║☔𝙿𝚛ó𝚕𝚘𝚐𝚘☔║ 𝚄𝚗 𝚗𝚞𝚎𝚟𝚘 𝚏𝚒𝚗
【☁『🌀』☁】
Cuando nací, papá y mamá pensaron que estaba destinado a acaparar mucho más de lo que incluso yo podía haber imaginado a esa corta edad. Como todo niño, soñaba que algún día trabajaría en la NASA, iría al espacio y hablaría con extraterrestres; sin embargo, solo se trataban de meras fantasías sacadas de la mente de un niño muy egocéntrico y cabezota. Mientras crecía con el transcurso del tiempo, me choqué de bruces con la cruda realidad y desarrollé un gusto acérrimo por el arte y la cultura a nivel general, pese a que no tuviera un don como dibujante y detestara leer o escribir cualquier libro —le cogería el gusto a su debido tiempo— o trabajo relacionado a clase. Hubo una vez que hasta llegué a pensar que algún día sería diseñador de interiores, porque me encantaba decorar o remover cualquier mueble que tuviera al alcance.
Fui ingenuo y no supe diferenciar el mundo de los sueños del real.
«¿Qué vas a hacer con tu vida?»
Acabé tomando una carrera que me gustaba, diseñando páginas web para aquellas empresas del sector que aún faltaban por modernizarse en plena revolución tecnológica, que cada semana deslumbraba al público con nuevos avances.
Las prácticas amanecieron y, a las pocas semanas, estas me volvieron feliz. Sentía que, tras tanto tiempo, tantas heridas y paranoias que yo mismo me infringía por haber sido un cobarde durante mucho tiempo —como la culpa que sentía por no haber pasado el suficiente tiempo con la abuela—, al fin había encontrado un lugar al cual podía pertenecer y encajar con facilidad, sin problemas, donde querría permanecer por toda la eternidad. Un lugar donde podría refugiarme de la impotencia que me brindaba no haber podido cumplir las expectativas de los demás, ya que continuamente había deseado que alguien me mirase con admiración o aprobación en sus ojos; tras todos los vanos esfuerzos que constantemente insistía en realizar, tras la decepción de haber desperdiciado el tiempo en talentos que de nada me servían, y tras apenas ser capaz de cumplir y superar las metas que fijaba en el día a día, porque me rendía al poco tiempo de intentarlo. Asimismo, tenía veintiún años de edad y todavía ni siquiera me había atrevido a entablar una relación formal con una chica. Aunque tampoco es que soliera disfrutar saliendo de fiestas para conocerlas; de manera que, sí, disfrutaba de una vida amarga, por raro que pareciera dicho de esa forma.
Pero las cosas nunca duran por siempre. Llegados a un punto, todo debe cambiar forzosamente. Y eso fue lo que me pasó.
Al principio creía que se trataba de un simple sueño, tan lúcido y vivaz que incluso podía percibir todo lo que me rodeaba en ciernes en su absoluta totalidad al rodar los ojos y atisbar que, en cada dirección, un espacio vacío, sin suelo que pisar, longevo e inmenso se extendía infinitamente hasta el más allá.
Más tarde, me percaté que aquellos pensamientos no eran del todo acertados; unas cálidas y emborronadas nubes risueñas resplandecían con tanto fulgor bajo el velo dorado de aquel cielo amarillento que, inconscientemente, probé a taparme la cara para que los remaches de luz no me frieran los ojos de inmediato. No obstante, grande fue la sorpresa que recibí cuando descubrí que no tenía ni brazos ni piernas sobre las que pararme. Entonces, al notar de repente que la luz no me afectaba en lo más mínimo, lancé un hondo suspiro de tranquilidad: la preocupación me había invadido por nada. Aunque, de todas formas, la cabeza me palpitaba con tanta presión que pensé que estallaría en cuanto asomara un menor indicio de debilidad.
Manteniendo el orgullo a flote en todo momento, intenté andar hacia enfrente, en vanos esfuerzos; dado que, luego de examinarme de arriba abajo, me percaté que mi cuerpo se hallaba compuesto por las mismas nubes que se arremolinaban por los alrededores y que me cernían con tanto ímpetu y envidia. En resumidas cuentas: era una especie de espíritu. Un ente abstracto, carente de una forma real. Tampoco podía moverme en lo absoluto.
Con decisión, apreté y forcé cada aliento de niebla hasta moldearlo y formar un nuevo cuerpo que fuera totalmente vital y funcional. Afortunadamente, no demoré mucho tiempo en lograrlo; o eso creía, ya que no tenía ningún método que indicase cuánto tiempo había pasado desde que llegué al dichoso lugar, el cual no cesaba de refulgir por tan siquiera un solo segundo con aquellos haces dorados tan potentes e intensos. De tal forma, que cerré y abrí intermitentemente los dedos de cada mano para comprobar que la vida había retornado a ellas junto a la cálida e inusitada sensación de la sangre surcando mis venas, aun cuando no tenía ni piel ni carne, solo un conjunto de brumas ambarinas y fulgurantes. Y así fue, gracias a Dios.
Comencé a caminar, tratando de no tropezar en todo el proceso, con el fin de asegurar el inextricable significado que aquel sueño tan ilusorio y extraño guardaba en secreto; hasta que, luego de haber estado avanzando por un largo periodo de tiempo, no hallé nada en particular. Tampoco pude sacar una conclusión o explicación decente para la situación.
De pronto, nació en mí la irresistible necesidad de correr a toda prisa, de terminar con aquel sueño abstracto y despertar de una vez por todas. Sobre todo, para saludar a mis padres y a mi hermano mayor, a quien apreciaba como un amigo de verdad.
Nunca había estado tan sumergido en un sueño, porque madrugaba con constancia o me despertaba por insomnio, más que nada. No obstante, empecé a percatarme que ese sitio no era un sueño común y corriente, que algo no cuadraba del todo...
Las nubes se apartaron súbitamente, como si una onda de viento las hubiera empujado en un corro que me cernía sin dejarme escapar de allí, y una luz más poderosa que todas ellas juntas cayó en forma de haz desde un cielo de retazos áureos y esplendorosos. De lo alto del firmamento, una figura humana de jalde luminiscente fue descendiendo a medida que, por el contrario, yo la escrutaba con total absorción. El resplandor que formaba su cuerpo no cesó de parpadear ni por una milésima de segundo, hasta que se colocó a unos pocos metros de donde me ubicaba. Al tiempo que aquella siniestra figura se aproximaba lentamente hacía mí, una ola de nervios me atravesó el pecho. Sentí una leve parálisis y tragué saliva con miedo.
Cerré los ojos, o eso quise hacer, pero no tenía párpados. Me olvidé de moldearlos al no tener la necesidad de parpadear en aquel páramo. Por eso, me tapé la cara con ambos brazos, por transparentes que fueran, y me defendí de aquella presencia desconocida.
La entidad se aprovechó de la confusión que me henchía en ese preciso instante de aflicción y, ante todo pronóstico, estiró su brazo y me acarició el cabello con reconfortante suavidad. Asombrado, aparté mis brazos a los lados y ensanché los labios con añoranza; un rostro conocido se fue tallando sobre aquel ser ignoto, ni más ni menos. La cara de una mujer que no esperé volver encontrarme. Un cabello rojizo creció en su cabeza, degradado a un tono blanco de anciana en sus recortadas puntas. Su cara y su mandíbula se tornaron redondas, mientras las arrugas surgían y decoraban su pálida piel y sus facciones adquirían rasgos finos y femeninos.
Con aquellos ojos castaños, la anciana me miró de frente y sentí cómo la devoción me inflaba el pecho de repente.
—¿Abuela? —susurré en alto, con una voz inspirada de aliento, todavía sin salir de la sorpresa.
—No —negó ella, balanceando la cabeza a los lados—, sólo tomo el rostro de quién más deseas ver en este momento. Es lógico, hijo mío, todos ansían encontrarse con sus seres queridos cuando ya no pueden hacer más que llorar en soledad.
En respuesta, arqueé una ceja al no comprender aún lo que sucedía.
—¿Uhm? ¿A qué te refieres? —Inconscientemente, me rasqué el labio inferior.
La anciana tomó una breve pausa, antes de contestar. Parecía estar pensando en unas sabias palabras de consuelo, pues sus pupilas fulguraban melancolía a raudales. Un sentimiento que no tardé en advertir, y que me hizo rendir los hombros de interés y escuchar lo que iba a decir. Todo se sentía demasiado real como para no prestar atención a aquello.
—Has muerto, luego de sufrir un coma diabético, mientras dormías —dijo, con un eco profundo que reverberó a los cuatro vientos, haciéndome levantar los párpados con desolación mientras temblaba ante el puro temor que me atenaza el corazón.
Di un leve traspiés hacia atrás.
—¿Cómo...? —pregunté, pero la criatura no se dedicó a contestarme.
—No entiendo todavía cómo es que los humanos en vida podéis seguir cayendo ante ese tipo de placeres mundanos, ocasionados a su vez por pecados que os causan más dolor y sufrimiento que bien o alborozo. —Chasqueó sus gruesos labios de anciana, con repugnancia—. Sois almas afortunadas que vivís lamentando el propio daño que os hacéis casi a diario, formando vuestros propios dramas que no aportan nada al destino del mundo, cuando existen quienes siquiera tienen derecho a comer una sola miga de pan. Los más devotos, por supuesto. —afirmó aquel último comentario, sin cortarse ni un pelo en sus miserables oraciones de desaliento.
Absortó, aprecié de primera mano cómo la criatura tomaba otro rostro que reconocí a los pocos segundos de que este empezara a mutar. El cabello se tintó moreno y mucho más corto que antes, y sus ojos adoptaron un tono verdoso alrededor de sus pequeñas pupilas. Su nariz se estiró un centímetro, más o menos, junto a su frente, mientras que el resto de facciones también adquirían fortaleza y alisaban sus arrugas hasta retirarlas por completo, tallando un semblante joven y aventurero. Esa otra vez, fue el rostro de mi hermano, muy parecido al mío, quién me sorprendió de lleno y no me concedió la oportunidad adecuada para continuar formulando suposiciones que guardaran relación alguna con lo que aquella extraña criatura acababa de confesar.
Me deshice de la mayoría de aquellos pensamientos que me abolían la cabeza cuando ordené las dudas y saqué una conclusión precipitada.
—¿Quién eres? —interrogué, primero que nada, tratando de entrecerrar los ojos.
—Lo sabes perfectamente, hijo mío —contestó la criatura—, pero te aterra demasiado admitirlo...
—¡No, no, y no! —negué, con brazos y labios, debido a que no deseaba reconocer su mera existencia—. ¿De verdad piensas que voy a creerme ese disparate de que eres Dios y estoy muerto? —solté, de forma irónica, mientras me cruzaba de brazos y entornaba la mirada hacia otra dirección para no volver a observar el rostro de mi hermano. Por consecuencia, la criatura encrespó sus cejas y me fulminó con la mirada.
—Toda tu vida ha sido un disparate. —De repente, aquel comentario me azotó con tanta fuerza que bajé la mirada sin darme cuenta de ello, pensando en los errores que había cometido a lo largo de todos esos años, donde perdía vanamente el tiempo o hería los sentimientos de algunas personas que me llegaban a importar de verdad. Lleno de pesar ante aquella ola inmensa de recuerdos, la poca fortaleza que fingía tener se desmoronó en pedazos y dejé caer los hombros, suspirando de nuevo. La tosca voz prosiguió hablando con veracidad—. Cuando eras pequeño, no te importaba nada ni nadie; sólo te fijabas en tus tontos deseos egoístas. Por el contrario, a medida que madurabas, percibiste el daño que causaste y decidiste cambiar, aunque te costase actuar cuando otros más lo necesitaban.
»Pese a que no formabas parte de una familia adinerada, siempre has obtenido lo que querías. Nunca te faltó de nada. Pero ellos tampoco te decían que no, y es por eso que escogiste no volver a pedirles nada, para no estorbarles más. Y a pesar de que tuvieras una buena vida en particular, que muchos desearían tener, fuiste infeliz hasta el final.
«¿Estás contento con tu vida?»
Suspiré, desalentado.
—¿A dónde quieres llegar con todo esto? —separé ambos brazos y me rasqué la barbilla, comprendiendo que aquel ser podía no estar mintiendo en lo absoluto, pues me conocía en cada aspecto posible—. Yo no he hecho nada en esta vida que merezca la pena... Ni malo ni bueno, creo...
—Ni volverás a hacerlo —sentenció, al tiempo que recordaba la cruda realidad que aquel supuesto Dios me presentaba.
Parpadeando, sentí que aquel nuevo cuerpo comenzaba a desvanecerse en la nada, cuando al fin comprendí que aquel lugar, fuera o no un sueño, me exponía ante una noticia demoledora que me era difícil asumir. En consecuencia, no demoré en dejar que una espesa capa de humedad me cubriera los ojos e, incapaz de contener las lágrimas en su sitio, toda aflicción que me corría por las venas se desbordó, víctima de la presión. Aunque, las lágrimas, en vez de cristalinas, tenían una textura plateada y reluciente que reflejaban sobre su argentada superficie toda la inmensa luz que rehuía por la explanada sin suelo en que había acabado varado.
Agaché la cabeza, en rendición.
—Entonces, ¿Qué hago ahora? —musité, con un tono quebrado y herido hasta lo más profundo de mi ser, mientras transpiraba en decadencia—. No he sido más que un error y una carga para todo el mundo... Como una pulga, siempre he sentido que estorbaba incluso a quienes consideraba amigos..., y a más de uno no he sido capaz de volver a dirigirle la mirada, por la vergüenza que me daba saber que yo había logrado mis metas, mientras ellos aún fallaban...
Ante la impotencia común que me investía, Dios me puso una mano al hombro y, con aquel rostro que consideraba tan cercano y familiar, tanteó una sonrisa de simpatía en sus labios y me dio un fuerte abrazo de consuelo.
—Los errores os transforman en seres únicos y diferentes, pequeña alma —me transmitió a la oreja, con un tono reconfortante que consiguió calmarme mínimamente—. Los fallos del pasado siempre se repetirán, mientras el futuro vendrá y se irá una y otra vez cada mañana y cada noche. Por eso debes vivir en el presente, para no olvidar las cosas que más te importan, porque ya eres más que suficiente.
—¿Y cuál es mi presente? —cuestioné, pasándome una mano por los ojos para despejar y quitar aquellas lágrimas plateadas que me teñían en llanto el rostro.
Sin previo aviso, el rostro de Dios de nuevo cambió; sin embargo, la luz fue tan poderosa e intensa que su forma física se disipó en cientos de esquirlas blancas que, de inmediato, me rodearon de pies a cabeza y se clavaron en mí como aguzadas agujas. Al instante, hundí los dientes con fuerza en la mandíbula, me llevé las manos a las sienes y tiré del cabello a como diera lugar, buscando calmar la masiva oleada de dolor que me recorría cada célula del cuerpo y que me apuñalaba sin tregua alguna en los nervios, pero esa agonía no parecía cesar por tan siquiera un solo segundo de todo aquel proceso de sufrimiento, ni aunque rogara o me arrodillara sobre un suelo improvisado que jamás existió. El ardor hizo que rugiera desde las entrañas y que arqueara la espalda del espasmo.
«¿Qué será de tu vida?»
Entre gritos y chillidos de clemencia, escuché una voz rondando en mi cabeza:
—Durante el periodo de la vida, las riquezas os pueden volver arrogantes y, a su vez, vulnerables. Pero la situación se invierte cuando uno confronta la muerte —me dijo Dios, serio y calmado, desde el interior—. Aquellos que nunca sentían lo que era la hambruna pasarán la eternidad sin poder siquiera saciar un poco sus estómagos, por mucho que coman. Y quiénes jamás gozaron de dinero, podrán ascender al Cielo y perdurar por el resto de la eternidad con los placeres que no pudieron probar en vida; en su Infierno. La culpa cambia. El destino también. Y como padre, te haré pasar por una condena que hará recapacitar tu pobre alma, hasta que seas merecedor de yacer junto al resto de tus hermanos o hermanas en las Puertas del Cielo...
De repente, el dolor se tornó tan agudo e infernal que tuve que socavar el grito más portentoso que pude haber lanzado jamás, hasta el más allá. Y, finalmente, sentí que me deshacía en aquel espacio tan onírico y bizarro.
Mi mente se nubló al cabo de un rato.
Ese fue el día que morí. El fin de una vida corta y que había considerado vergonzosa, por mucho que Dios no estuviera totalmente de acuerdo con aquel vago pensamiento que me rondaba por la cabeza a todas horas. Pero, también, aquella muerte significó un nuevo comienzo para mí.
—涼子、押して! できるよ、ハニー!
Un nuevo fin, y un nuevo comienzo. Una vida de condena.
Soy Kenshi Gekido, y esta es mi historia.
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2800 palabras.
NOTAS
- Lo que el texto en japonés dice, es lo siguiente: "¡Ryoko, empuja! ¡Puedes hacerlo, cariño!".
- Esta versión de Dios, es una combinación del catolicismo y budismo, pues Dios le permite reencarnar hasta que hallé la forma de encontrar y comprender su lugar en la vida. Un mensaje ir en busca de felicidad muy parecido al de la otra historia que tengo en emisión todavía, "Camino a la Luz".
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En fin, fuera bromas, dejad por aquí lo que queráis: tanto opiniones, como observaciones o, incluso si os apetece, algo curioso que deseéis comentar sobre vuestras vidas.
Este autor se despide por hoy.
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