VINGTIÈME TROISIÈME
El aire se impregnaba del dulzón y fastidioso olor de la vainilla artificial, aportado por una enorme vela aromática en algún punto de la habitación.
Los pisos, de falso mármol, resplandecían de limpios bajo sus tacones nude. Su cuerpo, incomodo y ansioso, se removía sobre el diván verde musgo.
Oh, Febrero.
La ciudad esperaba su llegada antes de siquiera estar lo suficientemente cerca como para preparar el almanaque. Las marcas comenzaban a producir cajas de dulces en masa, los floristas ordenaban rosas de todos los colores, los globos subían de precio, el color rosa y rojo se tomaban de las manos y aparecían juntos en todos lados. Anticipaban esa ola de ventas que vendría una vez que comenzara el mes.
Y vaya que nunca se decepcionaban. Ahora, Londres poseía un manto de corazones de papel y cupidos regordetes de mejillas sonrosadas en cada esquina. Los cafés se llenaban de parejitas enamoradas cayendo por el marketing de productos nombrados tras alías cursis y predecibles. Los enamorados anticipaban el regalo a recibir por parte de su otra mitad, al mismo tiempo en que escaneaban la ciudad en busca de la compra perfecta para ellos, algo tan único que ninguno de los otros cientos de enamorados presas del marketing sería capaz de tener entre sus garras consumidoras y encariñadas.
Elizabeth era consciente del capitalismo detrás de la celebración, pero aún así disfrutaba mucho de ella. Era habitual para ella el hacerse con una caja de tarjetas y bolsitas de delicias variadas para repartir entre sus amigos.
Pero este año, sin embargo, su pequeña tradición personal se había hecho a un lado.
Sus ojos azul pálido trataban de ver a todo, menos a los ojos ajenos que estudiaban disimuladamente cada uno de sus movimientos.
Se concentró en los diplomas en las paredes, las pinturas de acuarelas, el escritorio blanco y limpio, las plantas adornando discretamente el lugar.
Incluso las estúpidas decoraciones de San Valentín, vomitando rojo por todos lados, se veían más interesantes que su psicóloga.
Por otro lado, la mujer de aparentes treinta años, de cabello cuidado y sonrisa resplandeciente, no pensaba alimentar esa conducta de evasión. —Elizabeth.
—¿Hmm? — dijo la pelinegra, hallando repentino interés en una lámpara de allí cerca.
—¿Has venido sola o por cuenta propia?
Lily, la psicóloga, estudió a la chica frente a ella.
Las piernas cruzadas, mostrando el escaso pero bien torneado músculo en estas. La piel de las delgadas manos, tirante y muy fina. Los brazos huesudos, el prominente orificio del manubrio de su esternón, acompañado de las saltonas clavículas y los protuberantes espacios entre las primeras costillas.
Lily no sabía si destacaban naturalmente o el ensamble de organza rosa pura que llevaba puesto tenía algo que ver.
—¿Cuenta cómo voluntad propia el venir luego de meses de hostigamiento?
La psicóloga rio, su suelto y largo cabello castaño se movió con ella. —Al final tu eres la que ha agendado cita, ¿no?
Elizabeth asiente, no viéndose menos incómoda.
Lily da una rápida sonrisa. —Me gusta tu vestido— dice, alzando la barbilla en su dirección.
La cara de Elizabeth se ilumina. —¡Gracias! Es un Valentino de temporada. Me hace ver como una florecita.
—Es verdad. Te va muy bien.
Silencio de nuevo. Elizabeth baja la mirada, y está llevando sus dedos callosos a su boca para morder lo único que le queda de uñas antes de que la castaña frente a ella interrumpa de nuevo.
—Entonces, ¿qué exactamente, fue lo que te hizo venir conmigo hoy?
—Uhm— la pelinegra se muerde los labios resecos. —Hace meses no me baja la regla. También he desarrollado dependencia con las pastillas purgantes. Además, digamos que el ser un estereotipo que come y respira tampoco es muy divertido—murmura la pelinegra. —He venido porque me han hostigado. Pero también porque estoy cansada.
—Eso es lo único que me interesa— dice Lily. —¿De qué estás cansada?
Silencio.
La pelinegra piensa en muchas cosas.
En su madre, siempre vocalizando las multiples decepciones que le trae a la familia. Los chicos, hablando de lo promiscua que es, llenándose la boca con falsos testimonios de los problemas en casa que la orillaron a estar dispuesta a lo que sea, creyéndose dueños de su vida sexual. De su conciencia, siempre avergonzada de estar viva.
Pero se decide por algo no tan vulnerable para decir.
Es su primera sesión, después de todo. No quiere lucir tan desesperada.
—De que todo el mundo crea que sabe todo lo que hay que saber de mí. De ser tan predecible.
—¿Por qué crees que eres tan predecible?
—Porque soy todo lo que se espera que sea. Soy la mejor bailarina de mi clase. Soy delgada por ello, pero al ser buena tengo exigencias. Y esas exigencias me orillaron a la anorexia, como el resto de las miles de bailarinas a las que la industria mastica vivas y luego las escupe.
—Algo me dice que la industria no tiene la culpa.
Oh, ¿cómo hacen eso los psicólogos?
Algo le dice que sus intentos por ocultar su debilidad han sido en vano. Esta mujer ve a través de ella cual cristal.
—No toda la culpa— Elizabeth ladea la cabeza y ve al suelo con los brazos cruzados. —Supongo que una parte muy diminuta.
—¿Y quién tiene el resto de la culpa?
—Supongo que yo.
Hay una pausa donde todo lo que se puede oír es el balín de la pluma de Lily deslizándose por las hojas sobre su regazo. Dios sabrá que tanto escribía allí. La ansiedad de Elizabeth se encontraba en las nubes de sólo imaginarlo.
—Elizabeth, ¿qué es lo que quieres sacar de mis servicios? Es decir, tu sabes que soy una psicóloga diferente. Mi acercamiento es directo, sin condescendencias ni rodeos. Y necesito saber si eres el tipo de paciente que puede manejarlo. De no ser así, te transferiré con un colega.
Ella se atreve a verle a los ojos por primera vez desde que llegó. —Quiero romper el molde que he creado de mi misma. Quiero descubrir quien soy realmente, deshacerme de todo esto.
Quiero ser... libre.
Lily le sonríe. Genuina y sin rastros de juicios premeditados.
—Bueno, entonces bienvenida a mi consultorio, Elizabeth. Seré tu terapeuta.
La pelinegra sonríe, menos tímida esta vez.
—Por hoy, hemos terminado. Necesito planear algunas cosas. Pero, antes de que te vayas a casa, voy a dejarte una pequeña tarea...
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Más tarde, ese mismo día, la academia se reunía alrededor de la explanada de la institución, disfrutando de la tradicional Feria del Amor. El consejo estudiantil se volvía loco decorando los alrededores para darle vida a la celebración tan esperada. Era como si a Cupido le hubiese dado diarrea a todo lo largo y ancho del internado. No podías caminar sin ver corazones.
Había puestos de comida, juegos e incluso, un show de talentos. Era una pequeña distracción entre exámenes que todos disfrutaban abiertamente, desde alumnos hasta maestros.
Bueno, todos era un eufemismo. Louis no la estaba pasando tan bien.
Y no, no es por lo que están pensando. Así que dejen ese juicio silencioso, ¿quieren?
Ha pasado algo de tiempo—no mucho, en realidad—, el suficiente para hacer a Louis replantearse cada una de las cosas en su vida hasta el momento. Es decir, le falta un semestre para graduarse. Hay cosas que debe empezar a tomarse más en serio.
Era gracioso, realmente hilarante, la forma en la que unos simples sentimientos revueltos le habían hecho tan autoconsciente en un tiempo tan corto.
¿Qué haría el ojiazul con ese manojo de corazones revoloteándole por el cuerpo? Los había logrado apresar en un puño imaginario y apretado, tratando de alguna manera de sentir algún tipo de control sobre sus emociones. Y aunque la mayoría observará eso de una manera reprochable, Louis sólo estaba actuando por instinto.
Por qué, ¿no era más fácil simplemente decirlo y ver qué pasaba? Si, lo era.
¿Era molesto y cansado alargar la situación, exponiéndola a posibles complicaciones y cierta tragedia? Si, lo era, y encajaba estúpidamente en una trama adolescente que cualquiera podía pensar con veinte minutos extra y una buena dosis de comedias románticas.
Pero, hey. Era como el cavernícola descubriendo el fuego, en todo caso.
Louis y su tono siempre gruñón, combinado con su pensamiento negativo y una pizca de completa densidad. Eso era él, un chico precioso que te dejaba mordiéndote el labio apenas posaba sus ojos pálidos encima de ti y te alzaba su ceja perfecta, mientras arrastraba esa mezcla de amargura, negatividad y densidad.
Esa mezcla que se había formado tras una vida de ignorar al mundo que lo rodeaba, llegando al punto en cuestión, donde se había vuelto tan ajeno a la interacción humana básica y lo que esta conllevaba, y entonces, esa combinación hecha para el desastre explotaba en toda su perfecta y cuidada cara apenas había conocido al chico indicado.
¿Cómo había llegado a este punto?, siempre se preguntaba. Parecía como que esa era la única cuestión que había importado por los últimos dos meses. ¿Qué le había orillado a echar por la borda su siempre cómoda rutina de ocuparse de sus asuntos y no involucrarse con los enredados hilos de la socialización adolescente?
Suspiró.
Su mano izquierda sostenía su cara por la mandíbula mientras la derecha se encargaba de arremolinar, a paso casi hipnótico, la pajilla rosada dentro de su malteada de vainilla a medio derretir. Su figura encorvada se encontraba sentada en las sillas de plástico de uno de los puestos de comida. Se encontraba solo, escondido entre los mares de gente y tratando de no pensar mucho.
Era San Valentín. Era el día del amor y la amistad, oficialmente. Pero todo el mundo ignoraba la parte de la amistad y se concentraba en el amor.
Usualmente, Louis compraba los chocolates de su preferencia junto a algún bote de helado y se encerraba en la habitación con Stan para ver algo en internet. Pero este año, oh, este maldito año había sido una tortura que empezó apenas llegó el primero de Febrero.
Y llegó en la forma de una pregunta.
¿Debería darle algo a Harry?
Era una pregunta estúpida. Su yo aún consciente, ese que aún no conseguía sacudirse los restos de su viejo yo de tapujos emocionales, argumentaba que no.
Porque, ¿Cómo iba a pararse allí y darle un regalo en el día del amor al chiquillo que juraba odiar?
Si iba a hacer eso, era mejor tomar una gran pancarta que dijera ''Me gustas'' y plantársele enfrente al chico. Era básicamente lo mismo.
Ahora, su parte enamorada estaba como ''mándale tan siquiera un chocolate,'' y Louis había estado casi convencido de hacerle caso a esa propuesta. Después de todo, contaba con la opción perfecta para hacerlo.
La escuela manejaba una dinámica llamada Buzón de Cupido, en donde podías encargar flores, globos y chocolates tanto pública como anónimamente y estos, eran entregados a la persona especial.
Volvió la vista hacía los alumnos que se paseaban tranquilamente alrededor, observando curiosos los diferentes puestos repletos de comida, peluches y demás.
Pensó en Elizabeth y en Stan. En como su costumbre de visitar juntos la feria se había visto turbada por los acontecimientos recientes.
La pelinegra había marchado directa a su habitación apenas había vuelto de su excursión por la ciudad, y no había salido en todo el rato. Ni siquiera cuando Louis la fue a buscar.
Stan por otro lado, se encontraba confinado en su habitación con un grueso yeso y la mirada perdida en algún punto inespecífico. Por lo general nunca quería hablar, entonces sus interacciones se limitaban a Louis ayudándole a entrar en el baño y a pasarle las cosas que estaban muy altas o muy bajas para que pudiera alcanzarlas.
Luego de la lesión, su amigo morocho se había sumido en un hoyo de indiferencia que asustaba. No era del tipo que te hacía pensar en el suicidio, pero se notaba un cambio drástico. Y como no, si Stan estaba acostumbrado a moverse de aquí y allá, y ahora se veía confinado a la silla de ruedas.
Louis se había convertido en mamá gallina apenas se dio cuenta de ello, y trataba de que Stan no estuviera solo mucho tiempo durante el día. No quería ser ese amigo que se comía el espacio personal, pero tampoco podía permitir que a su mejor amigo le afectase el no poder moverse sin ayuda.
Entonces, debido a sus razones personales, ninguno de sus amigos habían podido acompañarle. Por eso se encontraba sentado por su cuenta, bebiendo una malteada demasiado dulce con la esperanza de que la glucosa extra atontase a sus neuronas lo suficiente como para dejar de pensar en Harry y en todos sus problemas.
Aunque, a quien engañaba. Harry era todos sus problemas. Ni siquiera la danza y su futuro incierto le preocupaban tanto como la situación de su corazón. Y encontraba eso en cierta forma patético.
O sea, mírenlo. Sentado solo bebiendo diabetes por una pajita mientras se lamentaba por gustar de alguien. Habla de problemas del primer mundo...
—¿Louis?
Se volvió hacia el frente, donde Harry se paraba con una sonrisa insegura.
—Oh, hola Harry.
—¿Puedo sentarme?
—No, todos mis amigos imaginarios ocupan el espacio. ¿Lo ves?
El ojiverde rodó los ojos con expresión divertida y se sentó de todas formas, delante del ojiazul.
Observó el aire tristón de su mayor y alzó una ceja. —¿Por qué la cara larga?
—Estoy cansado, es todo.
Harry dio una mirada que indicaba que no compraba su mentira. No le importaba a Louis.
—Supongo que los ensayos de la obra son difíciles.
—Todavía no asignan los papeles. Sólo hemos practicado la obra de primavera.
—¿Entonces todavía tengo oportunidad de ir a la audición? ¡Genial! He estado ensayando.
Louis le frunce el ceño y está a punto de preguntar para quién pensaba audicionar, cuando nota una cosa.
—¿Qué tienes allí?
—¡Oh! — dice Harry, alzando un bonito termo del verde de sus ojos. —Era chocolate caliente. Lo recibí esta mañana durante mi clase de Álgebra, junto con esta caja de chocolates— procede a sacarla de su mochila y mostrarla— Y una dona. Estaban deliciosos. No quisiera, pero ya casi me termino los chocolates. ¡Son de una marca desconocida para mí! Y según Google, son caros.
—Vaya— murmura Louis, desinteresado.
—Pero no decía quién los enviaba— puchereó el menor. —Quiero agradecerles. Realmente saben lo que me gusta. No sé si debería estar asustado o halagado.
—Yo iría por la primera.
—¿De veras?
—Si. Sólo se podría estar loco y obsesionado para gastar dinero en alguien como tú.
Louis se odia por decir cosas así. Pero es como un mecanismo de defensa.
Di algo detestable y así la ansiedad se mantiene a raya. Algo así.
Harry rio. —Celoso.
Louis bufó una risa. Si, que lindo me vería encelado de mí mismo, mocoso.
—¿Tu qué recibiste? — pregunta el de rizos, con una sonrisa amable. —Supongo que por la cantidad de admiradores que tienes en la escuela, bastantes cosas.
El ojiazul rueda los ojos. —No he recibido una mierda.
—¿Cómo? — Harry luce genuinamente desconcertado y Louis quiere hacerle mueca por ello.
—¿Acaso no nos conocemos? Podrán sexualizarme todo lo que quieran, pero no soy agradable. Soy arisco con todo el mundo. Nadie le da nada a la gente detestable.
Ahora el menor le ve con lastima. Louis usa todos los músculos de su rostro para evitar rodarle los ojos.
Amor y paz, no seas un idiota, se recuerda en la mente.
—Oh, Louis. No digas eso— Harry ladea el rostro y su labio inferior se dispara hacia el frente. Su cara asemeja a la congoja de los querubines en esas pinturas del renacimiento. —No eres detestable. Sólo eres una persona que no disfruta de socializar, te gusta elegir bien con quién andas y creo que es admirable. Te ahorras muchas cosas. Es decir, yo siempre termino herido por personas que creo son mis amigas. Y tú no, lo cual es genial. Además eres una buena persona. Así que no, no eres detestable.
Sólo no lo soy contigo.
Harry ríe. —Es cierto. Has cambiado un poco conmigo. ¿A qué se debe?
Louis abre los ojos muy grande. Puede escuchar el sonido de llantas frenando de golpe en alguna parte de su ser.
—¿Qué?
—Oh, creo que no quisiste decirlo en voz alta, ¿no? — Harry ríe divertido. —Lo siento. Ok. Haré como que no lo escuche. ¿Bien?
Pero no está bien. El menor puede ver que el mayor está incómodo.
Louis quisiera decirle que no sólo le incomoda haber pensado en voz alta. También le gustaría añadir que sólo estaba siendo dramático, y que apenas llegase a su habitación tendría que retirar la montaña de regalos anónimos de los pies de su puerta si es que quería pasar. Pero ahora el drama le había cobrado creces y quedó como un idiota.
Harry es ajeno a ello. Voltea hacia todos lados, buscando una forma rápida de alivianar la situación. Sólo puede pensar en lo que debe sentir Louis al ser la segunda ocasión en que sus sentimientos son expresados sin su permiso.
—¡Disculpa! — exclama demasiado entusiasmado el ojiverde, haciendo a Louis saltar un poco.
Una chica que vende flores se acerca, cargando varios ramos. —Hola, ¿qué te gustaría?
—¿Cuánto por ese ramo? — dice Harry, sacando su billetera y apuntando con su bonita barbilla a un grupo de rosas envuelto en papel rosado.
Louis observa las rosas Ingrid Bergman alzarse bellas y orgullosas en las manos delicadas de quien las vende. Este tipo de rosas cuestan buen dinero. No es lo que consigues a tres por dos libras. Sabe esto, porque son sus flores favoritas en todo el mundo.
—Treinta libras— habla ella sonriendo y sacudiendo levemente el ramo.
La sonrisa de Harry se tambalea un poco y observa su billetera con cierto dejo decepcionado. Louis se muerde el labio para no soltar un aww ahogado. Se siente pésimo por él.
—Te doy cinco libras por una— propone el rizado con una sonrisa tan radiante como la del principio.
La chica alza la barbilla. —Ocho.
—Trato—. Hacen el intercambio rápidamente y ella se aleja antes de que Harry le tienda la bendita rosa al chico mayor frente a él y murmure un:
—Feliz día de San Valentín, Lou— con las mejillas sonrosadas y una mano acariciando su mejilla, avergonzado.
Louis observa a Harry sin aliento.
Ahora se siente peor. Harry ha gastado dinero en él. Ha pagado una estúpida rosa costosa sólo para animarle.
Y podría decirle que no hace falta, que no tenía porque hacerlo. Que lo material no importa, jamás ha importado porque nunca le ha faltado nada. Que una rosa de precio inflado no cambia nada.
Pero la parte enamorada, la que suspira por todo lo que Harry hace y se estremece de sólo pensar en el chico dándole una de sus flores favoritas sin saberlo lo tiene sonriendo como tonto y diciendo:
—Gracias, Hazz.
Sus dedos pequeños se estiran para tomar la rosa entre ellos, y hay un breve contacto entre la piel de estos contra la de Harry, suave, lechosa y alargada. Dura menos de un segundo, pero hace que Louis se sonroje desde la punta de los dedos de los pies hasta el último cabello en su cabeza.
—Ahora tienes algo especial para recordar este día con una sonrisa— le dice el menor, sin perder el rubor en sus mejillas.
Louis quiere estirarse a través de la mesa y tirar de sus mejillas mientras le dice con voz melosa lo hermoso que luce sonrojado, lo mucho que esto resalta sus adorables pecas y lo mucho que lo hace querer tomarlo y jamás soltarlo.
Harry luce expectante. Louis se pregunta si ha dicho eso también en voz alta.
Esta a punto de preguntar ''¿Lo he hecho de nuevo, verdad?,'' cuando una tercera persona aparece en su campo de visión.
Es un repartidor de lo que parece ser un florista. El nombre impreso en la gorra y polo del chico le suenan demasiado familiares. Quizá han trabajado para su madre.
—¿Louis William Tomlinson? — pregunta el chico, deteniendo el carrito de cajas coloridas que lleva detrás de él.
El ojiazul se encoje incómodo ante el uso de su segundo nombre. El hecho de que Harry tenga cara de sorpresa ante la noticia sólo añade más a su disconformidad.
—Si, es él— dice, cruzándose de brazos y ladeando la cabeza. —¿Qué pasa?
El chico sonríe y se da la vuelta, tomando una caja de color negro y colocándola sobre la mesa. Procede entonces, a retirar la caja, revelando un gran arreglo floral de nada más y nada menos que putas rosas Ingrid Bergman.
Este arreglo es enorme, además de precioso. Las rosas lucen frescas y vibrando de vida, muy diferentes a la que Louis ha recibido hace un rato, que mostraba evidencias de tener varias horas de haber sido cortada. Papel azul pálido salpicado de puntos polka blancos envolvía con seguridad el grupo de perfumadas flores, rematando en un hermoso moño dorado.
A continuación, el chico tiende dos cajas: una circular del mismo color que el moño en el gran ramo. Tiene serigrafía al frente que pone GODIVA en grandes y delgadas letras, sellada por lo que parece un lazo de seda. La otra es un tanto más chica, de color gris espumoso.
—Una canasta clásica de regalos Godiva y un regalo especial.
—¿Quién lo envía?
—El único e inigualable— dice una cuarta voz.
El empleado toma esto como su señal, pues antes de que Louis pueda volverse a ver completamente a Liam, este ha desaparecido.
—Dios mío— el ojiazul rueda los ojos.
Harry observa la escena con ceño fruncido y un puchero que no es consciente de mostrar.
Liam camina la poca distancia entre la mesa y su puesto en la explanada abarrotada, con una sonrisa socarrona.
El menor de ellos admira algo intimidado la cara tela de su pantalón, el brillo de sus zapatos y la suavidad de la tela de su abrigo.
Louis se para abruptamente y tira de Liam lejos de allí.
—Ugh, maldito. Adoro como te va el Versace— dice Louis mientras se aleja.
Liam muestra su sonrisa de niño bueno. —Versace colección otoño-invierno. De temporada.
Harry alza las cejas y luego se muerde el labio. Estuvo a punto de preguntarle si podía tocarlo. Nunca había estado tan cerca de ropas como esas. Sólo había escuchado sus nombres por la tele.
Se queda algo desconcertado.
¿Quién era ese? ¿Por qué le había dado todo eso a Louis?
Suspiró. Notó de inmediato que el buqué de rosas tan grande, estaba hecho del mismo tipo de flor que había regalado a Louis.
Genial. Ahora su obsequio se veía estúpido a comparación de este chico que llegaba regalando miles de ellas y chocolates con valor de cuatrocientos dólares americanos (si, lo googleó).
El sentido común lo golpeó de pronto.
¿A él que le importaba si Louis recibía regalos?
Se suponía que debería estar feliz, ¿no? Por eso le había regalado la rosa en primer lugar. Para deshacerse de ese humor gris que su mayor parecía tener.
Harry lo había observado un buen rato antes de tomar valor y sentarse con él en esa mesa.
Últimamente se le había vuelto un tanto difícil hablar con Louis. No eran siquiera sus alocados horarios. A pesar de compartir clases, el ojiazul siempre parecía tener otras diez cosas que hacer, a diferencia de él. Todo lo que Harry hacía era ir a clases, ensayar y estudiar. Louis en cambio, iba de aquí para allá, cargando libros y luego materiales, estudiando y después yendo a la ciudad de fiesta en fiesta junto a sus amigos.
No llevaba de conocerlo mucho, pero sabía que un cambio enorme había nacido en el mayor. Ya ni siquiera tenía problemas con Rupert, su eterno enemigo. Bueno, sólo cuando este se acercaba a charlar con él durante la clase, Louis ponía cara de fastidio. Pero suponía que se debía a que le molestaba que hiciera amistad con el enemigo.
Sea como fuere, Harry se intimidaba un poco.
Louis había pasado de la persona totalmente arisca a una especie de chico accesible que le dejaba ganar las discusiones cada vez más. Ese que lo esperaba—luego de tirar mil maldiciones y jurar que no lo haría— para ir a su siguiente clase. Él que regularmente le preguntaba que tal iba la anemia, o mandaba (según él, disimuladamente) a Elizabeth y distintas personas a investigar si Jungkook le trataba bien.
''Harry, allí está otro de los sirvientes de tu sugar daddy. Dile que deje de enviarlos antes de que empiece a maltratarte de verdad'' decía siempre el pelinegro.
Y aunque sabía que su nuevo amigo no pretendía molestarlo de ninguna forma, las constantes burlas le habían hecho replantearse muchas cosas.
Por ejemplo, Louis como persona.
Oh, Louis Tomlinson. El espécimen perfecto que caminaba en línea recta, sin tambalearse, sobre el límite entre el chico malo y la bola de algodón esponjoso y adorable. Verdaderamente, el hombre por el cuál cualquiera va del aww al ohh en el batir de un ojo. Y aunque la mayoría—incluido el mismo Louis— consideraba a su personalidad introvertida como un defecto, Harry se había confesado simpatético por ella. Era algo asi como un atributo que hacía todavía mas interesante al chico por el cuál todo el mundo babeaba, de una forma u otra.
Mentiría si no dijera que el ser considerado parte del exclusivo circulo de amistades del ojiazul no lo hacía sentir un tanto superior al resto. Era como si la aprobación de Louis le abriese puertas que la aprobación de otros no podía.
Tal vez era superficial, pero no fingía al respecto. Suponía que eso conllevaba la adolescencia: relaciones superfluas basadas en aprobación social y falsas condescendencias que te tenían viviendo en la utopía perfecta hasta cumplir los diecinueve. Sólo entonces, la burbuja se rompía y encarabas el mundo tal cual era.
Harry era feliz viviendo en su burbuja.
Al menos, en esa utopía, Louis era algo así como un chico apuesto que por alguna razón estaba en su vida y le aceptaba en la suya. Y estaba bien con eso.
Querer algo más debía ser sólo uno de los tantos sueños absurdos que el subconsciente joven siempre esta maquinando, ¿no? A todos nos pasa. Sabemos que alguien es inalcanzable pero no podemos evitar imaginarnos una historia juntos, venciendo todos los prejuicios y las limitantes.
Maldita sea.
El chico misterioso estaba abrazando a Louis de forma distinta a todo lo que ha visto antes.
¡Y Louis lo permite! No se remueve. No lo empuja, no le frunce el ceño. Acepta el abrazo gustoso, como si estuviese esperándolo.
De repente su estomago se enciende con el mismo sentimiento asqueroso y molesto de hace varios meses. Ese que sólo había mostrado su fea cara a las doce de la noche en el medio de una sesión de estudio de emergencia, en la biblioteca. Con Cornelia y Caleb. En aquel entonces, su amiga había tratado de obtener la atención de Louis todo el rato. Y Harry le había atribuido la molestia a que no se concentrase en el estudio.
Pero ahora, sabía que no era así.
Estaba celoso.
No tenía ningún derecho de estarlo. Pero lo estaba y no había ningún caso en negarlo. ¿Para qué? De hacerlo sólo se engañaría a sí mismo, la única persona realmente consciente de lo que sentía. No tenía caso alguno.
Y justo ahí, con el pecho apretado y el estomago ardiendo, Harry detestó un poco a Liam. A su ropa cara, su billetera llena, sus oportunidades, su familia bien acomodada, su familiaridad con Louis. A su efecto en su amigo ojiazul.
Él nunca sería nada de esas cosas. Y Louis, por ende, jamás le tomaría en cuenta de esa forma.
Prueba física de ello eran las rosas frente a él. Su rosa singular yacía descartada en la orilla de la mesa, luciendo derrotada, cansada, contra el arsenal de flores mucho más bonitas y frescas. El perfume penetrante de estas se le atascaba en la nariz y le daba náuseas.
Harry siempre sería la rosa solitaria y sencilla. Y aunque no tenía interés en convertirse en alguien como Liam—ni se sentía superior a él o lo veía con desprecio por lo que era—, se sentía en cierta desventaja. El problema era, en que aún no podía poner su dedo en la razón de sentirse así. Era incierto.
Sentir cosas sin saber por qué las sientes era raro. Y molesto.
La adolescencia en si era molesta.
✧・゚: *✧・゚:* *:・゚✧*:・゚✧
—¿Por qué los regalos?
—¿Qué acaso no puedo mimar a mi mejor amigo?
—¿Por qué viniste hasta acá a dármelos? Pudiste enviármelos, justo como lo hiciste.
—¿Y perderme la cara de amargura de Harry al verte recibir regalos? No.
—Pues te salió el tiro por la culata. El mocoso estaba tristísimo porque al parecer nadie me había dado nada, y me regaló una rosa. Debe estar contento porque tengo más regalos.
—¿Contento, eh? ¿Entonces por qué me ve como si quisiera matarme?
Louis observa disimuladamente hacía atrás, tratando de confirmar las palabras de su amigo.
—¡Mierda, es cierto! — Pareciera que Louis estuviese a punto de dar brinquitos en su lugar de la emoción. Liam suelta una carcajada.
—Oh, ver en persona como te emocionas es aún mejor que verlo por FaceTime. Eres como mi propio mono cilíndrero.
—Cállate, pendejo.
Liam ríe de nuevo y Louis se frota el brazo, tratando de esconder su rostro sonrojado.
—Cariño, luces adorable sonrojado. ¡Que lindo! Realmente te gusta, ¿verdad?
—S-sí.
Liam aplaude.
—Díselo. Piensa largo y tendido en como lo harás. Pero hazlo. No te contengas.
—No sé que tanto debería confiar en ti. Eres el único que me aconseja con decirle. Los demás dicen que huya lejos.
—El amor da miedo. Pero sólo para los que esperan lo de las películas. El amor de verdad es hermoso, Louis. Has permanecido suficiente tiempo sosegado. Permítete sentir.
—¿Desde cuando eres tan cursi?
—Desde que la persona que más amo está enamorada y expuesta— dice el castaño, encogiéndose de hombros.
—No te merezco.
—Realmente no lo haces, Loui— niega Liam. —Pero ya nos hemos encariñado así que, a la mierda.
Louis asiente.
—Ahora... ¡dejamepresentarmecontucasinovio!
—Q-qué - ¡NO!
Liam echa a correr, y Louis detrás de él, hasta la mesa donde un muy contrariado Harry se sienta. Este se vuelve a verlos con ojos verdes llenos de reproche y Liam se siente un tanto apantallado por tanta belleza. Wow, este chiquillo si que era adorable, con sus pecas oscuras y su estructura ósea hecha en los cielos.
—Ohhhhh— alarga Liam, abriendo la boca y alzando la barbilla. Louis quiere golpearlo. —Así que tú eres Harry. He oído hablar de ti.
—Mucho gusto— sonríe el menor, aunque no tiene ganas de hacerlo. —Sabes quién soy, pero yo no sé quién eres. Qué vergüenza. Esto es culpa de Louis.
El aludido rueda los ojos y Liam ríe brevemente.
—Permíteme presentarme— dice con aire elegante, llevándose una mano al pecho y flexionando los dedos sobre este. —Mi nombre es Liam Payne.
—Un gusto, Liam.
—Si, seguramente un gusto ha de ser— se ríe el castaño y Harry alza las cejas. —Bueno, me iré. Ya he convivido demasiado con los reclusos. Necesito volver al mundo real. Louis, — se vuelve sobre sus talones para encarar a su amigo, —Cuídate. Me dices que tal ha resultado todo ese— voltea a ver los regalos de Harry de arriba abajo con aires de diva, —Asunto.
Louis niega, inhala y rueda los ojos. —Dios mío. Eres el Capitán Obvio. Ya lárgate.
Liam agita una mano frente a su amigo. —Si, sí. Pequeña rata malagradecida. Nos vemos. Harry— se vuelve al menor y le guiña con una sonrisa. —Si alguna vez Louis te deja libre, llámame. Eres lindo.
Harry empalidece.
—Uhm... bien.
Liam ríe. —Adorable.
Louis tiembla en su lugar. Va a matar a Liam.
Se guarda los insultos y ve como su amigo se aleja con paso decidido. Pronto su abrigo rojo brillante se pierde entre la gente y Louis suspira.
Hay silencio, relativamente. Ambos se quedan en silencio, asimilando los eventos de los últimos minutos. La vida continua alrededor. El olor de la comida frita y el algodón de azúcar satura el aire que respiran. Al fondo, el ruido de las personas disfrutando la feria y las exclamaciones mecánicas de los juegos se fundían en un coro de ambientación. El viento soplaba, refrescante.
El cabello de Harry se alza lo suficiente para permitir ver sus adorables y pequeñas orejas. La brisa hace que el liso cabello de Louis se re acomode sobre su cabeza, destapando su frente y haciéndolo sonrojarse de frío.
El cielo tintado de rosa proyecta su luz sobre sus pieles, realzando cada parte que los hace exclusivamente ellos. Sin caer en cuenta, forman parte de un momento perfecto, etéreo, a las cinco de la tarde en algún lugar de Londres.
Louis admira a Harry sin hacerse notar. Harry suspira involuntariamente por la belleza de Louis.
Ambos son hermosos a los ojos ajenos. Pero no lo saben.
Hablan al mismo tiempo.
—¿Quieres ir a los dormitorios?
—¿Tu me enviaste los regalos?
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intenté hacer maratón pero nadie contestó mi post en mi tablero entonces hice un cap largo ♥
lamento la demora. pero se las pago con creces, tengo inspiración y mañana subiré cap. no me importa si escribo sólo diez hojas, lo subiré.
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