1. 𝙻𝙰́𝙶𝚁𝙸𝙼𝙰𝚂 𝙳𝙴 𝙲𝚁𝙸𝚂𝚃𝙰𝙻

Las canciones de Navidad, las risas y el olor a galletas de jengibre recién horneadas era lo único que se podía presenciar en el aire. El invierno había llegado y con él también la Navidad, el único momento en el año en donde las familias estarían reunidas frente una chimenea mientras ríen y cuentan anécdotas en espera de abrir los regalos que los esperan debajo del árbol de Navidad hecho con tanto amor por sus familiares.

Aquel día tan especial era sinónimo de alegría para todos. Menos para una castaña envuelta entre sus sábanas blancas en busca de cubrirse del frío de la mañana.

Su teléfono timbraba sin cesar, haciendo que refunfuñara por lo bajo.

A regañadientes levanto un poco la cabeza de su almohada y tomó el molesto teléfono contestando finalmente.

-¿Qué quieres?-Contestó de mala gana haciendo que la persona al otro lado rodara los ojos, cansada de sus tratos amargos.

-En serio Alice es Navidad, ¿Qué crees que quiero?-La mujer al otro lado le respondió en un tono de sarcasmo en espera de una respuesta que nunca llego, la castaña se había quedado dormida.-Alice.-Le gritó la mujer ya algo enojada logrando que la castaña abriera los ojos de golpe apartando su teléfono de su adolorido oído a causa del fuerte grito.

-Porque demonios gritas.-Murmuro la castaña entre dientes con su vos ronca a causa del sueño.

-¿Vas a venir a la cena de Navidad?.-Pregunto la mujer en busca de una aceptación de su parte que nunca llego.

-No gracias Mia, solo llaman cuando les conviene. Ahora que quieren ya les envíe el dinero de la mensualidad para Zoe ya déjame en paz no son mi familia, dejaron de serlo desde que Jake falleció.-La castaña se había dejado llevar por sus emociones y había dejado salir lo que tanto le dolía recordar logrando así que su voz antes enojada se quebrara levemente dejando ver un deje de vulnerabilidad.

-Alice, debes superar ya la muerte de mi hermano, estás lastimándote, ¿Acaso crees que a mi hermano le gustaría saber como dejas a Zoe de lado solo porque aún guardas un luto que debiste superar hace cinco años?.-Le reprochó la mujer sintiendo su corazón apretarse al recordar a su difunto hermano.

-No lo menciones, deja de hacerlo y no metas a mi hija en esto.-Le grito la castaña a punto de romper en lágrimas.

-Alice de...

Sin más, la castaña colgó, no quería escuchar más, no quería saber nada, solo deseaba poder dormir por siempre hasta que pudiera reunirse de nuevo con su querido esposo. Lo extrañaba demasiado y se sentía tan culpable de su muerte, sentía que pudo haber hecho más para evitarlo. Se sentía como un monstruo al no darle el amor que necesitaba su hija de tan solo seis años, que no tenía la culpa de nada, pero aun así no podía verla a los ojos sin recordar a su esposo.

Las lágrimas cayeron por sus mejillas como cascadas, el nudo en su garganta la hacía respirar con dificultad. No podía aceptar la realidad, tenía miedo de salir y tener que aceptar que nada sería como antes.

Lo recordaba como si fuera ayer una Navidad como está fría y melancólica. Ella recostada en la esquina de la cama de su esposo, viendo como su pulso cada vez caía más y más hasta perderse en un pitido que anunciaba el fallecimiento de su amado esposo. Su piel antes morena había tomado un color pálido y demacrado, sus labios rosa y pomposos ahora estaban desgastados y con un color morado obscuro. Sus ojos previamente llenos de vida ahora estaban cerrados para nunca volver a abrirse de nuevo. La vida se había terminado para aquel hombre y con su paso se había llevado toda la empatía y felicidad que existe en su esposa, solo dejando a una mujer triste y amargada que nunca más volvería a sonreír.

Alice limpió las lágrimas que caían de su rostro y se levantó de su cama sin ganas de nada, no quería seguir viviendo, no podía sentía, su nada tenía sentido para ella y que su esposo se había llevado todo lo que la hacía feliz.

Sus pasos cansados resonaban por la habitación. Sus pies, casi arrastrándose, la llevaron al baño. Una mueca de disgusto se formó en su rostro al ver su reflejo. Tan demacrado y con ojos cansados, esos ojos avellana que antes estaban llenos de vida, ahora no reflejaban nada, solo era un cuerpo sin alma que no había encontrado la paz.

Deseaba ver a su amado esposo tan solo una vez más un segundo más y decirle cuanto lo ama. La muerte fue su cruel destino, separándolos sin ninguna clase de piedad. Entonces porque la muerte no se la llevo a ella también, porque no lo hizo.

Una lágrima traicionera resbaló por su pálido rostro, siendo limpiada con brusquedad. Sus temblorosas manos tantearon en las pequeñas puertas del estante sobre su cabeza, abrió aquellas puertas y buscó entre las cosas que había allí hasta encontrar un pequeño frasco en lo más profundo del estante.

Leyó la etiqueta sintiendo el nudo en su garganta. "Morfina", aquel medicamento que utilizaba su esposo, no podía creer que lo utilizaría para reencontrarse con él.

Sus manos temblaron al abrir el frasco, tenía miedo, no estaba segura de lo que haría y por un momento pensó en su pequeña Zoe, ¿Qué pasaría con ella, que se había quedado sin padre y ahora también perdería a su madre? Pero era tan egoísta que no le importó nada.

Vacío el contenido del frasco sobre su mano derecha, dejando caer así unas cuantas pastillas al suelo. Llevo su mano a su boca, tragando todas las pastillas de golpe, sintiendo las lágrimas caer.

Sus manos se aferraron con fuerza al lavamanos, viendo su reflejo que poco a poco se hacía más borroso. La reacción fue inmediata, su cuerpo se debilitó cayendo al suelo, la prisión y el pulso cesaron y su vista se nubló. Sería una muerte inmediata, pero ya no había vuelta a tras.

Los temblores eran consecutivos y su corazón comenzó a fallar. Una vez que cerró sus ojos, aquellas palabras se repitieron en su mente.

No quiero morir.

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