hizo que Sofia se removiera, incómoda.
—No soy lesbiana —repitió Sofia—. Así que tus pechos me dan igual.
—Ah. —Dove frunció el ceño—. ¿Y entonces por qué diablos me ha contratado Thomas para que bailara para ti?
—Créeme —le dijo Sofia—. Lo primero que voy a hacer mañana por la mañana, en cuanto salgamos de aquí, es
hacerle esa misma pregunta.
—¿Tienes novio? —le preguntó Dove con voz cauta.
—No. —Sofia no le dio más detalles.
Como lo que quería era desviar la atención de su persona, preguntó—.
¿Y tú?
Dove le regaló una amplia sonrisa que dejó al descubierto sus blancos dientes.
—No. Yo sí soy lesbiana.
A Sofia se le quedó la boca seca.
—Oh.
Aquella mujer siempre se las arreglaba para dejarla sin habla.
—¿Te molesta? —quiso saber Dove.
A Sofia le dolió la sonrisita de superioridad de Dove.
Antes de contestar, pensó bien su respuesta, para decidir si le convenía más revelar el torbellino de emociones que la inundaba o mantener la paz.
—No más que cualquier otra cosa sobre ti.
Dove soltó una risita burlona.
—Tranquila, tampoco me meteré con tu sexualidad.
—Muy amable —repuso Sofia con una media sonrisa.
—¿Ves? —murmuró Dove—. Te dije que no era tan terrible conversar conmigo.
Sofia hizo un gesto afirmativo con la cabeza.
—Mejor que pasarnos la noche en completo silencio, eso seguro.
—Nunca se sabe. Mañana por la mañana a lo mejor nos hemos hecho amigas.
Sofia puso los ojos en blanco.
—No avancemos acontecimientos. Va a ser una noche muy larga. Podría pasar cualquier cosa.
Tras las palabras de Sofia, Dove se rodeó con los brazos. Se diría que su expresión se había tornado esperanzada y algo tímida.
—Tienes razón. Absolutamente cualquier cosa.
Sofia no pudo sino tratar de imaginar lo que le depararían las doce horas siguientes. Con suerte, ni una lágrima más.
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