VINGTIEME PREMIÈRE

Louis Tomlinson no era de los que se sonrojaba.

Tampoco de los que se lamía los labios o se arreglaba el cabello cada treinta segundos, satisfaciendo una necesidad primitiva de lucir presentable para su interés amoroso. En primer lugar, no lo era porque nunca se había tomado la molestia de permitir que alguien tomara su atención de esa forma.

La razón de ello no era por miedo, ni por querer demostrar algo o crear una protesta. Simplemente, consideraba que una relación—o la simple acción de idear una— tomaba demasiado tiempo y desgastaba tanto mental como emocionalmente a una persona.

Él había tomado la decisión de no dejar que algo tan vano como un chico o chica le distrajera de lo que realmente importaba – hacer su vida fuera de la casa de sus padres.

Sin embargo, cuando vio a Harry aquel día, el ojiazul había comenzado a reconsiderar sus decisiones.

Verán, a medida que crecemos, nuestra familia y la sociedad en la que eventualmente nos incorporaremos, comienzan a educarnos para el amor desde una muy temprana edad. Al parecer, es el único proceso de la vida que parece lo suficiente normal como para aceptarlo sin chistar—dejando claramente de lado el rollo de la preferencia, allí comienzan las discusiones—.

A Louis siempre le habían hablado de las niñas enredando su cabello en sus dedos con mejillas sonrosadas y risas coquetas, la típica señal de que una de ellas te tomaba suficiente importancia como para querer besarte. Escuchó sobre el corazón acelerado de emociones y los nervios de las primeras veces con esa persona especial. Sus padres le dijeron acerca de los corazones rotos, los abrazos que te sacudían el mundo y las manos entrelazadas.

Pero nunca nadie le había mencionado que el corazón acelerado resuena su palpitar en tu garganta, no hablan acerca de la garganta seca, las manos sudorosas y la mente hecha papilla porque «Oh dios mío, realmente me gusta y ahora lo estoy viendo en persona y es mucho, mucho peor.» De repente su cara está caliente, demasiado caliente. No entiende nada.

Su mente viaja al primer día en que le conoció. El interés inmediato en el chico raro que le interceptó después de sus asesorías. Ese que sacó a bailar en el baile de otoño. Al que le tiró un libro en la nariz en la biblioteca, al que quiso besar en los baños del club, por el que estuvo dispuesto a pelear... al que espiaba todos los días.

¡Todo estaba delante de él! Y le había tomado la presencia de otra persona decente en la vida del menor para percatarse de que cada momento, cada palabra, acción y gesto habían tenido un motivo subyacente, demasiado complejo incluso para su propio consciente que no fue capaz de darse cuenta hasta que el secreto le rasguñó la garganta, exigiendo salir.

La mandíbula cincelada, los músculos creando relieves y llanuras debajo de esa camiseta blanca rematando en un muy notorio abdomen marcado, piernas metidas en jeans negros que no dejaban nada a la imaginación. Cabello largo que ocultaba sus orejas y enmarcaba la apuesta cara pecosa que Louis veía tanto en sueños últimamente. Harry estaba al otro lado del lugar en toda su gloria post-pubertad, mientras el cuerpo del ojiazul se envolvía en insoportable calor.

Una cosa era admitirse que sentía algo por el chiquillo pero, ¿admitirlo y ver que lucía mucho más atractivo? Injusto. Eso era jugar sucio. Era como si el universo conspirara en contra y deseaba que Louis se arrastrase por todos los rincones, babeando por aquel que había jurado odiar con toda su alma.

—¡Louis! — había gritado esa voz ronca que nunca había oído antes, y sus rodillas amenazaron con mandarlo de cara al suelo. Louis estaba a nada de soltar un grito de pánico puro a medida que el rizado se acercaba con una gran sonrisa en su rostro. Nadie nunca le dijo lo difícil que era sentir el pulso hacerte zumbar los oídos y las nauseas que dan cuando el estomago da brinco y piruetas de los nervios.

Muy a lo lejos, pudo divisar a Elizabeth y Stan, demasiado ocupados poniéndose al día como para prestar atención al caos que se avecinaba. Louis volvió su ansiosa mirada al cuerpo ahora parado frente a él. Las facciones aún más bonitas de cerca, el aura todavía más arrolladora, el ligero olor a loción de afeitar que le hizo morder el interior de su mejilla para no dar un respingo complacido.

Y después de dos meses sin verse, después de pasar incontables noches en vela charlando con Liam acerca de él, luego de pensar mil situaciones en donde definitivamente se comportaría indiferente con el chico, lo único que su cerebro pudo idear fue un:

—¿E-estás más alto?

La risa de Harry le llena las orejas y pronto siente un par de bíceps tibios pegarse a la tela de su camiseta a rayas mientras sus pies se elevan por los aires y giran un par de veces. Harry lo esta cargando, y Louis quiere morderse a si mismo cuando siente la necesidad de acercar la nariz hacia el cuello del más chico.

—Ahora eres un pequeño anciano— expresa el ojiverde de forma triunfal al tiempo en que lo baja. Aún cuando son meros centímetros de diferencia, Louis se siente apenado.

La realidad de la situación le hace abandonar su fantasía invernal.

Harry era su amigo. Ese con él que se decía cosas odiosas y peleaba todo el día. Aquel que estaba acostumbrado a los malos tratos de su parte y que jamás podría verlo como lo estaba viendo a él.

Si, los dos segundos de enamoradiza catarsis se habían acabado para el mayor. Ahora el peso del mundo recaía en su pecho una vez más. Aquella atracción resultaba absurda cuando estaba parado frente a frente con el chico.

Ellos no eran, ni serían jamás, compatibles. Y eso era algo que tenía que tener bien claro, era algo que debía enseñarle a aquellos sentimientos recién nacidos, salvajes e inocentes. Debía doblegarles.

Así que Louis respira hondo, y sonríe lo mejor que puede ignorando por completo la protesta de su laringe cuando dice:

—Hola mocoso de mierda, ha pasado tiempo.

Harry se carcajea, y en el proceso nota a los adultos observándoles de lejos. No le toma mucho deducir de quienes se trata, dado que el parentesco es indiscutible.

—Eres igual a tus padres. Genial. Yo no soy parecido a mi madre en lo absoluto.

—Eso es porque te recogieron de la basura.

—Si, bueno, por lo menos soy bien parecido.

—Pero molesto como verruga de herpes.

—¿Quién dijo eso? ¡Oh, lo siento, no te vi! Es que eres tan chiquito.

Y asi, sin darse cuenta, Louis se desliza sin chistar a la rutina que dejó pausada cuando llegó el invierno.

O eso pensaba.

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Las clases del nuevo semestre prometían cambio. Bueno o malo, era algo que estaba por definirse.

Louis cambiaba la Sociología por las clases de teatro y daba la bienvenida a la materia más compleja del semestre: Historia de la Danza.

Se suponía que esta parte del ciclo escolar se veía tintada con múltiples presentaciones fuera de la academia, puestas en escena que ponían a prueba hasta el mejor de los bailarines.

¿Por qué? Simple: Se montaban en una semana y si no eras capaz de aprender la coreografía, estabas fuera. Así de sencillo. Los maestros no tenían tiempo para dejarte coger el tranquillo de las variadas técnicas utilizadas. Louis sabia de experiencia que aquellas audiciones eran tierra de nadie – o sacabas los colmillos y destacabas o te condenabas a morir en el montón de bailarines genéricos que jamás fueron considerados para ser un bailarín de fondo siquiera.

Todos participaban en aquella guerra fría, cualquiera en cualquier grado tenía la oportunidad de probar de que estaba hecho.

Realmente a Louis eso no le importaba mucho. Ni siquiera le importaban mucho sus calificaciones, ni aunque faltase menos de un año para irse a la universidad. No, lo que a Louis le sacudía el interior era que, entre más avanzaba, más se daba cuenta del pequeño vacío oculto detrás de su talento.

La danza no le llenaba.

Sabía que el brillo que las fotografías captaban, ese que la audiencia observándole bebía como si se tratase de hombres sedientos ante un manantial de cristalinas aguas... sabía que provenía de la pasión por la perfección, por el ego saciado con determinación de ser el mejor sin necesidad de tirar a nadie al suelo. Pero no era de alguien que ama lo que hace. Jamás podría serlo.

Pero, no podía hacer mucho por ello, es decir, ¿había otra opción para él?

Antes de ser enviado allí no tenía idea concreta de lo que quería para su vida en un futuro. Al menos tenía un propósito ahora: usar el talento innato para hacer algo bien. Es lo menos que podía hacer por sus padres. Realmente, viéndolo bien, Louis había madurado mucho.

Si nos ponemos retrospectivos y volvemos a esos primeros momentos en la academia, el ojiazul había pasado de ser un chico completamente introvertido con la nariz metida en libros de hojas amarillentas y de olor a polillas que no le importaba en lo absoluto entrar a clase o no, a lo que era ahora. Y no era como que ahora fuese la gran cosa, él pensaba. Pero era una mejora.

Es decir, Louis llegaba al extremo de no saber cuando callar. De creer que su honestidad y franqueza debía ser aceptada tal cual por los demás, y si no, eran idiotas. Lo cuál no puede estar más equivocado. Había una línea delgada entre honestidad y grosería, y al parecer había entendido su importancia. O casi, poco a poco mejoraría. Además de eso, se había permitido tener amigos, había aprendido a aceptar—más bien se resignó, pero shh— que sentía emociones y se dejaba llevar por ellas, como todos.

Y con esto último, se tocaba una vez más, el tema de su más nuevo descubrimiento.

Louis rodó los ojos en su lugar. No quería pensar en eso. ¿Por qué su estúpido cerebro usaba cualquier excusa para traer a Harry a colación? Era como si después de ver como la pubertad le golpeó como un camión, no pudiera dejar de pensarlo. (N/A: me tomaré un shot cada que alguien comente algo de ECDLCDS)

Pero, trataba lo mejor que podía.

Se había colocado los audífonos y dio rienda suelta a su nuevo playlist de música recién salida ese año. Hasta entonces, 2012 parecía un año prometedor para la música. Dicho eso, había intentado reflexionar acerca de su año pasado, tratando de contabilizar cuantas cosas de él habían cambiado. Estaba algo contento con el resultado, pero ese nuevo sentimiento anidando en su pecho no lo tenía muy a gusto que digamos.

Mientras Louis se ahogaba lentamente en la piscina del primer amor, sus padres y tío se ponían al día en la oficina de este. Mientras el ojiazul más chico se acurrucaba en el sillón, los adultos reían y gesticulaban contándose quién sabe qué cosa, pero él sabia que ciertas partes tenían que ver con él. La forma en la que evitaban ver en su dirección era demasiado obvia.

Además de tratar de evitar sentir mariposas cada que pensaba en la sonrisa de Harry alzándose por encima suyo, el chico trataba de ignorar la animada charla que estaban teniendo sus familiares. Estaba allí porque necesitaba dinero para acompañar a Elizabeth y Stan a comer algo al centro.

Habían pasado unos cuantos días desde que habían comenzado las clases, y el par de pelinegros sabían que algo estaba pasando con su amigo. Había un centelleo distinto en sus ojos cada vez que se acercaban al edificio de dormitorios de Harry, podían notar el leve rubor y la sonrisa eternamente plasmada en su cara cada vez que peleaba con el chico.

No tardaron mucho en comenzar las preguntas, en intensificar las burlas y presionarle.

Pero cuando Louis salió huyendo del salón de clases, dejando a ambos chicos con la broma pesada entre los dientes y la lengua, comprendieron que algo más grande que un simple malhumor estaba ocurriendo. Harry había observado todo el intercambio con la astucia de un gato. Y aunque no había alcanzado a deducir lo que el castaño trataba tan duro de negar, se percató de que algo había cambiado en su gruñón amigo.

Y créanlo, Louis se había debatido muchísimo los días que siguieron a eso. No había dormido casi nada por darle tantas vueltas al asunto. ¿Debería decirles? ¿O no?

Eran sus amigos, y sabia que una vez se cansaran de decirle te lo dije, le apoyarían. Pero no era ese el problema.

Si, Louis había aprendido a contenerse y había madurado lo suficiente para aceptarse a si mismo que sus emociones le piloteaban ocasionalmente. Pero admitirse vulnerable ante una persona, era otra historia bien distinta. Ahora imagina hacerlo frente a dos, gracias a que el chico que tantos dolores de cabeza te había causado, logró cautivarte con su sonrisa estúpida, sus ojos verdes y las manchas de perro dálmata sobre su nariz. De una vez que les diga usando un traje de payaso, si tan bajo estaba cayendo.

Las cuestiones del ego y el orgullo siempre eran receta para el disgusto. Las personas hacen muchas cosas sin detenerse a pensar antes, cuando se trata de esos dos. Y es ahí donde puede salir lo más crudo o lo más oscuro de una persona. El ojiazul no sabía si estaba listo para darle un golpe como ese a sus dos cuestiones. ¿Qué quedaría de él?

Louis.

Tres pares de ojos en distintas tonalidades de azul le ven con preocupación.

—¿Llevan mucho tiempo llamándome?

—Como cinco minutos— dice su madre, alzándole una ceja. —Estabas bien lejos en Loulandia, ¿no es cierto?

El chico le rueda los ojos. —Lo que sea para desasociarme de esta conversación de viejos.

—¿Ah, sí? Pues esta vieja no te va dar dinero para almorzar— dice Johanna, plantándose las manos en las caderas con plan juguetón.

Ambos se echan a reír.

Dado que Louis no estuvo mucho tiempo en casa debido al internado en Francia, sus padres han estado lo siguiente a desesperados por verle. Y justo ahora tienen negocios en el centro de la ciudad, por lo que han aprovechado el viaje para visitar.

—Bien, entonces nos estamos viendo— habla su padre, sacudiendo la mano de Lester.

Ambos intercambian una mirada que hace a Louis alzar una ceja con sospecha, pero esta duda pronto se le olvida cuando sus padres le tienden dinero casi bajo las narices.

—Cuídalo bien, que ya le dijimos a tu tío que no te de plata tan seguido. Sólo te mal acostumbra— regañó su padre.

—Oh lo siento, ¿la mansión con mármol y mayordomos no me malacostumbra lo suficiente? — dice el chico, burlándose. Su padre tironea de uno de sus mechones marrones y Louis finge que le duele.

Realmente, Louis ama a sus padres, pero en ese momento, estaba utilizándolos como pretexto. Una excusa con la cual perder el tiempo para no tener que mover los pies hasta el café Raíces, ubicado en el corazón del centro y lugar designado para juntas importantes con Elizabeth y Stan.

No quería tener que hablar. Pero sabia que era necesario. Si duraba más tiempo cargando con ello, se volvería loco o se delataría a si mismo. Y eso último era aún peor que la muerte, pensaba.

¿Se imaginan ser rechazado por un mocoso molesto como Harry?

Muerte por herida mayor al ego, eso es. Eso diría su certificado de muerte.

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—Te apuesto lo que quieras a que le gusta.

—Eso ya se sabía.

—Dios, Eli. Que amarga. Peor que una toronja, dios.

—Cállese perro.

El par de amigos de cabello oscuro ocupaban una mesa cara de madera barnizada que asemejaba a las antiquísimas mesas de picnic, en el café de juntas. Llevaban hora y media esperando al ojiazul que les había convocado a dicha reunión. Y aunque ambos sabían que Louis estaba renuente a hablar sobre lo que pasaba, no dejaba de ser molesto.

—Mira, si nos dice que le gusta, no es ninguna sorpresa. Se nota un poco, si te pones a analizarlo cautelosamente— Elizabeth balbuceó esto detrás de un totopo lleno de guacamole, queso y carne.

Stan asintió mientras también comía del platón de nachos que habían ordenado. Durante su espera, se habían terminado dos frappés, un plato mediano de alitas y ahora, esto.

—Yo creo que se gustaron desde el momento en que se vieron. Aunque suene cliché.

Elizabeth sonrió. —Que adorable que creas en el amor a primera vista.

El pelinegro contempló un segundo la forma en la que la piel pálida de la chica contrastaba con el negro obsidiana de su cabello y el verde de las mil plantas creciendo alrededor del café junto a los tonos tierra de las superficies. Era como su propia flor de jazmín encarnada.

—Uno cree en lo que puede ver— murmuró el chico, viendo a cualquier lugar que no fuesen esos ojos azul frío.

Elizabeth abre la boca para preguntar al mismo tiempo en que la campanilla de la puerta suena. Un chico de converse blancos, pantalones rojos y camisa blanca a rayas se abre paso entre las enredaderas, helechos y distintas plantas que caen, se enredan y posan a todo lo largo y ancho del café.

Pronto Louis les localiza gracias al vestido amarillo mostaza de Yves Saint Laurent que Elizabeth llevaba (la cosa parecía mumu), y en menos de un segundo está tomando asiento frente a sus dos amigos.

Louis vuelve a sentir lo de hace unos días. Su pulso amenaza con perforar su membrana auditiva, sonando fuerte y rápido dentro de sus orejas, sus manos sudan y su corazón bailotea como una bailarina determinada a cobrar la más cara de las comisiones.

Elizabeth y Stan le ven como a un pobre conejito arrollado en la calle, decidiendo si darle el tiro de gracia o ayudarle a sanar.

—Si alguno de los dos se ríe juro que se quedan sin dientes— gruñe rápido y ambos parecen querer saltar de su asiento para atacarle con preguntas.

Sin embargo, Elizabeth es más valiente que cualquiera de los dos chicos. —Sólo... cuéntanos.

El ojiazul da una mirada hacia el ventanal que da a la calle. Quiere sonreír, la ironía de la vida caía con los rayos de un sol nunca presente en la costa de Londres, y que, ahora que había alcanzado la iluminación personal, parecía querer brillar en conjunto.

—Realmente no sé como empezó... sólo se que debe ser eso. Nunca había sentido algo parecido.

De repente se siente un espécimen animal extraño ante la atenta mirada de sus amigos. Y con justa razón. No es común ver a alguien que jamás ha sentido atracción por alguien.

—No me gusta, asi que si creen que esto es divertido, que esto es algo de lo que me avergüenzo felizmente, están equivocados. Aceptaré las burlas porque quién se lleva, se aguanta. Pero no estoy feliz, ni emocionado. Sólo tengo muchas dudas y mucho, mucho miedo.

Elizabeth no dudó un segundo en tomar la mano de su amigo, sonriéndole dulcemente. Louis no era de los que se dejaba ver tan vulnerable. Esto no era cualquier cosa.

Stan se unió, tomando las manos de ambos en las suyas.

Louis soltó una respiración tambaleante y continuó. —Primero que nada, creo que lo he sabido desde hace un rato, pero me negaba a aceptarlo. Porque cuando uno acepta las cosas... entonces se vuelve real, y pesa y amenaza con aplastarte si no te mueves rápido. Yo no sé como la gente habla de esto y dice que es bonito. Para mi no lo ha sido en lo absoluto, es la experiencia más terrorífica del mundo... no ser capaz de controlar tus emociones cuando ves a la persona. No poder formar oraciones coherentes. No dejar de pensar en lo que te dijeron en todo el día.

—Oh, Louis...— replica Elizabeth, pero este sacude la cabeza.

—Creo que... cuando le vi cubierto de moretes, el escozor que sentí en el pecho por querer protegerle me dio la señal de que algo estaba cambiando. Pero, cuando se ausentó dos semanas y todo lo que podía pensar era en él...entonces creo que oculté a mi parte consciente de ello detrás de la más fuerte, la dominante. Es extraño... a medida que pasa el tiempo siento que siempre hay algo más que a simple vista no se ve.

—Yo sé que estás pensando todo un poco de más, pero no tienes de que preocuparte, Louis— habla la pelinegra, acariciándole la mejilla.

—Nosotros te ayudaremos a asimilarlo, o a deshacernos de ello. Lo que sea que tu quieras— aportó Stan. Louis le dio una mirada agradecida.

—Me golpeó con fuerza en el tren. En un momento estaba envuelto en recuerdos de cosas que ni siquiera sabía que me gustaban de él. Me sentí tan cálido como al estar frente a una chimenea en Diciembre. Sentí mis mejillas sonrojarse como si fuese un querubín estúpido.

Me di cuenta que mi ímpetu por pelear con él era simple estrategia de mi subconsciente para mantener su atención en mí, para tener todo su tiempo. Para mantenerlo pensando en mí, aun cuando sólo fuese para idear que responderme al día siguiente. Y para tener sonrisas y miradas dirigidas sólo a mí. Fue mi idea tonta para crear algo que sólo me perteneciera a mí, algo que pudiera hacer conmigo solamente.

La idea de que alguien se quedara después de mostrarle mi lado más hostil, hizo que mi corazón se ¿ablandara? ¡Ni siquiera sé lo que es! — solloza Louis, apoyando los codos en la mesa y dejando caer su cara sobre sus palmas.

—Louis....

Hay un pequeño silencio y después alza los ojos, rosados por las lágrimas contenidas.

—¿Por qué siento tan diminuto si se supone no me importaba en lo absoluto?

—¿Por qué no puedo dejar de sonreír de sólo pensar en su sonrisa, en su voz? ¿Por qué tengo escalofríos de solo imaginar su cuerpo tibio abrazando el mío? ¿Por qué quiero pedirle que me de atención todo el día? ¿Cuándo acorde exponerme? ¿¡Cuando me permití ser tan vulnerable?!

El par de amigos intercambian una mirada llena de conmoción.

¿Y ahora por donde empezaban?

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—¿Quieres dejar de ver al vacío? Empiezo a creer que haces fotosíntesis— hablo Jungkook sin dejar de ver su libro de texto.—Es que no puedo dejar de pensar.

Harry se encontraba tirado sobre su cama, mordisqueando un regaliz de sabor cereza mientras continuaba dándole vueltas al mismo tema que tenía estancado hace muchas horas.

Louis se comportaba un tanto extraño con él. Y realmente no sabía porque.

El chico le había quitado el aliento cuando le vio aquel día, en el regreso a clases.

Louis lucía más grande, con un peinado distinto y facciones mucho más angulares y atractivas. A Harry le recordó a esos artistas del gran cine blanco y negro que a su abuela le gustaban tanto. Poseían la misma belleza masculina, casi delicada.

Louis le evitaba mucho últimamente. Las bromas no eran tan pesadas, los silencios eran más prolongados y pesados. Además de que existía algo turbiando la mirada de su ojiazul favorito, y eso no le gustaba para nada. Exhaló con frustración. Genial, justo cuando su vida parecía estar tranquila, había problemas con sus únicos amigos. Simplemente estupendo.

Se había decidido a averiguar que era lo que ocurría, y no dejaría a Louis tranquilo hasta saberlo.

Se preguntaba de que pensaría el chico cuando descubriera que llevaban teatro juntos. Seguro se arrancaba los cabellos.

—Jung, ¿alguna vez has perdido amigos?

Hay una pausa y luego un suspiro exasperado. —Todos lo hacemos eventualmente.

Harry asiente para si mismo y se queda un par de minutos callado.

—¿Y crees que pudiste evitarlo?

Jungkook rueda los ojos. Dios, este chico blanco seguro era amable, pero nunca se callaba.

—Cuando una persona quiere irse no puedes obligarla a que se quede. Sería tonto.

—¿Por qué?

—Porque no tiene caso obligar a alguien a quedarse cuando bien sabes que en cuanto te descuides, escapará. Y te odiará por obligarla a quedarse.

Harry se volvió a ver al chico, que continuaba leyendo su libro de trigonometría como si nada pasara.

—Es que siento que mis amigos se han alejado, y no sé qué hacer.

—Ponerte a estudiar.

—Hablo en serio— resopla Harry, sonriendo.

—Yo también. Deja estudiar a esta pobre alma coreana y cállate ya— murmura el pelinegro, dándose la vuelta en la silla rotatoria donde se encuentra.

Harry rueda los ojos con afecto. Ha aprendido que Jungkook es un tanto reservado, pero que es buena persona. Sólo no lo molestes cuando estudia.

Se pone de pie y toma su mochila de ensayos antes de arrastrarse hacia la puerta, botella de agua en mano y sudadera rojiza encima. —Iré a practicar. Nos vemos.

No obtiene respuesta y cierra la puerta.

Se pierde en la noche de enero que aún sopla sus dedos helados por las copas de los arboles y le eleva el cabello por los aires.

Para cuando llega a su aula usual para bailar a solas, se encuentra con Louis ya dentro de ella.

Pero no está solo.

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Espero la espera haya valido la pena (¿?)

Síganme en twitter: _niallsplacebo allí posteare edits de las fics, datos de ellas, explicaciones si me desaparezco mucho y noticias de la publicación física de s(he)

Pregunta:

¿Logré que se sintieran mal por Louis?

¿Qué creen que ocurra ahora?

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