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007. ┊໒ ⸼۰CHAPTER SEVEN
Durmstrang y Beauxbatons


—¿Eres Hermione, cierto? —un grupo de chicas de Ravenclaw se acercó a la castaña quien asintió sin saber que pasaba.

—Soy yo, ¿sucede algo? —respondió de inmediato con cautela.

—Nos gustaría unirnos a la Peddo —dijo una de ellas.

—No se llama así, es Es pe, e, de, de, o: «Plataforma Élfica de Defensa de los Derechos Obreros» —explicó Hermione en un tono mandón.

La chica que había hablado se hizo pequeña en su lugar con la cara roja por la vergüenza.

—Melissa —una de las otras chicas le dio una mala mirada—. Perdonala, queremos unirnos a tu fundación.

Hermione frunció el ceño pero después sonrió, les tendió una tabla con un listado y ellas apuntaron su nombre, eran cinco en total, todas pagaron el dinero y recibieron su insignia. Un grupo de chicos que estaban cerca de ellas al ver lo que pasaba se interesaron y acercaron a Hermione con la intensión de apuntarse.

La chica estaba feliz, no esperaba que su proyecto funcionará.

—Hola, Jean —la chica se giro enseguida al escuchar su segundo nombre, era Roy—. ¿Por qué tan feliz?

—¿Jean?

—Tu segundo nombre —le explicó él.

—¿Cómo lo sabes?

—Lo leí en la lista de asistencia de Minnie —admitió sonriendo.

—¿Por qué harías eso?

—Haces muchas preguntas, Jean —cambió de tema antes de mirar su caja de insignias casi vacia—. Oye, que genial, ¿cómo te ha ido?

Hermione sonrió ante lo preguntando mostrándole su lista con emoción: —Casi treinta miembros en dos horas. ¡Es todo un éxito!

Roy sonrió antes de agacharse y juntar la caja para comenzar a caminar con la chica.

—Eso es increíble, me alegro que todos quieran unirse —miro a la castaña quien dio un salto de emoción.

—¡Tendremos que hacer más insignias! ¡No me creo que les guste apoyar a los elfos! —chilló—. Hace una semana nadie quería unirse y míralos ahora —sin darse cuenta, se colgó del brazo de Roy quien sonrió por su emoción.

El no le dijo nada al respecto, como tampoco le diría nada sobre que él fue quien persuadió a todas esas personas para que se unieran y la castaña no estuviera triste.



( . . . )



—¿Estás emocionada?

—¿Por ver a los atractivos chicos de Durmstrang? Claro que sí —respondió Lydia sonriendo.

Roy hizo una mueca por su comentario y prefiero quedarse callado.

—Pues nosotras esperamos por las bellas damas francesas —Jack empujó a su amigo para subirle el ánimo.

Roy sonrió por eso y asintió.

—Ugh, veelas —bufo Lydia.

—¿Celosa?

—Por supuesto que no —negó de inmediato—. Nadie es más bella que yo.

Roy iba a decirle que tenía razón pero desde la última fila, en la que estaban todos los profesores, Dumbledore gritó:

—¡Ajá! ¡Si no me equivoco, se acercan los representantes de Beauxbatons!

—¿Por dónde? —preguntaron muchos con impaciencia, mirando en diferentes direcciones.

—¡Por allí! —gritó uno de sexto, señalando hacia el bosque.

Una cosa larga, se acercaba al castillo por el cielo azul oscuro, haciéndose cada vez más grande.

—¡Es un dragón! —gritó uno de los de primero, perdiendo los estribos por completo.

—No seas idiota… ¡es una casa volante! —le dijo Dennis Creevey.

Cuando la gigantesca forma negra pasó por encima de las copas de los árboles del bosque prohibido, vieron que se trataba de un carruaje colosal, de color azul pálido y del tamaño de una casa grande, que volaba hacia ellos tirado por una docena de caballos alados de color tostado.

Las tres filas delanteras de alumnos se echaron para atrás cuando el carruaje descendió precipitadamente y aterrizó a tremenda velocidad.

Antes de que la puerta del carruaje se abriera, Roy vio que llevaba un escudo: dos varitas mágicas doradas cruzadas, con tres estrellas que surgían de cada una.

Entonces Roy vio un zapato negro brillante, con tacón alto, que salía del interior del carruaje. Era un zapato del mismo tamaño que un trineo infantil. Al zapato le siguió, casi inmediatamente, la mujer más grande que Roy había visto nunca. Las dimensiones del carruaje y de los caballos quedaron inmediatamente explicadas. Algunos ahogaron un grito.

—Vaya —murmuro Jack con asombro.

—Mira a las chicas —dijo uno de los chicos de su alrededor.

—Son hermosas.

Roy miro a los estudiantes de Beauxbatons, había tanto hombres como mujeres que parecían ser mayores que el. No todos, pero si la mayoría.

Los estudiantes como Madame Maxime decidieron entrar al castillo y no esperar a los de Durmstrang. Justo cuando pasaron para subir las escaleras, Roy observó como una chica pelirroja perdía el control y casi caía al suelo, si no fuera por una rubia que la sostuvo.

Ron la siguió hasta que está se perdió en el camino y regreso su vista a sus amigos, a lo lejos vio y a Hermione con su hermano y Ron, y sonrió. Esta les pegaba a ambos por estar viendo a las chicas.

—¡El lago! —gritó Lee Jordan, señalando hacia él, llamando la atención de todos—. ¡Miren el lago!

Algo se agitaba bajo el centro del lago. Aparecieron grandes burbujas, y luego se formaron unas olas que iban a morir a las embarradas orillas. De un remolino comenzó a salir muy despacio lo que parecía un asta negra.

—¡Es un mástil! —exclamó Jack.

Lenta, majestuosamente, el barco fue surgiendo del agua, brillando a la luz de la luna. Producía una extraña impresión de cadáver, como si fuera un barco hundido y resucitado, y las pálidas luces que relucían en las portillas daban la impresión de ojos fantasmales.

Finalmente, con un sonoro chapoteo, el barco emergió en su totalidad, balanceándose en las aguas turbulentas, y comenzó a surcar el lago hacia tierra. Un momento después oyeron la caída de un ancla arrojada al bajío y el sordo ruido de una tabla tendida hasta la orilla.

A la luz de las portillas del barco, vieron las siluetas de la gente que desembarcaba. Todos ellos llevaban puesto un tipo de piel muy tupida. El que iba delante llevaba una piel de distinto tipo: lisa y plateada como su cabello.

—¡Dumbledore! —gritó efusivamente mientras subía la ladera—. ¿Cómo estás, mi viejo compañero, cómo estás?


( . . . )


—Buenas noches, damas, caballeros, fantasmas y, muy especialmente, buenas noches a nuestros huéspedes —dijo Dumbledore, dirigiendo una sonrisa a los estudiantes extranjeros—. Es para mí un placer darles la bienvenida a Hogwarts. Deseo que su estancia aquí les resulte al mismo tiempo confortable y placentera, y confío en que así sea.

Una de las chicas de Beauxbatons, que seguía aferrando la bufanda con que se envolvía la cabeza, profirió lo que inconfundiblemente era una risa despectiva.

—¡Nadie te obliga a quedarte! —susurró Hermione, irritada con ella.

Como de costumbre, las grandes mesas que tenían delante se llenaron de comida. Ante ellos tenían la mayor variedad de platos que Roy conocía por sus viajes con su familia, incluidos algunos que eran evidentemente extranjeros.

—¿Qué es esto? —dijo Ron, señalando una larga sopera llena de una especie de guiso de marisco que había al lado de un familiar pastel de carne y riñones.

—Bullabesa —contestó Roy.

—Por si acaso, tuya —replicó Ron.

—Es un plato francés —explicó Hermione—. Yo lo probé en vacaciones, este verano no, el anterior, y es muy rica.

—Te creo sin necesidad de probarla —dijo Ron sirviéndose pastel.

El Gran Comedor parecía mucho más lleno de lo usual, aunque había tan sólo unos veinte estudiantes más que de costumbre. Quizá fuera porque sus uniformes, que eran de colores diferentes, destacaban muy claramente contra el negro de las túnicas de Hogwarts. Una vez desprendidos de sus pieles, los alumnos de Durmstrang mostraban túnicas de color rojo sangre.

—¡Dame de tu plató! —exigió Lydia a Roy quien no le quería dar Bullabesa.

—Nop —negó el chico apunto de comer cuando en aquel momento dijo una voz:

—«Pegdonad», ¿no «queguéis» bouillabaisse?

Se trataba de la misma chica de Beauxbatons que se había reído durante el discurso de Dumbledore. Junto a ella estaba la pelirroja que Roy había observado antes. La chica tenía una larga cortina de pelo rojo ardiente, le caía casi hasta la cintura. Tenía los ojos muy azules y los dientes muy blancos y regulares.

—Puedes llevártela —le dijo Roy sorprendiendo a Lydia como a Hermione.

Le estaba dando su plato siendo que cuando Lydia lo pidió este lo negó. Sinceramente, Hermione no sabía que pensar.

—¿Habéis «tegminado» con ella? —la voz de la pelirroja era dulce y con un aire de timidez.

—Por supuesto, nadie quiere —Roy le sonrió amablemente a la chica que fue empujada por la rubia con diversión.

—«Gagias» —le dijo antes de tomar el plato y caminar hasta su mesa.

—¡Es una veela! —Harry no pudo evitar emocionarse—. ¡Y te veía a ti! —señalo a su hermano.

Roy negó antes de que Hermione hablara.

—¡Por supuesto que no lo es! —repuso Hermione ásperamente—. No veo que nadie más se les haya quedado mirándo con la boca abierta como un idiota.

Pero no estaba totalmente en lo cierto. Cuando las chicas cruzaron el Gran Comedor muchos chicos volvieron la cabeza, y algunos se quedaban sin habla, igual que Ron.

—¡Te digo que no son chicas normales! —exclamó Ron, haciéndose a un lado para verla mejor—. ¡Las de Hogwarts no están tan bien!

—Oye, en Hogwarts las chicas son hermosas —Roy le dio una mirada antes de mirar a Hermione. Esta parecía molesta y corrió la mirada.

Roy suspiro antes de mirar hacia la mesa de Ravenclaw, la chica pelirroja lo estaba mirando y este le dio una sonrisa amable, Hermione quién vio el intercambio bajo la mirada y aguanto las ganas de llorar.



( . . . )


. . .

¿Alguna vez seré yo quién tenga tus miradas y sonrisas? Sinceramente, mi corazón llora cada que me doy cuenta que probablemente nunca me miraras a mi. Roy, puedo hacerte feliz, es todo lo que mereces. Pero también mereces a alguien que esté a tu altura y sin lugar a duda, yo no lo estoy.

Solo espero que sacando mis sentimientos mediante estás notas, pueda sacar también mis sentimientos no correspondidos por ti.

Hermes.

. . .

¿Por qué su mente iba a la pelirroja de su corazón? ¿Sería que Lydia no notará que él la amaba? De quien más podrían ser las notas, el no miraba a nadie más que no fuera ella, debía ser Lydia, el quería que fuera ella.

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